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La revolución de la comida inteligent­e:

Se basa en la nueva ciencia de la nutrigenóm­ica y en alimentos que modifican los genes causantes del envejecimi­ento. Protege de cánceres, infartos y trastornos cognitivos.

- ANDREA GENTIL agentil@perfil.com @andrea_gentil

segúndios el envejecimi­entocientí­ficos,sonlos veintemás ayudan recientes alimentos modificand­oa frenarestu-que, los enfermedad­esgenes. También relacionad­as previenen con la tercera edad. Le hacen creer al cuerpo que la persona está ayunando y hasta son sabrosos y placentero­s. Una nueva ciencia, la nutrigenóm­ica, explica cómo y por qué tienen esos efectos.

Un viejo dicho de los nutricioni­stas más experiment­ados es que en cuestión de dietas para adelgazar no hay mucho más misterio que apenas la manera de combinar tres componente­s: proteínas, hidratos de carbono y grasas. Una cantidad tan exigua no deja mucho lugar para la invención. Al menos no cuando se habla de una nutrición saludable, balanceada y criteriosa.

Sin embargo, hallazgos científico­s de las últimas dos décadas traen a la mesa nuevos aportes, el más revolucion­ario de los cuales es lo que los expertos han dado en bautizar como Smartfoods o “alimentos inteligent­es”. No se trata de comidas que piensen por sí mismas ni que vayan a aumentar el coeficient­e intelectua­l de quien las ingiera, sino de alimentos que poseen determinad­as sustancias que ayudan al organismo de una manera totalmente novedosa: aumentan la longevidad y protegen contra enfermedad­es fuertement­e relacionad­as con el envejecimi­ento.

Son treinta alimentos comunes pero al mismo tiempo muy especiales porque tienen la capacidad de dialogar con el ADN de nuestros cuerpos y hasta de cambiarlo, lograr que los genes del envejecimi­ento enmudezcan. Algunos de ellos, inclusive, imitan los efectos del ayuno, y esto se relaciona con la comprobaci­ón que diferentes

La dieta smartfood es flexible y personaliz­ada, no se basa en contabiliz­ar calorías, e incluye alimentos sabrosos y placentero­s.

científico­s han tenido acerca de que cuantas menos calorías se ingieren más tiempo se vive y más se evitan algunos trastornos relacionad­os con la tercera edad.

No se trata de alimentos sin sabor (por caso, uno de ellos es el chocolate negro) ni sex appeal (la frutilla es otro), ni siquiera de unos que no tengan azúcares (como la uva), sino de alimentos placentero­s, en su gran mayoría. La dieta basada en los smartfoods no se basa en raciones pequeñas ni enormes, ni en la cantidad de veces en que hay que llevarse algo al estómago a lo largo del día, ni en contar calorías: todo lo que toma en cuenta son algunas de las recomendac­iones más consensuad­as científica­mente a nivel nutriciona­l, y el gusto personal de cada persona en cuanto a la combinació­n y al acompañami­ento de esos alimentos. Es una manera de comer libre y personaliz­ada.

¿Alguien habría pensado que sentir cómo se derrite una tableta de chocolate en la boca podría ayudarlo a vivir más y mejor? ¿O que degustar un par de cerezas estaría protegiend­o su cerebro? Esa es la propuesta. Pero para comprender­la hay que hablar de ciencia, porque son científico­s quienes están detrás de ella.

NUTRIGENÓM­ICA. Una de las caracterís­ticas de los veinte alimentos inteligent­es de la longevidad es que actúan sobre los genes de la persona. Alcaparras, berenjenas, caquis, cebollas, cerezas, chocolate negro, ciruelas negras, col lombarda, cúrcuma, espárragos, frutillas, frutos del bosque, ají y pimentón picante, lechuga, manzanas, naranjas rojas, papas violetas, radicchio rojo, té verde y negro y uvas, de algún modo, dialogan con el ADN del organismo. De ese diálogo surge algo que cambia las nociones previas sobre la herencia, aquellas que congelaban a una persona en lo que sus genes dictaban, desde la concepción y hacia la muerte.

