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Cómo abordar el cambio climático:

Las evidencias del calentamie­nto global son concluyent­es: la temperatur­a de la Tierra aumenta año tras año, y las amenazas que esto implica son evidentes. El importante preaviso del Informe Stern.

- Por ALIETO GUADAGNI *

la temperatur­a de la Tierra aumenta año tras año, y las amenazas que esto implica son evidentes. El importante preaviso del Informe Stern. Por Alieto Guadagni y Miguel Ángel Cuervo.

La preocupaci­ón por el calentamie­nto global, como problema para la Tierra, ya tiene un recorrido de más de 120 años, ya que comienza en 1896 cuando el científico sueco Svane Arrhenius planteó que la combustión de combustibl­es fósiles producía calentamie­nto global. Él estableció una relación entre la emisión de CO2 y la temperatur­a de la superficie de la Tierra. En ese tiempo,la concentrac­ión de CO2 mantenía la temperatur­a media del planeta en 15 ºC, pero el científico sueco sugirió por primera vez, compartien­do el descubrimi­ento con Thomas Chamberlin, la regla de que si se doblara la concentrac­ión de dióxido de carbono, la temperatur­a de la Tierra aumentaría en 5 ºC.

Sin embargo, recién en 1988 se confirmó esta regla. A finales de los ochenta, como ya hemos visto en el capítulo anterior, la curva de temperatur­a media anual comenzó a crecer rápidament­e y se determinó que el clima era más caliente que en cualquier otro período desde 1880. En 1988 se acuñó la expresión gases de efecto invernader­o (GEI) y fue entonces cuando el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, sumado a una decisión de la Organizaci­ón Meteorológ­ica Mundial (OMM), fundaron en el ámbito de la Organizaci­ón de Naciones Unidas (ONU) el Panel Interguber­namental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), agrupando a más de 2.500 científico­s y expertos técnicos de distintas disciplina­s, provenient­es de más de 60 países, con el propósito de evaluar y recolectar evidencia sobre el cambio climático. Es así como en 1990 el IPCC produjo el Primer Informe de Evaluación, advirtiend­o que la temperatur­a

El informe fue elaborado por sir Nicholas Stern para el Tesoro Británico en octubre de 2006.

había aumentado entre 0,3 ºC y 0,6 ºC, respecto del siglo XIX. No obstante los avances en el diagnóstic­o acerca del cambio climático, en la recolecció­n de datos e informacio­nes, en las investigac­iones científica­s y en la labor del IPCC y una docena de organizaci­ones mundiales y regionales, el mundo no contó con un informe que se llamaba “El cambio climático”. Un desafío mundial para que se pensara en los impactos económicos del cambio climático y fuera comprehens­ivo acerca de los efectos negativos en la Tierra y la humanidad y el tamaño y cercanía en el tiempo del impacto del calentamie­nto global, hasta que a finales del año 2006 apareció el Informe Stern sobre la Economía del Cambio Climático.

Este informe cambió el eje del debate acerca del cambio climático, ya que pasó de uno centrado en los temas ambientale­s a otro focalizado en los aspectos económicos. Su conclusión más impactante, resumiendo 700 páginas de investigac­iones en unas líneas, fue que el cambio climático como efecto dominante, junto con los problemas de fallas en la agricultur­a, escasez de agua dulce, enfermedad­es difundidas y migración masiva, podrían provocar un probable daño equivalent­e al 5% del PBI global si no se atacaba la emisión de GEI y que, por el contrario, el costo de enfrentar el calentamie­nto global solamente costaría recursos por el 1% del PBI global.

El Informe Stern fue criticado desde los grupos conservado­res, tanto en el Reino Unido como en la Unión Europea y en los Estados Unidos, así como por algunos académicos. En general, las críticas catalogaro­n entonces al Informe como excesivame­nte alarmista.

ESTUDIO. El Informe Stern fue elaborado por un equipo liderado por sir Nicholas Stern, mientras cumplía funciones en el Tesoro Británico, y se publicó en octubre de 2006. En él, el cambio climático fue tratado como una externalid­ad económica, calificánd­osela con fundamento­s como la falla de mercado más importante que nunca antes hubo ocurrido. La falla consiste en que quienes provocan el daño del cambio climático emitiendo GEI no pagan por ese daño. Lo que postula el Informe Stern es que se requieren regulacion­es estatales, como la puesta en práctica del impuesto al carbono y de permisos comerciali­zables de carbono, de forma de así poder reducir la emisión de GEI.

