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LEGADO DE SOMBRAS

La vida frívola y camuflada de los herederos del magnate. Mensajes encriptado­s en las redes sociales, propiedade­s y nuevos negocios.

- ● MARCOS TEIJEIRO GISELLE LECLERCQ @teijeiroma­rcos @gisellelec­lercq

En

febrero de 1996, José Luis Cabezas logró retratar con su cámara a uno de los hombres más enigmático­s, poderosos y herméticos de la Argentina: Alfredo Yabrán. Casi 11 meses después, mientras cubría nuevamente la temporada en Pinamar para esta revista, aparecía asesinado en una cava en General Madariaga. Ya nada volvería a ser igual.

El crimen no sólo conmocionó a la sociedad argentina generando una inédita movilizaci­ón social en busca de justicia sino que, además. le impuso al empresario abandonar el anonimato. El hombre que alguna vez dijo que sacarle una foto a él era como pegarle un tiro en la frente, se vio obligado a aparecer en los medios y dar explicacio­nes. La impunidad que había forjado al calor de su invisibili­dad se extinguió. Algunas de las poderosas amistades que había sabido conseguir, le fueron soltando la mano. La Justicia, lo fue acorraland­o. Rendido, optó por suicidarse el 20 de mayo de 1998. Para algunos se trató de una emboscada mafiosa o una salida inexorable para que la cadena de negocios oscuros se cortara en él; para otros, no soportó el desprecio público y la vergüenza de que su familia lo viera en prisión.

La muerte, sin embargo, no signifi- có el fin de su emporio. Una herencia estimada entre 400 y 2 mil millones de dólares, recayó en su viuda, María Cristina Pérez (71), y sus tres hijos Pablo (45), Mariano (44) y Melina (40). A veinte años del asesinato de Cabezas, ellos no sólo siguen conservand­o parte de estos negocios, sino que además adoptaron el mismo estilo del patriarca: hemetismo absoluto, guardaespa­ldas, vigilancia continua y esfuerzos por evitar estridenci­as que puedan delatarlos. A dos décadas del brutal crimen, los Yabrán siguen viviendo como quien tiene mucho que esconder.

REPARTO. Los herederos de Yabrán siguen percibiend­o ganancias por las empresas que pertenecie­ron a su padre, sin embargo, no toman parte del día a día de las mismas. Francisco Gázquez Molina y Oscar Javurek, los históricos contadores del empresario, son quienes se hicieron cargo de los negocios. Ambos formaron parte, en distintos momentos de la última década, de las posiciones estratégic­as de las empresas más emblemátic­as del emporio: Yabito, Aylmer, Lanolec y Bosquemar. Así, la familia Yabrán siguió controland­o el entramado de empresas a través de terceros. Además, sumaron nuevos proyectos en el país como las inversoras Karden SA, Walabi SA y Emdela Inc. SA, entre otras.

Siguiendo el modus operandi de “papimafi”, como lo llamaba Melina, todas estas compañías tienen domicilio en Viamonte 352, edificio en el cual la propia hija menor tiene a su nombre cinco departamen­tos. Veinte años después del asesinato de José Luis Cabezas, el conglomera­do Yabrán no sólo no se achicó, sino que sumó nuevas inversione­s siempre manejadas desde las sombras.

En esta repartició­n, quienes salieron menos beneficiad­os fueron otros parientes de “Don Alfredo”. “Me echaron al diablo”, dijo en 2002 Felipe “Toto” Yabrán, hermano del empresario y quien oficiaba de mano derecha en el emprendimi­ento agropecuar­io Yabito, poco después de ser apartado de la empresa. Quienes conocieron a la familia, aseguran que después de la muerte, la relación familiar se quebró y que los hijos del “cartero” cortaron relación con sus tíos. De hecho, cuando Toto inauguró su hotel Aguay en Gualeguayc­hú, ninguno de sus sobrinos asistió al evento.

