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Macri íntimo:

Fragmentos del libro en el que el Presidente habla sin filtro. La demencia senil de su padre. Terapia y Buda. CFK, “psicópata”.

- FOTO: PRENSA PRESIDENCI­A. FOTOS: CEDOC.

el libro de Laura Di Marco con las confesione­s más inesperada­s del Presidente. La demencia senil de su padre, las sesiones con su psiquiatra y su relación con el budismo. Por qué cree que Carrió “se devalúa” y Cristina es “una psicópata”.

El día que asumió, Macri agradeció e hizo subir al escenario a su secretaria Anita Moschini, a la que describió como su “segunda mamá”. Le pregunto entonces por su madre real.

—Me vienen a la cabeza imágenes de mucha exigencia. Mamá era perfeccion­ista. Me acuerdo cuando llegó el exa- men de ingreso en el Newman: ¡me tuvo una mañana entera corriendo alrededor de la pileta porque no me salía “thirteen”! Ella decía que no ponía la lengua entre los dientes. No sé, mamá era muy… —Estricta… —Sí, estricta. Y me hacía correr porque no me salía; enton-

ces, dábamos vueltas. Cuando íbamos a Europa, ella siempre quería la última tendencia de la moda. Y el Newman era como todo muy estricto: mocasines de Guido y esas cosas. Pero mi mamá traía zapatos de charol, ¡y me los hacía poner! ¿Sabés lo que era para mí? Creo que al final le debo una parte importante de la construcci­ón de mi personalid­ad y autoestima a mi madre, porque me transforma­ba en el hazmerreír de todos con esas cosas que me hacía poner. (…) Y sí, bueno, cuando yo iba al Newman ser hijo de italiano era un demérito y más si tu papá había hecho la plata en una sola generación. En aquel entonces, había muchos otros, que venían de familias patricias. Y te lo marcaban. Pero bueno, yo conviví con eso. Lo gracioso fue que cuando me meto en el fútbol, paso a ser “el pituco”. Antes no era y ahora sí, ¡aflojen un poco! De repente, era el empresario rico. Me decían que era de la oligarquía, pero cómo, me dijeron toda la vida que yo no era de la oligarquía. ¿Cómo es esto? Los chicos, además, son crueles. Cada producto italiano que salía era mi nuevo sobrenombr­e. El básico era “tano”, pero después me decían Bordolino; Laureana di Borello, marcas italianas de zapatos, de vinos, de cualquier cosa, me ligaba el sobrenombr­e. Lo hacían para molestarme. Pero, en todo caso, sirvió para formar mi personalid­ad.

DEMENCIA SENIL. —Hablando de Franco, ¿es cierto que, cuando estallaron los Panamá Papers, su padre se negó a entregarle la documentac­ión de las empresas offshore para que usted pudiera explicar su participac­ión en ellas y que, por esa razón, lo tuvo que enfrentar en la Justicia?

—No, más o menos. Papá está en un momento del día que no… Tiene 86 años y por momentos se le va a la mierda la cabeza. Es complicado porque sigue siendo Franco Macri. Ayer hablaba con otro hijo de empresario prominente, y me empezó a decir estas cosas. “Me está pasando lo mismo, mi viejo está destrozand­o todo, pero nadie lo puede parar”. ¡Y claro! Por eso, los reyes destruyero­n todo. Llega un tiempo que se ponen gagá pero, como era rey, nadie lo podía parar. Esto pasa mucho en las empresas familiares…

—Un hombre poderoso que, de repente, entra en un proceso de deterioro cognitivo, dice usted.

—Así es. Papá tiene un proceso de demencia en avance y, cuando amanece, tiene un par de horas de extrema lucidez y después te empieza a repetir las cosas… Te hace historias y relatos raros, y vos decís: “Papá, eso nunca sucedió”. Y te lo discute y te vuelve a repetir. Entonces llega un momento que decís: “Papá, por favor”. Encima, siendo al que más torturó, soy el que más bola le doy. Mis otros hermanos ya ni le atienden el teléfono. Entonces, encima yo me tengo que hacer cargo de asumir…

—¿Lo llama durante el día?

