Creador de una escuela jurídica:
Carlos Cossio fue uno de los padres del derecho argentino. Abogado, filósofo, militante universitario reformista y profesor, sentó las bases de la teoría egológica, que niega la tradicional identidad kelseniana y establece que todo lo que no está prohibid
Carlos Cossio fue uno de los padres del derecho argentino. Abogado, filósofo, militante universitario reformista y profesor, sentó las bases de la teoría ego- lógica, que niega la tradicional identidad kelseniana y establece que todo lo que no está prohibido es jurídicamente viable. Por Albino Gómez
Había nacido en San Miguel de Tucumán el 3 de febrero de 1903 y murió en Buenos Aires en 1987 a los 84 años. Tuve el honor de asistir a sus clases en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, seguir sus cursos especiales como los dedicados, entre muchos otros a “La Quinta Meditación Cartesiana de Husserl”. Y luego, participar en pequeños grupos de amigos, cuando quedó fuera de sus cátedras, para continuar sus reflexiones y debates que formaban parte de su modo de hacer filosofía. Que no excluía el análisis de la política nacional e internacional.
Se recibió de abogado a los 21 años en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, donde se vinculó al movimiento reformista como uno de los líderes del Centro de Estudiantes. Y finalizada su carrera realizó su tesis doctoral sobre “La Reforma Universitaria o el Problema de la Nueva Generacion”, publicada en 1927.
Entre 1934 y 1948 enseñó en la Universidad Nacional de La Plata donde comenzó a desarrollar su Teoría Egológica del Derecho. En 1948 ganó el concurso para hacerse cargo de la Cátedra de Filosofía del Derecho en la Universidad de Buenos Aires, donde termina de definir su original concepción del derecho, rodeándose de una amplio grupo de seguidores y discípulos, entre otros: Enrique B. Aftalión, Julio César Cueto Rúa, Genaro Carrió, José Vilanova, Daniel Herrendorf, Esteban Ymaz, Manuel Aráuz Castex, Moisés Nilve, Carlos da Cunha…Creando con ellos una verdadera “Escuela Jurídica Argentina”, con un reconocimiento y prestigio no solo nacional sino también internacional.
Pero en 1956, la llamada Revolución Libertadora lo privó de sus cátedras aludiendo a su presunta simpatía por el peronismo, no pudiendo reincorporarse sino en 1973, gracias a las gestiones de su amigo y discípulo el doctor Julio Raffo. En 1975, como lo recuerda el doctor Eduardo Héctor Méndez, hubo un intento frustrado por el golpe militar de 1976, de designarlo profesor emérito, y recién en 1984, a propuesta del Decano normalizador,
doctor Eugenio Bulygin, la Universidad de Buenos Aires a cargo del Rector Normalizador doctor Francisco Delich, se lo designó finalmente profesor emérito.
Es que los liberales y la derecha política nunca le perdonaron su fidelidad a su independencia de criterio, ya que nunca perteneció a un partido político determinado, pero defendió ardorosamente sus ideas y propuestas. Como ya dijimos, en 1956 fue privado de su cátedra por el gobierno militar. En realidad una trenza de docentes a quienes les molestaba su presencia en las universidades, urdieron su alejamiento compulsivo argumentando algo que hoy resulta ridículo. Cossio había respondido a una encuesta oficial sobre la posible y luego concretada reforma constitucional de 1949. Pero cuando muchos de sus colegas se hicieron los distraídos frente a las dictaduras militares de los generales Juan Carlos Onganía y Jorge Rafael Videla, el viejo profesor las enfrentó desde la tribuna y repudió los crímenes contra los derechos humanos.