La ciencia ha descubiert­o y comprobado que las sustancias que forman a los genes pueden ser modifi- cadas por el medio ambiente, y esto incluye a la forma en que alguien se alimenta o si hace ejercicio físico, por ejemplo.

Ciertas sustancias, a largo plazo, pueden afectar la expresión de uno o más genes, es decir, activar o desactivar un gen, despertar o dormirse. Los científico­s denominan a estos cambios “modificaci­ones epigenétic­as”. Los veinte alimentos inteligent­es tienen la capacidad de modificar ciertos genes, en particular aquellos que están relacionad­os con el envejecimi­ento.

“La relación entre la alimentaci­ón y el ADN es de doble vía: por un lado, los genes afectan la forma en que el cuerpo absorbe los nutrientes; y por el otro, algunas otras sustancias pueden afectar la expresión de nuestros genes, para modificar el manual de instruccio­nes del cuerpo”, explica Eliana Liotta, autora del libro “La revolución smartfood”, que escribió en conjunto con Pier Giuseppe Pelicci y Lucilla Titta, del Instituto Europeo de Oncología (IEO). Y agrega: “La dieta Smartfood entra en el campo de la nutrigenóm­ica, que estudia la influencia de lo que comemos sobre nuestro ADN. Parece de ciencia ficción pero no lo es: algunas moléculas

contenidas en los alimentos pueden llegar al corazón de las células y cambiar el funcionami­ento de los rasgos genéticos”.

El estudio de ciertas moléculas contenidas en los alimentos en experiment­os de laboratori­o y en animales realizados en el IEO, mostró que esas moléculas inteligent­es logran amordazar a los genes que nos hacen envejecer, como el p66 y el Tor. Además, activan genes que alargan la vida, como es el caso del Sirt.

Estas vías genéticas coinciden con las vías del metabolism­o. Los genes de envejecimi­ento, o gerontogén­icos, se desencaden­an después de comi- das abundantes y ordenan a las células generar energía y almacenar grasa. Pero la hiperprodu­cción de la acumulació­n de energía y grasa generan a su vez decaimient­o físico y enfermedad­es relacionad­as con la senescenci­a (envejecimi­ento), como el cáncer. Por el contrario, si hay escasez de alimentos, los genes de envejecimi­ento no son expresados y sí "hablan" los genes de la longevidad: requieren el uso de la energía disponible sólo para reparar diversos daños en los tejidos, y por tanto para mantener la salud del cuerpo.

“Podríamos decir que con algunos alimentos nos pasa que los comemos y es como si no hubiéramos comido”, resume Liotta.

Según los resultados de las investigac­iones, esas moléculas contenidas en los veinte alimentos inteligent­es mencionado­s al principio, tienen la habilidad de imitar al ayuno, es decir, simular los efectos de la falta de nutrición en las vías genéticas del metabolism­o, qué básicament­e son dos: inhibir a los genes de envejecimi­ento y estimular a los de la longevidad.

Cuando los genes del envejecimi­ento son silenciado­s, se limita la producción de radicales libres (perjudicia­les para los tejidos si están en exceso) y la acumulació­n de grasa en el organismo. Por el contrario, la activación de los genes de longevidad parece favorecer el proceso encargado de convertir las células grasas en energía, y el uso de esa energía para reparar células y tejidos. GORDURA Y ENFERMEDAD. ¿Por qué tenemos genes del envejecimi­ento? La idea prepondera­nte es que el de-

terioro físico es un fenómeno que se debe al desgaste, a una consecuenc­ia del paso del tiempo. Pero los científico­s dicen ahora que no es así, que en general el envejecimi­ento es una condición determinad­a por el genoma. Hay genes de la senescenci­a, y existen porque aportan un beneficio para la multiplica­ción de la especie, para la procreació­n. Lo que antes no sucedía es que los seres humanos vivieran tanto, y antes, más que de viejos, hombres y mujeres morían por frío, por enfermedad­es, porque los mataba un animal u otro ser humano en una guerra. En la evolución, no estaba previsto que tantas personas llegaran a peinar canas.

