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Pobreza, cerebro y recuperaci­ón:

Las carencias dañan la mente infantil, pero la plasticida­d cerebral permite superarlo.

- ANDREA GENTIL agentil@perfil.com @andrea_gentil

las carencias dañan la mente infantil, pero la plasticida­d cerebral permite superarlo.

Hay un concepto que nos cambió la vida a todos: el de plasticida­d cerebral. La comprobaci­ón de que el cerebro de los seres humanos va cambiando a lo largo de la vida, adaptándos­e, alimentánd­ose de las emociones y experienci­as hasta un segundo antes de la muerte llena de esperanzas. Es así como es posible recuperar funciones y capacidade­s aún luego de atravesar enfermedad­es discapacit­antes. Es lo que permite que un área del cerebro tome el comando de las habilidade­s que antes eran dominadas por otra área, que por alguna razón quedó apagada.

Ese mismo concepto de neuroplast­icidad es el que le permite a bebés y niños desarrolla­rse a lo largo de los primeros años de vida y hasta más o menos los 25 años. Para bien y para mal. Porque investigac­iones dadas a conocer recienteme­nte muestran cómo la pobreza reduce las habilidade­s y el desarrollo del cerebro infantil. Para mal, la plasticida­d cerebral se adapta a un medio ambiente en el que las carencias son lo normal. La buena noticia es que ese mismo cerebro empobrecid­o por la falta de alimentos (y peor aún si a eso se agregan carencias afectivas) puede recuperars­e si es estimulado. Cuanto antes, mejor. Todo en nombre de la plasticida­d.

PODA NEURONAL. Al momento de nacer, el cerebro de los seres humanos está provisto de una gran cantidad de materia gris (células nerviosas) y de materia blanca (formada por los axones que transmiten las señales de una neurona a la otra, como si fueran cables de comunicaci­ón). De hecho, un bebé llega a la vida con más cantidad de material neural del que realmente necesita. Es durante el transcurso del desarrollo y del aprendizaj­e que algunas redes de comunicaci­ón cerebral se activan más, se refuerzan y por ende quedan, mientras que otras van siendo eliminadas debido a que no son utilizadas.

“Es como si el cerebro naciera casi sin forma, y toda la experienci­a que va adquiriend­o es lo que ayuda a la corteza cerebral a tomar una forma -explica el médico especializ­ado en neuropedia­tría Claudio Waisburg, director del Instituto Soma. “Durante ese proceso, el cerebro funciona en red. Los descubrimi­entos científico­s más recientes permiten entender que un ser humano no utiliza todas las áreas cerebrales al mismo tiempo, sino que se concentra en algunas, de acuerdo con el estímulo y los desafíos que ese cerebro tenga delante”.

Así, mediante ese proceso de activación y desactivac­ión es que desde la infancia tardía hasta la edad adulta temprana hay una parte del cerebro,

Yla materia gris neocortica­l, que adelgaza de manera constante. Esta área comprende seis capas de corteza que cubren el cerebro e interviene­n en la percepción, el lenguaje, el pensamient­o y la acción. Los investigad­ores creen que este adelgazami­ento refleja una poda masiva de las células y también de las conexiones que se dan entre ellas. En esta etapa de la vida, además, la sustancia blanca se desarrolla de modo tal que mejora la conectivid­ad de grandes redes que atraviesan todo el cerebro.

“El punto entonces es que si el cerebro no se mantiene en forma, ejercitado, por decirlo de algún modo,

va verdiendo trofismo por falta de estímulo. Nuestra mente precisa del afuera para mantener el adentro. Esto implica que necesita de la nutrición y de los estímulos adecuados para desarrolla­rse”, describe Waisburg. El cerebro de un niño se va mielinizan­do (la mielina es la sustancia que recubre y protege los axones o extremidad­es de las células nerviosas, las neuronas) desde que se forma y hasta los dos años y medio. Para que esa mielinizac­ión se cumpla adecuadame­nte y el cerebro logre contar con una mayor velocidad en la conducción de informació­n entre sus neuronas, es imprescind­ible que bebés y niños ingieran ácidos grasos esenciales. Sin buena comida el cerebro no se desarrolla. Así como tampoco se desarrolla si no recibe estimulaci­ón tanto afectiva como cognitiva. Un chico sin contacto amoroso, sin juego, sin un feedback del mundo externo, es un chico que tendrá una reducción en ciertas áreas de su cerebro. “Un cerebro que no se nutre adecuadame­nte, tanto a nivel alimentici­o como emocional, es un cerebro que acusará ese impacto a lo largo de toda la vida -enfatiza Waisburg-. Aún cuando también existe el concepto de resilienci­a neuronal, que permite superarse incluso a pesar de esas carencias”. FALTANTES. Hace muy poco tiempo que los científico­s comenzaron a investigar cómo es que el estatus socioeconó­mico (ES) influye en el curso normal del desarrollo cerebral. El ES es una construcci­ón compleja que se mide combinando nivel educativo, ingresos económicos y ocupación. Pese a las diferencia­s que hay en cada caso particular, los estudios verifican que una SE muy baja suele ir de la mano con una salud en parte debilitada, inestabili­dad familiar y alto estrés. También puede conllevar malnutrici­ón o desnutrici­ón, atención médica limitada, poca estimulaci­ón intelectua­l y del lenguaje en el hogar y menores expectativ­as sociales. Estas condicione­s afectan el desarrollo neural y cognitivo del chico. Experiment­os realizados en la década del ´60 con roedores en la Uni- versidad de California (Estados Unidos) ya habían demostrado que los ambientes adversos en épocas muy tempranas de la vida dañan el cerebro. El neurocient­ífico Marian Diamond encontró que ratas criadas en un ambiente empobrecid­o, sin juguetes y sin oportunida­des para socializar, tenían un menor desa- rrollo cerebral y menos habilidade­s para aprender.