—Me llama, me manda cartas y me cae en la quinta. ¡Es una pesadilla!

—¿Pero es verdad que no le quiso dar los papeles de las offshore?

—Es que, para que él pudiera participar, jurídicame­nte tenía que haber una mediación: porque, finalmente, todas las cosas que pide el fiscal Delgado son de él. Entonces yo estoy en una posición en la que tengo que lograr que papá las conteste; tengo que traerlo a papá en la causa, porque son todas sociedades de él, yo no tengo nada que ver. Delgado hasta pidió los papeles de los divorcios míos y de mis hermanos. Están buscando obviamente equipararm­e con Cristina Kirchner, de alguna manera. Y yo tengo los mismos activos que tenía hace diez años. Como dice [Carlos] Pagni, soy el único político que se va empobrecie­ndo con la función pública…

—¿Y cuánto de esa necesidad de diferencia­rse de su papá hizo que usted esté hoy aquí?

Macri respira profundo. Parece recordar. Entonces entra en escena la voluptuosa Isabel Menditeguy, su segunda esposa, a quien muchos en Cambiemos llaman “Ivana Trump”, en alusión a la ex mujer del presidente norteameri­cano.

—Lo que nos ha sucedido está especialme­nte marcado por nuestros padres. Podría decirte que yo he luchado por tener mi propio espacio. Pero claramente, en especial a partir de la llegada de Isabel a mi vida, ella empezó a marcarme que no podía tener semejante simbiosis con mi padre. Ella fue quien me hizo ver que yo debía tener espacios propios y tenía que obligarlo que él tuviera los suyos. Porque también mi padre vivía a través mío. En mis primeros años con Isabel, él quería que siempre veraneáram­os juntos. Que pasáramos el fin de semana juntos en la quinta que aún compartimo­s. Siempre fue un hombre muy absorbente. Isabel me ayudó a entender, y después me ayudó a tomar una distancia. Y cuando empecé a tener autonomía, empezaron los choques. Separarme de mi viejo yéndome de la empresa familiar fue la decisión más difícil que tomé en mi vida. Pero fue un paso muy importante.

El día de su asunción, después de bailar una canción de Gilda, Macri alcanzó a ver desde el balcón de la Rosada, desde donde

saludaba a la gente junto con Gabriela Michetti, a un lloroso Franco Macri. Le parecía un sueño. La cara de su padre se recortaba ante sus ojos, iluminada por el sol de diciembre. El patriarca lo miraba a la distancia, algo incrédulo, desde abajo y como en desventaja, después de haberle dado un abrazo que, tal como el Presidente interpreta­rá meses más tarde, borrará de “un plumazo toda su militancia camporista”.

“Miralo a papá”, le susurró, entonces, a Michetti. “A lo mejor ahora, por fin, está orgulloso”. Dice Macri: —Con respecto a papá, el abrazo ese que me dio cuando asumí fue más importante que lo que me dijo, ¿no? Pero, mientras me abrazaba, me decía al oído que iba a ser un gran presidente. Es gracioso porque, en un segundo, desapareci­ó toda su militancia camporista. Todas esas pavadas que fue diciendo, que en verdad las decía esa otra mitad de él, que no conecta bien. Porque, ¿sabés qué pasa? Todas esas cosas que dijo durante el kirchneris­mo, como que Kirchner fue el mejor presidente de la Argentina, realmente no las pensaba: es como que se le disparan… Papá nunca se psicoanali­zó, por eso no sabe que tiene otro adentro suyo. Por eso, creo que hay una parte de él que lo disfruta con una felicidad gigantesca.

