CRUZADA. El afán modernizador de Macri a menudo choca con la infraestructura del país.
taran ser fabulosamente lucrativos, no bastarían como para reemplazar el factor humano que hoy en día es, por lejos, el recurso económico más valioso. Lo comprenden muy bien los chinos; sueñan con tener sus propias versiones de empresas gigantescas como Apple, Google y otras que son productos casi exclusivamente de la inteligencia creativa si bien, de modo indirecto, hicieron su aporte las condiciones socioeconómicas en que pudieron desarrollarse. De todos modos, nadie ignora que, de concebir un joven argentino un proyecto parecido a los de Steve Jobs, Larry Page y compañía que pronto engendrarían miles de millones de dólares, para que asumiera una forma concreta tendría que emigrar, ya que por razones burocráticas, económicas, legales y culturales, el medio ambiente nacional no le sería del todo propicio. Aquí, lo que hace mucho tiempo alguien llamó “la máquina de impedir” sigue funcionando con eficacia notable. Puesto que cuenta con la aprobación de muchas personas influyentes que entienden que el cambio podría resultarles muy incómodo, los decididos a desmantelarla se saben constreñidos a proceder con mucha cautela. Nada de choques y ni hablar de “ajustes”.
Contodo, el gradualismo entraña casi tantos riesgos como la alternativa. Brinda a los comprometidos con el orden tradicional muchas oportunidades para contraatacar con el propósito de desbaratar los esquemas de los modernizadores tratando pequeños episodios, que en otras circunstancias pasarían desapercibidos, como si fueran escándalos nacionales, evidencia de que los odiados “neoliberales”, con la brutalidad que les es propia, estén procurando pisotear los derechos de sus compatriotas. Aunque virtualmente todos se afirman a favor de la “modernización”, abundan los contrarios a los cambios necesarios para que fuera algo más que una palabra atractiva. Durante mucho tiempo, los ingresos posibilitados por la geología han servido para suministrar a los políticos fondos para anestesiar a los pobres asegurándoles lo que necesitan para sobrevivir, pero es tan grande la demanda que, para suplementar el dinero así proporcionado, el gobierno de Macri ha optado por un mayor endeudamiento y, con suerte, un torrente de inversiones que, dice, significaría la creación de una multitud de “trabajos de calidad”. Pues bien: ¿estarán preparados los desempleados o subempleados actuales para desempeñar las tareas exigidas por los “trabajos de calidad” previstos por el presidente? La verdad es que no hay demasiadas razones para creerlo. Antes bien, lo mismo que en otras partes del mundo, el progreso económico, cuando llegue, amenazará con reducir drásticamente las oportunidades laborales disponibles para una franja creciente de trabajadores, comenzando con los “ni-ni” que, por los motivos que fueran, carecerán de las calificaciones necesarias para cumplir un papel activo en el nuevo mundo que la tecnología está creando a gran velocidad. Como muchos otros gobiernos, en tal caso el de Macri o los de sus sucesores tendrían que optar entre resignarse a una economía a la medida de la población existente y una que subordine “lo humano” al crecimiento.