La comicidad y sus límites teóricos

“La risa. Ensayo sobre el significado de la comicidad”, de Henri Bergson. Edic. Godot, 144 págs. $ 250.

En este libro fundamental y sobre todo muy bien escrito sobre la risa, y en particular sobre la que es provocada por la comicidad, el filósofo Henri Bergson afirma: “La comicidad exige (…), para surtir todo su efecto, algo así como una anestesia momentánea del corazón, pues se dirige a la inteligencia pura”. Los pasos sucesivos recorren en tres extensos capítulos la comicidad en general, la de las formas y los movimientos, la de situación y verbal, y la de carácter, relacionada con la forma artística de la comedia.

Cada uno de esos pasos son argumentados con una actitud a la vez despejada y muy justa, que elabora aforismos continuos: “No es lo mismo caer en un pozo porque se está mirando a otra parte que hacerlo porque se contempla una estrella”, “un personaje cómico es generalmente cómico en la medida exacta en que se ignora a sí mismo”, “la pedantería (...) no es nada más, en el fondo, que el arte queriendo dar lecciones a la naturaleza”.

La comicidad suele aparecer allí donde la conducta humana se vuelve repetida, un poco rígida, mecánica. La imitación es otro factor provocador: “Sólo empezamos a volvernos imitables ahí donde dejamos de ser nosotros mismos”. La moda misma, en cuanto se le pasa el momento de auge, puede volverse cómica, risible.

Bergson abunda en ejemplos, y combina la seriedad de la intención teórica, con abundancia de ejemplos. Escribe con un estilo a la vez penetrante y comprensivo de la experiencia humana y de la sociedad, que suele usar la risa como crítica y correctivo. Además separa por entero el drama de la comedia, porque en él “lo que nos ha interesado es menos lo que nos han contado de otros que lo que nos han dejado entrever de nosotros, todo un confuso mundo de vaguedades que habrían querido ser y que, por suerte para nosotros, no han sido”.

También acierta en el análisis de la modestia: “La verdadera (…) solo puede ser una meditación sobre la vanidad (…). Está hecha de correcciones y retoques”. Y volviendo al tema central agrega: “Resulta difícil decir en qué momento preciso el afán por volverse modesto se separa del temor a volverse ridículo”.

Pero lo que más impresiona, leído hoy, es la frescura y potencia que sostienen su estilo. Es justo que haya ganado el Nobel de Literatura en 1927.