A LOS GRITOS CON CFK. Macri toma la biografía de Cristina Kirchner, en cuya portada aparece su foto de cuando tenía veinte años.

—Era linda de joven, ¿eh? —lanza con sorpresa genuina—. ¡Lástima esa maldad!

La última vez que hablaron por teléfono, el presidente electo estaba en el baño de Los Abrojos, a punto de dormir una siesta. Fue el sábado 5 de diciembre de 2015. Cuando cortó la comunicaci­ón, quedó tan alterado que tuvo que tomar medio Somit para poder conciliar el sueño: Cristina lo había dejado completame­nte estresado.

“Tuve que tomar una pastilla para poder dormir porque es una mujer que te turba la cabeza; todo el tiempo va girando los argumentos. Es una psicópata”, se desahogó.

Pocos días antes del traspaso de mando, Cristina y Macri se trenzaron en una fuerte confrontac­ión sobre el lugar de entrega del bastón y la banda presidenci­al, atributos simbólicos del presidente. El round se jugó en dos partes. El primero fue en la quinta de Olivos el 24 de noviembre de 2015. Y, como cada vez que se vieron a lo largo de la relación institucio­nal, él la trató de usted y ella, de vos.

—La casa está bien —mintió la Presidenta, después de felicitarl­o—. No es como la mía del sur, pero está bastante bien…

—Querría ver si podemos hacer algún trabajo de coordinaci­ón en el traspaso. Ahí está llamándolo Peña a Aníbal Fernández y estamos intentando hablar con Kiciloff, con todos, como para ganar estos diez días…

—Nosotros estamos a disposició­n, a partir del 10 de diciembre.

No hace falta que nadie venga; yo gobierno hasta el último día y… a partir de ese momento, te hacés cargo vos —ordenó ella.

Macri insistió con la necesidad de ordenar el traspaso de

Papá tiene un proceso de demencia en avance y, cuando amanece, tiene un par de horas de lucidez y después te empieza a repetir las cosas… Se le va la cabeza a la mierda.

los ministerio­s y los detalles de la ceremonia.

—¿Cómo es el tema este de los atributos? ¿Vamos a hacerlo bien, o sea…? ¿Me los dan en el Salón Blanco? —No, no… En el Congreso. Yo te los doy y me voy… —¿En el Congreso? Me parece que es… en el Salón Blanco —tanteó Macri.

—No, no, querido, la Constituci­ón dice claramente que es en el Congreso —volvió a mentir ella.

La pulseada continuó unos minutos, hasta que Cristina dio por terminada la conversaci­ón. Todo duró menos de diez minutos.

Macri volvió a llamarla el sábado anterior a la jura. Se levantó temprano y marcó el número de la Presidenta, pero atendió su contestado­r. Ella recién le devolvería el llamado varias horas más tarde, después del almuerzo. Cuando sonó el celular, Macri estaba en el baño en suite, a punto de meterse en la cama. “Ju se ríe porque escuchaba: ‘No es así, señora. No es así, señora. No es así, señora’. Mi mujer me dice: ‘Se lo repetiste como veinte veces’. ¡Pero si no paraba de hablar!”.

—Lo que pasa es que vos sos ingeniero y no entendés la Constituci­ón —arrancó ella. —Señora, yo la leí y no dice lo que usted dice. —¿No? Es como si yo te quisiera discutir sobre obras civiles…

—Bueno, recuerdo que cuando hablamos sobre el tema de las inundacion­es, me discutió la obra del Medrano —retrucó Macri—. Yo le decía que había que hacer una como en el Maldonado, y usted me dijo que no, aunque no tenía idea. —Bueno, no me acuerdo. Macri respiró, antes de hacer el último intento: —Pero, Presidenta, a ver si entendemos una cosa. ¿De quién es la celebració­n del día 10 de diciembre? ¿Suya o mía? Por primera vez Cristina hizo una pausa. —Tuya —concedió. —Mía… bien. Entonces ¿por qué no me la deja hacer como yo creo que correspond­e? Yo la voy a recibir con toda la educación del mundo en el Salón Blanco. Usted me da los atributos, la acompaño por la escalera, se va y yo arranco un almuerzo con mis invitados. Es lo lógico, si es mi… Cristina no lo dejó terminar la frase y estalló: —¡Sí! ¡Es tu fiestita con tus amigos de Barrio Parque! ¡Pero no tenés idea de lo que decís! —volvió a desequilib­rarse.

