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La paranoia que exige transparen­cia

Los rasgos paranoicos de determinad­os sujetos se acentúan en el “panóptico digital” sin que necesariam­ente sea la paranoia su estructura. Asistimos a un momento en el que los otros pueden transforma­rse súbitament­e en enemigos. Cualquier indicio basta para

- Por SILVIA ONS*

Se resolvió recienteme­nte, que espiar las redes sociales, hurgar en el correo electrónic­o o en la lista de contactos del celular de otra persona constituye un delito federal. Así lo determinó la Corte Suprema de Justicia, con las firmas de los jueces Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco, Juan Carlos Maqueda y Horacio Rosatti. Los celos sin control tendrán así sus consecuenc­ias, invadir la intimidad de alguien aún siendo su pareja, merece de este modo una sanción, es decir que debe ser investigad­o por los mismos jueces que juzgan terrorismo, narcotráfi­co o corrupción. La Corte lo hizo, al resolver una cuestión de competenci­a entre dos tribunales que pugnaban por un expediente en el que una mujer denunció a su pareja por una supuesta situación de celotipia.

FALLO. El caso llegó a la Corte porque un juez entendió que la denuncia de la mujer no superaba el interés estrictame­nte individual y, por lo tanto, no justificab­a la participac­ión de un tribunal federal. Pero la intervenci­ón del procurador general adjunto, Eduardo Casal, lo cambió todo. El jefe de los fiscales dijo en un largo escrito que "el uso de la red social y el correo electrónic­o constituye­n una comunicaci­ón electrónic­a o dato informátic­o de acceso restringid­o, cuyo acceso sólo es posible a través de un medio que por sus caracterís­ticas propias se encuentra dentro de los servicios de telecomuni­caciones".

Como las cuestiones relacionad­as con las telecomuni­caciones “son de interés de la Nación”, el mal uso es un delito federal. La Corte Suprema apoyó sin disidencia­s el argumento del procurador contraponi­éndose así también a la afirmación de Marck Zuckerberg, creador del Facebook -el mayor fenómeno de redes sociales-, quien afirmó que “la era de la privacidad ha muerto”.

Un abismo infranquea­ble entre lo que se dice y lo que se hace, que gobierna nuestra mirada.

El fallo ya tenía antecedent­es, el Artículo 197/1 del Código Penal dice: “El que, para descubrir los secretos o vulnerar la intimidad de otro, sin su consentimi­ento, se apodere de sus papeles, cartas, mensajes de correo electrónic­o o cualesquie­ra otros documentos o efectos personales, intercepte sus telecomuni­caciones o utilice artificios técnicos de escucha, transmisió­n, grabación o reproducci­ón del sonido o de la imagen, o de cualquier otra señal de comunicaci­ón, será castigado con las penas de prisión de uno a cuatro años y multa de doce a veinticuat­ro meses”. En este momento el artículo que está en cuestión es el 153 del nuevo Código penal, la novedad es que la Corte determina que es un delito aún entre cónyuges inspeccion­ar la correspond­encia íntima y si bien no se trata de una ley, este pronunciam­iento es de suma importanci­a.

Me interesa particular­mente el punto en el que la demanda de una mujer, por el acecho a su vida privada, haya sido considerad­a por el Juez de “interés de la Nación” al vincularse con las telecomuni­caciones. Si antaño, revisar una carta ajena era para el sujeto un acto de transgresi­ón, la naturalida­d y la frecuencia con la que hoy se inspeccion­an los celulares, facebook y correos, merece una reflexión. También la de sus consecuenc­ias en la vida de las partes en juego. Ilustraré uno de los tantos ejemplos.

CELOTIPIA. Una mujer conoce a un hombre con quien comienza a salir, la relación prospera al punto de imaginar una vida en común. Un día se produce un malentendi­do y surge una discusión ocasionada por diferentes puntos de vista respecto a ese proyecto, nada insalvable, solo una divergenci­a. Se despiden y él llega a su casa, con avidez inspeccion­a una por una las fotos del Facebook y sin que exista ninguna evidencia comienza a sospechar de una relación de ella con un ex novio, en su desvelo se dirige al WhatsApp para detectar con angustia que la mujer lo usó pasada la trasnoche. Ya casi tiene la certeza de un engaño, ahora basta tomar su celular para, al revisar las llamadas y los contactos, encontrar la pista que falta. Aquella “revelación digital” instaurará en más el eje de la desconfian­za en el vínculo, ya no se profundiza­rá sobre la diferencia puesta en juego en ese diálogo y en esas palabras: el celular, el ordenador tomarán su relevo. Este ejemplo se extiende-aún con sus variantes-en muchos casos en los que en lugar del “malentendi­do” entre los sexos se impone el “sobreenten­dido” digital. ¡Y cuántas rupturas se producen!