Pero ese largo tiempo de censura intelectual y pedagógica en el ámbito universitario, le restó vigor a la Escuela y a sus hasta entonces crecientes posibilidades de expansión, no sólo en nuestro país sino también en el exterior. Excluir a Carlos Cossio de sus cátedras fue uno de los tantos errores de la Revolución militar del 55, que si bien logró derrocar a Juan Domingo Perón, su fracaso en lo político, en lo económico y en lo social, le permitieron el derrocado Presidente volver a una tercera presidencia en 1973. Dicho irrefutable fracaso quedó tempranamente demostrado por la muy lamentable situación del país que recibió el doctor Arturo Frondizi cuando asumió la presidencia en 1958. Antes de proseguir, debo señalar que ya sin sus cátedras, en las charlas con amigos y seguidores discípulos comprendió muy bien la oportunidad que acababa de perder nuestro país, de pasar del subdesarrollo al desarrollo, en un mundo en plena transición, presidido en los Estados Unidos por un joven presidente progresista como John F. Kennedy, una Iglesia Católica que entraba en una importante etapa de renovación actualizante a cargo de un Papa como Juan XXIII, y una Unión Soviética, presidida por Nikita Kruschev, que denunciaba por primera vez en al XX Congreso del Partido Comunista los crímenes de Stalin. Más aún, debemos también reconocer que el derrocamiento del presidente Frondizi, implicó gran alborozo en los integrantes del Partido de la Unión Cívica Radical del Pueblo, del Partido Socialista, del Partido Comunista, del Partido Demócrata y sus diversas variantes en el Interior del País, más por supuesto la cúpula de las FFAA, dirigentes del sindicalismo e incluso por importantes
sectores de la propia Iglesia Católica. No faltó incluso un grupo de sacerdotes jesuitas que consideraban el desarrollismo, como una filosofía materialista, etapa previa al comunismo, y citaban el caso del Norte de Italia, donde gracias a la fuerte industrialización también se daba el crecimiento de los sindicatos y del Partido Comunista, cosa que no ocurría en el Sur pobre de Italia. Reflexión que absurdamente parecía convalidar el mantenimiento del atraso y de la pobreza como un modo de combatir al comunismo. Extremo tan ridículo que fue contrastado hasta por una opinión generalmente muy crítica al gobierno de Frondizi, afirmando que el desarrollo, si bien tenía una fuerte dimensión material, tenía también una dimensión espiritual, y citaba los esfuerzos industrialistas de Juan Bautista Alberdi, que nada tenían que ver con el marxismo. Pero el caso fue, como bien lo entendió Cossio, que toda esa tremenda incomprensión a fines de la década del cincuenta y comienzo de los años sesenta, frustraron al país dar el salto cualitativo del subdesarrollo al desarrollo, grave error que todavía no pudo ser reparado, sumiéndonos en una situación política-social y económica tal, que resulta de difícil explicación.
Pero volvamos nuestro filósofo como lo recuerda su discípulo el doctor Méndez, en su prólogo al libro “Teoría de la verdad Jurídica”: la persecución política de la que fue objeto se manifestó por la acusación, entre otras, como ya dijimos, haber contestado la encuesta sobre la reforma constitucional del 49. Pero es bueno destacar, dice el prologuista, que sobre el cuestionario de 16 preguntas, Cossio contestó solo 3 y no respondió la pregunta sobre la reelección del Presidente. Sí en cambio, se refirió a fortalecer una economía planeada con subsistencia de derechos individuales y atender las necesidades vitales de la población, a la par que proponía una novedosa división del Parlamento que ejercería un control político y la presencia de técnicos designados por los Partidos para la función legislativa. Pero el fortalecimiento de una economía planeada tal vez chocaba profundamente con el ideario de la Revolución Libertadora, que ni siquiera supo instrumentar con racionalidad, justicia y equidad.
FUENTES FILOSÓFICAS. Carlos Cossio fue tributario del pensamiento de Kant, de Husserl y de Heidegger, y le imprimió a su teoría una impronta personal tan auténtica y pasional que fue lo que le permitió crear los cimientos de esa verdadera Escuela Jurídica Argentina, a la que ya aludimos, ignorada luego por incontrolables envidias profesionales y académicas, y por la acción directa de quienes consideraban una herejía la permanencia en la Universidad de un pertinaz contradictor del Derecho Natural.
Pero Cossio parte de los inicios de la filosofía, con Platón y Aristóteles. Así señaló que Platón había sistematizado con la templanza, la fortaleza, la sabiduría y la justicia, el sistema de las virtudes cardinales. Que la templanza era la perfección de la sensibilidad, la fortaleza lo era de la voluntad y la sabiduría del intelecto. En cuanto a la justicia, sin raigambre material propia, al ser el equilibrio recíproco y proporcionado de las otras virtudes, daba la unidad del sistema ético con un sentido de totalidad. Para Cossio, Aristóteles había visto en la justicia su alteridad, que no se refería a la conducta de un individuo aislado e implicaba el despliegue de