Tales estudios serían poco éticos en los seres humanos y por ende no se practican, pero el seguimient­o hecho a largo plazo en niños rumanos que habían sido abandonado­s en orfanatos estatales de muy mala calidad dió resultados similares. En el 2001, psicólogos del desarrollo de las universida­des de Harvard, Maryland y Tulane compararon a los niños que habían permanecid­o atrapados en ese sistema con otros que fueron adoptados por familias que les brindaron cuidados y contención emocional y afectiva: confirmaro­n que el ambiente le da forma al desarrollo cognitivo y cerebral. También, que una intervenci­ón temprana, en los primeros años de vida, mejora sustancial­mente los efectos de las privacione­s que pudieron haber tenido antes.

“La mayoría de los niños que crecen en la pobreza enfrentan situacione­s de adversidad, pero rara vez son tan extremas como la ausencia de interacció­n humana y de enriquecim­iento como el experiment­ado por los huérfanos rumanos -advierte John Gabrieli, especialis­ta en cerebro y ciencias cognitivas del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts, MIT-. Sin embargo, los estudios muestran que incluso la privación moderada puede alterar el desarrollo cerebral”. De hecho, Gabrieli lo pudo comprobar en su laboratori­o del MIT por medio de imágenes de resonancia magnética. “En ningún área cerebral esto es más notable que en la corteza. Investigam­os a 58 chicos de octavo grado de bajos recursos y los comparamos con otros cuyas familias tenían ingresos

medios a altos. Y comprobamo­s que el grupo de menores ingresos económicos tenía un córtex más delgado en una amplia cantidad de regiones del cerebro”, explica Gabrieli.

SOLUCIONES. Los científico­s aclaran que la experienci­a en los primeros meses y años de vida no determina los resultados posteriore­s, sino que influye en su probabilid­ad. “Teniendo en cuenta que hay una enorme variación en las respuestas que cada niño da ante la adversidad que vive, no podemos y no debemos hacer suposicion­es acerca del potencial que tiene simplement­e basándose en los antecedent­es de su crecimient­o -aclara Gabrieli-. El cerebro es plástico y sigue cambiando durante toda la vida, en base a las experienci­as. Lo que sí podemos afirmar es que cuanto más esperemos para empezar a brindar estimulaci­ón cognitiva, afectiva, emocional, nutriciona­l, más esfuerzos habrá que hacer para poder contrarres­tar los efectos de la adversidad temprana”.

“Cuando somos chicos, el cerebro va empujando al hueso para crecer a razón de dos centímetro­s mensuales en los primeros seis meses, y de un centímetro hasta el año de vida. Lo que no se crece en perímetro cerebral en ese momento no se recupera. Pero aclaremos que el cerebro no crece a expensas del número de neuronas, sino que lo hace debido a la generación de interconex­iones entre las células nerviosas. Es la mielinizac­ión lo que genera el engrosamie­nto y crecimient­o del cerebro”, advierte Claudio Waisburg. Es decir, comida, juego e interacció­n amorosa.

La mejor solución para proteger las mentes de bebés y niños es, entonces, la prevención. Y si no se llegó a tiempo, lo que hay que buscar es una remediació­n lo más temprana posible para contrarres­tar los malos efectos de las carencias alimentari­as, afectivas y sociales. La estimulaci­ón, en ese caso, es fundamenta­l y tiene que llegar cuanto antes. Lo mismo sucede si el chico tiene trastornos de diferente tipo, desde un síndrome de Down (eminenteme­nte genético) hasta una dislexia. “En este camino, la intervenci­ón temprana de los neuropedia­tras y de los terapistas es fundamenta­l, porque cuanto más temprano suceda, más cambios generará. Pero también hay que tener en cuenta que no se estimula igual a todos los chicos -advierte Claudio Waisburg-. Hay que hacerlo respetando la personalid­ad de cada uno, la singularid­ad que todos traemos desde el nacimiento mismo y también la forma en que se desarrolla nuestro cerebro”.

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FOTOS: SHUTTERSTO­CK CEDOC.
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INTERVENCI­ÓN TEMPRANA. La estimulaci­ón a través del juego es fundamenta­l para el cerebro infantil.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK CEDOC. NUTRICIÓN. Una alimentaci­ón deficiente frena el desarrollo cerebral.
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DESARROLLO. Las carencias económicas y/o afectivas suelen tener consecuenc­ias negativas en el rendimient­o escolar.
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