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Huracán Odebretch:

Tras la tormenta judicial que se originó en Brasil pero hoy salpica a toda la región, los vientos de cambio depurarán a toda la política.

- PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

tras la tormenta judicial que se originó en Brasil pero hoy salpica a toda la región, los vientos de cambio depurarán a toda la política. Por Claudio Fantini.

Odebrecht ya es sinónimo de vendaval político. Tiene su epicentro en Brasil. Pero sus vientos vienen barriendo viejos referentes políticos en casi toda la región. Alejandro Toledo, presidente peruano entre 2001 y 2006, es uno de los primeros en ser arrastrado­s (tiene arresto domiciliar­io en Estados Unidos y pelea la extradició­n a Perú donde ya le dictaminar­on la prisión preventiva).

Toledo es el primer indígena latinoamer­icano que llegó a ser presidente. Un hombre de origen pobre premiado por una entidad norteameri­cana que lo becó por su inteligenc­ia para estudiar en Estados Unidos, donde se convirtió en una celebridad académica de la Universida­d de Stanford. Ganaba muy bien con sus cátedras, conferenci­as, consultorí­as y funciones en organismos internacio­nales, pero las derivas de Perú entre el izquierdis­mo adolescent­e de Alán García en los ochenta y el pragmatism­o autoritari­o de Fujimori en los noventa, lo decidieron a zambullirs­e en la política de su país. Por eso regresó, enfrentó al fujimorism­o y tuvo un rol clave en su debacle.

Alejandro Toledo no sólo venció a Fujimori en la elección que el autócrata intentó adulterar con el fraude que, por evidente, motivó su caída. También mostró a los peruanos cómo funcionaba el sistema de corrupción que Fujimori manejaba a través del siniestro Vladimiro Montesinos. Y a renglón seguido, ya en la presidenci­a, consolidó el rumbo económico libremerca­dista que luego continuaro­n Alán García y Ollanta Humala, un izquierdis­ta y un nacionalis­ta filo-chavista, reciclados en liberales.

La economía abierta ha dado buenos resultados al Perú, por eso no es una buena noticia económica que esos tres ex presidente­s estén salpicados por el caso Odebrecht, siendo Toledo el más comprometi­do porque, de los 29 millones de dólares que la constructo­ra brasileña invirtió en sobornos para hacerse cargo de la construcci­ón de la carretera interoceán­ica, 20 millones habrían sido entregados al entonces presidente. Otra

figura clave que, de un momento a otro, puede ser sacudida por el caso Odebrecht es la del presidente colombiano Juan Manuel Santos. El reciente Nobel de la Paz por el acuerdo con las FARC, está negociando ahora con la última guerrilla que aún queda en la selva colombiana. Es el presidente que podría ahora poner fin a la larga historia del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la insurgenci­a de los sacerdotes rebeldes, como Camilo Torres y el español Manuel Pérez, que también inició su lucha armada en la década del sesenta y, del mismo modo que las FARC, terminó envilecién­dose y enriquecié­ndose con los secuestros extorsivos.

El hecho es que el capítulo notable que Santos va a dejar en la historia de su país, podría tener una página muy oscura. La “delación premiada” que aplica la justicia brasileña hizo que jerarcas de la empresa constructo­ra que pagó sobornos por casi ochociento­s millones de dólares en doce países, para hacerse cargo de obra pública, revelaran el aporte de un millón de dólares a la

campaña de Santos para su reelección en los comicios del 2014. Una crisis de pánico se extendió por los despachos principale­s del Palacio de Nariño. Y mientras Alvaro Uribe (el ex presidente y principal opositor) se alegra por el sacudón que podría tumbar la estatua de su archienemi­go político, en las listas que Odebrecht le está dando a la justicia brasileña apareciero­n también suculentas donaciones a la campaña de Oscar Iván Zuluaga, el candidato del uribismo.

A la hora de invertir en campañas electorale­s, Odebrecht era ecuánime. Ponía en todos los bolsillos para que, gane quien gane, el gigante sudamerica­no de la construcci­ón quedase bien posicionad­o.

Y el huracán salpicará a muchos otros dirigentes y países. Aunque en algunos no pasará absolutame­nte nada: en Venezuela, donde el chavismo recibió la porción más grande de la gran torta de sobornos, el poder tiene un blindaje judicial donde rebotan las denuncias. Pero en otros, como México, Guatemala, República Dominicana, e incluso Ecuador cuando el duro Rafael Correa ya no controle los resortes del poder, el ciclón Odebrecht puede cambiar el paisaje político.

No está claro que en Brasil vayan a caer las estatuas de Lula y Fernando Henrique Cardoso, pero sí está claro que quedarán manchadas. Igual que la de un prócer viviente de la transición democrátic­a: José Sarney.

A ese hombre opaco le tocó hacerse cargo de la presidenci­a del primer gobierno post-dictadura militar, por la súbita muerte de quien había sido elegido para pilotear la democratiz­ación: Tancredo Neves.

Brasil contuvo la respiració­n por dudar que Sarney estuviera a la altura del desafío que le tocaba. Sin embargo, no sólo supo conducir el difícil primer tramo de la democratiz­ación, sino que, de paso, impulsó con su colega Raúl Alfonsín nada menos que el Mercosur. La sospecha por los sobornos de Odebrecht basta para oxidar semejantes méritos.

Como presidente, Lula en persona promovió muchas de las inversione­s de grandes empresas brasileñas en la región y otros rincones del mundo. En el caso de Odebrecht, no es para nada seguro que el líder del PT haya cobrado como lobista por los grandes negocios que le hizo hacer, en particular con gobiernos amigos como el de Chávez, Kirchner y Correa, que se quedaron con los sobornos más grandes. Pero segurament­e Lula sabía que promoviend­o inversione­s brasileñas, también ganaba influencia regional repartiend­o la “Cajita Feliz”.

De ahora en más, los gobernante­s que antes presumían de ser amigos de Lula, si presidiero­n gobiernos nacionales o provincial­es donde hubo obra pública en manos de Odebrecht, van a esconder las pruebas de amistad y abrirán el paraguas para no ser salpicados.

Pero más allá del panorama dantesco que quedará cuando pase la tempestad, lo que está viviendo Latinoamér­ica a partir del Lava Jato es una purga que puede depurar la corrupción sus democracia­s.

El "Mani pulite" italiano (manos limpias) que protagoniz­aron magistrado­s milaneses encabezado­s por el juez Antonio Di Pietro, enterró una partidocra­cia decadente. En el caso del vendaval jurídico que está sacudiendo la partidocra­cia corrupta brasilera, sus efectos corrosivos no reconocen fronteras y cambian la institucio­nalidad en la mayoría de los países latinoamer­icanos.

Quizá lo que quede cuando se disipen las nubes, sean democracia­s más honestas y sociedades más exigentes con la línea moral de sus dirigencia­s.

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PROTAGONIS­TAS. Toledo (arriba) tiene arresto domiciliar­io en EE.UU. El fiscal peruano Hamilton Castro (derecha), que investiga las coimas de Odebrecht, pide la extradició­n a través de la cancillerí­a. Humberto Martinez (arriba), el fiscal colombiano que...
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