A esta altura, nervioso, él se la devolvió en el mismo tono.

—Pero, señora, escúcheme, ya le dije que… —le respondió, casi gritando. —¡Me estás gritando! —aprovechó ella. —Usted está hablando hace media hora, y no me escucha una sola razón, entonces no entiendo…

—¡Yo no puedo creer que me faltes el respeto de esta manera! ¡Que maltrates a una mujer de esa manera! —reprochó Cristina y le cortó dejándolo con la palabra en la boca.

Macri abrió la puerta del baño, empapado de sudor. Del otro lado, lo esperaba Juliana.

SESIÓN DE PSICOANÁLI­SIS. “El gol de Kempes lo hace Kempes”, suena la voz profunda del psicoanali­sta Jorge Ahumada, que se expande en medio del humo de su pipa.

Mi analista me marca los límites: no está bueno buscar siempre el gol de Kempes, estar siempre en el centro de la escena. Más de lo que he hecho, no puedo hacer.

A pesar de que el psiquiatra no tiene conexión con el mundo del deporte, la metáfora futbolera está destinada a influir sobre un paciente que maneja esos códigos: Ahumada le habla a Macri —un presidente deportista— en su mismo idioma. La frase apunta a bajar su ansiedad por ir demasiado rápido. Por querer hacer “goles” diarios en una gestión que ha mostrado fallas. El Presidente está empeñado en demostrar que su gobierno puede surfear con éxito la crisis sin crisis que heredó del cristinism­o; está obsesionad­o con mostrar resultados en el camino de desactivar las bombas de la gestión anterior. El dilema interno es a qué costo y con qué velocidad.

“Que duerma bien. Ahumada siempre me hace foco en eso”, cuenta el Presidente. Freudiano clásico, de esos que le declaran la guerra a Lacan, su psicoanali­sta le recetó Somit cuando lo acosa el estrés y no puede conciliar el sueño. Se trata de un hipnótico para que pueda dormir despejado de preocupaci­ones por las noches. O en la siesta: Macri duerme la siesta, cada vez que puede.

“Sí, tomo medio Somit, de vez en cuando… Te diría dos veces al mes”, admitirá Macri, en entrevista­s para este libro. Lo importante es “tirar” cinco horas: una preocupaci­ón modesta, que comparte con la gobernador­a María Eugenia Vidal, que también toma el mismo hipnótico para “tirar”, de corrido, entre cuatro y cinco horas por las noches. Las charlas telefónica­s de los domingos por la tarde, entre ambos, suelen tocar el punto neurálgico del sueño.

Ahumada es un “ortodoxo”, como describe el propio Macri, con consultori­o en Recoleta, sobre avenida Las Heras, entre Ayacucho y Junín. “Parece que el tipo sabe; tiene un montón de diplomas ahí colgados”. Empezó a atender a Macri a raíz del síndrome postraumát­ico posterior a su secuestro, en 1991.

—¿Y quién está más presente en sus sesiones de terapia: su papá, su mamá, Juliana, Antonia, sus hijos mayores o la Argentina?

—La Argentina y mi familia chica, que incluye a mis hijos mayores. —¿Y qué sería exactament­e “el gol de Kempes”? —Los límites. Mi analista me marca los límites: no está bueno buscar siempre el gol de Kempes. No está bueno estar siempre en el centro de la escena: pueden salir los ministros a hablar o explicar, no hace falta que siempre lo haga yo, como critican muchos…

—¿Sería algo así como hacer lo máximo posible cada día?

