22 Cambiemos prepara el despegue
De estar en lo cierto todos los encuestadores, los votantes van a manifestar su apoyo a la gestión de Macri. El análisis de James Neilson.
En la mayoría de los países, las elecciones legislativas que se celebran a mitad del mandato presidencial brindan a los decepcionados por el gobierno de turno, sin por eso querer echarlo, una oportunidad para darle un rapapolvo amonestador, razón por la que el oficialismo suele perder algunos escaños. Pero la Argentina es diferente. De estar en lo cierto todos los encuestadores, aquí los votantes aprovecharán los comicios del domingo venidero para manifestar algo más que su opinión de la gestión de Mauricio Macri. Para sorpresa de los resignados a la hegemonía de variantes del populismo autocompasivo, según el cual la Argentina es la eterna víctima de la malignidad de potencias envidiosas, hay señales de que por fin el país se ha cansado de una modalidad que tantos perjuicios le ha provocado y que por tal motivo buena parte de la ciudadanía estará dispuesta a confiar en Macri, María Eugenia Vidal, Elisa Carrió y otros miembros del equipo gobernante. Más que una tenue esperanza, los une el hartazgo.
De ser así, estamos ante un cambio de paradigma que, andando el tiempo, incidirá en la conducta y las actitudes de muchísimas personas, incluyendo a aquellas que odian a la gente de Cambiemos. A diferencia del peronismo y las sectas que ha incubado, entre ellas la kirchnerista, o la izquierda combativa, el movimiento que se ha formado en torno a Macri no se alimenta del repudio rencoroso de cuanto les parece foráneo o vinculado con la oligarquía terrateniente sino de la convicción de que, bien manejada, la Argentina podría dejar atrás una etapa larguísima signada por frustraciones y fracasos para crear una sociedad que acaso no sea perfecta pero que por lo menos sería comparable con las más avanzadas del mundo occidental.
Desde el punto de vista de los que, a pesar de todo lo ocurrido en los años últimos, siguen reivindicando lo que nos aseguran son aspiraciones más elevadas que las meramente tecnocráticas, se trata de una meta poco emocionante, una que es típicamente burguesa y por lo tanto despreciable, pero parecería que dentro de un año o dos obtendrá el respaldo de la mayoría. Para
algunos, el que, desde que irrumpió en la Capital Federal hace apenas diez años, el macrismo, acompañado por la UCR y la Coalición Cívica, haya continuado expandiéndose con rapidez hasta conformar el núcleo de un movimiento de alcance nacional, plantea un peligro. Dicen temer que el ingeniero Macri, envalentonado por los resultados electorales previstos, caiga en la tentación de creerse un hombre providencial, un salvador de la Patria imprescindible, o sea, que se transforme en un caudillo narcisista como los de antes que premiaban indebidamente la lealtad de sus vasallos, comenzando con sus parientes y amigos. Si bien dicha alternativa es factible, por ahora no hay muchos motivos para suponer que Macri permitiría que el eventual éxito de su proyecto político se le subiera a la cabeza. Por su for- mación, entenderá que en el mundo actual los reacios a acatar las reglas, escritas o no, que son consideradas propias de la democracia no suelen merecer la aprobación de sus pares.
De todos modos, hay mucho más en juego en las elecciones del 22 de este mes que el destino personal de un político determinado. En el exterior, el consenso es que los resultados dirán si el triunfo de Macri de dos años atrás fue nada más que una anomalía pasajera atribuible a los errores groseros cometidos por Cristina con el presunto propósito de prolongar su propio reinado o si, como aventuran los voceros oficiales más optimistas, la Argentina realmente está preparándose para despegar luego de haber perdido décadas negándose a intentarlo. La
cautela de los escépticos tanto locales como extranjeros tiene su lógica. Hay interesados en el futuro del país que aún sospechan que lo sucedido en octubre de 2015 sólo reflejó el fastidio que muchos sentían por la presencia entre los candidatos de piantavotos esperpénticos como Carlos Zannini y Aníbal Fernández y que votaron a Macri porque creían que representaba el mal menor. Es posible que quienes piensan de tal modo no se hayan equivocado.
Así y todo, es evidente que a partir de entonces comenzó a difundirse la conciencia de que lo que el país necesita es mucho más que contar con un gobierno que sea internacionalmente presentable. Al fin y al cabo, la alternativa al cambio propuesto por Macri y sus aliados es más de lo mismo, es decir, más saqueo a manos de los integrantes de bandas corporativistas de características mafiosas, más inflación, más contabilidad imaginativa y mucho más pobreza. Puede que el impacto de la tragedia venezolana en el estado de ánimo popular no haya sido muy grande, pero muchos intuyen que algunos años, quizás meses, más del kirchnerismo hubieran tenido consecuencias catastróficas para todos salvo los militantes. En
el mundo actual, desprovisto como está de relatos aglutinantes, se ha hecho habitual que los triunfos electorales deban menos a los méritos propios del eventual ganador que a los defectos de sus adversarios. En Estados Unidos, Donald Trump se impuso porque a juicio de muchos Hillary Clinton era un personaje antipático y nada confiable. En Francia, fue merced al pánico que motivaba el ascenso de Marine Le Pen que el casi desconocido Emmanuel Macron pudo instalarse en el Palacio del Elíseo. Es natural, pues, que muchos macristas recen para que Cristina logre mantenerse fuera de la cárcel hasta nuevo aviso. En términos objetivos, como dirían los ideólogos comunistas, es su aliada más valiosa. Por supuesto que si la Justicia se pusiera a la altura de las exigencias formales de los halcones de Cambiemos que quieren que actúe sin prestar atención a los presuntos deseos del Poder Ejecutivo, la estrategia así insinuada,