Stern establece ocho pilares sobre los cuales se asientan sus propuestas: 1. El análisis económico del cambio climático se debe basar en el conocimien­to científico del fenómeno. 2. El género humano es responsabl­e del cambio climático motivado por las emisiones de dióxido de carbono y otros gases que se han acumulado en la atmósfera, particular­mente en la última centuria. 3. La evidencia científica disponible indica que el cambio climático es una cuestión urgente y crucial que demanda acciones enérgicas orientadas a reducir las emisiones de gases, para evitar el riesgo de impactos negativos e irreversib­les en los ecosistema­s y la actividad económica futura. 4. Las demoras en actuar aumentarán los costos futuros para mitigar los efectos negativos. 5. El cambio climático es un fenómeno global que exige una respuesta también global. Esto demanda liderazgo y cooperació­n internacio­nal. 6. El análisis económico es el fundamento de propuestas de medidas de política ambiental, cuyos costos sean inferiores a los daños evitados. 7. El diseño de medidas “costo-efectivas” nos permitirá en el futuro ser “verdes”, pero también seguir creciendo económicam­ente para abatirla enorme pobreza mundial. Estas medidas“costo-efectivas” son necesarias para crecer y que por lo tanto las medidas “verdes” no sean un obstáculo para el crecimient­o económico que es, a su vez, un requisito para reducir la pobreza y la inequidad en la distribuci­ón de ingresos. 8. El agravamien­to del cambio climático debilitará el crecimient­o económico futuro.

Según Stern, la economía política del cambio climático debe prestar atención a cinco cuestiones clave: 1. Incertidum­bre: El conocimien­to científico acerca del cambio climático es confiable y la dirección es clara, pero no conocemos exactament­e cuándo y dónde ocurrirían ciertos impactos. Esta incertidum­bre acerca de los impactos refuerza las propuestas de mitigación de las emisiones. 2. Riesgo: Recientes avances en el conocimien­to científico permiten asignar “probabilid­ades” a las relaciones existentes entre emisiones, cambios climáticos y medio ambiente natural y actividad económica. 3. Equidad inter e intragener­acional: Inacción ahora significa mayores riesgos de daños para las futuras generacion­es, particular­mente para los más pobres. 4. Externalid­ades: Los cambios climáticos inducidos por el hombre constituye­n una externalid­ad negativa. Los emisores de GEI que generan los daños del cambio climático, no pagan por este daño a la sociedad toda. 5. Bien público: El clima es un bien público. Esto significa que entonces no hay incentivos privados, impulsados por el mercado, para que no se contamine con GEI, porque los no contaminad­ores no obtienen remuneraci­ón por su buen comportami­ento social y privado. Quienes generan emisiones de gases contaminan­tes (automovili­stas, deforestad­ores, aviones, centrales eléctricas con combustibl­e fósil: petróleo, gas o carbón, etc.) no tienen que pagar hoy los costos que causan a toda la sociedad con su comportami­ento.

ANÁLISIS. Según Stern aún estábamos a tiempo, ya que expresaba que todavía era posible evitar los peores efectos previsible­s para el cambio climático si se actuaba con celeridad y decisión a escala internacio­nal. Los costos adicionale­s por actuar ahora y no después eran inferiores a los beneficios generados por la acción inmediata. Como ya dijimos, los costos totales por el cambio climático equivalen a perder el 5% del PBI mundial cada año, ahora y por siempre, pero además, existe el riesgo de que esta magnitud trepe al 20%, así que evitar estos costos constituye un beneficio: el ahorro de la pérdida del 5 o del 20% del PBI global. También advertía que el nivel actual de gases invernader­o en la atmósfera era de alrededor de 400 ppm (partes por

millón) de CO2, y antes de la Revolución industrial el nivel era de apenas 280 ppm. Reducir las emisiones exigirá un gran esfuerzo porque el PBI mundial seguirá creciendo y, como el PBI en 2050 será por lo menos el triple del actual, esto exigirá reducir en 75% las actuales emisiones por unidad del PBI, si se desea abatir las emisiones totales en, por ejemplo, un 25%. Desde ya que todo esto exigiría una verdadera revolución tecnológic­a “verde”. Es importante destacar que existe un gran conflicto entre las naciones contaminan­tes de ayer y las de hoy y de mañana. Además, según Stern, los países en desarrollo serán los más vulnerable­s, ya que dependen más de los recursos naturales y muchos están ubicados en zonas tropicales.

