La máquina de contar
Ojos hirientes. Profundos. De poeta irascible o criminal romántico. Temible por ese corpachón de oso blanco, manos exprimidoras de escritor, luchador de stand up o fanático pizzero, de mecánico de trenes, se diría. Más cafeína en sangre que nadie en el planeta. Más bueno que un muffin. Más malo que una araña. Empate de talento y prepotencia de trabajo. Jamás un no como respuesta, a lo sumo uno que otro “te re cago a trompadas”.
“Que sea divertido, si no nos ponemos un parripollo”, decía. Y laburaba muchísimo para que fuera divertido, con una disciplina difícil de cuadrar con su imagen de comediante. Diego Gualda empezó a trabajar full time en una redacción en febrero de 2011, en el Diario Libre. Ya tenía 36 y siempre había querido dedicarse a escribir. Su libro “Hablalo con mi abogado” ya llevaba más de un año publicado, pero recién con el contrato de Libre había podido, justamente, liberarse: renunciar a su empleo histórico en el puerto. Y le quedó esa marca: aunque lo disimulaba para parecer un veterano, para Diego vivir del periodismo siempre fue una conquista. Pero además quería ser comediante. Standupero. Y productor de comedia (siguiendo a su padre, que había muerto joven). Y tocar el repertorio de los Beatles en ukelele. Y todo lo hacía, a propulsión de deseo, como si fuera fácil.
Ya no era editor de NOTICIAS desde hacía un tiempo, pero lo seguíamos considerando nuestro. Y él también seguía sintiéndose parte, a su manera ácida. Su último contacto “oficial” con la revista fue a fin de año, vía WhatsApp: “¿Me vas a invitar a la fiesta de Noticias en el MALBA o voy de colado?”, desafió al jefe de redacción. Respuesta: “Venite de colado que te sienta mejor”. Así lo hizo: copa en mano para desearnos lo mejor. Hoy nos preguntamos qué hacía Diego Gualda muriéndose un domigo 1 de enero a media tarde, a los 42 con 42 grados a la sombra. Su joda más pesada, seguro.