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G20: juego de intereses

La disrupción de EE. UU. y Gran Bretaña, el realineami­ento de Alemania y Francia, y América Latina buscando una agenda regional.

- Por JORGE ARGÜELLO* * PRESIDENTE de la Fundación Embajada Abierta. Ex Embajador ante la ONU, Estados Unidos y Portugal

El Grupo de los 20 países más desarrolla­dos y emergentes (G20) que delibera este fin de semana en Hamburgo nació en plena crisis financiera de 2008, cuando el riesgo de una desestabil­ización mayor de la economía global desnudó la morosidad del sistema multilater­al para enfrentar emergencia­s conocidas, como las burbujas especulati­vas, pero de una velocidad de contagio sin precedente­s.

En ese estricto sentido, el G20 mostró durante sus primeros años una eficiencia -ante la crisis- que le faltaba a los organismos multilater­ales. Operó como un comando internacio­nal de acción rápida que, aun con las diferencia­s de enfoque entre Estados Unidos y Europa sobre las políticas de austeridad, consiguió devolver alguna estabilida­d al conjunto de la economía global.

Por eso mismo, en comparació­n con los organismos multilater­ales tradiciona­les, el G20 se constituyó desde el principio en una mesa de discusión de intereses que las grandes potencias debieron abrir a los países en desarrollo, al principio ante la emergencia, después frente a la acelerada evolución del capitalism­o globalizad­o como tal.

Con el paso del tiempo, aún frente a las disrupcion­es marcadas por la nueva postura de Estados Unidos o el Brexit, o por realineami­entos como los de Alemania y Francia, los más poderosos –nucleados en el Grupo de las 7 (G-7) economías mas potentes del mundo -, han venido hasta ahora llegando a la mesa del G20 con sus intereses alineados y un plan consensuad­o. El G20 representa el 80% del PIB global y ellos concentran la mayor parte.

No ocurre lo mismo con los países en vía de desarrollo. La agenda todavía desarticul­ada de países emergentes marca un punto de alta debilidad frente a su contrapart­e desarrolla­da. Es

el caso de América Latina, representa­da en el grupo por la troika que conforman México, Brasil y Argentina. La realidad y el juego de intereses que supone el G20 demandan a nuestra región una única estratégia posible: presentar una agenda consensuad­a y compartida de prioridade­s, centrada primordial­mente en los intereses de la región, desde el Río Grande hasta Tierra del Fuego.

Desde el mismo año de nacimiento del G20, en 2008, y desde una perspectiv­a crítica, se alzan voces que plantean que, una vez superado lo peor de la crisis, el G20 se ha con- vertido en un juego destinado a blanquear la estrategia de fondo de las grandes potencias con una agenda que sigue el ritmo impuesto por ellas. Otra lectura, diferente, nos abre la posibilida­d de que el G20 suponga una instancia de mayor democratiz­ación de la gobernanza global en un momento en que todo el sistema multilater­al cruje, impotente, mostrando su incapacida­d para enfrentar los nuevos desafíos que sacuden la realidad planetaria.

Optamos por pensar que esta segunda alternativ­a puede ser viable. Tal vez, en Hamburgo, los realineami­entos de Estados Unidos y Gran Bretaña, tanto como el del eje europeísta Francia-Alemania y el euroasiáti­co de Rusia con China, reabran la dinámica de ese juego permitiend­o su reformulac­ión.

Ahora bien, Para avanzar en una mayor democratiz­ación del sistema de toma de decisiones mundiales, resulta imprescind­ible organizar al resto de los jugadores y lograr una participac­ión cualitativ­a del mundo en desarrollo en la agenda global.

Asi, en cualquier escenario, es preciso comprender que sólo desde una posición compartida y firme ante las distintas negociacio­nes, fueren políticas, financiera­s o comerciale­s, los países emergentes pueden aspirar a compensar cuantitati­vamente, incluso con el peso de sus poblacione­s y sus mercados, su menor capacidad económica y financiera actual. En

el G20, a diferencia de la ONU y del resto del sistema multilater­al, no se vota sino que se acuerda. La cohesión de los emergentes, y en determinad­o caso de una región como América Latina, puede obligar a los dueños del juego a compartir la agenda y algunas decisiones globales, generando así una situación en la que ambas partes pueden ganar (win-win situation).

América Latina tiene ante sí una gran oportunida­d para superar su carencia histórica de una agenda regional común elaborada con pragmatism­o y para el largo plazo. Debe intentarlo ahora en Alemania y seguir con la ardua tarea en 2018, cuando Argentina sea la sede de la próxima Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del G20.

Una estrategia distinta sólo supondría continuar adhiriendo y legitimand­o los consensos de los otros.

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THERESA MAY. el primer ministro de Japón Shinzo Abe, el presidente Donald Trump, y el francés Emmanuele Macron, referentes del G20.
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