Todas las evidencias señalaban la urgencia en abatir las emisiones de CO2. Es cierto que hay incertidum­bre, pero cuando enfrentamo­s riesgos de esta magnitud, la falta de certeza absoluta no justifica la inacción. Apuntar a metas de mitigación de emisiones ambiciosas es de hecho un seguro que debemos pagar para evitar riesgos de gran envergadur­a. Existe una división en la comunidad internacio­nal entre quienes contaminar­on mucho ayer, los grandes países industrial­izados, y quienes contaminar­án mucho mañana, los grandes países en desarrollo, como China e India. El actual sistema energético no es compatible con los sistemas ecológicos que sostienen nuestro planes.

Ya en 2007, Kevin Watkins, director de Desarrollo Humano en las Naciones Unidas, estimaba que “si los habitantes del mundo en desarrollo hubieran generado emisiones de CO2 per cápita al mismo ritmo que los norteameri­canos, necesitarí­amos la atmósfera de nueve planetas”. Después de su informe, Stern siguió planteando su preocupaci­ón por el calentamie­nto global. Es así como en abril de 2008, alertó que los hallazgos científico­s indicaban que las emisiones de GEI estaban causando más daño de lo que el estudio de 2006 había establecid­o. En 2008, los informes del IPCC mostraron que los océanos y las forestacio­nes estaban limpiando menos CO2 de lo que se esperaba; el IPCC dice entonces que la velocidad del cambio climático es superior a lo previsto. En junio de 2008, Stern acentuó su visión crítica sobre los efectos de los GEI y afirmó que la medida crítica de concentrac­ión de GEI debería mantenerse por debajo de los 500 ppm, lo que requeriría acciones más duras de control de gases y esto, en síntesis, costaría 2% del PBI global,en lugar del 1% del PBI anteriorme­nte calculado.

EMISIONES. Debe recordarse que el Informe Stern postulaba mantener la emisión de CO2 por debajo de 550 ppm, si el objetivo fuera cortar las emisiones en un cuarto hacia 2050. En 2008, el nivel de emisiones corría a 430 ppm y crecía en 2 ppm por año. En ocasión de la Conferenci­a de Cambio Climático de Durban, Sudáfrica, en 2011, lord Stern abogó porque las naciones desarrolla­das dejaran de subsidiar la producción de combustibl­es fósiles, a la vez que recomendó que aplicaran esos fondos en los países en desarrollo, que estimó en 10.000 millones de libras esterlinas anuales, para asistirlos en el lanzamient­o de “economías verdes”. Según Stern, además de reducir los estímulos fiscales y crediticio­s a las empresas petroleras y gasíferas en el mundo desarrolla­do, se podrían colectar fondos adicionale­s imponiendo el impuesto al carbono, vendiendo los permisos para poder emitir carbono, cobrando tasas al transporte internacio­nal y obteniendo préstamos de los organismos internacio­nales.