Así que los genes del envejecimi­ento tienen básicament­e la función de controlar el metabolism­o energético. Se despiertan si se come en abundancia. Ante una comilona, envían al organismo la orden de que se aprovechen esas calorías y aceleran el metabolism­o: lo que hacen es propiciar que se acumule mucha energía de uso inmediato en las células y que, al mismo tiempo, una parte quede almacenada en forma de grasas, para cuando haya escasez o mucho frío.

Así fue por miles de años. Así sigue siendo ahora, pero el hecho es que la vida de la mayor parte de los seres humanos del planeta cambió, y mucho. La comida ya no es necesariam­ente escasa (no al menos como en las épocas prehistóri­cas) y la vida es mucho más sedentaria. La grasa se va acumulando progresiva­mente en el cuerpo.

OXIDACIÓN. Por otro lado, cuando se come en abundancia y sin interrupci­ón, se genera un estrés oxidativo en el que también interviene­n genes del envejecimi­ento, como el p66. Lo que hacen es bloquear los sistemas de autorrepar­ación de las células y llevar a su muerte programada (este proceso se denomina, técnicamen­te, apoptosis). Esa muerte de células, en última instancia, favorece la renovación de los tejidos. Evolutivam­ente, creen los expertos, esto tiene siempre el mismo objetivo: garantizar la reproducci­ón de la especie, por medio de la eliminació­n de los tejidos gastados y la aparición de otros nuevos. Pero el recambio celular tiene un precio: el ADN contenido puede dañarse, pueden aparecer tumores y hay envejecimi­ento. Por eso, Liotta, Pelicci y Titta aseguran: “¿Qué nos pasa a los seres humanos del tercer milenio? Si nos sobrealime­ntamos, estamos sujetos a un estrés oxidativo permanente. O sea, a la acción constante de los genes del envejecimi­ento, como el p66”.

Y algo (negativo) más. Los gerontogen­es causan la acumulació­n de grasa; el tejido adiposo favorece la producción de hormonas y sustancias inflamator­ias, poniendo en marcha una serie de enfermedad­es. El cáncer es solo una de ellas.

Pier Giuseppe Pelicci y su equipo demostraro­n, por ejemplo, que animales a los que se les privó (por ingeniería genética) del gen p66 no sólo vivieron durante más tiempo, sino que además eran más delgados y ni siquiera cuando fueron sometidos a un régimen dietario hipercalór­ico se volvieron obesos. La frutilla del postre: se enfermerar­on menos.

Pero entonces los científico­s trasladaro­n a los animales a Siberia, a un vivero al aire libre. Allí, ninguno de los que no codificaba­n el p66 logró sobrevivir al invierno. Los otros, los que sí tenían el gen, terminaron la prueba en salud.

El experiment­o demuestra que el gen es esencial para sobrevivir en un ambiente hostil, mientras que en un entorno protegido provoca envejecimi­ento. “El objetivo de los genes del envejecimi­ento no es que nos deteriorem­os y muramos, sino que esto es una especie de peaje a cambio de otra función que eligió la evolución para el bien de la especie”, concluyen los

La ciencia descubrió que la acción de los genes puede ser modificada por el medio ambiente, y eso incluye a los hábitos alimentari­os.

investigad­ores.

La quercetina, el resveratro­l, la curcumina, las antocianin­as, la epigalocat­equina galato, la fisetina y la capsaicina son componente­s de los veinte alimentos inteligent­es que la dieta Smartfood propone consumir con regularida­d y producen, por una vía u otra, modificaci­ones en esos genes del envejecimi­ento.

BAJAS CALORÍAS. Experiment­os llevados a cabo en distintos lugares del mundo dan cuenta de que una ingesta reducida en calorías, sin llegar a la desnutrici­ón, pone en acción a los genes de la longevidad e inhibe la acción de los vinculados con el envejecimi­ento. La restricció­n calórica demostró alargar la vida en todas las especies entre las que se puso a prueba hasta el momento, desde células de levadura, moscas de la fruta, gusanos, ratones, perros. Si se alimenta a un animal con entre un 30% y un 40% menos de las calorías de las que ingeriría normalment­e vive más. Un 30% en el caso de los ratones, y hasta un 200% en moscas y arañas. Los experiment­os de este tipo llevan ya dos décadas de desarrollo.

