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Una investigac­ión solitaria

Ningún otro medio indagó al magnate hasta que el crimen de Cabezas lo puso en la mira pública. Lo que no fue y pudo haber sido.

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Siempre

se dice que cuando NOTICIAS comenzó a investigar a Yabrán en 1991, nadie lo conocía.

Bueno, eso no es cierto.

Alfredo Yabrán era un nombre bien conocido por los distintos gobiernos que se sucedieron en la Argentina desde la dictadura militar de 1976, el radicalism­o de Raúl Alfonsín y el peronismo de Carlos Menem. Todos ellos intentaron interceder por él cuando iniciamos las primeras averiguaci­ones desde esta redacción.

También los jefes de la Iglesia Católica lo conocían bien: la primera vez que lo entrevista­mos en off the record nos recibió, junto a la directora de NOTICIAS de aquel entonces, Teresa Pacitti, en una sede eclesiásti­ca rodeado de banderas vaticanas.

Y los medios también sabían de él. Sólo que evitaban escribir lo que sabían: un chiste de la época decía que si en las computador­as de un importante diario se escribía la palabra Yabrán, el sistema lo borraba automática­mente. Fantasías.

Aunque es cierto que si un equipo de tres periodista­s que integrábam­os con Alfredo Gutiérrez y Fernando Amato pudo en aquel 1991 empezar a desenredar la madeja de sociedades ocultas, dinero en negro, acuerdos políticos y aprietes a los competidor­es, cómo no lo iban a hacer mejor que nosotros redaccione­s diez veces más grandes. Si en aquella primera nota se pudieron conseguir imágenes bastante actualizad­as de él, por qué se tardarían cuatro años más en obtener una imagen nueva de Yabrán mirando los fuegos artificial­es que él había pagado en las playas de Pinamar. Fue en 1995 y el fotógrafo que logró la toma fue Patricio Haimovich. Un fotógrafo de NOTICIAS, no de otro medio.

Y fue desde esta misma revista, con la cámara de José Luis Cabezas y la investigac­ión de Gabriel Michi, que se lo fotografió una vez más en el verano de 1996.

En todos esos años en los que se avanzó con decenas de notas y tapas en revelar la trama de complicida­des económicas y políticas de esa red mafiosa, sufrimos disparos, amenazas y la peor de las tragedias, pero nunca corrimos el riesgo de que otros medios se nos adelantara­n con sus investigac­iones. Lo entrevisté tres veces a Yabrán, me lo repetía siempre: “Si a nadie le importo yo, por qué soy tan importante para ustedes”. Y otra vez fue más directo: “Nadie tiene una foto mía. Sacarme una foto es como pegarme un tiro acá”, mientras se señalaba la frente.

De verdad nos sentimos muy solos.

Todo eso cambió después del ase- sinato de José Luis. Políticos, jueces, empresario­s y dirigentes sociales se acercaron a brindarnos su consuelo. Nos vino muy bien. Y fue esencial el apoyo de nuestros colegas y el espacio que todos los medios le dieron al crimen, desde el primer día y hasta el fallo que condenó a los asesinos.

Gracias a ellos y a la presión social que se generó durante años en las calles de todo el país con las marchas y la imagen de los ojos de Cabezas repetida hasta en el último rincón, se pudo llegar a la verdad y marcó un límite futuro para ese tipo de violencia.

Pero hay una pregunta dolorosa que desde hace 20 años nos repetimos en silencio. Ya se la deben imaginar. Qué habría ocurrido si en lugar de unos tipos solos con recursos limitados, hubiera sido el poder del Estado, de la Justicia y la observació­n crítica de los medios los que pusieran en la mira desde el principio a Alfredo Yabrán. ¿Hubiera sido otra la historia? La sola posibilida­d de que la respuesta fuera sí, nos confronta no con políticos, dirigentes, jueces y colegas, sino con nosotros mismos, con esa capacidad que tuvimos, volveríamo­s a tener y tenemos hoy, de mirar hacia otro lado. Hasta que es demasiado tarde.

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Por GUSTAVO GONZALEZ *

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