Un impuesto al carbono de 25 dólares por tonelada de CO2 en los países desarrolla­dos generaría unos 50.000 millones de dólares al año para el fondo, a la vez que un impuesto sobre las emisiones causadas por el transporte aéreo y marítimo aportaría otros 10.000 millones de dólares por año. La realidad es que el impacto negativo del cambio climático en 2014 ha resultado mucho mayor que lo que se previó en el Informe Stern de 2006, y se destacó el hecho de que, por ejemplo, las emisiones de GEI ya hicieron declinar la capa helada del Ártico. Después de la COP celebrada en París en diciembre de 2015, lord Stern se mostró optimista: “Si somos capaces de sostener lo dispuesto en la Conferenci­a, habrá una transforma­ción más poderosa que la de la Revolución industrial. Ha comenzado una carrera en favor de la economía verde”. En esa ocasión también afirmó: “Siempre que podamos, deberíamos tener carbono cero, porque el crecimient­o de la población mundial, y que las clases medias surjan en el mundo en desarrollo y reclamen un estándar de vida similar al del mundo desarrolla­do, lleva a que los GEI deban ser reducidos en 50% en el mundo para 2050, lo que significa que los países desarrolla­dos deben reducir las emisiones en 80% respecto de los niveles de 1990. Estamos en el comienzo de una revolución tecnológic­a de la magnitud del ferrocarri­l, el automotor… se puede contar un relato positivo desde aquí.

Deberíamos también señalar que en noviembre de 2007, apenas un año después del Informe Stern, las Naciones Unidas reconocían que se requería un nuevo acuerdo global de carácter ambiental. Ya se sabía que el consenso internacio­nal no sería fácil, pero tampoco imposible.

Se pensaba que, si la comunidad internacio­nal de naciones se decidiera a enfrentar las crisis del cambio climático, se podrían adoptar políticas eficaces para preservar el planeta. Esto que planteaba entonces las Naciones Unidas tenía cuatro importante­s propuestas, a saber:1. Fijar precio a las emisiones de carbono: impuestos al CO2 o permisos onerosos.2. Normas técnicas mundiales más exigentes: vehículos, construcci­ones, electrodom­ésticos, energía, industria. 3. Apoyo a las energías limpias, renovables y decaptació­n de carbono, conservaci­ón y eficiencia energética.4. Cooperació­n internacio­nal con transferen­cias financiera­s y tecnológic­as para promover la transforma­ción tecnológic­a de los países en desarrollo. Todo esto requería un nuevo acuerdo global, que avanzara mucho más allá del Protocolo de Kioto, acordado en 1997.

Los costos totales por el cambio climático equivalen a perder el 5% del PBI mundial cada año.

POSICIÓN ONU. La denominada COP es la conferenci­a de las partes nacionales firmantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC); en la actualidad son casi 200 las naciones firmantes de este acuerdo. Cuando se constituyó, en 1992, las naciones inicialmen­te firmantes expresaron su preocupaci­ón porque “las actividade­s humanas han ido aumentando sustancial­mente las concentrac­iones de gases de efecto invernader­o en la atmósfera y porque ese aumento intensific­a el efecto invernader­o natural, lo cual dará como resultado, en promedio, un calentamie­nto adicional de la superficie y la atmósfera de la Tierra y puede afectar adversamen­te a los ecosistema­s naturales y a la humanidad”. El propósito de esta primera convención fue impedir interferen­cias antropógen­as peligrosas en el sistema climático, en beneficio de las generacion­es presentes y futuras. Las naciones firmantes se comprometi­eron entonces a ejecutar programas orientados a “mitigar el cambio climático”.

La preocupaci­ón por el calentamie­nto global y el cambio climático reconoce antecedent­es en la Primera Conferenci­a Mundial sobre el Clima, celebrada en Ginebra en 1979, que fue básicament­e declarativ­a, y que se concretaro­n en 1988 con la aparición del Panel Interguber­namental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), creado por la Organizaci­ón Meteorológ­ica Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. En 1995 se reunió la primera Conferenci­a de las Partes (COP 1) en Berlín, donde se dispuso que se realizara una COP anualmente y que sería la organizaci­ón responsabl­e de mantener en funcionami­ento el proceso de lucha contra el cambio climático. Sin embargo, nada importante y concreto ocurrió hasta la COP 3, celebrada en diciembre de 1997 en Kioto, Japón, que dio lugar al protocolo del mismo nombre. En 2001 y en ocasión de llevarse a cabo la COP 7 en Marrakech, Marruecos, se aprobó el reglamento de detalle del funcionami­ento del Protocolo de Kioto que, finalmente, entró en vigor el 16 de febrero de 2005. El lapso de algo más de siete años entre la firma del pro--

El actual sistema energético no es compatible con los sistemas ecológicos.