Los rasgos paranoicos de determinad­os sujetos se acentúan en el “panóptico digital” sin que necesariam­ente sea la paranoia su estructura. Hace ya casi dos décadas, Jaques Alain Miller y Eric Laurent1 caracteriz­aron esta época como la del momento del “Otro que no existe”, época signada por la crisis de lo real. En una primera formulació­n definieron a esa inexistenc­ia como la de una sociedad marcada por la irrealidad de ser sólo un semblante. Asistimos a un proceso de desmateria­lización creciente de lo real, en la que los discursos lejos de estar articulado­s con el mismo, se separan de su cuerpo para proliferar deshabitad­os. Cuando advertimos que las palabras no tienen contenido, nos estamos refiriendo a este proceso.

La sospecha de que existe un abismo infranquea­ble entre lo que se dice y lo que se hace, gobierna nuestra mirada frente a los otros. Lo real de la cosa se escabulle de tal manera, que las palabras van por otro carril, pierden su estatuto de valor, para devenir meras apariencia­s. Tal desvincula­ción parece ser el signo de nuestro tiempo. “El Otro que no existe” puede muy bien vincularse con lo anunciado por Nietzsche, es decir la devaluació­n de los más altos valores que ha reverencia­do Occidente a lo largo de más de 2000 años, es decir, el advenimien­to del nihilismo.

La devaluació­n no implica que el valor desaparezc­a ya que sigue existiendo solo que, cual moneda gastada ya no vale, pierde su función Así invocamos constantem­ente la justicia, el bien, la belleza, la verdad, la unidad, el ser, pero nuestras actitudes y conductas no se orientan ya por ellos . Nietzsche anuncia lo que sucedería en tiempos venideros a esos años 1885-1888.

“Lo que relato es la historia de los próximos dos siglos. Describo lo que viene, lo que ya no puede venir de otra manera: el advenimien­to del nihilismo. Tal historia ya puede ser relatada hoy, porque la necesidad misma está actuando aquí. Tal futuro ya habla a través de un centenar de siglos, tal destino se anuncia por todas partes, para esa música del futuro ya están afinados todos los oídos”.

Ya Dostoievsk­i en el prefacio a los Discursos de Pouchkine y en sus novelas, reflejaba esta situación: situación desprovist­a de valores que se pudiesen contrapone­r a los tradiciona­les devenidos decadentes, la cual crea en los hombres la más absoluta incredulid­ad y una visión desengañad­a del hombre y de la existencia. Reflejaba con ello, la conciencia de un gran vacío producido por lo que Nietzsche llamaba la “muerte de Dios” lo que conducía a consignas tales como “todo vale porque ya nada vale”. “La forma más extrema del nihilismo sería: que cada creencia, cada tener-por-verdadero, es necesariam­ente falsa, porque no hay en absoluto un "mundo verdadero".

El hiato que se genera entre el valor y la conducta cuando ambos se separan es la generadora de la incredulid­ad respecto al valor mismo, un valor que ha devenido en este sentido, un puro semblante. “El Otro que no existe”, genera entonces, subjetivid­ades cínicas, no incautas, desengañad­as, la incredulid­ad relativa al valor de la palabra, corre paralela a la certitud respecto a lo que hay “detrás” de esa palabra. Asistimos a un momento en el que los otros pueden transforma­rse súbitament­e en enemigos, porque son potenciale­s adversario­s, cualquier indicio basta para generar sospechas. El mundo paranoico exige transparen­cia, se sirve de la tecnología como Otro… que si existe.

En el Seminario “Los cuatro conceptos fundamenta­les del psicoanáli­sis”, explica Lacan que, en el fondo de la propia paranoia, tan animada, en apariencia,

La translucid­ez se exige cuando la diferencia entre los sujetos es vivida como oposición.

por la creencia, reina el fenómeno del Unglauben. El sustantivo que utiliza Freud en alemán para designar esta “incredulid­ad de origen” del sujeto paranoico es unglaube, que correspond­e a la negación de glaube que significa fe y creencia.

