Posmoralidad periodística:
Los males de la comunicación actual. La posverdad como la indiferencia ante aquello que es falso y se da por cierto, y como consecuencia, la posmoralidad como la indiferencia frente a lo que está mal. El autor construye en su último libro un breve manual
los males de la comunicación actual. La posverdad como la indiferencia ante aquello que es falso y se da por cierto,. Por Miguel Wiñazki.
La objetividad periodística decreta la muerte de los contenidos periodísticos. Es falso que la objetividad no exista. Existe, sí, pero es letal si se absolutiza. El puro reflejo de los hechos acontece y es factible. Véase un ejemplo claro de enunciado objetivo: “Argentina venció a Croacia en la Copa Davis”. Es así, así fue. Ganó 3 a 2. Pero el enunciado objetivo -si se valora a la objetividad como al máximo valor enunciativo- es la reducción de las noticias a los titulares. La objetividad es la fase cablegráfica del periodismo. No es la objetividad una cualidad de los objetos -como suele afirmarse-, sino de los enunciados. Hay enunciados que emergen como irrefutables más allá de los sujetos que los enuncien. “La Argentina le ganó 3 a 2 a Croacia”. Se podrá luego opinar respecto de los merecimientos o no de tal triunfo, del escenario futuro de la Copa Davis o de lo que fuera, pero hay un punto de objetividad que es un punto de partida y no de llegada.
Llegar a la objetividad es llegar a la indigencia discursiva. Y además, la objetividad es una construcción humana. Para seguir con el mismo ejemplo: la Copa Davis es un conjunto de reglas artificiales, es un montaje, un diseño urdido para competir. Los jugadores asumen esas reglas, que son filosóficamente una ficción, y a partir de ellas generan “hechos” y resultados objetivos. Se es objetivo sobre las construcciones. Si se afirma que esa piedra pesa 22 kilos, y esa piedra efectivamente los pesa, se instaura un dato objetivo porque el sistema de medición aludido es también una construcción. “Uno no encuentra en la naturaleza lo que hay en ella, sino lo que nosotros mismos depositamos en ella”, afirmaba Kant. Para ser objetiva una construcción debe ser lógica y no ilógica, porque sin lógica adviene la locura. Pero aun en el contexto de la lógica, la mera objetividad es pobre en sí misma. Es a partir de ella que comienza lo interesante. A partir de ella comienza la libertad. Alguien por ejemplo puede concebir que esa piedra es una piedra en el camino y que habrá de detenerlo, y otro que la misma piedra es un interesante desafío a superar. Lo interesante es el conflicto de las interpretaciones sobre los enunciados objetivos mismos, la diversificación de miradas, los puntos de vista argumentales.
El espacio público se vuelve un espacio de conversación pública racional. La comunicación masiva requiere de racionalidad. Es un término fuerte. ¿Qué es la racionalidad? Conviene acotar el campo de la pregunta: ¿Qué
La comunicación masiva requiere de racionalidad. Contra-argumentación y pensamiento.
es la racionalidad comunicativa? Es muchas cosas, pero en principio es argumentar y es dejar argumentar. Es argumentar y es convocar a la contra-argumentación: al pensamiento. La argumentación no es una virtud de los convencidos, sino de los que metódicamente prefieren dudar para generar nuevos interrogantes frente a viejas respuestas. Son los que exponen sus puntos de vista al debate con los otros. Argumentar es abrir el juego a la controversia. Las deliberaciones más interesantes no serán puras e inocentes. No se interpreta nada con inocencia si se está interpretando de verdad. Se interpreta desde el epicentro hirviente de los intereses creados, eso es lo que vuelve real y fascinante al conflicto de las interpretaciones. Hoy la argumentación ya no está cartelizada ni concentrada en los emisores de noticias. La interacción avanza, y los medios en general y los nuevos medios en particular establecen con sus audiencias cada vez más una conversación permanente. Esa es la revolución y la utopía: la conversación permanente. Hay algo más; la voz abierta y en simultáneo verdadera de la subjetividad más absoluta.