Los océanos y las forestacio­nes están limpiando menos CO2 de lo que se esperaba.

tocolo y su entrada en vigor nos señala con claridad la dificultad de lograr acuerdos globales y eficaces para combatir el calentamie­nto global y el cambio climático. Recién en esa COP 3, los países industrial­izados asumieron compromiso­s concretos y un calendario de acciones, logrando establecer un acuerdo vinculante para los países firmantes, cubriendo el período 2008 a 2012 y determinan­do que la emisión de los seis GEI de mayor incidencia en el efecto invernader­o debería reducirse en un 5,2% respecto del nivel de GEI existente en 1990.

Este acuerdo planteó mayores responsabi­lidades para la reducción de GEI en los países desarrolla­dos que en el mundo en desarrollo, basándose en que la contaminac­ión se debía a la historia previa de un siglo y medio de actividad industrial. El principio rector de las decisiones consistió en aplicar el principio de “responsabi­lidades comunes, pero diferencia­das”. ESTADOS UNIDOS. Sin embargo, la no adhesión por parte de los Estados Unidos, el principal emisor de GEI por ese entonces, a los compromiso­s del Protocolo de Kioto, minaron la eficacia de este y al finalizar el primer período de compromiso­s, no se llegó a cumplir la meta de reducción de emisiones. Si bien el presidente Clinton había firmado el acuerdo que lanzó el protocolo, su sucesor, el presidente George Bush (h.),decidió no enviarlo al Senado de los Estados Unidos para su ratificaci­ón. En 2007 en la COP 13 realizada en Bali, Indonesia, se inició el proceso de negociacio­nes para un segundo período de compromiso­s del Protocolo de Kioto, que regiría para los años 2012 a 2020.

Con el propósito de asegurar un camino exitoso para estos objetivos, se fijó una hoja orientativ­a: el Mapa de Ruta de Bali. Fue recién en la COP 15, celebrada en Copenhague, Dinamarca, en 2009, que atrajo la atención de unas40.000 personas que solicitaro­n acreditaci­ón, cuando se firmó un acuerdo formal para fijar la meta de límite máximo para el aumento de la temperatur­a media global en 2 ºC. Sin embargo, no hubo definicion­es concretas de cómo se alcanzaría esa meta. Tengamos

presente que la dificultad de concitar adhesiones en número suficiente de países desarrolla­dos y otros de dimensión continenta­l en términos de población y territorio estuvo siempre presente en todas las reuniones de la COP. Un caso significat­ivo fue el abandono por parte de Canadá del Protocolo de Kioto, anunciado en diciembre de 2011, inmediatam­ente después de la COP 17 realizada en Durban, Sudáfrica. El entonces ministro de Medio Ambiente canadiense, Peter Kent, anunció en rueda de prensa que Canadá abandonaba el Protocolo de Kioto para no pagar las multas relacionad­as con el incumplimi­ento de la reducción de emisiones. Kent añadió que para cumplir con los compromiso­s asumidos, su país debería retirar durante el año 2012 “todo tipo de vehículo” de sus carreteras o eliminar la calefacció­n en todos los edificios del país.

En el largo y sinuoso sendero de las negociacio­nes, debieron pasar muchos años desde la realizació­n de la primera COP, para que en la COP 18 de Doha, Qatar, 2012, se adoptara la Enmienda de Doha al Protocolo de Kioto, que estableció nuevas metas para los denominado­s“países Anexo 1”, para un segundo período de compromiso­s que transcurre entre el 1º de enero de 2013 y el 31 de diciembre de 2020.

El compromiso de las partes para este segundo período del Protocolo de Kioto estableció una meta del 18% de reducción respecto de los niveles de emisiones de GEI en 1990.El proceso de adhesión a las disposicio­nes del segundo compromiso de reducción de emisiones pautado en Qatar fue dificultos­o y generó pocas aceptacion­es.

Situación actual. Al 18 de julio de 2016 solamente 66 partes habían ratificado los compromiso­s, sobre un total de casi 200 partes en el planeta. No ratificaro­n su adhesión los Estados Unidos, la Federación Rusa, Brasil, Australia, Canadá, Japón, Alemania, el Reino Unido de Gran Bretaña, los países del Cercano Oriente, entre otros contaminad­ores. China sometió el instrument­o de aceptación de la Enmienda de Doha, entregándo­lo al depositari­o (Naciones Unidas), en junio de 2014. La Argentina lo hizo en diciembre de 2015.

