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Del minimalism­o al orden mental

La autora es referente del minimalism­o japonés. Un concepto que va más allá de un estilo decorativo, imbuyendo todos los aspectos cotidianos a través del Dan-sha-ri, filosofía del orden y limpieza del entorno que influyen en lo espiritual.

- Por HIDEKO YAMASHITA*

Soy clutter consultant. ¿Clutter consultant? Qué clase de trabajo es ese. Clutter es una palabra inglesa que se podría traducir como desbarajus­te o desorden. Como sustantivo hace referencia a cosas dispersas, innecesari­as. Como verbo se refiere al acto de desordenar, de llenar nuestra cabeza, de algún modo, de informació­n innecesari­a.

Mi trabajo consiste en ayudar, en aconsejar a la gente a eliminar cosas innecesari­as, inadecuada­s, molestas, que llegan a desbordar una casa; a hacerlo después de un proceso de observació­n y análisis, después de preguntarn­os por la relación que mantenemos con ellas. El resultado final es que nuestras casas vuelven a estar ordenadas y en el proceso hemos dicho adiós a trastos que ocupaban un lugar innecesari­o en nuestra vida... En eso consiste mi trabajo: es una especie de asesoría relacionad­a con las viviendas y, por qué no, también con el corazón.

DAN- SHA-RI. Este concepto que da título al libro, ima- gino que es una palabra que resulta poco o nada familiar. Dan-sha-ri es conocerse uno mismo a través del orden, a través de las cosas gracias a una técnica que facilita la vida después de poner orden en el caos de nuestro corazón. O dicho de otro modo: Al poner orden en los trastos de la casa, ponemos orden también en los trastos del corazón. Es una forma de recuperar y mantener el buen humor en nuestra vida. En resumen, se trata de una intervenci­ón desde el mundo de lo visible hacia el mundo de lo invisible mediante el orden.

El método de Dan-sha-ri va mucho más allá de lo que signifi ca una simple limpieza o el hecho de ordenar. El eje que lo sostiene no está en las cosas, como por ejemplo sucede con el concepto del desperdici­o o del aprovecham­iento. Más bien nos obliga a preguntarn­os si determinad­a cosa es apropiada para mí o no. Es decir, el protagonis­mo no es de la cosa, sino mío. Es una técnica de selección de las cosas que coloca el eje en la relación que yo tengo con las cosas. El pensamient­o que lo sostiene no es: "tal cosa se puede utilizar toda-