Un ejemplo: Hermenegildo Sábat. Sábat mira y dibuja y sus ficciones satíricas son verdaderas. El ilustrador escribe con los ojos. Escribe sin palabras. Sábat, y él es un ejemplo muy notable entre muchísimos caricaturistas, demuestra que la mirada subjetiva no cuenta lo que muestra. Simplemente muestra pero sin objetividad ninguna, y por eso tal vez arriba a las profundidades. Los malvados y las malvadas aparecen como tales. Y los ángeles, como los ángeles de Sábat -Gardel, Troilo o Piazzolla-, son ángeles de verdad. Durante la dictadura militar estaba prohibido publicar dibujos de Videla, de Massera y de Agosti, los integrantes de la Primera Junta militar. Sábat vivía pensando cómo y cuándo satirizarlos y encontró el momento. Un día después de la finalización del Mundial del 78. “Ese día los dibujé -me dijo-, apareció el dibujo en Clarín y entre tanto alboroto el dibujo no fue censurado”. A partir de allí, los militares fueron objeto de su agudeza gráfica de manera reiterada. Y los dibujos se multiplicaron como los panes y los meses y los atroces dictadores empezaron a caerse de su Olimpo. En tiempos de revolución tecnológica Sábat sostiene la comunicación con un lápiz y un papel. Y evitando la objetividad, porque la moral arraiga en su ojo avizor.
LA VIGILANCIA. La inversión de la lógica de la vigilancia es una mutación crucial del siglo XXI. Nosotros, los ciudadanos comunes somos vigilados, pero a la vez tenemos potencialmente la capacidad de ver, de vigilar, de conocer a quienes nos vigilan. Se quiebra -al menos parcialmente- la histórica asimetría entre vigilantes y vigilados. El cambio simbólico que determinó la nueva y relativa tal vez simetría entre vigilantes y vigilados lo concibieron Julian Assange y Edward Snowden dispersando globalmente información secreta y presuntamente encubierta bajo siete llaves por el gobierno de los Estados Unidos. El término “vigilancia” entonces, no adquiere solo una connotación negativa. Hay también una vigilancia cívica instituida como monitoreo democrático.
Claro, el asunto es espinoso. ¿Cuánto ayuda a la democracia la propalación de secretos de Estado que ponen en juego la seguridad colectiva? Como sea, se despliega una nueva manera de observar, en la que el poder no tiene ya el monopolio de la mirada. Big Brother existe pero no es invisible. El ojo que todo lo ve es a la vez visto. La mirada que controla es controlada. Esta circunstancia no nos remite ya a un Mundo Feliz, pero sí a un espacio diferente. Transitamos por un punto de bifurcación decisivo. O nos sumergimos todos en la paranoia, o asumimos un monitoreo democrático entre los unos y los otros. Es un proceso complejo, eventualmente utópico, pero esa utopía debería ser la Idea Reguladora -la del monitoreo mutuo sin paranoia-, la que guíe un camino hacia una democracia más profunda. A mediados de 2015 en la Argentina, se difundió una lista en la que quedaba en evidencia cómo el Ejército espió a periodistas y otros actores sociales. Mi nombre estaba entre los espiados. La única hipótesis que le daría algún sentido a esa vigilancia, sería la delirante suposición de que la acción periodística pone en peligro la seguridad del Estado. Es a la inversa. El problema es el check point de la información. ¿Quién decide cuándo la información que se filtra pone en juego la seguridad y, por eso, dispone censurarla o espiar a quienes la difunden? ¿Quién es el guardián de la información? La cuestión tiene que ver con el posperiodismo, y también con el antiperiodismo. En 2013 tras el descubrimiento del descarnado espionaje del Departamento de Justicia norteamericano, que infiltró los registros de llamados telefónicos de veinte periodistas de la agencia de noticias AP, Barack Obama anunció que reflotaba un proyecto de ley que estaba detenido entonces en el Congreso, destinado a proteger a los periodistas. Era un escudo para obturar los intentos de cualquiera que pretenda que los profesionales de la información revelen sus fuentes. Fue un nuevo impulso a las garantías legales que resguardan el derecho a no decir quién provee la información a los que luego la publican. Sin embargo, el presidente de los Estados Unidos no pidió disculpas por la intromisión sobre los teléfonos de los periodistas, aun cuando las regulaciones a las filtraciones de información sensible bordean la censura. El punto es el delicado equilibrio entre secreto y transparencia. La ley estaba en pleno debate cuando se dispararon las filtraciones de Wikileaks. Wikileaks es el paradigma del posperiodismo; es decir, la captación y difusión de información sensible a través de agentes no periodísticos. Las revelaciones de Wikileaks, según la mirada del gobierno norteamericano, es una potencial amenaza a la seguridad global. El poder y esencialmente el poder global arraigan en el secreto. Es una paradoja en rigor. Convive el sigilo con la transparencia. La prensa trata de difundirlo todo, y el Estado permite y propicia el acceso a la información pública. Pero a la vez, decisivamente en relación a cuestiones bélicas, el Estado -los Estados en general- guarda bajo siete llaves estrategias y movimientos por definición furtivos. Hay otra faceta del asunto que se puede percibir con mucha nitidez en estas latitudes: el antiperiodismo.