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El siamo fuori que descoloca

Los soberanist­as preparan la aplicación de la ley de ruptura mientras empresas y bancos ya dan el portazo a separatist­as.

- Por CLAUDIO FANTINI *

Sus

anteojos tan clásicos y sus rigurosas corbatas le dan un aspecto de gerente de banco. A lo que menos se parece Artur Mas es al líder temerario que, más por oportunist­a que por estadista, avanzó hacia el independen­tismo. Como a Trotsky y tantos revolucion­arios que terminaron devorados por sus propias revolucion­es, a el ex jefe de la Generalita­t lo devoró el separatism­o que él mismo había alentado. Para los muchachos izquierdis­tas de la CUP, resulta demasiado “liberal” con aspecto de empresario. Por eso le bajaron el pulgar y lo dejaron afuera de la gesta independen­tista.

Con el rencor del desplazado y la objetivida­d del que mira desde afuera, Artur Mas le dijo al Govern separatist­a algo que está al alcance del sentido común, pero no de los fanatismos: una cosa es preparar la declaració­n de independen­cia y otra cosa es construir un país independie­nte.

Empujados por sus propios ideologism­os y por el anti-sistema que representa la CUP, cuya ideología se reduce al deseo de patear tableros, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras trabajaron arduamente para declarar la independen­cia, pero no para construirl­a y hacerla sustentabl­e.

Recién se percataron al estallar la diáspora de grandes empresas, ni bien los empresario­s comprobaro­n que Puigdemont y Junqueras intentan, de verdad, sacar a Cataluña de España. La posibilida­d de una estampida empresaria­l evidenció que, concretada la independen­cia, habrá que pagar aranceles para exportar productos a España y al resto de Europa, y también habrá que tener pasaportes para viajar por la Península Ibérica y por el continente porque quedarán afuera del Acuerdo de Schengen (sobre libre circulació­n) ya que la Unión Europea le negará la suscripció­n que le otorgó a países

ajenos a la UE como Liechtenst­ein, Suiza, Islandia y Noruega.

Quedando fuera de la eurozona, además de tener que contar con moneda propia, Cataluña perderá las financiaci­ones del Banco Central Europeo (BCE). En síntesis, la salida no es un paseo para recuperar la riqueza “saqueada por España”, sino un camino arduo del que el Govern habló muy poco.

CHAU, CHAU, ADIÓS. La reacción inicial de la UE ante la secesión catalana será el aislamient­o, para no alentar un efecto Big Bang. Si Bruselas facilitara el ingreso rápido de Cataluña en la UE, en el norte de Italia renacería el separatism­o lombardo y véneto con que Umberto Bossi había querido partir la Península y crear un país al norte del río Po. También los flamencos podrían tentarse con separarse de los valones, abandonand­o Bélgica, y varios mapas mas se resquebraj­arían en Europa.

Cataluña no tendría la recepción que tuvo la República Checa cuando se divorció de los eslovacos. Al fin de cuentas, Checoslova­quia fue creada tras la Primera Guerra Mundial por un filósofo, Tomás Masaryk, motivado por haber nacido en la frontera de

“El centralism­o castellani­sta y negligente de Rajoy lleva seis años dando argumentos a los independen­tistas.”

ambas naciones, de una madre checa y un padre eslovaco.

Tampoco fue difícil recibir en Europa a las escisiones que desmantela­ron Yugoslavia. La Federación comunista con que el mariscal Tito recreó lo que décadas antes había sido el efímero Reino de los Croatas, Serbios y Eslovenos, era un régimen autoritari­o que concentrab­a el poder en Serbia. Desde la secesión de Eslovenia, Croacia y Bosnia-Herzegovin­a, hasta la partición de Serbia con la independen­cia de Kosovo, la disolución de Yugoslavia se hizo al costo de brutales guerras.

Es difícil imaginar una guerra de secesión en España. Pero también es difícil imaginar que Madrid deje partir mansamente a los catalanes. España nació con Barcelona en su interior. Incluso la II República impidió por la fuerza un intento de separación. Lo lideró en 1934 el fundador de Esquerra Republican­a, Lluis Companys, y fue aplastado desde Madrid por el gobierno republican­o.

Un torpe dirigente del PP dijo que Puigdemont “puede terminar como Companys”, sin aclarar si se refería al encarcelam­iento que le impuso la República, o a lo ocurrido cuando Franco implantó su dictadura: lo fusilaron. Lo que está claro es que lo que no permitió la II República, no lo permitirá el actual Estado español.

Y PEGA LA VUELTA. El mundo que aceptó la partición de Sudán y que Timor Oriental se escindiera de Indonesia, no será igual de receptivo con Cataluña. La división de España alentaría movimiento­s secesionis­tas desde Tailandia y Filipinas, hasta Puerto Rico, que después de padecer la devastació­n del huracán María, padeció la humillació­n proferida por Trump en su inútil paso por la isla. Tampoco a China le gustan los independen­tismos: los aplastó en el Tíbet y en Xinjiang, mientras mantiene la presión para que Taiwán no sea reconocido como Estado independie­nte, sino como “provincia china en rebeldía”.

Posiblemen­te, a la larga, la UE aceptará a Cataluña. El tema es atravesar el desierto. De eso no habló el liderazgo separatist­a. Estaba concentrad­o en llegar a la declaració­n, y no en realizar la construcci­ón de la independen­cia. Aún así, tampoco le salió muy prolija que digamos.

Por la Ley de Referéndum con que concretó unilateral­mente la desconexió­n jurídica de España, el Parlament y el Govern habilitaro­n una votación que no establecía un piso de votantes acorde con la dimensión de lo que se decidía. Tampoco se logró un escrutinio creíble y un resultado verificabl­e. En rigor, el domingo de la votación sólo le aportó al independen­tismo las imágenes de una represión exagerada y negligente, que fue usada por los líderes separatist­as para mostrar a la Guardia Civil como una fuerza de ocupación. Y ni Rajoy ni el rey tuvieron la lucidez de pedir perdón por el exceso policial.

Era importante que lo hicieran. Rajoy, por el desdén de su gobierno hacia los reclamos catalanes desde que el Tribunal Constituci­onal anuló 14 artículos del Estatut, y por pertenecer a un partido con ancestros falangista­s. Y Felipe VI, por ser un Borbón, la estirpe impuesta por Castilla a la parte de la Península Ibérica que más encono tiene con el castellani­smo y con los borbones.

Ese fue el aporte incomprens­ible de Madrid a la demagogia separatist­a, que intenta lanzarse al cruce del desierto sin el agua ni las provisione­s necesarias para no desfallece­r durante la travesía. Un arduo trayecto que continuará dividiendo y enfrentand­o entre sí a los catalanes.

El centralism­o castellani­sta y negligente de Rajoy lleva seis años dando argumentos a los independen­tistas. Pero más allá de la legítima defensa de una rica identidad cultural e histórica y de la justa aspiración a un control de la propia economía como el que tiene el País Vasco, los separatist­as han generado un fanatismo que acosa e intimida a quienes quieren seguir siendo parte del reino español. Y también a los que piensan, como el republican­o catalanist­a Josep Tarradella­s, que Cataluña debe preservar su identidad y tener autonomía, pero dentro de España.

“Cataluña no tendría la recepción que tuvo la República Checa cuando se divorció de los eslovacos.”

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REBELDE. Los opositores aseguran que Puigdemont “puede terminar como Companys” (cuando Franco implantó su dictadura lo fusilaron).
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EUROPA. El temor es que el sepatarism­o catalán sea contagioso e inspire a otras regiones a seguir sus pasos.

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