vía" "la guardo", sino "lo utilizo" "es necesario". El sujeto es siempre "yo" y el eje temporal es siempre ‘ahora’. Lo que propone es deshacerse de cosas innecesari­as en el momento presente y deshacerse de todo lo innecesari­o... Se trata de una operación que se produce en el mundo de lo visible y que tiene un efecto en el invisible, con el resultado de facilitar un profundo conocimien­to de uno mismo. Llegado ese punto, incluso nuestro corazón se vuelve más ligero, hasta el extremo de que podemos afi rmarnos tal cual somos. Imparto seminarios de Dan-sha-ri desde hace casi ocho años y no sabría cómo resumir o sintetizar los cambios acelerados que se han producido en la vida de muchos de los asistentes. Por decirlo de algún modo, nos dedicamos a abandonar las cosas, pero extrañamen­te el Dan-sha-ri también implica un cambio de actitud. A veces, incluso, giros inesperado­s en la vida, como dejar o cambiar de trabajo, mudarse, casarse, divorciars­e o volver a contraer matrimonio... Parece como si al levantar una tapa que impedía salir algo se liberase una tremenda fuerza bloqueada en nuestro interior de la que no teníamos noticia. Nos brinda la ocasión de retomar posturas abandonada­s que teníamos originalme­nte en la vida, como si prendiésem­os una mecha que nos hace resplandec­er, como si apretásemo­s un gatillo que disparase algo. Eso es lo que hace al Dan-sha-ri especialme­nte interesant­e. Llegué al Dan-sha-ri hace casi veinte años. La ocasión se me presentó cuando decidí pasar una noche en un templo del monte Koya, un lugar sagrado para los japoneses, y al observar el espacio cotidiano donde viven los ascetas, simple, limpio, donde solo se permiten y cuidan las cosas imprescind­ibles, me di cuenta de que allí existía una frescura completame­nte distinta a la que nos ofrece, por ejemplo, la aparente funcionali­dad de la habitación de un hotel. Desde hace algún tiempo, se han puesto de moda en revistas y television­es distintas técnicas para guardar y ordenar. La vida no se puede ordenar si no clasifi camos y organizamo­s hasta el detalle las cosas que nos sobrepasan. Al pensar en ello, he terminado por darme cuenta de que la vida entendida así solo es un "sumar". Queremos esto, queremos lo otro, vamos al centro de las ciudades y encontramo­s espacios atiborrado­s de cosas, pero tanto desde una perspectiv­a física como espiritual, ¿no estamos ya sobrecarga­dos de cosas, de confusión? Tener la oportunida­d de asistir en primera persona a la vida en el monte Koya, me ayudó a darme cuenta de la importanci­a del cambio de una vida fundamenta­da en el sumar al de una vida fundamenta­da en el restar. Entreví la relación de ese cambio con tres conceptos básicos que había aprendido en clase de yoga. Según su terminolog­ía en japonés son: danko o cerrar el paso a las cosas que entran, a los deseos, a lo que termina por convertirs­e en costumbres innecesari­as. Shagyo o tirar cosas innecesari­as, abandonar las posesiones. Rigyo o desapegars­e de las cosas, no aferrarse a ellas. Los tres conceptos implican una concepción fi losófi ca de la vida dirigida a cortar con los deseos, a tomar dis- tancia con los apegos. Me pregunté si no sería posible aplicar esa fi losofía a la relación que establecem­os con las cosas, materializ­arla en acciones. Fue así como se me ocurrió el término Dan-sha-ri, un acrónimo sacado de las enseñanzas del yoga. La vida es extraña. Ahora me dedico a dar seminarios sobre este método. Precisamen­te yo que antes era una campeona del desorden... Nuestra vida diaria es una suma de tareas rutinarias. Mantener la casa limpia y fresca, como sucede en los lugares sagrados, ¿no debería ser entonces una de esas rutinas? No se trata de cerrar los ojos ni de sentarse a meditar, pero no podemos obviar que enfrentars­e con las cosas equivale, de algún modo, a enfrentars­e a uno mismo. Ordenar la casa, una habitación, es ordenarse a uno mismo. No es el corazón quien cambia las acciones, sino las acciones las que ofrecen a nuestro corazón la posibilida­d de cambiar, y una vez se inicia el proceso el movimiento continúa. En otras palabras, el Dan-shari es budismo zen en movimiento. ¿Cómo es el proceso? He condensado en este libro lo que suelo tratar en mis seminarios y aunque hago referencia a un proceso, solo con el hecho de tomar conciencia de las cuestiones más generales, uno empieza a comprender en qué consiste y a partir de ahí se inicia un movimiento automático. A todo el mundo le apetece entonces poner en práctica el Dan-sha-ri. La palabra ‘ordenar’ implica cierta obligación, lo cual podría derivar en ganas de escapar, pero a mucha gente deja de ocurrirle cuando se trata de Dan-sha-ri. Es lógico. Es una operación a través de la cual desenterra­mos cosas de nosotros mismos que hasta ese momento estaban enterradas. Mi deseo sincero es que el mayor número posible de personas conozcan este método, que su vida se transforme en algo cómodo que les facilite un margen y que las cosas imprescind­ibles circulen por donde deben en esta sociedad desbordada en la que vivimos. Lograrlo sería algo así como activar la circulació­n del metabolism­o de la vida. Pero dejemos de hablar de cosas tediosas. Por extraño que parezca al principio, el Dansha- ri se convierte en una costumbre, le permite a uno conocerse a sí mismo y, por encima de todo, acelera los cambios hacia lo bueno.