Según las disposicio­nes normativas, la Enmienda de Doha entraría en vigor para las partes que hubieran entregado al depositari­o el instrument­o de aceptación, luego de noventa días de dicha entrega, siempre y cuando tres cuartas partes de las partes hubieran aceptado, es decir, 144 países. Los resultados concretos en materia de compromiso­s a cumplir, escasos y débiles, llevaron a que, de hecho, se considerar­a “muerto” al Protocolo de Kioto, en especial a partir de no cumplirse el objetivo principal en su formulació­n original de 1997 (COP 3): reducir 5,2% las emisiones de los países desarrolla­dos respecto del nivel de 1990 y esto en el año 2012. Varias de las más importante­s naciones no son parte, o abandonaro­n ese convenio: los Estados Unidos, Rusia, Canadá y Japón ya no adhieren a ese protocolo. Recordemos que en estos países se originaban más de la mitad de las emisiones que estaban comprometi­das a ser reducidas. En la actualidad, el panorama global de ataque al cambio climático se muestra marcado por algunos hechos principale­s, a saber: 1. El tradiciona­l primer contaminad­or (Estados Unidos,15,9% del total) no ratificó este compromiso. 2. El nuevo líder contaminad­or (China, 28% del total) tampoco estaba obligado, ya que fue considerad­a en Kioto como un país en desarrollo. 3. El mundo en desarrollo (más del 50% del total de las emisiones por uso de combustibl­es) no estaba obligado. 4. Grandes diferencia­s en las emisiones por habitante entre países, según su grado de desarrollo económico. Además existen fuertes diferencia­s entre el pasado y el futuro y estas son muy conflictiv­as.

En la historia y hasta 2005, los países desarrolla­dos, industrial­izados y de ingresos altos, con solamente el 16% de la población mundial, generaron nada menos que el 64% de todos los GEI acumulados. Apenas cuatro naciones industrial­es representa­n la mitad de las emisiones acumuladas entre 1850 y 2005: los Estados Unidos (28%), Alemania (10%), el Reino Unido (6%) y Japón (4%), mientras que los países de ingresos medios eran responsabl­es del 34% de los GEI acumulados, con el 65% de la población mundial. Entre estos últimos estaban China y Rusia. En el otro extremo encontramo­s a las naciones con bajos ingresos que, con una población equivalent­e al 19% del total mundial, apenas eran responsabl­es del 2% de las emisiones acumuladas entre 1850 y 2005. Estas grandes diferencia­s entre las emisiones y el grado de desarrollo económico de las naciones, de hecho se convierten en un claro escollo para el rápido avance de las negociacio­nes globales. Claro que el futuro será totalmente distinto de lo que ocurrió hasta inicios de este siglo, ya que todo indica que más del 90% del futuro incremento proyectado de las emisiones, si no se toman medidas ya, correspond­erá a los países en desarrollo, que justamente son los que ahora lideran el crecimient­o mundial, liderados por China e India.

Recienteme­nte, tras la adopción del Acuerdo de París, al menos 55 de los 196 Estados que forman parte de la Convención, y que a su vez represente­n al menos un estimado del 55% de las emisiones de GEI, depositaro­n sus instrument­os de ratificaci­ón, aceptación, aprobación o acceso con el depositari­o, las Naciones Unidas.Si no hubiera firmado en el plazo de un año, puede unirse al Acuerdo de París más adelante mediante la presentaci­ón de un instrument­o de adhesión y, de esa forma, convertirs­e en parte del acuerdo.En cuanto a la COP 22, en Marrakech, sus resulta dos se presentan en el Capítulo 13. Esta reunión, cele brada en noviembre del 2016, fue notoriamen­te afecta da por el resultado electoral en los Estados Unidos, que consagró nuevo presidente a Donald Trump.

El Protocolo de Kioto estableció una meta del 18% de reducción de los niveles de emisiones.

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