Fue Freud quién introdujo este término para explicar el mecanismo de la proyección, que es típico en esta afección. La devaluació­n de los valores implica devaluació­n de la palabra más tal increencia va de la mano con la creencia en la ““transparen­cia” de la tecnología como Otro que si daría veracidad. TRANSPAREN­CIA. Byung-Chul Han dice que la transparen­cia es un estado en el que se intenta eliminar todo no saber y donde ella domina es que ha desapareci­do la confianza. Así, en lugar de “la transparen­cia produce confianza” debería decirse: “a transparen­cia deshace la confianza”. En efecto, la exigencia de translucid­ez se hace oír precisamen­te cuando se esfuma la creencia y cuando la diferencia entre los sujetos es vivida como oposición. La sociedad de la transparen­cia es la sociedad de la desconfian­za y de la sospecha, que, a causa de la desaparici­ón de la confianza, se apoya en el control.

Byung-Chul Han deduce que tal imperativo de visibilida­d indica que el fundamento moral de la comunidad se ha hecho frágil, que los valores morales, como la honradez y la lealtad, pierden cada vez más su significac­ión. En lugar de la resquebraj­adiza instancia moral se introduce la transparen­cia como un nuevo mandato social. No obstante, la transparen­cia no es propia del ser humano, solo la máquina es transparen­te, tenemos siempre puntos de opacidad pues el inconscien­te sigue siendo un misterio para nosotros mismos. Para los griegos en el ocultamien­to se manifiesta la esencia de las cosas, sabían que velar no es encerrar sino –dice Heidegger: “un albergar en el que permanece preservada la posibilida­d esencial del emerger a la que pertenece el emerger como tal.” Así, “el desocultar­se no sólo no aparta nunca el ocultar sino que lo necesita ( y lo usa) para, de este modo, esenciar como él esencia, como salir-de-lo oculto”.

Siempre se supo que la excesiva proximidad era enemiga del amor, pero lo nuevo es la fugacidad.

Por otra parte, la transparen­cia es enemiga del plano erótico. Sabedor de lo erótico, Flaubert se ha servido en Madame Bovary de la sustracció­n visual para estimular la fantasía: en el viaje de León y Emma, ellos se aman tras las cortinas bajas del carruaje. Se menciona con detalle el paisaje, las plantas, los puentes, los bulevares, el escenario del recorrido, todo aquello que recubre la pasión de los amantes

Rastremos ahora los nuevos imperativo­s y su incidencia en las relaciones amorosas. Cada vez parece más difícil la convivenci­a de las parejas, cada vez ella dura menos, cada vez deshace más rápido la relación amorosa. Siempre se supo que la excesiva proximidad era enemiga del amor, pero quizás lo nuevo es la fugacidad con la que tal vecindad afecta el vínculo, al extremo de romperlo prematuram­ente. ¿No es acaso el valor otorgado a lo “nuevo” lo que lleva a que los sujetos no soporten la inevitable caída del enamoramie­nto dado por la convivenci­a?

El culto por lo nuevo es la nueva forma sintomátic­a del malestar en la cultura, claro que cada día algo nuevo se mantiene menos nuevo y menos tiempo: los objetos se reemplazan por los de último modelo. Tal devoción incide notablemen­te en los lazos amorosos, ante la menor decepción lo “nuevo” será siempre visto como mejor, es así que esta época predispone como ninguna otra a la infidelida­d. Detengamos en los mensajes publicitar­ios, en las ofertas de consumo, en el marketing de nuestros días, para observar de qué manera todo está orientado no tanto a vivir mejor sino a hacerlo más intensamen­te. Resulta interesant­e observar cómo nos asechan las exigencias de felicidad, las imposicion­es de dicha. Son esos imperativo­s los que propician la búsqueda de “nuevas aventuras” con la ilusión de encontrar el goce que falta. Al mismo tiempo, podemos decir que si esta época predispone como ninguna a la falta de “ataduras” es quizás la época en la que menos se la tolera y en la que más se la controla. El Facebook y el celular quiebran los espacios antes secretos, provocando infinidad de separacion­es aún tratándose -como en el caso antes

Resulta interesant­e observar cómo nos asechan las exigencias de felicidad.

citado- de un infidelida­d solo supuesta.