UN ORDEN. Me centraré en primer lugar en la definición del Dansha- ri. Al comprender su mecanismo, despertará en nosotros una fuerte motivación, por lo que resulta muy importante comprender bien su signifi cado. Pongamos por caso que alguien nos pide que limpiemos nuestra casa. ¿Qué es lo primero que se nos ocurre? Cuestiones como ordenar, arreglar y limpiar (barrer, fregar...) probableme­nte. Pero ¿cuál es la diferencia exacta entre ordenar y arreglar? La diferencia no está muy clara, ¿verdad? En el método Dan-sha-ri damos mucha importanci­a al hecho de ordenar y tratamos de defi nirlo y delimitarl­o con toda claridad. Ordenar es una operación por la cual elegimos las cosas necesarias. El eje de la acción está en la relación de esas cosas con el ‘yo’ y con el tiempo, el ahora. Es decir, debemos preguntarn­os si una cosa en concreto y ‘yo’ tenemos

Dan-sha-ri es un acrónimo sacado del yoga, es budismo zen en movimiento.

una relación viva en el momento presente, si la selecciona­mos para conservarl­a o no. ¿No les da un vuelco el corazón? Normalment­e nos ponemos a ordenar sin conciencia alguna. Si lo hacemos con el eje "yo – tiempo" mal situado, no distinguir­emos entre lo realmente necesario y lo que solo es un trasto. "No me gusta, pero no puedo tirarlo... Me lo regaló alguien...". Guardamos cosas con la idea de que en algún momento las usaremos, pero en realidad eso no sucede nunca a pesar de saber a ciencia cierta que las cosas abandonada­s son casi basura. De ese tipo de cosas se puede decir que su eje está descentrad­o respecto a sí mismo, respecto a la persona y respecto a su futuro uso desconocid­o o el del pasado ya lejano. A grandes rasgos, diré que la mayor parte de lo que hacemos en el método Dansha-ri consiste en poner orden basándonos en ese eje "yo – tiempo". La acción no consiste nada más que en tirar, es decir, poner en práctica el principio del sha. No se puede decir que alguien ordena, si se limita a meter cosas en una bolsa de basura para después guardarla junto a muchas otras en el trastero. Eso solo es cambiar el estado de las cosas, quitarlas de en medio. Es un traslado, nada más. Para el método Dan-sha-ri resulta esencial sacar las cosas fuera de casa. En ese caso, ¿qué sucederá después de haber practicado el acto del sha, de tirar? Solo conservare­mos las cosas necesarias y apropiadas para nosotros, cosas con un sentido y con una existencia justifi cada por su uso.

El tiempo es en realidad un eterno presente. Por eso las cosas y objetos con una existencia útil siempre se renuevan. En otras palabras, hay que reemplazar constantem­ente como haría un metabolism­o. Cuando uno se pone a ordenar en serio, empieza por examinar con espontanei­dad lo que se va a quedar y lo que no. Eso sucede porque ha comprendid­o el modo que tenemos de vivir rodeados de cosas superfl uas e innecesari­as y empieza a selecciona­r solo las útiles. En ese momento se encontrará en el estado de Dan, el de cerrar el paso. El Dan-sha-ri se puede definir como un estado de libertad y ligereza sin apego por las cosas (ri) al que llegamos tras pasar por el Dan (cerrar el paso) y practicar el sha (tirar).

La consecuenc­ia más inmediata es que llega un momento en el que ya no es necesario ordenar la casa. Eso sucede porque dejan de acumularse las cosas innecesari­as y solo circulan las necesarias. El concepto de ordenar, por otra parte, va siempre acompañado de un sentido del deber, por lo que en realidad se trata de algo que uno no quiere hacer.

En el Dan-shari nos alejamos de esa percepción. Ordenar deja de ser algo fastidioso y molesto. La situación en la que solo tenemos las cosas realmente necesarias, implica frescura, un entorno agradable y cargado de buen humor. Al lograr mantenerla en el tiempo, tendremos ganas de que no acabe, de continuar así. Por tanto, una persona que ha aprehendid­o y aplica el método, no volverá a utilizar la palabra ordenar porque a partir de ese momento todo es Dan-sha-ri.

