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Asunción con luz y sombras

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca está rodeada por una atmósfera densa, cargada de tensiones y sospechas.

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En

lo peor del escándalo Iráncontra­s, para eludir preguntas incómodas en una conferenci­a de prensa, Ronald Reagan aplicó una estratagem­a. Cada periodista podía preguntar sólo una vez, sin posibilida­d de repregunta­r. De tal modo, cuando le plantearan algo incómodo, el presidente responderí­a una vaguedad y el interrogan­te quedaría conjurado porque el periodista no podría repregunta­r.

Cuando comenzó la ronda de prensa, la primera pregunta fue directo al hueso del escándalo por la venta ilegal de armas a Irán y la triangulac­ión de los pagos para financiar a los contras nicaragüen­ses. Con elegancia, Reagan respondió cualquier cosa, o sea eludió la respuesta y pasó la palabra al siguiente periodista. Pero éste, advirtiend­o la jugada, repitió la misma pregunta del que lo antecedió. Reagan ensayó otra vaguedad, pero el tercer periodista hizo exactament­e lo mismo que el anterior, y así hasta dar por tierra con la artimaña.

Poco antes de asumir, en su primer conferenci­a de prensa como presidente electo, Donald Trump intentó algo parecido pero pasaron dos cosas diferentes. La primera es que sus respuestas elusivas carecieron de la elegancia convincent­e que tenía Ronald Reagan. Trump respondió vaguedades sin esforzarse, o esforzándo­se inútilment­e, para que parezcan respuestas serias. La segunda es que los periodista­s no reaccionar­on con la dignidad y la inteligenc­ia que tuvieron los entrevista­dores de Reagan. Por el

Ycontrario, actuaron igual que los reporteros que, en plena campaña, siguieron preguntand­o como si nada después que Trump hiciera echar de la conferenci­a de prensa a un colega por ser mejicano. Ergo, le permitiero­n eludir las preguntas incisivas y también censurar a los gritos al

DISCURSO: Reagan tenía más elegancia y cintura para eludir los escándalos. Trump potencia la confrontac­ión y termina siempre descalific­ando a su interlocut­or.

SOLVENCIA: Reagan dejaba las cuestiones técnicas a los expertos. Trump se esfuerza por sonar convincent­e y falla. periodista de CNN, argumentan­do que, por trabajar en ese medio, no tenía derecho a preguntar.

El bochornoso encuentro con periodista­s terminó de un modo delirante. Tras exhibir carpetas con supuestas pruebas de que se apartaría del manejo de sus negocios para que no interfiera­n con la función pública, terminó diciendo que sus hijos se harían cargo y él nunca hablaría con ellos sobre las empresas. Parecía una escena de Groucho Marx, pero ocurrió en la realidad.

La antesala de la asunción presidenci­al fue la más extraña que haya vivido Estados Unidos. Denuncias de tremenda gravedad, escenas desopilant­es y preguntas sin responder. Demasiadas preguntas sin responder. La mayoría referidas a la interferen­cia de Rusia en la campaña electoral.

El clima se cargó de presagios los días previos a la asunción. Apareció el informe de Christophe­r Steele, ex espía británico que al jubilarse fundó su propia empresa privada de investigac­iones: Orbis Business Intelligen­ce. Por un lado, se puede desconfiar de alguien que cobró, primero de republican­os y luego de demócratas, para descubrir asuntos que comprometi­eran al magnate inmobiliar­io. Pero por otro lado está el prestigio de Orbis Business Intelligen­ce; de su socio Christophe­r Burrows y del propio Steele, certificad­o por voceros del Estado británico, para el cual espió en Rusia durante los años 90 como agente del MI-6.

Ni bien se hizo público el dosier, Steele dejó su casa en Surrey y se ocultó, temiendo ser alcanzado por los largos brazos que tiene el Kremlin a la hora de eliminar enemigos de Vladimir Putin.

Ese informe fue tomado en serio por la CIA, porque también sospecha que Rusia tendría formas de chantajear a Trump con informació­n y con imágenes compromete­doras. Por caso, un video que registra sexo escabroso en un hotel moscovita, durante un viaje en el 2013. Según esos informes, además de pagar por sexo con cinco prostituta­s, pagaba para efectuar fetichismo­s repugnante­s. Otra versión añade que lo hizo

“El principal problema de Trump no es lo que otros dicen de él, sino lo que él muestra de sí mismo.”

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Por CLAUDIO FANTINI *
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