—Cada día, aceptar que hay un límite. Que no lo podés hacer todo. Salirte de la cosa omnipotent­e: yo lo hago todo. Porque eso te frustra, y te termina haciendo mal. Y estoy tranquilo. Más de lo que he hecho, no puedo hacer…

—¿Renunciar a hacer “el gol de Kempes” lo ayuda a mantenerse en el gradualism­o económico, por ejemplo?

—Sí, me ayuda a ir por el camino del medio. Bancarte que te puteen a diario [Claudio] Lozano y [José Luis] Espert. Entonces, para uno ajustaste poco, y para otros mucho.

Una mañana, cuando era presidente de Boca, Macri le contaba sus penurias a su psicoanali­sta. Fue la sesión anterior a una de sus operacione­s de rodilla.

—Qué bueno, doctor, hoy a la tarde me interno para operarme de la rodilla, voy a estar dormido dos o tres horas, ¿entiende lo que eso significa? ¡No voy a tener que pensar en Bilardo y todos los líos que tenemos! Estoy feliz… Ahumada tomó su pipa e hizo un largo silencio. —¿Usted escuchó lo que dijo? —lo cruzó. —Sí, ¿qué tiene? —Que a la gente, generalmen­te, no le gusta entrar en el quirófano; no le gusta tener anestesia general porque siempre hay un riesgo. En cambio, usted lo ve como una liberación. Esto no está bien —intervino el psicólogo.

—Usted no entiende lo que es Boca… ¡me están volviendo loco! ¡No puedo caminar por la calle!

Aquella sesión con Ahumada, que hoy Macri reconstruy­e con nitidez, fue durante los tres primeros años de su gestión en Boca, los más difíciles de toda su etapa al frente del club: “Es que, cuando yo arranqué —relata— y durante tres años, River ganó todo. Entonces, yo era el pelotudo máximo. Claro, yo era el boludo que hacía todo lo que decía el manual… ¡y no podía ganar! Tenía una diferencia de equipo enorme, me iba a llevar un tiempo recuperarl­a. ¡Es la historia de mi vida!

Siempre arranqué de atrás”.

El consultori­o de avenida Las Heras quedó en silencio. Solo flotaba el olor dulzón del tabaco. Macri sentía que su terapeuta no lo entendía. Y decidió defender su posición:

—Doctor, discúlpeme, pero usted en esta no puede opinar porque no es futbolero, ¿fue alguna vez a la cancha de Boca? —lo cruzó ahora Macri a Ahumada. —No —reconoció el médico, con humildad.

EL BUDISMO. —¿Y cómo sintetiza el psicoanáli­sis con el budismo?

—Yo lo resumo. El budismo te dice que todos los días tenés que hacer lo que te toca hacer, dar lo que te toca dar, y recibir lo que te toca recibir. Como diciendo: abarcá lo que podés abarcar. En el contexto del primer año, yo les dije a todos: reformen, liberen, hagan… La prioridad que yo les bajo a los ministros es: hacer 10, a riesgo de equivocars­e en 3 o 4. Pero hiciste 6. Y no me hacen 3 o 4 bien y no se equivocan nunca. Priorizo la dinámica frente a la efectivida­d ciento por ciento.

Joaquín Mollá es el publicista estrella del Presidente, con quien trabaja desde 2009 en compartime­ntos separados —aunque en sintonía— con Durán Barba. Fue Mollá, en una de sus charlas con el entonces jefe porteño, quien le acercó los conceptos básicos de la filosofía budista. Mollá pensó en aliviarle las consecuenc­ias del bullying mediático del kirchneris­mo, aunque creyó que un ingeniero como Macri no tendría la plasticida­d emocional necesaria para abrirse a estas prácticas milenarias. Se equivocó.

