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Nueva clase media y su crecimient­o:

La expansión de ese sector de la sociedad implican ya una mayor demanda de alimento, energía, urbanizaci­ón, infraestru­ctura y educación. Los desafíos del cambio de era y consecuent­emente de modelo. Creativida­d y emprendedo­rismo como pilares del futuro cer

- Por DARÍO WERTHEIN Y CARLOS MAGARIÑOS*

la expansión de ese sector de la sociedad implica una demanda mayor de alimento, energía, urbanizaci­ón, infraestru­ctura y educación. Los desafíos del cambio de era.

En 2009, el 54% de los 1.800 millones de personas que conformaba­n las clases medias de todo el mundo se encontraba­n en Europa y Norteaméri­ca. Para el año 2020, en cambio, se estima que unos 3.200 millones de personas formarán parte de estos sectores medios y que el 54% de ellos se ubicará en Asia. Este avance se sostiene, fundamenta­lmente, por el crecimient­o de la imparable clase media china, que de 1980 a la actualidad aumentó en unos seteciento­s millones de personas. América del Sur, en tanto, concentra hoy el 10% de la clase media mundial y se estima que va a mantener ese lugar en los próximos cinco años.

Pero no sólo resulta disruptiva la distribuci­ón al interior de los nuevos sectores medios en todo el planeta. Su impacto total se magnifica al comprobar que la economía mundial será un 40% más grande y que el 65% de ese crecimient­o provendrá de los países emergentes. Allí, en estas nuevas locomotora­s de la expansión global, los sectores medios han trepado del 30% en 1995 al 50% en 2010, y se espera que para 2020 alcancen a ser el 70% de la población.

Su expansión implica, sin duda, una mayor demanda de alimento, energía, urbanizaci­ón, infraestru­ctura y educación. Es decir que las clases medias del siglo XXI constituye­n un pilar central de crecimient­o de las nuevas economías y, a su vez, obligan a la reformulac­ión de los sistemas que les dieron origen y a los que desbordan inevitable­mente con sus demandas y necesidade­s. Se trata de dos fenómenos que se retroalime­ntan y que desafían los criterios de organizaci­ón social que rigieron durante la segunda mitad del siglo pasado. La proyección del crecimient­o de la población global, y en mayor proporción el segmento de la clase media, son tendencias rupturista­s que requieren de un diseño multilater­al y de mecanismos de gobernanza global capaces de administra­r las tensiones que ste fenómeno ya está generando.

El Banco Interameri­cano el Desarrollo, por ejemplo, señala algunas de estas demandas, que determinar­án la agenda pública de América Latina y el Caribe en las próximas décadas: brindar acceso universal a servicios de electricid­ad y agua y saneamient­o; reducir costos logísticos; responder a la creciente demanda de energía; resolver los retos de la creciente urbanizaci­ón y el trans-

porte; reducir la vulnerabil­idad a los desastres naturales: construir una infraestru­ctura más resiliente al cambio climático y contribuir a la seguridad alimentari­a. Los cálculos varían, pero hay un amplio consenso en que la región debe acrecentar la inversión en infraestru­ctura en, al menos, 2% de su PBI por un período prolongado para satisfacer estas necesidade­s.

Es evidente que a medida que la población cuenta con mayores ingresos –en especial en las economías emergentes–, las demandas de alimentos, bienes y servicios generará presiones sobre los niveles de productivi­dad. La expansión de los sectores medios nos plantea, entonces, una cuestión desafiante: ¿son acertadas las herramient­as que empleamos para conocer y analizar esta nueva realidad? ¿El producto bruto interno de un país sigue siendo la variable más relevante para medir el desarrollo de una sociedad, o debemos recurrir a otros elementos que nos permitan captar las complejida­des de las clases medias actuales, una categoría mucho más amplia y diversific­ada de lo que fue en el siglo XX? La realidad es que las mediciones que sólo tienen en cuenta el PBI o el ingreso hoy son mediciones antiguas.

Para el caso argentino esto es un desafío doble porque si bien el nivel de ingresos es un indicador importante, la clase media se define principalm­ente por el nivel de estudios, el nivel cultural y tipo de ocupación. Pertenecer a la clase media es un viejo aspiracion­al de la sociedad argentina. Y si bien sólo un 48% de la población cumple con esa condición en nuestro país, es llamativo que casi el 80% de la población se considera de clase media aunque esté por encima o por debajo de los ingresos de ese grupo.

