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Fuera y dentro de los relojes

“Cronografí­as. Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo”, de Graciela Speranza. Anagrama, 242 págs. $ 435.

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La autora había dado a conocer libros sobre la literatura y el arte argentino después de Duchamp, y un “Atlas portátil de América Latina. Arte y ficciones errantes”. En este caso liberó aún más una capacidad nata para exponer, con estrategia­s narrativas, sucesivas obras plásticas y literarias de vanguardia. Un talento necesario en un campo donde las obras no sólo están dispersas en sitios lejanos y costosos, sino que a menudo incluyen una duración específica, acotada. Además es el típico ejemplo donde suelen aplicarse variantes de “esto no es arte”, “esto podría hacerlo mi hijo de diez años” o similares.

Quien lee “Cronografí­as” queda absorto en cambio en el entusiasmo de Graciela Speranza por la materia elegida. Al tono narrativo agrega flexibilid­ad y claridad para manejarse con los recovecos filosófico­s, científico­s y sociales de un tema tan escurridiz­o como el tiempo. Logra la suspensión de la incredulid­ad, justamente por trabajar sólo con palabras. Es probable que varias de las obras sean menos convincent­es en presencia que en este libro.

Hay dos obras-locomotora. Una incluye, justamente, un tren. Pero que está saliendo (echando humo) de una estufa muy burguesa, con un reloj encima. Aun sin conocerla antes, uno adivina (porque refleja su mezcla de calma, humor y explosión), que es de Magritte. La otra es la muy compleja “El reloj” de Christian Marclay, que hace funcionar durante 24 horas un mecanismo de complejida­d infernal. Innumerabl­es “clips” de cine con relojes (todos sincroniza­dos con la hora real) tienden a desarticul­ar, por exceso, el tiempo medido. Antes lo había hecho “24 Hour Psycho” de Douglas Gordon, que llevaba a un día la proyección demorada de la clásica “Psicosis” de Alfred Hitchcock.

Un mexicano reúne restos incontable­s, un argentino se disfraza de tortuga para enlentecer la velocidad del nuevo mundo global y digital, un tercer creador arma un “antiparque”. En otras manos, más de un lector abandonarí­a la serie con una sonrisa, una mirada de incredulid­ad, o hasta una carcajada. Pero Graciela Speranza es seria como Buster Keaton, y concentrad­a como quien cuenta una historia. Sabe comunicar una especie de gran novela, minuciosam­ente construida con citas y desplazami­entos, del arte de hoy.

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