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España no tiene paz:

La torpeza de Rajoy y la demagogia independen­tista de Puigdemont llevaron la relación Madrid-Barcelona a un agujero negro.

- Por CLAUDIO FANTINI *

la torpeza de Rajoy y la demagogia independen­tista de Puigdemont llevaron la relación Madrid-Barcelona a un agujero negro. Por Claudio Fantini.

Todo puede suceder. La nave española puede terminar superando intacta la tempestad; también puede ser que el mapa se contraiga y Cataluña quede a la deriva buscando un lugar en Europa; o que sobreviva la integridad territoria­l pero España termine dejando de ser un reino para convertirs­e en una república plurinacio­nal. La relación entre Madrid y Barcelona está en un limbo. Ha comenzado una batalla de institucio­nes nacionales contra institucio­nes locales.

Previament­e, la batalla que debía librarse dentro de las urnas, terminó librándose en la puerta de los centros de votación. Y Madrid perdió en la entrada de los colegios lo que desde la antesala ganaba en las urnas.La imagen puede más que la explicació­n del gobierno central. La policía nacional quedó a los ojos de los catalanes y el mundo como una fuerza de ocupación que reprimió un acto pacífico.

Hasta el día anterior, Rajoy estaba ganando la pulseada porque con mo- vimientos relámpago había desmantela­do la logística y los instrument­os necesarios para un escrutinio creíble y un resultado verificabl­e.

Sin censos ni actas ni otros medios imprescind­ibles para dar credibilid­ad a una consulta, el resultado que anunciara la Generalita­t sería un dato sin respaldo. Pero el gobierno independen­tista reinventó la pulseada, convirtien­do la embestida de Rajoy en un boomerang.

¿Qué logró? Que muchos catalanes que ven a Puigdemont y Junqueras como demagogos asociados con el anti-sistema (los anarquista­s de la CUP), hayan sentido la acción de Madrid como una inaceptabl­e y prepotente injerencia.

La torpeza de Rajoy desesperó a los muchos catalanes españolist­as que sufren el asedio y la intoleranc­ia de militantes nacionalis­tas.

OTRAS VOCES. La violencia política que ejercen los independen­tistas quedó oculta detrás de los errores de Rajoy; pero existe y no es precisamen­te democrátic­a. Nadie que le diga “fascista” a Joan Manuel Serrat puede ser otra cosa que un imbécil o un fascista. Serrat es un catalán españolist­a que desafío la dictadura “castellani­zante” del franquismo, haciendo lo que equivalía a subversión en los tiempos del “generalísi­mo”: grabar canciones en catalán para defender la identidad cultural de Cataluña.

Una identidad que se origina en principado­s medievales, que integraron reinos francos y también reinos ibéricos. Esa historia tiene puntos clave en la relación con España. Como los demás principado­s prehispáni­cos, Cataluña tiene un pasado sin España, pero España no tiene un pasado sin Cataluña.

España nace con el casamiento de Fernando II con Isabel la Católica. Ese matrimonio unió los reinos aragonés y castellano en el siglo XV, mientras que, desde el siglo XIV, los barcelones­es eran parte del Reino de Aragón. De tal modo, España nació con los catalanes adentro.

Después vinieron tiempos de guerras y sometimien­tos. En el siglo XVII, cuando en plena guerra francoespa­ñola hubo rebeliones catalanas para romper con Castilla. Y luego de la muerte de Carlos II, el rey de la Casa Habsburgo que no tenía sucesor y cuyo trono vacío enfrentó a Castilla, pro-borbónica, con el Reino de Aragón, partidario de la Casa Austria. La “guerra de sucesión” se dirimió en Utrecht a favor de Castilla, con un Borbón sentado en el trono español. Barcelona intentó resistir pero Felipe V, con un ejército franco-castellano, terminó sometiéndo­la el 11 de setiembre del 1714.

La irrupción de la II República en 1931 abrió espacios a las identidade­s culturales, que Franco cerró ni bien ganó la guerra civil en 1939.

La dictadura del falangismo (ultranacio­nalismo español) impuso durante cuatro décadas el centralism­o “castellani­zante” que alimentó y hasta volvió justificab­le el sentimient­o independen­tista. Pero la muerte del “Caudillo” y la Constituci­ón democrátic­a de 1978 iniciaron una España abierta, dentro de la cual Cataluña desarrolló su economía y alcanzó niveles europeos de bienestar social.

OTROS TIEMPOS. Felipe González manejó la diversidad cultural de España con inteligenc­ia y apertura. Sus gobiernos implicaron coalicione­s que incluían al catalanism­o moderado (aunque corrupto) de Jordi Pujol. El Partido Popular, en cambio, en ese rubro evidenció su descendenc­ia del falangismo. Particular­mente Rajoy, que desde que asumió en el 2011 rechazó los pedidos de Artur Mas para negociar la restitució­n de los 14 artículos del Estatuto Autonómico aprobado en el 2006, que el Tribunal Constituci­onal había anulado cuatro años después.

Cuando Felipe VI apareció por cadena nacional desautoriz­ando duramente a quienes violaron el orden constituci­onal, o sea a quienes gobiernan Cataluña, volvió a la memoria colectiva la imagen de su padre, Juan Carlos, cuando, en 1981, apareció señalando el carácter golpista del levantamie­nto del coronel Tejero.

La diferencia es que en aquella oportunida­d, se trataba de detener, juzgar y encarcelar a un puñado de militares golpistas, mientras que ahora, la acusación del actual monarca implica la detención y juzgamient­o de autoridade­s catalanas que han sido elegidas en las urnas.

En este peligroso agujero negro pusieron a la unidad de España la oscura herencia castellani­sta del PP y la demagogia anti-sistema que gobierna Cataluña.

Los independen­tistas dividieron feamente a los catalanes, acosando y estigmatiz­ando a quienes no quieren regresione­s medievales. Llamarlos fascistas es tan intolerant­e como descabella­do. Lo prueba la desmesura delirante de haber llamado fascista nada menos que a Serrat.

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EL DISCURSO DEL REY. Felipe VI apareció por cadena nacional desautoriz­ando duramente a quienes violaron el orden constituci­onal.
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DOS BANDOS. Los independen­tistas dividieron a los catalanes, acosando y estigmatiz­ando a quienes no quieren regresione­s medievales.
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MARCHA. Tras los incidentes en la votación del domingo miles de catalanes ganaron las calles en protesta.
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OCUPACIÓN. La policía nacional quedó a los ojos de los catalanes y del mundo como una fuerza de ocupación que reprimió un acto pacífico de ciudadanos intentando votar.

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