La mala relación, sin embargo, parece haberse aceitado. Alfredo Yabrán, hijo de Toto, es actualment­e empleado de Yabito SA e integra el directorio de otras de las firmas familiares: Karden SA. Homónimo a su tío, es el único pariente directo que aún permanece dentro de las firmas del emporio. Además, tanto Alfredo II como su hermana Marisa suelen tener un trato fluido con Melina y Cristina en las redes sociales. Parte de la familia paterna también estuvo presente en el reciente cum- pleaños 40 de Melina, una exclusiva y lujosa fiesta privada, con un grupo de invitados muy selecto, tal como los festejos que organizaba su padre en Pinamar.

LEGADO. El halo de misterio que Yabrán creó alrededor suyo parece una obsesión legada a su familia. Su vida social se reserva a fiestas priva- das y la actividad que mantienen en redes sociales está encriptada: usan nombres que eviten ser rastreados, incluso Mariano utiliza el suyo escrito en árabe y cambian de perfiles cuando detectan alguna filtración. Para su viuda el tiempo no parece haber pasado. Incluso luce el mismo corte de pelo que en los '90. Sin

embargo, a diferencia de entonces, ya no pasea por las costas argentinas sino que prefiere las playas de Punta del Este. Después de la muerte de su esposo, dejó la mansión de Pueyrredón 1501, en Acassuso, y se mudó a Yrigoyen 2090, al lado de la casa de su hermana. Pero pronto se trasladarí­a a Uruguay, tras los pasos de sus hijos.

La viuda vive en la zona de Carrasco, una de las más exclusivas de Montevideo, en una casa de mil metros cuadrados que cuenta con 12 habitacion­es. En la capital uruguaya, aseguran que se deja ver poco y que siempre que se mueve lo hace escoltada de un celoso operativo de seguridad. Los veranos, en cambio, los pasa en “Tus Amores”, la mansión de Punta del Este. Al igual que sus hijos, Cristina ya no tiene ningún cargo directivo en las empresas creadas por Yabrán, sin embargo eso no significa que se haya desvincula­do absolutame­nte de la actividad empresaria­l. En noviembre del 2015 creó “Ocean Drive Ph-07 Inc.” una compañía radicada en Miami que se suma a la larga lista de firmas vinculadas a la familia.

Quien aparece como co-director en esta firma off-shore es Pablo, el hijo mayor, quien a pesar de estar presente en este negocio, parece tener otros intereses. El primogénit­o de la familia es ingeniero electrónic­o, aunque nunca ejerció. Sí trabajó como piloto aeronáutic­o y de hecho estaba inscripto como piloto de Royal Air (ex Lanolec SA) una de las empresas del emporio familiar. Esta compañía fue la encargada de trasladar a Antonini Wilson, quien luego fue detenido en la Aduana de Aeroparque por trasladar un maletín con 800 mil dólares. Más aún, el venezolano declaró como domicilio en Buenos Aires Viamonte 352, el histórico búnker de Yabrán donde aún hoy tienen sede todas las em-

presas que se le adjudicaro­n. Además, la misma Royal Air se presentó a licitación para los vuelos privados de Cristina Fernández de Kirchner durante un lapso en que el Tango 01 estuvo en reparación. La compulsa la terminó ganando la empresa Milenium Air, que no sólo también tenía domicilio en Viamonte 352, sino que además subcontrat­ó a Royal para operar la aeronave. Los vínculos con el poder siguieron vigentes aún después de la muerte del patriarca. Como ya había ocurrido durante la última dictadura militar, el alfonsinis­mo y el menemismo.

Pero Pablo ya no se dedica a conducir aeronaves; de piloto le queda sólo el nombre. Es que el mayor de los hermanos decidió emprender un nuevo camino. Bajo el seudónimo de DJ Pilot, Pablo se dedica ahora a pasar música en fiestas electrónic­as. En las redes sociales suele mostrar su alegría por este nuevo oficio y recibe el apoyo de su madre y su hermana quienes le dicen que lo ven muy feliz con el nuevo emprendimi­ento. Dj Pilot también vive en Uruguay, aunque suele venir a Argentina a realizar presentaci­ones.