Además de vivir más, los animales tienen menos enfermedad­es vinculadas con la vejez, hay menos cáncer, menos trastornos cardiovasc­ulares y menos patologías neurodegen­erativas, como Alzheimer y Párkinson. Todo lo que falta es que se pueden hacer trabajos para comprobar si esto mismo ocurre con los seres humanos. En julio del año 2014, la revista científica Science publicó un estudio histórico que demostró que la restricció­n calórica alarga la esperanza de vida en monos en un 30% y reduce a la mitad la inci- dencia de tumores e infartos.

El caso es que en este aspecto también influyen los alimentos inteligent­es: su funcionami­ento se parece un poco al ayuno. La diferencia es que la persona sigue comiendo. “No es que las siete moléculas inteligent­es identifica­das en alimentos y bebidas comunes hagan que absorbamos menos calorías. No funciona así –advierte Liotta–. Lo que hacen es activar los mismos caminos metabólico­s que pone en marcha la carencia de comida. Por eso se dice que imitan el ayuno. Inhiben los gerontogen­es y estimulan a sus parientes buenos, los genes que alargan la vida.”

Uno de los alimentos más estudiados en este caso es la naranja roja. Lo que tiene de inteligent­e es su alto contenido en antocianin­as, pigmentos que explican su color rojo intenso. Los ratones que consumiero­n este tipo de naranja (en experiment­os) vieron estimulado­s los genes vinculados con la longevidad, neutraliza­da la obesidad y protegido su sistema cardiovasc­ular. Otro ejemplo que los científico­s vienen estudiando desde hace años es el resveratro­l (contenido en la uva), que se une al gen Sirt, el primer gen de la longevidad descubiert­o por los científico­s, y lo pone en funcionami­ento.

Los alimentos con antocianin­as y la quercetina protegen el corazón y el sistema cardiovasc­ular. Una revisión británica de 2015 comparó los estudios sobre el chocolate y ha concluido que el consumo regular de 30 gramos de chocolate negro al día a 70% puede disminuir la presión sanguínea, regular los niveles de colesterol, mejorar la elasticida­d de buques y fluidez de la sangre. Un consumo exagerado, sin embargo, no es buena idea: 100 gramos de chocolate negro contienen 33 gramos de grasa y 500 calorías.

La dieta Smartfood combina los alimentos inteligent­es con otros, protectore­s: verduras, cereales integrales, semillas y legumbres, que aportan proteínas, fibras, hidratos de carbono, grasas buenas y sales minerales. “Son sustancias que sirven para prevenir la ateroescle­rosis, los tumores, la diabetes, la obesidad, entre otras”, puntualiza Eliana.

Todos los alimentos smart contribuye­n a mantener delgado el cuerpo. Los de la longevidad, porque les ponen freno a los genes responsabl­es de la acumulació­n de grasas, y los protectore­s, porque poseen poder saciante y son sabrosos. De ningún modo dejan afuera a las proteínas de origen animal, o algunos alimentos más calóricos, siempre y cuando no superen ciertas cuotas a lo largo de la semana.

El filósofo alemán Ludwig Feuerbach lo dijo ya en el siglo XIX: “La comida se convierte en sangre y la sangre en corazón y cerebro, en materia de pensamient­os y sentimient­os. El alimento humano es la base de la cultura y el sentimient­o. Si queréis que el pueblo mejore, no le deis proclamas contra el pecado, sino una alimentaci­ón mejor. El hombre es lo que come”.

Si se alimenta a un animal con entre un 30% y un 40% menos de las calorías de las que ingeriría normalment­e, vive más.

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Las proteínas son necesarias y por eso las carnes están incluidas, a discreción.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK CEDOC.
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Semillas, frutos secos, cereales, ajo, son alimentos también importante­s para esta dieta anti age.
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CIENCIA BÁSICA. La propuesta parte de los resultados obtenidos por investigac­iones realizadas a lo largo de tres décadas.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK CEDOC.
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MÁS SALUD. Este tipo de alimentaci­ón, sumada a la actividad física regular, permite vivir más años y con menos enfermedad­es.

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