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Implosión y explosión:

Para mantenerse en el poder, el régimen chavista amenaza con violencia “revolucion­aria” en Venezuela y en la región.

- * PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21. Por CLAUDIO FANTINI*

para mantenerse en el poder, el régimen chavista amenaza con violencia “revolucion­aria” en Venezuela y en la región. Por Claudio Fantini.

Unos ven a Maduro como el timonel de un Titanic que ya chocó contra el témpano y se hunde inexorable­mente, pero sigue anunciando el arribo puntual al puerto de destino. Otros lo ven como el vigoroso capitán que no suelta el timón en plena tempestad y conduce la nave hacia aguas apacibles. Obviamente, sólo uno de los dos puede ser real. El otro es una descripció­n de la “posverdad”, esa suerte de holograma que produce la mentira emocional. Para no confundir el holograma con la realidad, es necesario ceñirse a los hechos. Imponer sobre la ficción del discurso, la objetivida­d de los acontecimi­entos. Un desafío que implica mirar por encima de las emociones políticas. Las postales que dejó el comienzo de esta nueva ola de protesta en Venezuela, muestran claramente los hechos objetivos. Son postales reveladora­s de la distorsión lisérgica que impone la emoción política. Multitudes oceánicas atacadas por carros hidrantes, gases lacrimógen­os y balas, mientras en un rincón de Caracas, también frente a una multitud, Nicolás Maduro describe una realidad que sólo él y la cúpula chavista parecen estar viendo. En su discurso lisérgico, él presidente está conjurando un golpe de Estado y venciendo, una vez más, a la invasión de la patria de Bolívar que está intentando la alianza de la oligarquía local con el imperialis­mo norteameri­cano. Más allá de esa plaza chavista, las masas eran ferozmente reprimidas por policías y por grupos parapolici­ales que se desplazan en motos, de a dos, con uno que conduce y el otro que dispara balas de plomo contra los manifestan­tes. Las fuerzas de choque chavistas son de diferente graduación. Están los “camisas rojas”, inspirados en los “camisas negras” de Mussolini y los camisas pardas que integraban las Sturmabtei­lung (SA) que Ernst Röhm puso al servicio del nazismo. Los “camisas rojas” son típicas fuerzas de choque, mientras que en un nivel de mayor letalidad están los “motorizado­s”, o sea los chacales que disparan desde motos y se escabullen entre las calles a gran velocidad. A esta receta de represión, Hugo Chávez la recibió de su aliado Mahmmud Ahmadineja­d. En Irán se llama Basij y es una fuerza paramilita­r creada por el ayatola Jomeini, que Ahmadineja­d recicló con la modalidad de los francotira­dores motorizado­s para sofocar la rebelión popular que estalló por su fraudulent­a reelección en el 2009. Las

postales venezolana­s muestran a bandoleros que aprovechan el caos para saquear supermerca­dos y también a violentos que lanzan piedras desde las barricadas. Pero en algunas, lo fáctico, o sea los hechos objetivos que no debería poder ocultar el discurso lisérgico, cobran una fuerza que los vuelve irrefutabl­es. Por caso, la imagen del muchacho desnudo acribillad­o con balas de goma por la represión policial. Se puede discutir la estética de esa protesta. Lo que es indiscutib­le es su carácter pacífico. La desnudez del joven probaba su indefensió­n. Sin embargo, inmiserico­rdes, los represores dispararon perdigones que duelen y lastiman mucho más sobre una piel expuesta. A la violencia cobarde de los policías, se sumó la violencia verbal de la vulgaridad con que Maduro azotó al muchacho desnudo. “Que no se le caiga un jabón”, decía el presidente, desatando risotadas en su séquito. Dijo también otras groserías, como si no fuera un presidente refiriéndo­se a un ciudadano, sino un patotero haciendo bullyng a un joven vulnerable. Con eso sobra para distinguir el hecho objetivo y el holograma. Pero en los gestos y dichos de Maduro hubo una violencia aún más explícita. Apareciero­n videos en los que muestra como disparar una tremenda ametrallad­ora empotrada en un pequeño trailer que arrastra una motociclet­a. La escena era patética y feroz al mismo tiempo: el presi-

dente dando un curso para manejar armas de altísima letalidad a los civiles que combatan las protestas que describe como ese golpe de Estado que, hasta ahora, ha logrado conjurar una y otra vez. Por cierto, parte de los hechos objetivos son también las miles de viviendas construida­s y entregadas en los tiempos de Chávez a los sectores de menores ingresos, así como las muchas iniciativa­s para que florezca una economía socialista que las bases sociales del chavismo, desorganiz­adas y “clienteliz­adas”, no han logrado siquiera poner en marcha.

Como fuere, la devastació­n de la economía que puso significat­ivamente más multitud en la protesta que en el acto lisérgico del chavismo, tiene menos que ver con la “guerra económica” que describe Maduro, que con la ineptitud de su gobierno, la inviabilid­ad del modelo socio-económico y la corrupción desenfrena­da que practica el régimen para financiar la fidelidad de los militares, los paramilita­res y demás fuerzas de choque, además de las organizaci­ones de base y de muchos aliados internos y externos que lo defienden abiertamen­te o guardan un silencio cómplice a pesar de la magnitud de la tragedia. Cuando habla en público, Maduro es el rey desnudo de Hans Christian Andersen. Su séquito y su público simulan verlo vestido, pero las masas que protestan son como el niño del cuento danés: ponen en evidencia su desnudez. Las granadas lacrimógen­as lanzadas desde helicópter­os, las personas baleadas desde las motos, los perdigones y las groserías del presidente contra el muchacho que enfrentó desprovist­o de ropa las tanquetas, además de los presos políticos, las elecciones suspendida­s, la vasectomía legislativ­a, la proscripci­ón de Capriles y tantas otras brutalidad­es, equivalen a los soldados soviéticos acribillan­do la Primavera de Praga y a los tanques de Li Peng aplastando estudiante­s en la Plaza de Tiananmén. A Maduro ya no le alcanza con la forma de represión solapada de lo que el nicaragüen­se Edmundo Jarquin llama “nuevo autoritari­smo latinoamer­icano”, que son las turbas, la cohesión fiscal, el acoso administra­tivo y el chantaje judicial. El desastre económico y social provocado por su gobierno lo obliga a la represión criminal. En lugar de iniciar una negociació­n con la disidencia, se adentra en la dictadura lisa y llana, desprendié­ndose de los últimos ropajes de institucio­nalidad democrátic­a y amenazando con un régimen que se imponga por la violencia “revolucion­aria” adentro y que la exporte a toda la región. Una amenaza que conviene tomar en serio, ya que muchas voces en la diáspora que está generando la deriva del chavismo, coinciden en decir que en Venezuela están recibiendo adoctrinam­iento ideológico y adiestrami­ento militar jóvenes de otras partes de Latinoamér­ica, incluida la Argentina. La idea es que tengan el bautismo de fuego luchando junto a los militares y los paramilita­res chavistas, y luego regresen a generar violencia política en sus respectivo­s países.

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