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Vencer o caer:

EE.UU. atraviesa un momento crucial. O Trump impone una autocracia, o sobrevive la vieja democracia derribando al presidente.

- PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

EE.UU. atraviesa un momento crucial. O Trump impone una autocracia, o sobrevive la vieja democracia. Por Claudio Fantini.

Ser o no ser. Como un Hamlet de este tiempo, Estados Unidos se pregunta si su sistema institucio­nal seguirá siendo lo que fue durante más de dos siglos, o si Donald Trump barrerá con todo.

Esta es la pulseada que se libra en el escenario político norteameri­cano. Por un lado, una institucio­nalidad que estuvo siempre por encima del poder presidenci­al, y por el otro, un sismo que sacude a las potencias occidental­es amenazando con derrumbar sus sistemas democrátic­os, para levantar sobre los escombros las autocracia­s, los procesos que desarmen la integració­n e impulsen la desglobali­zación.

Esa pulseada, que se librará en las urnas de varios países europeos a lo largo del 2107, en Estados Unidos atraviesa un momento crucial. Con el codo apoyado en la Casa Blanca, un millonario grotesco y un ideólogo extremista, pujan contra la prensa, los demócratas y algunos republican­os institucio­nalistas, además de gran parte de la sociedad que no quiere ver caer la Constituci­ón a los pies de un inédito despotismo.

La fuerza que pulsea contra Trump y su neurona política, Steve Bannon, se encolumna en la historia del país del norte, con retrocesos, luces y sombras, vicios y virtudes: el Congreso, la Corte de Justicia y la prensa han forjado pluralismo, diversidad, derechos, garantías y libertades.

Si la pulseada la gana Trump, el sistema que más ha perdurado en el mundo de los últimos tres siglos, será reemplazad­o por un poder autocrátic­o que atenuará la libertad de prensa y la división de poderes. En ese caso, Estados Unidos tendrá un capitalism­o autoritari­o como el de Rusia y el de China.

El triunfo de la “Alt-Right” (derecha alternativ­a) será también un triunfo de la desglobali­zación. Pero como la marcha hacia la aldea global es inexorable, por lo tanto sólo puede ralentizar­se o, a lo sumo, detenerse momentánea­mente, el éxito económico de la era Trump será

temporal. Como todo populismo, de izquierda o derecha, funciona en el corto plazo, de modo que sólo puede ofrecer un presente sin futuro.

Quela Casa Blanca esté en manos de Trump y su ventrílocu­o, Steve Bannon, es la consecuenc­ia final de la deriva extremista del Partido Republican­o. Comenzó con el surgimient­o de Tea Party y desembocó en un gobierno que podría parecerse a la distopía de la novela “La conju- ra contra América”: en la ficción de Philip Roth Franklin Roosevelt en vez de derrotar a Wendell Wilkie, es vencido por Charles Lindbergh, el célebre aviador que se hizo nazi y propuso erradicar a los judíos de América.

Lo grave es que, cuando el extremismo deja de ser la excepción para volverse regla, doblega la capacidad de reacción y resistenci­a. Eso explica que, para buena parte de la prensa liberal norteameri­cana y mundial, el primer discurso que Trump dio ante el Capitolio como presidente haya sido considerad­o su primer mensaje “moderado”. Esa palabra se repitió en diarios, radios y televisión de todo el mundo. Sin embargo, fue un discurso extremista. La única diferencia es que no estuvo plagado de estropicio­s, como todos sus discursos anteriores. Fue la más atildada, pero no la más moderada de sus intervenci­ones.

Al hablar como jefe de Estado al Congreso, Trump no gesticuló grotescame­nte ni agravió a nadie. Pero el mensaje tuvo dos componente­s extremista­s: la fobia y la utopía. La fobia fue, una vez más, contra el inmigrante. Lo prueba el anuncio de crear una Oficina de Atención a las Víctimas de Crímenes cometidos por Inmigrante­s Indocument­ados.

De manera engañosa, el nombre del ente anunciado parece dar centralida­d a la palabra “víctima”, pero, en realidad, a la centralida­d la tiene el concepto “inmigrante indocument­ado”. ¿Qué diferencia a la víctima de un asalto o una violación cometidos por un ciudadano de origen anglosajón, de la víctima de esos mismos crímenes pero cometidos por indocument­ados provenient­es de México, Guatemala o Asia? La distinción es absurda. La única lógica está en la demonizaci­ón del inmigrante. Su estigmatiz­ación como criminal.

La otra señal de extremismo está en la utopía. Y la de Trump consiste en hacer creer a los norteameri­canos que es posible un retorno a los tiempos de las grandes industrias manufactur­eras que daban trabajo a la clase media y a la clase obrera.

Amediados de los años ’90, en el libro “El mundo y sus demonios”, Carl Sagan describió la evolución científico­tecnológic­a de la producción norteameri­cana, llegando a la conclusión de que Estados Unidos estaba cerca de completar su conversión total en “una economía de informació­n y servicios”, estadio del desarrollo en el cual las industrias manufactur­eras se van a otros países, llevándose sus puestos de trabajo.

Esa conversión ya se ha completado y una de sus consecuenc­ias negativas, la desaparici­ón de millones de puestos de trabajo para la mano de obra poco calificada, es la que allanó el camino a la “derecha alternativ­a” que promete obligar a las grandes empresas a desinverti­r en el exterior para invertir en Estados Unidos y volver a crear empleos para los norteameri­canos. Eso, más el proteccion­ismo y el fin de la era de los tratados de libre comercio, sería para la “Alt-Right” devolver “al pueblo el poder secuestrad­o por la elite global que controla Washington”.

Esa promesa es un espejismo. En Suiza y Escandinav­ia hay dirigencia­s que ya intentan inventar la sociedad sin empleo y a la vez sin desigualda­d ni miseria. En Europa y Estados Unidos, la demora de la clase política en diseñar esa nueva sociedad, abrió la puerta a la utopía regresiva de los ultraconse­rvadores.

En todo caso, puede tener un éxito momentáneo, pero a la larga será doblegada por la fuerza irreductib­le de la historia, del mismo modo que una pared cortando el curso de un río sólo puede detenerlo hasta que el agua la desborda.

No obstante, aunque el éxito sea breve, el presente sin futuro de Trump puede reemplazar una antigua democracia por una inédita autocracia. La posibilida­d de que eso no ocurra, está en que a la histórica pulseada que se está librando, la gane la institucio­nalidad que convirtió a Estados Unidos en la mayor sociedad abierta y la principal superpoten­cia.

Ese triunfo podría concretars­e de dos maneras. O bien el sistema termina absorbiend­o a Trump y exorcizand­o el extremismo de Bannon, o bien los expulsa del poder mediante un juicio político.

Trump está obligado a derribar rápidament­e el sistema institucio­nal porque, de tardar, la fraudulent­a injerencia rusa que lo ayudó a conquistar el poder, se convertirá en el cadalso de su gobierno.

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TRUMP Y SU MONJE NEGRO. El presidente junto al vice Pence y el jefe de gabinete Priebus, líderes del Partido Republican­o. Abajo: el estratega de la Casa Blanca, Steve Bannon.
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