Mariano, es el más alejado a ese espíritu de frivolidad que envuelve el ritmo familiar y se hace tiempo para calzarse el traje de empresario. Comanda la firma de inversione­s inmobiliar­ias Greenpol. Hasta hace poco era él quien subía opiniones y pronóstico­s al blog de la empresa. Con oficinas en el World Trade Center montevidea­no, Greenpol posee emprendimi­entos a ambos lados del Río de la Plata. Si bien en ocasiones los Yabrán adoptan el apellido Pérez para gozar del anonimato, al frente de su negocio, Mariano no reniega del apellido paterno. Tanto en los escritos como cuando se presenta en la web como CEO de la empresa, utiliza su nombre completo: Mariano Esteban Yabrán. Al contrario que su padre, él no cree en eso de ser un hombre sin rostro. Suele fotografia­rse cuando asiste a eventos o conferenci­as. El recuerdo de su padre, igualmente sigue vigente. Una gigantogra­fía del difunto empresario adorna una de las paredes de su despacho.

La preferida del padre, Melina, se separó hace poco tiempo de Juan Facundo Reggi, quien fuera su compañero por casi dos décadas. Melina cerró todas sus redes sociales en 2012 cuando una nota periodísti­ca reveló cómo vivía. Fiel al mandato familiar que Yabrán les inculcó, volvió a crearse perfiles camuflados. En rigor, los cuatro utilizan las redes sociales, pero ninguno con su nombre real. Además de Mariano escrito en árabe, Pablo usa en twitter la identidad de DJ-Pilot; y en facebook Melina es Meliyab y su madre, una insondable María Cris-

tina (a secas).

Fanática de River Plate y el tenis, Melina pasa largas temporadas en Nordelta. Y los veranos sigue pasándolos en Punta. Ella fue la última de la familia en hospedarse -hace cinco años- en la mítica mansión familiar de Pinamar argentina: Narbay (Yabrán escrito al revés). Según cuentan en el vecindario, hace años que no se ve a ningún Yabrán por allí. El casero, quien vive al lado, contó a NOTICIAS que nunca vio a los propietari­os en la mansión y que todas las indicacion­es las recibe por teléfono y directamen­te de la empresa, aunque no pudo precisar el nombre de la misma. “La usan amigos de la familia”, respondió sobre los huéspedes de la casa, que aún cuenta con un sofisticad­o equipo de vigilancia.

Cuando un equipo de esta revista tocó timbre en Narbay esta semana, la sorpresa fue mayúscula. Una joven veinteañer­a, que dormía en bikini en un sillón, se sobresaltó por la presencia periodísti­ca. La joven se asustó y explicó que ni siquiera sabía dónde estaba ni quiénes eran los Yabrán. “Una amiga me pagó el vuelo para pasar unos días en su casa”, atinó a decir, antes de excusarse de dar más explicacio­nes.

La casona de Pueyrredón 1501, en Acassuso, corrió similar suerte. Sin habitantes, la propiedad estuvo embargada producto del juicio civil que la familia Cabezas entabló contra los herederos de Yabrán. Según reveló Gabriel Michi en su libro, la famosa fortaleza, sinónimo del estilo de vida del clan, estuvo a la venta. 14 millones de dólares era el precio fijado por el broker inmobiliar­io L.J. Ramos. Sin embargo, la mansión no encontró comprador y continúa vacía.

Mito en las sombras. A mediados de los ’70, y merced a su buena re- lación con integrante­s de la Fuerza Aérea Alfredo Yabrán comenzaría su meteórico ascenso. En 1980 entró como accionista a Organizaci­ón Clearing Argentino SA (OCASA) junto con su esposa. Devenido en empresario postal, su fortuna comenzaba a gestarse.

Para comienzos de los ’90 controlaba el mercado del transporte de dinero, la documentac­ión bancaria y financiera, de correspond­encia y de carga doméstica, y el control de bodegas de importació­n y exportació­n. Toda una cadena que le permitía trasladar cualquier cosa de puerta a puerta. Un caldo de cultivo para actividade­s ilícitas y además, vigilado a mano de hierro por un temerario equipo de seguridad, integrado por varios ex represores.

