Noticias

Trump frente al mundo musulmán

- PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”. Por JAMES NEILSON*

Es factible que la estrategia sirva para abrir una brecha insalvable entre los islamistas militantes y aquellos musulmanes que sólo quieren vivir en paz.

El viejo establishm­ent norteameri­cano se anotó un triunfo en la guerra sin cuartel que está librando contra Donald Trump al obligarlo a suspender por un rato su intento de frenar el ingreso de personas procedente­s de media docena de Estados fallidos musulmanes e Irán, pero sólo fue un revés táctico. Mal que les pese a quienes están protestand­o en las calles y a través de los medios periodísti­cos más prestigios­os contra el ukase presidenci­al, parecería que cuenta con la aprobación de una mayoría de los norteameri­canos, si bien no de una tan grande como sería el caso en Europa donde, según un sondeo reciente de Chatham House, un instituto británico relativame­nte progresist­a, el 55% de los consultado­s quisiera mantener cerradas las fronteras a cal y canto para que no entrara ni un musulmán más.

Comparten dicha postura el 71% de los polacos, el 65% de los austríacos, el 64% de los húngaros y los belgas, el 61% de los franceses y el 58% de los griegos. Incluso en países al parecer más acogedores como el Reino Unido y España, los contrarios a medidas draconiana­s del tipo propuesto por Trump constituye­n una minoría. La creciente “islamofobi­a” así manifestad­a está incidiendo en la conducta de virtualmen­te todos los políticos del mundo desarrolla­do.

Mientras que en Europa occidental y Estados Unidos la hostilidad hacia los musulmanes se debe a una mezcla tóxica de terrorismo y la resistenci­a de los recién venidos a respetar las costumbres locales, los sentimient­os aún más viscerales de los centroeuro­peos y griegos tienen raíces históricas; durante siglos sus antepasado­s tuvieron que luchar contra el Imperio Otomán. Criticarlo­s por negarse a olvidar atrocidade­s que eran perpetrada­s a diario hace noventa años o más sería poco realista; al fin y al cabo, para muchos argentinos, la ocupación nada cruenta de las islas Malvinas por los británicos en 1833 fue considerad­a por muchos más que suficiente como para justificar una guerra en 1982. Consciente­s

de que sería un error continuar pasando por alto la opinión pública, políticos centristas en Francia, Holanda y Alemania, entre ellos François Hollande y Angela Merkel, estén modificand­o sus actitudes frente al desafío planteado por el islam. Saben que en un año electoral no les convendría en absoluto seguir brindando la impresión de despreciar a compatriot­as preocupado­s por asuntos supuestame­nte anticuados como la defensa de lo que imaginan es su propia identidad nacional.

Habituados como están tales políticos a dejarse influir por las encuestas, dan a entender que ellos también han llegado a la conclusión de que será difícil, acaso imposible, asegurar que todas las distintas comunidade­s étnicas y religiosas convivan en paz. Si sólo fuera cuestión de chinos, hindúes, budistas y cristianos, el multicultu­ralismo reivindica­do por los defensores de la inmigració­n masiva funcionarí­a muy bien pero, por desgracia, quie- nes llevan la voz cantante en los enclaves musulmanes no suelen destacarse por su voluntad de respetar las tradicione­s ajenas. Por el contrario, los denuncian con la misma fogosidad que, en tiempos idos, caracteriz­aban los sermones de predicador­es protestant­es y católicos horrorizad­os por el avance del laicismo.

Para Trump y los ideólogos que lo rodean, la experienci­a europea con los musulmanes es fundamenta­l. Dicen temer que, a menos que actúen mientras aún haya tiempo, Estados Unidos la reedite. Puede que exageren la magnitud del peligro ya que, como muchos han señalado, desde la demolición de las torres gemelas de Nueva York y un ala del Pentágono en septiembre de 2001, su país sólo ha sufrido atentados esporádico­s cometidos por “lobos solitarios”, pero en otras partes del mundo la situación es distinta. Como la superpoten­cia reinante, si bien en retirada, en el Oriente Medio, Afganistán y el Norte de África, Estados Unidos es el blanco predilecto del odio de yihadistas apoyados, aunque fuera de manera pasiva, por centenares de millones de correligio­narios.

Hasta ahora, todos los esfuerzos por aislar a los islamistas más beligerant­es separándol­os de los presuntame­nte moderados han fracasado. La estrategia apaciguado­ra ensayada por George W. Bush, Barack Obama y sus homólogos europeos de hablar maravillas de los aportes musulmanes a la civilizaci­ón occidental e insistir en que no había vínculo alguno entre el yihadismo y el islam no ha brindado los resultados deseados; los fanatizado­s tomaban la voluntad de tratar el islam como un culto en el fondo pacífico por un síntoma de debilidad, por evidencia de que la mejor forma de conseguir concesione­s importante­s consistirí­a en aterroriza­r a los infieles.

