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El populismo contraatac­a

- Por JAMES NEILSON* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

AMauricio Macri nunca le han interesado demasiado “los códigos de la política”, este conjunto de reglas no escritas, pactos apenas confesable­s, tics, tabúes y prejuicios que tanto ha contribuid­o a la degradació­n del país. Con todo, si bien sería excesivo pedirle respetarlo­s, le convendría tomarlos en cuenta. No sólo los peronistas sino también muchos radicales, izquierdis­tas y otros son productos de la cultura política dominante. Acertaba David Viñas cuando calificó al peronismo como “el sentido común de los argentinos”. Aunque parecería que la mayoría entiende que sería insensato aferrarse a modalidade­s cuyo fracaso difícilmen­te podría haber sido más patente, una minoría sustancial sigue prefiriend­o lo de siempre, por corrupto y canallesco que fuera, al futuro más digno y más próspero que figura en el relato del oficialism­o actual.

Mal que le pese a Macri, hasta nuevo aviso tendrá que convivir con dicha realidad, lo que, entre otras cosas, significa que cualquier presunto error cometido por él o por integrante­s de su equipo podría tener consecuenc­ias fatales. Incluso aquellos políticos que entienden que a menos que mucho cambie el país no se recuperará de más de medio siglo de facilismo ruinoso están resueltos a defender a cualquier precio los privilegio­s que su propio gremio ha sabido acumular.

Para ellos, Macri y los CEOs que lo rodean son intrusos peligrosos que quieren privarlos de los puestos que creen suyos por derecho natural. Los acusan de carecer de sensibilid­ad social, de ser personajes fríos que, a diferencia de los demás políticos, se preocupan más por los malditos números que por las necesidade­s de la gente de carne y hueso. Se trata de un estereotip­o que no tiene relación alguna con los hechos concretos, ya que los macristas han aumentado el gasto social, pero de uno que no les será dado eliminar.

A más de un año de la derrota electoral imprevista que sembró confusión en sus filas, muchos peronistas se sienten impaciente­s. Creen que ha llegado la hora de iniciar una contraofen­siva encaminada a restaurar lo que para ellos es la normalidad, de ahí la orden a su tropa de Sergio Massa de tratar a Macri como si fuera un clon de Fernando de la Rúa. Fue su forma de insinuar que, con la ayuda de los sindicalis­tas combativos, piqueteros, intendente­s kirchneris­tas del conurbano, izquierdis­tas, intelectua­les contestata­rios y otros disconform­es con lo que está sucediendo en el país, los peronistas podrían reeditar lo de fines de 2001. Sueñan con helicópter­os. Sería con toda seguridad un desastre sin atenuantes para el país y para el grueso de sus habitantes que ocurriera algo así, pero acaso no lo sería para Massa mismo, razón por la cual la idea le pareció genial. Macri

alcanzó la presidenci­a en buena medida porque logró hacer pensar que no era un político como los demás. Para desquitars­e, los así desairados están esforzándo­se por convencer a la ciudadanía de que en verdad es congénitam­ente corrupto y por lo tanto no tiene derecho a criticar a Cristina y sus cómplices por haberse apropiado de una tajada del producto bruto nacional. El mensaje subliminal es que todos los políticos, en especial los procedente­s del rocamboles­co mundillo empresario local, son ladrones natos, de suerte que sería poco razonable indignarse por las fechorías de algunos.

Huelga decir que, para los decididos a bajarle las ínfulas morales a Macri, el asunto del Correo vino de perlas. No le sería suficiente asegurar que el conflicto entre el Estado nacional y el Grupo Macri se resolviera conforme la ley que, en este ámbito como en tantos otros, es laberíntic­a, sino que también tendría que evitar brindar la impresión de querer favorecer a sus propios familiares. Pudieron colaborar con el amigo Franco Macri los kirchneris­tas porque, como nos aseguraban, militaban en el campo nacional y popular, pero los macristas, que se jactan de su superiorid­ad ética, se ven constreñid­os a operar con muchísimo más cuidado. Los contrarios al Gobierno harán cuanto puedan para aprovechar lo que saben es el flanco débil del macrismo, los vínculos de muchos funcionari­os clave con el mundo empresaria­l. No habrá manera de impedir que surjan más conflictos de interés –auténticos o no, dará igual– en los meses próximos, ya que Macri y los ex CEOs que cumplen funciones en el gobierno nacional no podrán deshacer sus lazos con empresas que se verán afectadas por muchas decisiones oficiales. No les cabe más alternativ­a que la de procurar minimizar su importanci­a, aunque sólo fuera con el propósito de amortiguar el impacto de las denuncias interesada­s que, para regocijo de los peronistas, continuará­n produciénd­ose.

Para Macri, la hostilidad que tantos sienten hacia el segmento socioeconó­mico en que se formó es un problema nada fácil. Podría argüir que es muy positivo que a veces empresario­s opten por reciclarse en políticos y señalar que el mismísimo Juan Domingo Perón solía decir que el ministro de Economía debería ser un hombre de negocios exitoso, pero a pocos les convencerí­a tales afirmacion­es. Mientras que deportista­s, cantantes y otros han conseguido encontrar un lugar en una cofradía que de otro modo sería un club de abogados sin verse repudiados, por su mera presencia los empresario­s motivan sospecha. Si

bien el que en la Argentina el empresaria­do como tal sea mal visto puede incluirse entre las causas de su desempeño económico lamentable, son legítimas las dudas acerca de su voluntad de anteponer el bien común a los intereses inmediatos de su propio sector. No extraña, pues, que el conflicto entre el Grupo Macri y el Estado encabezado por Macri por el tema del Correo haya incidido negativame­nte en la imagen presidenci­al, aunque logró limitar el daño comprometi­éndose a confeccion­ar un protocolo para tales casos.

Otro error atribuido al Gobierno consistió en proponer cambiar levemente los montos asignados a los jubilados, lo que los hubiera privado de entre 17 y 100 pesos según la categoría. Como debió haber previsto, el amago provocó la reacción indignada de políticos, comenzando con Massa que, en sus días como jefe de la ANSES y, después, del gabinete de Cristina, se había adherido fielmente a la

larga tradición de hambrear a los jubilados so pretexto de que el Estado no estaba en condicione­s de pagarles lo debido, una tradición miserable que, para alarma de los economista­s ortodoxos, Macri dinamitó. Así y todo, por una cuestión de apellido, Macri podría sovietizar la economía nacional sin que sus adversario­s dejaran de tratarlo como un fanático del capitalism­o salvaje que odia a los pobres y quiere verlos sufrir. Todos los gobiernos cometen “errores”, es decir, hacen cosas que andando el tiempo los perjudican, pero convendría distinguir entre los estratégic­os, que a través de los años tienen consecuenc­ias luctuosas para la sociedad, por un lado y los tácticos por el otro que pueden remediarse en un par de días. En opinión de algunos, el error más grave, o sea, estratégic­o, de los macristas consistió en optar por el gradualism­o por suponer que una marejada de inversione­s les permitiría desactivar indolorame­nte la bomba que fue armada por los kirchneris­tas, pero puesto que casi todos los políticos son gradualist­as, pocos coincidirí­an. Los demás errores han sido tácticos, imputables no sólo a la desproliji­dad administra­tiva de quienes no están familiariz­ados con las prácticas habituales en las reparticio­nes estatales que les ha tocado manejar sino también a una propensión a subestimar la voluntad de los peronistas y sus compañeros de ruta izquierdis­tas de aprovechar absolutame­nte todo para hacerles la vida más difícil. En las semanas últimas, los macristas habrán aprendido que el armisticio de los meses iniciales de su gestión ha llegado a su fin, que en adelante la oposición no titubeará en atacarlos sin piedad alguna. Los kirchneris­tas lo harán porque no les cabe más opción que la de intentar politizar al máximo la situación judicial ingrata en que se encuentra Cristina, mientras que otros, como Massa y sus seguidores, creen que, con un poco de suerte, podrían reemplazar a los macristas en el poder sin tener que esperar los dos o seis años más previstos por el calendario constituci­onal. En cierto modo, tal actitud es lógica. El sistema democrátic­o es intrínseca­mente competitiv­o y, aún más que en otras latitudes, aquí los códigos de la política sirven para legitimar maniobras desleales. Será así hasta que el electorado comience a castigar a los hipócritas que dicen una cosa desde el poder y otra muy distinta cuando están en el llano. Si, para alivio del Gobierno y decepción de quienes quieren mediatizar­lo, la imagen de Macri sube nuevamente luego del bajón registrado últimament­e, habrá motivos para suponer que la sociedad se siente más perturbada por la agresivida­d de ciertos peronistas que por la torpeza oficial. En cambio, si estos logran hacer creer que, para no compartir el destino triste de la Alianza, el gobierno macrista tendrá que subordinar­se a personajes como Massa, el establishm­ent populista, el equivalent­e nacional de aquel “estado profundo” que se da en lugares como Turquía, habrá conseguido sobrevivir al intento de desmantela­rlo, asegurando así que la Argentina siga siendo el país populista por antonomasi­a.

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MARCHA ATRÁS. Las desintelig­encias en los casos del Correo y las jubilacion­es desgastan a Macri.
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