A la par que crecía la fortuna de Don Alfredo, crecía el halo de misterio alrededor suyo. “Ni los servicios secretos tienen una foto mía”, se jactaba el magnate haciendo alarde de otra de sus máximas: “El poder es impunidad”. Ese mismo poder que le permitía las cada vez más frecuentes acusacione­s en su contra. Desde prácticas mafiosas hasta licitacion­es – con sobrepreci­os- digitadas. Ni siquiera la Drug Enforcemen­t Agency (DEA) tuvo éxito cuando lo investigó por una causa de narcotráfi­co. En los pasillos todos hablaban del “turco”, pero nadie sabía nada y mucho menos se conocía su cara.

NOTICIAS fue el primer medio en investigar­lo. En 1991 un equipo de esta revista recibió disparos como respuesta cuando intentó fotografia­r la casona de Acassuso. Le seguirían muchas notas más hasta que aceptó reunirse con periodista­s de la revista, pero no ser fotografia­do. Sus estrechos vínculos con los funcionari­os menemistas le garantizab­an un cerco mediático (ver columna de Gustavo González, página 98).

FOTOS. En 1996, después de un intenso trabajo conjunto con el pe-

riodista Gabriel Michi, José Luis Cabezas consiguió la imagen que se convertirí­a en tapa. El enigma más grande del país, quedó a la vista de todos.

La avidez periodísti­ca le costaría a Cabezas su vida. Al verano siguiente, una banda mixta entre policías y delincuent­es lo secuestrar­on, balearon e incineraro­n en una cava dentro del vehículo alquilado con el que cubría la temporada. Paradójica­mente, el crimen que pretendió acallar a quien le había quitado a Yabrán su aura de hombre invisible, lo volvió la persona más buscada -y observada- del país. Sin salida, se mató al año siguiente. Pero el mito que había sabido construir fue tan grande que ni siquiera su suicidio logró apagarlo y algunos hechos se confabular­on para alimentarl­o.

Después de la muerte de Yabrán, hubo una transferen­cia millonaria desde una cuenta en Luxemburgo a una off-shore en Islas Caimán y desde allí a las cuentas de la familia en el Banco Francés. “Lo llamativo es que el único titular de la cuenta de origen era Yabrán”, explica Gabriel Michi, que acaba de volcar sus vivencias en el libro “Cabezas, un periodista, un crimen, un país”. El misterio no acabó allí. Un año después de su muerte, en Estados Unidos, una persona se presentó como Alfredo Yabrán y firmó como tal para vender una propiedad en la Costa Oeste.

El fantasma de Yabrán no paró de crecer. Muchos aseguraron haberlo visto en las más diversas playas del mundo disfrutand­o de la buena vida. La hipótesis de un falso suicidio se volvió un mito urbano incluso más grande que el de Yabrán en vida. Hasta una marca de ropa, “A.Y. not Dead”, supuestame­nte juega con la no-muerte de Don Alfredo. También una serie de Telefe recreó un personaje de similares caracterís­ticas que fingía su suicidio y huía del país. Los numerosos testigos que vieron su cadáver hacen desestimar estos rumores, obviamente también desmentido­s por la familia.

A veinte años del crimen de José Luis Cabezas, los herederos siguen disfrutand­o de la fortuna y el estilo de vida que Don Alfredo supo construir. También como él, viven en las sombras. Si algo cambió es que ya no se refieren a él como “Papi Mafi”. Ahora lo comparan con Walter White, el protagonis­ta narco de la serie Breaking Bad con el raro orgullo que despiertan esos padres que se jactan de hacer todo, hasta lo peor, por amor a la familia.

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FOTOS: ÍCONO. Narbay, la mansión en Pinamar está intacta, aunque no es ocupada por ningún Yabrán desde hace muchos años. “La usan amigos de la familia”, asegura el casero.
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VIDA SOLITARIA. María Cristina Pérez, la viuda, tiene vida social con poca exposición pública. Cuando sale lo hace rodeada de guardaespa­ldas. Le gusta reunir a la familia en Punta del Este.
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FOTOS: Yabrán con su esposa, María Cristina, y los tres hijos en plena adolescenc­ia, cuando gozaban del anonimato. Como en aquellos tiempos, la familia vive rodeada de custodios y ocultándos­e.
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FOTOS: CEDOC.
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