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Mujer, lectora y personaje

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Encargadad­e recibir el Nobel en nombre de Bob Dylan, autora de un álbum musical mítico (“Horses”), pintora y dibujante, tuvo un fuerte impacto con “Éramos niños”, sobre su relación con el fotógrafo Robert Mapplethor­pe.

Ahora lo perfeccion­a y amplía con este libro de memorias profundo, variado y de tono absolutame­nte propio. En parte se debe a la condición de figura de la cultura que se mezcló de forma directa o indirecta con algunos de los nombres clave del siglo XX: William Burroughs, Jean Genet, los japoneses Akutagawa, Yukio Mishima, Osamu Dazai o Murakami, y el chileno Ro- berto Bolaño. Ella misma se va convirtien­do en un gran personaje literario. Mezcla planos diversos como el sueño, los deseos realizados o frustrados y, a esta altura de la vida, el recuerdo conmovido o lúcido de numerosos amigos y seres queridos desapareci­dos. En ese sentido, maneja con especial discreción y emoción la figura de su marido Fred, muerto hace tiempo.

Entre los rasgos más personales está la necesidad de contar con un café donde escribir (quiso tener uno, pero no le alcanzó el dinero), o la tarea de ir a recoger piedras de la cárcel donde estuvo Genet para hacérselas llegar, o su participac­ión en un grupo casi secreto que gira alrededor de la Deriva Continenta­l tectónica (y por lo tanto de Alfred Wegener). En los sueños es esencial la figura de un cowboy, una especie de guía zen. Suele comer tostadas de pan negro untado con aceite de oliva y café solo, o encerrarse en un hotel a ver los capítulos de sus series policiales favoritas.

El libro nunca decae, mantiene del principio al fin su altura narrativa y poética, convirtién­dose en uno de los mejores en el terreno de las memorias. Así como le cuesta aceptar los golpes no sólo de enfermedad­es y accidentes en los seres humanos, sino también de huracanes o desarrollo­s inmobiliar­ios en los paisajes urbanos, también le cuesta despedirse del libro.

Con reticencia, se resigna a escribir al fin un epílogo donde habla de Lou Reed, otra pérdida, definido como el rey de Nueva York. El papel de cholula o hasta de turista cultural que podría sugerir su movimiento permanente queda borrado, sumergido por entero en su gravedad y humor, en su emoción y talento. En su capacidad para sentir, vivir y crear.

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