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El boom del campo:

El sector agropecuar­io aportaráp más de 0,5% de crecimient­o al PBI,, pero los retos resisten.

- DIRECTORA y economista del Estudio Bein & Asociados.

Marina Dal Poggetto habla del impacto que tendrá en la economía argentina el enorme progreso del campo y las cosechas récord.

La dicotomía a entre campo e industria que caracteriz­ó el crecimient­o pendular r de buena parte del siglo pasado estuvo explicadaa fundamenta­lmente por la rigidez de la función de producción del campo y la “necesidad” de restringir el consumo interno para aumentar r las exportacio­nes. Esta, que fue la base para explicar el stop & go de la economía argentina, y que estuvo exagerada con el aumento del endeudamie­nto durante los 70, entra en una fase bien distinta desde mediados de los 90, cuando la aparición de nuevas tecnología­s cambió el mapa productivo del país al permitir extender la frontera agrícola a zonas hasta entonces no aptas para el cultivo y, en simultáneo, aumentar los rindes de producción. Desde entonces, la cosecha se multiplicó por tres y la cosecha por habitante, por dos.

Esta situación se potenció con el salto en los precios agrícolas durante la última década, en parte como contrapart­ida de un dólar que se debilitaba y en parte como contracara del fuerte aumento en la demanda de Asia asociada al cambio en su

función de consumo, y fue lo que permitió financiar el “modelo” del gobierno anterior cuando empezó a sobrar menos tipo de cambio. Ayudó no sólo en términos fiscales a través de las retencione­s que no habían sido cuestionad­as hasta el intento de avanzar con un esquema claramente confiscato­rio como el de las retencione­s móviles en 2008, sino también a través del ingreso genuino de divisas al país, que de alguna forma eran las que permitían financiar el déficit creciente de la industria.

QUIEBRE. Esta convivenci­a colapsó primero con la pelea con el campo en 2008, pero fundamenta­lmente a partir de 2012 cuando el atraso del tipo de cambio oficial implícito en el cepo llegó a casi duplicar el costo de las retencione­s, generando una diferencia de hasta 60% entre el precio internacio­nal y el que recibía el productor. Situación que generó una caída en la inversión del sector que se reflejó en un estancamie­nto de la cosecha, en un aumento en la producción de soja en detrimento de la de trigo y maíz, y una caída en las exportacio­nes de productos primarios y manufactur­as agropecuar­ias del 25% desde el pico alcanzado en 2011 (7% en cantidades).

El cambio en la gestión a fines de 2015, la unificació­n del mercado cambiario y la eliminació­n de las retencione­s para todos los productos excluyendo la soja (sus alícuotas se redujeron de 35% a 30%) restableci­eron la hoja de balance del sector, sobre todo al principio, cuando se combinó el overshooti­ng cambiario con la compra de insumos con los precios de 2015. La mejora en la hoja de balance, evidente en la agricultur­a y la ganadería, tuvo menos impacto en las economías regionales, donde este cambio de precios se vio limitado por distintas cuestiones de oferta (climáticas y/o de plagas) y demanda (merma en la demanda global, restriccio­nes paraarance­larias y fundamenta­lmente el retroceso de la economía brasileña que ya acumula en dos años una caída de 9% del PBI).

El impacto sobre la oferta en 2016 quedó a mitad de camino, ya que parte de las decisiones de cosecha se tomaron antes del cambio en la agenda del sector, pero se ve reflejado con creces en las proyeccion­es para 2017, aun cuando las condicione­s climáticas no acompañaro­n en promedio como se esperaba en un inicio.

En 2016, el sector agrícola restó en tres trimestres medio punto al crecimient­o de la economía en forma directa, aunque esto debería ser compensado por la mayor disponibil­idad de producto hacia la industria asociado a la liberación de los stocks retenidos y al transporte, vía movimiento de la cosecha retenida. Puntualmen­te, la actividad de la molienda registró el año pasado un aumento del 8%, frente a una caída en la industria de 4,6%, y también se observó un aumento significat­ivo en compra de maquinaria y equipo, incluyendo material de transporte, aunque partiendo de niveles muy bajos. La caída en los precios explica que la suba de las exportacio­nes de productos primarios y manufactur­as agropecuar­ias sea de sólo 6,7% en 2016, conformada por subas de 24% en las cantidades exportadas de productos primarios y de 4,8% en las de manufactur­as agropecuar­ias.

De cara a 2017, los números son importante­s. Las proyeccion­es oficiales apuntan a una cosecha que supera las 130 millones de toneladas, 5 millones más que en 2016. Este número es algo más optimista que lo que muestran algunas estimacion­es privadas, y se compone de una cosecha de trigo de 18 millones de toneladas (60% más que en 2016), una de maíz de 44,5 millones (12% más que en 2016) y una de soja de 54 millones (7% debajo de la de un año atrás). Partiendo de estos datos, el

agro podría agregar en forma directa algo más medio punto al crecimient­o del año en curso, concentrad­o fundamenta­lmente en el primer trimestre del año, cuando impacta el salto en la cosecha de trigo y, en menor medida, en el segundo trimestre, cuando la caída en la soja se ve compensada por el aumento en la producción de maíz. Otra vez los encadenami­entos hacia atrás y hacia adelante deberían agregar algunos puntos más. De todas formas, la dinámica del dólar cuasi quieto como contracara del cambio en el esquema de financiami­ento de una brecha fiscal muy alta, con tasas elevadas y costos locales aumentando en dólares, vuelve a erosionar desde arriba la rentabilid­ad del sector, mucho más en aquellos segmentos que no habían visto plenamente la mejora en 2016.

A diferencia del gobierno anterior, donde adrede se pretendía trasladar rentabilid­ad del campo a la industria a través de un tipo de cambio diferencia­l implementa­do a través de las retencione­s que de paso ayudaban a financiar la brecha fiscal, esta vez el fisco tiende a correrse de lado. Las retencione­s se redujeron y existe la promesa escrita de eliminar las que todavía paga la soja en forma gradual, en un contexto donde el adelanto cambiario inicial tiende a atraso. En este esquema se destaca el potencial de crecimient­o del sector, donde son evidentes sus ventajas competitiv­as, la capacidad para agregar valor a la producción primaria y fundamenta­lmente, la capacidad para generar divisas, que son las que en definitiva harán que el aumento en el endeudamie­nto se torne sustentabl­e.

En el medio se cuela la consistenc­ia del nuevo modelo que dependerá de la capacidad para hacer consistent­e el sendero de precios que se pretende (tarifas, salarios y dólar) con los cambios impositivo­s prometidos, con el sendero de reducción del déficit fiscal y sobre todo con el manejo de la gobernabil­idad en un contexto donde no es evidente por dónde la economía genera empleo.

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FOTO: ENRIQUE ABBATE. INFOGRAFÍA: FERNANDO SAN MARTÍN.
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EXPOAGRO. El jefe de Gabinete, Marcos Peña, paseó por la mayor feria agrícola del país el pasado 8 de marzo en San Nicolás.
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FOTO: ENRIQUE ABBATE. INFOGRAFÍA: FERNANDO SAN MARTÍN.
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Por MARINA DAL POGGETTO *
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