—Me acerqué al budismo en uno de los momentos de mayor agresión del kirchneris­mo que, para mí, fue el invento de la causa de las escuchas. Fue la primera vez que me vi envuelto en un proceso judicial por algo que no existía. Soy el único político de la historia que se bancó una campaña sistemátic­a, durante años, de todo un conglomera­do mediático. Digo el único porque antes no existían esas herramient­as. Un programa de televisión, como 678, que se dedicaba a mí media hora por día. Más el diario Página/12, Duro de domar, TVR... fue muy duro. Entonces, llegó un momento en que yo tenía que buscar un eje. Y ahí Mollá me acercó esta herramient­a… —¿Y qué le enseñó? —Me ayudó a entender que yo me tenía que compadecer de esas personas que me agredían, porque no tenían un problema conmigo sino con ellos mismos. Tenían un problema que lo canalizaba­n conmigo. Cuando entendí eso, pude administra­r mejor la agresión de ellos. —Es decir, no lo convirtió en una cuestión personal. —Claro, por ejemplo, cuando iba para el Congreso, el día del primer discurso de apertura de sesiones ordinarias y apareció aquel muchacho en la vereda insultándo­me. ¿Te acordás de que grabaron a ese tipo insultándo­me? Yo lo miré… ¡a mí me hubiese gustado bajarme del auto y abrazarlo! Lo pensé, te juro que lo pensé. Pero dije: “No puedo hacerlo”. —¿Y qué le hubiera dicho? —Me hubiera gustado decirle: “¿En qué te puedo ayudar?, ¿qué es lo que te pasa?”. Porque el tipo tenía los ojos inyectados… Como el auto iba avanzando, sentí que no tenía el tiempo suficiente y un insulto se sumaba con el otro. Y ese odio tan profundo solamente lo podés sentir por alguien que te hizo un daño personal: te mató un hijo, te sacó a tu mujer, te fundió. No de un tipo que va a conducir el país y que no te hizo ningún daño. Ahí es donde te das cuenta: quien te ataca de semejante forma, tiene una frustració­n muy grande, un dolor muy grande, y encuentra en la política —a mí, en este caso— una forma para canalizarl­o. Eso me lo enseñó a entender el budismo.

—¿Es cierto que usted maneja personalme­nte el helicópter­o presidenci­al? —Sí. —Pero ¿tiene licencia para hacerlo? —No. Pero está el piloto al lado. ¡Y hay doble comando!

ARRIBAS, CAPUTO Y CARRIÓ. —¿Por qué lo ubicó a su amigo Gustavo Arribas al frente de la AFI? ¿Cuál era su experienci­a en el terreno de la inteligenc­ia?

—Nula, nula. Pero, yo pregunto, ¿qué experienci­a tenían todos los otros Señores 5 que lo antecedier­on?

—¿Cuál fue el motivo de la selección, entonces? ¿La confianza?

—Sí, es eso. Yo pensé: de todos mis amigos, ¿cuál era el más vivo, el más desconfiad­o, el más acostumbra­do a toda esta cosa de las trampas? Justo uno que se había hecho de una buena posición económica en el fútbol; uno que arrancó de una posición humilde en la vida… me pareció que resumía todas esas cualidades. —Un hombre con calle, dice usted. —Bueno, es abogado y escribano, pero arrancó de una familia de clase media baja. Entonces, es un tipo que tiene una vida de mucha riqueza, en términos de evolución, de conocimien­to, de mucha calle. Lo conozco, la confianza viene de que yo juego al fútbol con él desde los 18 años. Jugamos juntos en el mismo equipo durante veinticinc­o años. Él era el 9 y yo era el 10. Encima nos puteábamos todos los partidos: él era un gran jugador, yo un mediocre, pero yo lo puteaba igual. Hay una enorme confianza. Y, tal vez, te aseguro, sea uno de los mejores nombramien­tos que he hecho. La evolución, el conocimien­to que tiene en la materia en estos meses, no creo que lo haya tenido ninguno de los que estuvo en ese cargo, al final de su trabajo.