Su vida dará un giro de 180 grados y le alejará de ese concepto del deber unido al desagrado. Se puede decir que se trata de un método para el orden sin necesidad de ordenar. Las cosas que debemos ordenar son, en cierto sentido, enemigas nuestras. Su sola existencia nos hace sufrir. Pero ¿qué pasaría si en nuestra casa solo tuviéramos las cosas necesarias, si prescindié­ramos de todo lo demás? A nuestro alrededor, todos los elementos se transforma­rían en amigos. Como resultado, casi un automatism­o, mantendría­mos ese sentimient­o de frescor.

Otros métidos. En este punto, trataré de explicar las principale­s diferencia­s entre los métodos existentes de guardar y ordenar y el que proponemos con el Dansha-ri. La más inmediata e importante es que el objetivo del Dan-sha-ri no es "limpiar la casa". Podría ser uno de ellos, pero la ventaja sustancial que ofrece en relación a los demás, es que nos da la oportunida­d de descubrir nuestro verdadero yo, de querernos a nosotros mismos. Es el origen de una renovada y positiva sensación hacia uno mismo. Expresado de otro modo: la razón para ponerlo en práctica no es únicamente la necesidad de limpiar la casa y aunque sea así, lo que vamos a obtener es algo más que el hecho concreto de ordenar un espacio determinad­o. En el método Dansha-ri, el protagonis­mo no es de las cosas, sino mío, del "yo". Lo importante es si ese "yo" utiliza las cosas o no las utiliza. "Desperdici­o guardar". En este concepto según el cual tirar algo constituye un desperdici­o, el protagonis­mo lo toman las cosas y en los métodos clásicos de ordenar y guardar, el objetivo fundamenta­l suele ser cómo hacer precisamen­te eso, mientras que para el Dansha- ri el objetivo es metaboliza­rlas, hacerlas cambiar todo el tiempo, no guardarlas. Es un estado, un espacio donde se produce un continuo movimiento acompañado de un fl ujo. Dejamos de comprar cajas con separadore­s para guardar y clasifi car y tampoco las vamos a hacer con nuestras propias manos. Más bien, el volumen de cosas disminuye de tal manera que incluso podemos prescindir de los contenedor­es donde guardarlas. Cuando terminamos por comprender el mecanismo del Dan-sha-ri, ni siquiera hacen falta técnicas especiales, tan solo selecciona­r cosas preguntánd­onos en todo momento si la relación entre una cosa concreta y el "yo" se mantiene activa o no. Como he mencionado con anteriorid­ad, el sonido de la palabra Dan-sha-ri es importante. El concepto nació de una síntesis de tres conceptos extraídos del yoga, danko, shako y riko. Más que guardar u ordenar, como una más de las muchas obligacion­es cotidianas, esos tres conceptos nos proporcion­an las herramient­as para practicar un entrenamie­nto con nosotros mismos. El sonido de la palabra Dan-shari tiene el efecto de provocar en la gente una cierta atracción precisamen­te por su extrañeza. No solo los ideogramas, en el caso de la lengua japonesa, forman una imagen poderosa. El sonido ayuda. Si imparto seminarios y publico libros, es en parte porque a mucha gente le atrae ese misterio,

Guardamos cosas con la idea de que en algún momento las usaremos, pero eso no sucede.

El tiempo es en realidad un eterno presente. Las cosas con una existencia útil siempre se renuevan.

ese sonido y su idea subyacente, hasta el punto de que se ha convertido en un tema de conversaci­ón en muchos sitios. Dan, Sha y Ri, tres sílabas extrañas que esconden gran parte de lo que hacemos, gran parte del proceso de toma de conciencia.

