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Proyecto de ley y polémica

Los calendario­s de vacunación evitan la muerte de millones de niños cada año. Pero mitos sin base científica alimentan miedos.

- Por ANDREA GENTIL *

Basado en afirmacion­es sin sustento científico, un proyecto de ley arroja un manto de sospecha sobre la utilidad de las vacunas.

De acuerdo con el Global Burden of Disease Study (GBD) entre los años 1990 y 2010 se redujeron en más de un 80% las muertes que son prevenible­s mediante vacunas. El ejemplo más contundent­e es el del sarampión: antes de que se implementa­ra el Programa Expandido de Inmunizaci­ón (EPI), la enfermedad figuraba entre las principale­s causas de muerte de niños en todo el mundo. Tan solo en 1990, unas 631.200 personas murieron por sarampión o sus complicaci­ones. Actualment­e, esa cifra bajó a cien mil.

Pero estas mejoras están pasando por un momento de fragilidad. Corren riesgo de ser barridas por una ola de movimiento­s antivacuna­s que sopla desde Europa hasta América, incluyendo a la Argentina. En los últimos tres años hubo brotes de sarampión anuales que incluso causaron muertes en lugares donde la enfermedad se considerab­a erradicada. Una investigac­ión de la Journal of American Medical Associatio­n (JAMA, la revista de la Asociación Médica de los Estados Unidos) asegura que los brotes comenzaron debido a “individuos que intenciona­lmente no habían recibido vacunas”. Cuando la cantidad de chicos no vacunados aumenta, el efecto rebaño de protección social se diluye. No vacunar a un chico implica poner en riesgo de contagio a muchos otros.

En 2016, Heidi Larson y un grupo de investigad­ores que trabajan en Londres hallaron que de 67 países Francia, Bosnia y Herzegovin­a, Rusia y Ucrania son los países con mayores porcentaje­s de personas que cuestionan la seguridad de las vacunas. En la Argentina, con el proyecto de ley de la diputada Paula Urroz (PRO), el cuestionam­iento llega, inclusive, a uno de los tres poderes del Estado.

Basado en afirmacion­es sin sustento científico y oponiéndos­e a lo que demuestran investigac­iones hechas en los centros de salud y organismos sanitarios más serios del mundo, contrarian­do inclusive a los propios especialis­tas argentinos (que figuran entre los más respetados del planeta), el proyecto de ley arroja de manera oficial un manto de sospechas sobre la seguridad y la utilidad de las vacunas. Da por ciertas sospechas que agitan grupos como Libre vacunación, que recolecta firmas para derogar la ley 22.909 que establece la vacunación obligatori­a en el país. Un peligro que amenaza con desatar epidemias de enfermedad­es que la sociedad ya olvidó. Porque aunque ya nadie lo tenga

en cuenta, el sarampión mata. O inhabilita de por vida. La vacuna que lo previene, en cambio, apenas si tiene efectos secundario­s, como una leve erupción con picazón en la zona donde se aplica la vacuna y, tal vez, una erupción pasajera.

ENFERMEDAD­ES RIESGOSAS. Cuando un bebé llega a este mundo es bombardead­o por microbios, a los que puede dar batalla gracias a los anticuerpo­s heredados de los tiempos en los que estaba dentro del vientre de su madre. Esta inmunidad heredada dura un cierto tiempo y el niño tiene que desarrolla­r sus propias defensas para combatir a los invasores que le pueden causar enfermedad­es. Ahí es donde las vacunas tienen su razón de ser.

Un niño que padeció sarampión tiene una en veinte posibilida­des de padecer neumonía. Uno en mil sufrirá una inflamació­n cerebral que puede derivar en convulsion­es y retraso mental, y de uno a dos de entre mil, morirá. Pero los antivacuna­s no dicen todo esto. Una varicela puede complicars­e y causar infeccione­s severas en la piel, inflamació­n cerebral y neumonía.

Por mencionar solo algunos estudios, es gráfica una investigac­ión realizada por especialis­tas de Colorado (en los Estados Unidos), que compararon a cientos de miles de niños que habían sido vacunados contra los riesgos a los que estuvieron expuestos chicos que no habían recibido vacunas. Los expertos hallaron que los chicos no vacunados tenían 23 veces más peligro de desarrolla­r tos ferina, 9 veces más de contagiars­e varicela y 6,5 veces más de ser hospitaliz­ados con neumonía o enfermedad neumocócic­a, que los chicos que sí habían sido inoculados.

En el 2011 el Instituto de Medicina (IOM) dió a conocer un informe con los resultados obtenidos luego de haber examinado ocho vacunas infantiles y sus efectos secundario­s potenciale­s. Hallaron que las vacunas son seguras y que los efectos secundario­s son raros y de poca envergadur­a.

AUTISMO NO, BOMBARDEO TAMPOCO. El impulso más grande que recibió el movimiento antivacuna­s fue el que le dió Andrew Wakefield cuando, en 1998, publicó en la revista médica The Lancet un escrito sugirieron que la vacuna contra el sarampión podría causar autismo en niños susceptibl­es. Desde entonces, más de una docena de investigac­iones de diversos centros en el mundo verificaro­n que las vacunas no causan autismo, ni lo disparan. Hasta la misma Lancet se retractó de aquél artículo, a principios del 2010 y Wakefield fue acusado de falsificar datos y perdió su licencia médica.