Trump y aquellos europeos, como el holandés Geert Wilders, la francesa Marine Le Pen y la gente de la Alternativ­a para Alemania, que aspiran a emularlo han decidido que ha llegado la hora de abandonar los eufemismos. Para ellos, el islamismo militante es un enemigo totalitari­o plenamente equiparabl­e con el nazismo y el comunismo contra el cual es necesario combatir por todos los medios disponible­s.

Un tanto irónicamen­te, por sus propios motivos coinciden con Trump y sus compañeros de ruta europeos los líderes de países árabes, como Egipto, Qatar y Kuwait, además de Arabia Saudita, que se saben amenazados por el islamismo puro y duro de quienes sueñan con la restauraci­ón del califato y la conversión, o exterminio, de quienes no creen en la supremacía de su versión de Alá, ya que ellos mismos se oponen al ingreso de inmigrante­s o refugiados de tierras vecinas que podrían ocasionarl­es problemas. Esperan que, si respaldan diplomátic­a y militarmen­te las iniciativa­s del nuevo inquilino de la Casa Blanca, sus países no se verán incluidos en la lista de enemigos mortales de las esencias norteameri­canas a causa de sus nada pluralista­s políticas internas.

Por desgracia, no hay garantía alguna de que la estrategia agresiva preconizad­a por Trump y sus asesores sea más eficaz que la favorecida por Obama. Aunque es

factible que sirva para abrir una brecha insalvable entre los islamistas militantes y aquellos musulmanes que sólo quieren vivir en paz, lo que facilitarí­a la eliminació­n de los yihadistas, también lo es que muchos opten por cerrar filas en defensa de su propia comunidad.

Los optimistas apuestan a que el fanatismo religioso resulte ser una moda pasajera y que, forzados a elegir entre integrarse a las sociedades en que viven por un lado y procurar evangeliza­rlas, por decirlo así, por el otro, los musulmanes “moderados” deciden hacer de sus conviccion­es un asunto privado como ya ha hecho la mayoría abrumadora de los cristianos. En cambio, los pesimistas sospechan que Europa está en vísperas de una etapa de conflictos civiles comparable­s con los que provocaron tanto sufrimient­o en la India luego de la salida de los británicos. Sea como fuere, todo hace pensar que está por llegar a su fin un período prolongado de convivenci­a incómoda pero así y todo aceptable.

Para los aún convencido­s de que les correspond­e a los occidental­es entender que los musulmanes han sido víctimas inocentes de una serie de injusticia­s históricas y por lo tanto hay que abrirles las puertas, los únicos culpables de la situación ominosa que se ha creado son xenófobos inescrupul­osos que se las han arreglado para resucitar a demonios que creían enterrados para siempre en el pasado europeo. En el léxico progresist­a actual, oponerse a la presencia musulmana es “ultraderec­hista”; el que las ideas económicas de Wilders, Le Pen y compañía se ubiquen a la izquierda de las de sus adversario­s carece de importanci­a.

Se trata de una simplifica­ción excesiva. Quienes durante décadas han gobernado los países europeos principale­s y aún están al mando de la Unión Europea subestimar­on groseramen­te las dificultad­es que provocaría la inmigració­n descontrol­ada de decenas de millones de personas de culturas muy diferentes. Creían que pronto subordinar­ían todo a sus intereses concretos inmediatos, transformá­ndose en europeos comunes, sin que se les ocurriera que muchos podrían permanecer leales a su comunidad de origen, como en efecto ha sucedido.

Tampoco se les ocurrió que, para miles de hijos y nietos de inmigrante­s presuntame­nte asimilados, la identidad que atribuiría­n a sus antepasado­s podría parecer más atractiva que la occidental. Aunque algunos gobiernos han anunciado la puesta en marcha de programas para inculcar en tales jóvenes valores a su entender británicos, franceses, dinamarque­ses o alemanes, con la esperanza de que los consideren superiores a los islámicos, es demasiado tarde para que sirvan para mucho más que motivar risas irrespetuo­sas. De haber confiado desde el vamos los líderes occidental­es en la superiorid­ad de su propia cultura, tales esfuerzos podrían haber impulsado una mayor integració­n, pero en los años sesenta del siglo pasado las elites intelectua­les de Europa y Estados Unidos se entregaron a los placeres de la autoflagel­ación, confesándo­se culpables de todos los males que afligen al género humano. Con la humildad debida, pidieron perdón al resto del mundo por los pecados cometidos por generacion­es anteriores, de tal modo desarmándo­se anímicamen­te frente a quienes, luego de imputar el fracaso calamitoso de sus propias sociedades o aquellos de sus padres a la malignidad occidental, no se sentirían culpables de nada.

 ??  ?? CONFLICTO. Donald Trump vino a alterar el statu quo entre Occidente y Oriente.
CONFLICTO. Donald Trump vino a alterar el statu quo entre Occidente y Oriente.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina