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Discépolo globalizad­o:

El tango canción cosechó menos fanáticos que la danza. Pero “Yira, yira” fue un éxito internacio­nal. Aquí la historia.

- Por SERGIO PUJOL*

el tango canción cosechó menos fanáticos que la danza. Pero “Yira, yira” fue un éxito internacio­nal. Aquí la historia.

Aun siglo del primer tango canción –la historiogr­afía del género porteño ha fijado el estreno de “Mi noche triste”, de Pascual Contursi y Samuel Castriota, como el año cero de la vertiente poética del género porteño–, la obra de Enrique Santos Discépolo recobra un espesor que, en verdad, nunca perdió del todo. Su caso es particular­mente interesant­e, por varios motivos. Obviamente, tangos como “Secreto”, “Cambalache” y “Uno” ocupan los primeros puestos en el cuadro de honor de la canción argentina de todos los tiempos. Pero también puede afirmarse que la expansión internacio­nal de los primeros tangos discepolia­nos ayudó a que las formas vocalizada­s nacidas al fragor de “Mi noche triste” tuvieran alguna chance internacio­nal. Después de la “tangomanía” previa a la Primera Guerra Mundial, que situó al baile de los suburbios argentinos en el menú de las aficiones europeas, llegó la canción. Su recepción no fue tan impactante como la de los cuerpos lúbricamen­te abrazados –es lógico, estaba la valla del idioma–, pero entre los años '20 y '30 del siglo pasado el mundo se enteró de que Buenos Aires tenía letra y voz. Discépolo

en el mundo: un tema algo intrigante, toda vez que sus letras sellaron un pacto de lectura íntimo con los argentinos. En principio, cuesta imaginar que esa complicida­d haya podido involucrar a oyentes alejados de las penurias vernáculas. Pero así sucedió, de un modo diríase fulminante. Segurament­e hoy nadie se sorprender­á al saber que “Cambalache”, nuestro verdadero himno nacional, ha sido grabado en los modos más disímiles –de los brasileños Caetano Veloso y Raúl Seixas a los españoles Joan Manuel Serrat y Raphael–, a menudo alterando levemente su letra para actualizar su “mensaje”. Tampoco puede sorprender demasiado el itinerario latinoamer­icano de “Uno” –música de Mariano Mores, letra de Discépolo– casi un bolero si lo pensamos fuera de la Argentina. Menos conocida, sin embargo, es la historia de la recepción internacio­nal de “Yira, yira”.

A pocos meses del estreno de su primer tango, “Esta noche me emborracho”, los españoles ya sabían quién era Discépolo. La pieza llegó incluso a disgustar al dictador Miguel Primo de Rivera, tan aficionado a los excesos etílicos como el sujeto de la canción de marras. Un par de años más tarde, “Yira, yira” se convirtió en un hit en la Europa de principio de los '30. Ninguna otra canción argentina de la era pre-internet –con la probable excepción de “La cumparsita”– tuvo una expansión tan veloz e inmediata. Fue tema favorito del príncipe de Gales, fascinó a los despreocup­ados veraneante­s de las playas selectas del Mediterrán­eo, obligó a Julio de Caro a repetirlo tres veces frente al público italiano y se tradujo al francés (“Passe, passe”) para que su partitura entrara amablement­e en los hogares de la burguesía ilustrada.

¿Qué hizo de “Yira, yira” un tema ciudadano del mundo? Quizá fue la insistenci­a contagiosa de su ritmo –Discépolo era un compositor sagaz– o la feliz circunstan­cia de que uno de sus primeros intérprete­s fuera Carlos Gardel, el artista argentino de mayor prestigio internacio­nal. Esto ayuda, al menos parcialmen­te, a entender el éxito de un tango que expresa como pocos el desencanto de la vida urbana: “Verás que todo es mentira/ verás que nada es amor/ que al mundo nada le importa/ Yira… yira…”. Si bien escrito y estrenado en el filo de los años locos, “Yira, yira” encontró su auditorio y su razón social en los infames años '30. Esto le agregó un sentido profético o anticipato­rio. Algo que suele decirse del arte en general. En

diciembre de 1934, Discépolo y Tania emprendier­on una gira por Europa. Ella cantaba, él dirigía una orquesta “ad hoc”. Se presentaro­n en algunos de los mejores teatros de Lisboa, Madrid, Barcelona y París, para luego, antes del regreso a Buenos Aires, darse una vuelta por Marruecos. Allí Discépolo comprobó el grado de globalizac­ión –en aquel tiempo no se empleaba el término– que había conquistad­o su música. De paseo por el Zoco, el barrio morisco de los mercaderes de Tetuán, un babuchero le ofreció unos calzados típicos del norte de África. Fue entonces cuando Enrique escuchó de una vitrola del fondo de la tienda los compases de “Yira, yira”. “Al salir de ahí, di por bien empleados los desvelos que me habían costado mis tangos”, escribiría más tarde. Todo era poco para pagar aquel momento que me había conmovido hasta las lágrimas. Al salir a la calle con un nudo en la garganta, todos los minaretes me parecieron enanos, y en la voz de los almuédanos me pareció escuchar 'Qué vachaché'”.

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 ??  ?? LIBRO. “Discépolo. Una biografía argentina”(Planeta) de Sergio Pujol, revisa su historia.
LIBRO. “Discépolo. Una biografía argentina”(Planeta) de Sergio Pujol, revisa su historia.
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