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FRANCO, EL SEDUCTOR

- Por NANCY PAZOS *

Los míticos 90 funcionan hoy como el déjà vu de muchos sucesos políticos actuales. Para bien o para mal, de acuerdo con quién utilice el espejo histórico, las analogías están al alcance de la mano. Algunas por acción (la apertura de Argentina al mundo) y otras por reacción (desdibujar el protagonis­mo del ministro de Economía dividiendo su función en cinco).

Mauricio invirtió sus primeros meses como Presidente sobreactua­ndo su diferencia­ción de Fernando de la Rúa. Pero, claramente, su impronta personal es mucho más cercana al menemismo que a la Alianza. Macri necesitó matar a su padre biológico para llegar. Por eso huye de cualquier “padre político”...

Anécdotas que reflejen la peculiarid­ad de su vínculo sanguíneo hay muchas. Pero nunca entendí tanto a Freud en su análisis del padre narcisista como el día que conocí a Franco Macri.

Corrían los míticos 90. Mauricio empezaba a querer jugar en ligas ajenas a la deportiva. Había puesto sus propias reglas de juego. No concedía reportajes a la prensa gráfica porque no quería que lo editaran Y prefería mostrarse en tele antes que dialogar por radio.

Un día se sentó en el sillón de “Ruleta Rusa” (ese vis à vis con marca registrada). Durante casi dos horas escudriñé su cabeza y su alma. Pasamos a la categoría de conocidos. Esto en el lenguaje macrista de entonces podía ser sinónimo de amigos. Así engrosé la lista de invitados “raros” a sus fiestas de fin de año en Punta del Este, cumpleaños y otras yerbas.

A través del hijo llegué al padre. Sus prerrequis­itos para una entrevista eran claramente más estrictos que los del hijo. Esta vez nada de estudio televisivo: preguntas y respuestas en su propio terruño y a primerísim­a hora de la mañana. No quiso tele. Fue para radio y en su famosa casa de Barrio Parque.

Franco tenía por entonces 68 años. Yo, 29.

Hablamos de política, de economía, de poder. Un llamado telefónico que no podía eludir interrumpi­ó la entrevista. El operador de Radio Mitre aprovechó para salir a fumar. Franco volvió, me ofreció otro café y desató un monólogo imperdible:

–Vos sos amiga de mi hijo ¿no? Las mujeres se equivocan siempre con Mauricio... Porque a la edad de mi

hijo, los hombres sólo quieren progresar en su carrera, se concentran en su ombligo, y, si tienen tiempo libre, hasta prefieren los amigos. Tienen esposa y familia pero el centro de su universo son ellos mismos... En cambio a mi edad, a esta altura de la vida lo único que quiero, lo único que me interesa es hacer feliz a una mujer. Tengo todo el tiempo del mundo para esa mujer. Las mujeres se merecen que nosotros nos dediquemos a ellas pero, claro, a la edad de mi hijo, eso es imposible...

El operador volvió y retomamos el rumbo periodísti­co. Cuando salí lo llamé a Mauricio para agradecerl­e la gestión y, a carcajadas, le conté la anécdota. A él no le resultó gracioso. Faltaban muchos años de terapia aún para que Mauricio pudiera matar a su padre...

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