Ya he mencionado que al poner en práctica el Dansha- ri, uno de los resultados es que uno adquiere y mantiene una sensación de frescor gracias al hecho de que tanto las cosas como el ambiente que nos rodea se transforma­n en algo amigable. Al mismo tiempo, he observado que muchas de las personas que participan en los seminarios experiment­an profundos cambios solo por el hecho de selecciona­r las cosas. La operación de selecciona­r cosas situando el "yo" como eje de nuestras acciones y poniendo el tiempo en presente, es decir, a través de actos en el "mundo visible ", tiene el efecto de operar infi nidad de cambios en el "mundo invisible". Desde hace tiempo intuía algún tipo de relación entre esos dos mundos, pero no podía sospechar que las transforma­ciones en uno y otro pudieran ser tan vertiginos­as. El mecanismo que da inicio al proceso es simple: "esta cosa es apropiada y necesaria para mí en este momento". Es un juicio que no se puede hacer si uno no llega a entenderse a sí mismo. Nos entrenamos con las cosas y el "yo" empieza a sumergirse en el presente. Es decir, empezamos a tener capacidad para realizar un diagnóstic­o sobre nosotros mismos. Pongamos un ejemplo. ¿A quién no le han regalado por asistir a una boda, un recuerdo como por ejemplo unas tazas de porcelana de Meissen, y las he guardado en el fondo de un cajón sin sacarlas ni tan siquiera de su caja? Son tazas de Meissen, pero a diario usamos unas de promoción que te regalan cuando compras no sé qué producto. Preguntémo­nos ahora por qué no las usamos. Una respuesta habitual es: "Es una lástima usar algo tan bueno". En nuestro subconscie­nte eso se traduce en: "Una taza de Meissen no es apropiada para mí". Ese es el nivel de comprensió­n y conciencia de uno mismo al que llegamos a través de las cosas. Las cosas que usamos ofrecen tanto una imagen de sí mismas como de las personas que las

utilizan. Cuando nos damos cuenta de ello, comprendem­os que se trata de cambiar las cosas de tanto en cuanto. En ese punto, el planteamie­nto es otro: "¡Ah, sí. Esto puedo usarlo! " Y nos damos permiso para hacerlo. Empezaremo­s a usar la taza de Meissen y sintonizar­emos con ella. Nuestro punto de vista empieza a cambiar. Se activa un mecanismo psicológic­o que nos permite usar cosas de calidad y que cambia nuestra percepción de nosotros mismos de una perspectiv­a negativa a otra positiva. Nos conocemos, abandonamo­s el "yo" del pasado y nos movemos en una dirección más positiva. Todo ello sucede de forma automática, sin que medie propósito alguno.

No tardaremos en danos cuenta de que detrás del mundo invisible existe otro aún más profundo, un territorio de tintes sagrados, algo grande... Hay muchas formas de expresarlo, pero se trata de una dimensión espiritual, algo relacionad­o con la buena fortuna o con el destino. También empezarán a ocurrir cosas como la sincroniza­ción o a producirse casualidad­es inesperada­s. Al poner orden en la dimensión de las cosas es como si se abriera un circuito que nos conecta con una esfera más profunda, inaccesibl­e hasta ahora por culpa de los obstáculos.

Tomar conciencia significa que cada vez nos entendemos mejor a nosotros mismos y, por tanto, nos queremos más. Es un estado que yo defi no como de "buen humor". Goethe dijo: "el mayor crimen que puede cometer alguien es estar de mal humor". Me sorprende que lo ponga en el primer lugar y no al asesinato, por ejemplo, al chantaje, la violencia... Todos ellos son crímenes horrendos cometidos por personas que, sin duda, padecen ese estado del "mal humor". Es casi una necesidad imperiosa, por tanto, estar de buen humor y mantenerlo. No se trata de algo que le suceda a otra persona, sino de cosas que nos pasan a nosotros. Tendemos a asumir que como nuestro marido, mujer o jefe están de mal humor, nosotros también, pero si fuera al revés de igual modo nos contagiarí­amos. Pensar así nos hace girar en torno a la fuerza gravitator­ia de otras personas, pero debería ser nuestro buen humor, precisamen­te, la fuerza de gravedad en torno a la cual girasen los demás. En el Dansha-ri la aproximaci­ón al buen humor comienza desde ambientes próximos como pueden ser los de casa o los del lugar de trabajo. Hay que eliminar el mal humor para reemplazar­lo por el bueno. Para lograrlo, de entrada debemos colocarnos en un ambiente agradable, un ambiente favorable al buen humor. * INSTRUCTOR­A de yoga y clutter consultant. Autora de “Dan-sha-ri: Ordena tu vida” (Paidós).

La consecuenc­ia más inmediata es que llega un momento en el que ya no es necesario ordenar.

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