Si hay un ex Newman influyente al lado de Mauricio Macri es el empresario Nicolás Caputo. Una sociedad, comercial y afectiva, que genera muchas preguntas. ¿Cuál es la clave emocional en la relación entre ambos?

—Nicky es un hermano elegido de la vida. Y eso me lleva a una enorme confianza. Hay que entender, también, que durante mi secuestro mis hermanos eran más chicos, o sea que esto [el secuestro] me pasó cuando tenía 31, 32 años. Hay un dato clave en nuestra infancia: Nicolás tenía hermanos mayores en el Newman y eso le daba una autoridad distinta. En el Newman, Nicky era el jefe de nuestra banda. Había dos bandas en la clase del colegio. Una, la que manejaba Enrique Perriaux. La otra la manejaba Nicky —explica Macri.

—¿Y qué significab­a ser el jefe de la “banda” del Newman?

—Que me cuidó durante toda la primaria. Significa que venía uno, en el patio, a querer fajarte y Nicolás decía: “Lo tocás y te mato”. Porque el hermano de Nicky era más grande, entonces los otros arrugaban. Así que ahí empezó mi relación con él.

—Una de las críticas sobre Caputo es que maneja un dinero suyo por fuera del fideicomis­o ciego, ¿cuál fue el motivo y el destino de ese préstamo de 22 millones de pesos?

—Es una plata que yo le presté hace algunos años, porque me convenía prestársel­a a él, y me la va a devolver este año, en 2017, porque me dijo: “No quiero que me rompan más la paciencia con ese préstamo”. Él me pidió prestado ese dinero y yo se lo presté: punto. Es un hecho de mi vida privada.

El miedo a las denuncias de Carrió es omnipresen­te en el Gobierno y convive entre los amigos como un fantasma incómodo. Hasta hacen chistes ácidos con ella, como una forma de catarsis. Tiene lógica: cuando Macri era jefe porteño, Lilita era la principal denunciant­e de los contratos de obra pública de Caputo. Incluso, llegó a decir que los Kirchner y Macri eran socios en negocios comunes, amparados por la política. Y que el nexo en las sombras era Caputo.

—Carrió también lo ha acusado a Daniel Angelici de reunirse con jueces para influir la Justicia, de ser un “operador” y, junto con el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, lo ubica como una “cuestión innegociab­le” —le señalo a Macri.

—Se devalúa ella cuando dice esas cosas… —responde—. Bueno, y en el caso de Angelici, me reconoció, me pidió disculpas, que había estado mal. Pero yo ya le dije a ella: un operador es uno que lleva y trae sentencias a cambio de dinero, y él no hace eso.

¿Si es cierto que manejo personalme­nte el helicópter­o presidenci­al? Sí. No tengo licencia para hacerlo. Pero está el piloto al lado... ¡Y hay doble comando!

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CON CRISTINA. “Tuve que tomar una pastilla tras hablar con ella porque te turba la cabeza. Es una psicópata”.
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TERAPIA Y MANTRAS. Ahumada lo psicoanali­za. “El budismo me enseñó a compadecer­me de los que me agreden”, dice.
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PADRE E HIJO Franco recién valoró a Mauricio cuando llegó al poder. “Ahora, a lo mejor, está orgulloso”, deslizó el Presidente.
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ARRIBAS Y CARRIÓ. Al primero, Macri lo puso en la ex SIDE por saber de “trampas”. De Lilita, cree que “se devalúa”.
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HOY Y AYER. Sus críticos lo acusan de ser un líder inseguro. Confiesa que en el colegio Newman sufrió bullying.
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CON CAPUTO. “Nicky me cuidó durante toda la primaria. Venía uno a fajarme y él le decía: 'Lo tocás y te mato'”.

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