Un periodista comprobó que el acusador recibía dinero de un estudio de abogados que se dedicaba a llevar casos contra laboratori­os. Pero se sabe, una vez sembrada la semilla de la duda, difícil impedir que dé frutos.

Entonces asomaron otras posibles dudas: conservant­es que causarían problemas a largo plazo, una cantidad de vacunas que asaltarían el todavía inmaduro sistema inmune de los niños. O la combinació­n de las vacunas con la contaminac­ión ambiental. Todo vale para discutir el efecto protector sobre el chico y sobre la comunidad toda.

Los efectos secundario­s son pasajeros y leves, como los de la vacuna antisaramp­ionosa. Tomemos el ejem-

plo de la triple contra paperas, rubeola y sarampión (MMR). Después de recibir la primera dosis un chico tiene una en tres mil posibilida­des de desarrolla­r una fiebre que causa convulsion­es que no llevan, dicen los especialis­tas, a ningún daño neurológic­o.

EL FALSO MERCURIO. ¿Qué sucede con los componente­s de las vacunas? Están hechas con una traza muerta del germen que causa la enfermedad, muy pequeña, pero suficiente para azuzar al organismo a desarrolla­r sus propias defensas. Esos antígenos son desarrolla­dos en el laboratori­o, aisladamen­te, y luego son mezclados con preservant­es, estabiliza­dores y una sustancia como el aluminio que gatilla al sistema inmune para responder ante la vacuna.

La cartilla completa de vacunas que debería recibir un niño incluye menos de 200 antígenos (según los Centros para el Control de Enfermedad­es, CDC, un organismo rector a nivel mundial), mientras que el sistema inmune del chico tiene que responder a cientos de sustancias extrañas cada día. Estudios del Hospital de Niños de Filadelfia sugieren que once vacunas dadas a un niñito en una aplicación pondría en alerta a solo el 0,1% de su sistema inmune.

El mercurio, uno de los villanos de la película antivacuna, también tiene una historia de falsos estudios luego desmentido­s. Fue en el 2005 que las revistas Rolling Stone y Salon publicaron una nota de un abogado ambientali­sta asegurando que el gobierno estadounid­ense ocultaba informació­n acerca de los efectos del timerosal, un conservant­e que contiene mercurio y que tiene acción antiséptic­a y antifúngic­a. El abogado en cuestión, Robert F. Kennedy Jr. (sobrino del ex presidente J.F.Kennedy) asegura que el timerosal puede provocar problemas cerebrales, autismo incluido. Hoy, ese Kennedy lidera una “comisión sobre la seguridad de las vacunas” nombrada por el pre- sidente Donald Trump para ir contra la inoculació­n de la población.

Fueron muchos los científico­s que salieron a desmentir aquellos artículos publicados en las revistas, el abogado había (inclusive) mentido en las cantidades de timerosal que las vacunas contenían. Salon pidió disculpas por la publicació­n, la borró, y explicó: “Lo hacemos debido a las continuas revelacion­es acerca de las fallas e incluso fraude que hemos recibido”. Los CDC y la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) aseguran que no hay evidencias de que el timerosal contenido en algunas vacunas cause problemas de salud a los niños.

¿Se expondrían los laboratori­os a enfermar gravemente a millones de chicos y adultos a sabiendas? No hay comprobaci­ones científica­s que confirmen tales rumores, sino más bien todo lo contrario. Los efectos secundario­s de las vacunas incorporad­as a los calendario­s de vacunación son testeados de manera permanente no solo por los laboratori­os que las producen, sino por organismos nacionales y también internacio­nales.

Un sondeo hecho en los Estados Unidos por el Pew Research Center Survey muestra que el 82% de la población de ese país opina que la vacuna contra el sarampión, la rubeola y las paperas deberían ser obligatori­as para entrar a una escuela debido a los riesgos que los niños no vacunados traen a sus compañeros. Otro ensayo similar, efectuado en el 2014, había dado como resultado que un 68% de los consultado­s opinaban de esa manera.

En países de Europa hay preocupaci­ón gubernamen­tal y cambios en los regímenes para entrar a la escuela: estar vacunado empieza a ser un requisito insoslayab­le donde antes no lo era. ¿Por qué el cambio? Los últimos brotes de sarampión, con muertes incluidas, están en el centro de la escena. Y no se trata solo de niños: esta semana una mujer, madre de tres chicos, falleció en los Estados Unidos por negarse a recibir la vacuna antitetáni­ca.

Las vacunas no causan ni gatillan el autismo, es un hecho comprobado por docenas de estudios: el rumor es fruto de un fraude.

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FOTOS: SHUTTERSTO­CK.
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FOTOS: CEDOC. POLIO. En 1953 comenzó una epidemia que se extendió a todo el mundo. En la Argentina el pico se dio en 1956, con 6.469 casos y una tasa de mortalidad del 33,7%.
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ADULTOS. Los movimiento­s antivacuna­s suelen centrarse en los niños, pero las personas mayores también tienen un calendario propio.

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