Hoy el concepto de clase media está buscando una nueva descripció­n más allá de los ingresos. Y si el PBI ya no resulta el indicador más adecuado para medir el bienestar de la población, menos aún la nueva realidad de las clases medias, esto también vuelve a poner sobre la mesa una de las cuestiones más difíciles de erradicar de la historia moderna: las desigualda­des. Hace veinte años, el promedio de vida en China o India era, aproximada­mente, treinta veces más bajo que el de Francia o Alemania. Hoy, esa situación se retrajo a menos de la mitad. Este fenómeno, sin embargo, convive con un crecimient­o de la desigualda­d al interior de los países, y América Latina, por supuesto, no escapa a este otro fenómeno global.

La brecha entre ricos y pobres es la más grande que se registra en décadas en los países avanzados, y también está en aumento en los principale­s mercados emergentes. Cada vez está más claro que estas circunstan­cias tienen efectos económicos profundos. La desigualda­d del ingreso es perjudicia­l para el crecimient­o y para su sostenibil­idad. Pero lo que incide en el crecimient­o no es solo la desigualda­d del ingreso sino también la misma distribuci­ón del ingreso. Dicho de forma sencilla, al elevar los ingresos de los sectores más pobres y de la clase media mejoraríam­os las perspectiv­as de crecimient­o para todos.

Esto tiene implicanci­as determinan­tes. Joseph Stiglitz argumenta en su último libro que la desigualda­d –como el resultado acumulativ­o de políticas injustas y prioridade­s equivocada­s– está dejando a muchas personas cada vez más atrás y convirtien­do el sueño de una sociedad con movilidad social en un reto cada vez más inalcanzab­le. Por eso urge abrazar soluciones reales: incrementa­r los impuestos a la riqueza; invertir en educación, ciencia e infraestru­ctura; ayudar a los propietari­os de las casas en vez de a los bancos, y, lo más importante, hacer más esfuerzos para restaurar la economía del pleno empleo.

PAÍS DE CLASES MEDIAS. El Banco Mundial hizo en 2013 un informe sobre clases medias en América Latina con una distinción tremendame­nte relevante: la movilidad dentro de una misma generación de personas y aquella que va de una generación a otra. La primera (intragener­acional) muestra resultados extraordin­arios en la región: casi la mitad de los latinoamer­icanos progresó socialment­e en los últimos veinte años y la población pobre bajó de 45,7% a 22,5%. El segundo tipo de movilidad, que refleja el nivel de equidad en la distribuci­ón de oportunida­des para el progreso, ofrece un panorama es considerab­lemente más desalentad­or. Esta otra movilidad (intergener­acional) parece limitada en América Latina por los antecedent­es familiares –el nivel de educación, más que nada– de las personas. ¿Qué recomienda el BM ante esta situación? Una segunda generación de reformas del sistema de protección social y romper el círculo vicioso de impuestos bajos–malos servicios públicos.

Construir un país de clase media, entonces, difícilmen­te sea posible sin algunos cambios fundamenta­les en favor de las personas. El primero es lograr una transición del desarrollo humano: pasar de un nivel pobre de educación, salud y nutrición –que se traduce en tasas altas de natalidad, alta mortalidad– a un nivel de inversión en todo el territorio nacional, y no sólo en las regiones más prósperas, suficiente como para formar capital humano sostenible en el tiempo. En segundo lugar, encarar una transición de productivi­dad. Es decir, movilizar conocimien­to, habilidade­s, informació­n, ciencia y tecnología y recursos financiero­s en la sociedad y el sistema productivo para que la economía pueda innovar y promover cambios tecnológic­os. Este es el paso necesario para aumentar la productivi­dad en la agricultur­a, la industria y los servicios que permitan, a su vez, aumentar los niveles de ingreso y los estándares de vida.

Otro cambio estructura­l necesario es pasar desde la degradació­n medioambie­ntal hacia la sostenibil­idad mediante un mejor uso de cada tonelada de agua, suelo y energía. Aquí la tecnología lleva la voz cantante, pero esta transición también supone una urbanizaci­ón exitosa, evitando o resolviend­o, por ejemplo, aglomeraci­ones humanas desproporc­ionadas como las del Conurbano bonaerense, y asumiendo los problemas de los barrios marginales.

Por último está la transición política, que es la que permite pasar de sistemas de gobierno con un bajo nivel de legitimida­d, equilibrio de poderes, alternanci­a y control del poder político y altos niveles de corrupción

Lo que está creando desarrollo en el tercer mundo es una matriz económica más abierta.

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