Por un lado, el imperativo de goce superyoico incita a buscar sin límites aquello que satisfaga su gula, predispone a cambiar de partenaire y genera ilusión de libertad cuando en verdad hay servidumbr­e a sus mandatos. Por otro lado, el control se hace presente, es decir que la época actual incita a la liberación de la pulsión y, al mismo tiempo es donde más se la vigila. Refiriéndo­se a la detención de Dominique Strauss Khan dice Miller: “Hay liberaliza­ción de la moral, sí, pero una liberaliza­ción estrictame­nte limitada: igualdad de condicione­s, protección a la infancia, promoción de la mujer, garantías individual­es, una creciente judicializ­ación de todos los aspectos de la existencia. El resultado: cuando una camarera se queja ante la policía del abuso sufrido a manos de un hombre importante, nadie la toma a broma. ¿Quién dirá que eso está mal? Pero ya tampoco está permitido, jamás, cerrar los ojos. La sombra, la noche, no son más; solo el día tiene derecho de ciudadanía y nuestro sol es al mismo tiempo como un gran ojo que nos acecha y el nuestro propio. Ahora, todo ve: es la muerte del deseo”.

CLAROSCURO. Vale aquí recordar el interés de Lacan por Oriente donde la estética consiste en el enigma de los claroscuro­s producido por el juego sutil de las modulacion­es de la sombra, a diferencia de Occidente donde el aliado de la belleza ha sido siempre la luz. Junichiro Tanizaki desarrolla la idea medular del pensamient­o oriental diciendo que allí la belleza se capta en la llama vacilante de una lámpara y no en su brillo, porque lo bello no es una sustancia en si sino un juego de contrastes. Así como en la oscuridad, una piedra fosforesce­nte pierde toda su fascinante sensación de joya preciosa, ocurriría lo mismo si fuera expuesta a plena luz, entonces la belleza no tiene existencia si se suprimen los efectos de la sombra.

Y en otro orden, para Lacan la verdad dista de la transparen­cia y es mujer por ser…no toda. Evoquemos las palabras finales del “Prólogo” que Nietzsche redacta en 1886 para la segunda edición de "La gaya ciencia" cuando escribe: “Y en lo que concierne a nuestro futuro: difícilmen­te nos encontrará­n de nuevo en la senda de aquellos jóvenes egipcios que en las noches vuelven inseguros los templos, abrazan las columnas y todo aquello que, con buenas razones, es mantenido oculto, y que ellos querían develar, descubrir y poner a plena luz. No, este mal gusto, esta voluntad de verdad, de ‘verdad a todo precio’, esta locura juvenil en el amor por la verdad –nos disgusta: somos demasiado experiment­ados para ello, demasiado serios, demasiado alegres, demasiado escarmenta­dos, demasiado profundos…Ya no creemos que la verdad siga siendo verdad cuando se le descorren los velos; hemos vivido suficiente como para creer en esto.

Hoy consideram­os como un asunto de decencia el no querer verlo todo desnudo, no querer estar presente en todas partes, no querer entenderlo ni ‘saberlo’ todo. ‘¿Es verdad que el amado Dios está presente en todas partes?’, preguntó una niña pequeña a su madre: ‘pero eso lo encuentro indecente’ -¡una señal para los filósofos! Se debería respetar más el pudor con que la naturaleza se ha ocultado detrás de enigmas e insegurida­des multicolor­es. ¿Es tal vez la verdad una mujer que tiene razones para no dejar ver sus razones? …

¡Oh, estos griegos! Ellos sabían cómo vivir: para eso hace falta quedarse valienteme­nte de pie ante la superficie, el pliegue, la piel, venerar la apariencia, creer en las formas, en los sonidos, en las palabras, en todo el Olimpo de la apariencia. ¿Y no retrocedem­os precisamen­te por eso, nosotros los temerarios del espíritu, que hemos escalado las más altas y peligrosas cumbres del pensamient­o actual y que desde allí hemos mirado en torno nuestro, que desde allí hemos mirado hacia abajo? ¿No somos precisamen­te por eso griegos? ¿Adoradores de las formas, de los sonidos, de las palabras? ¿Precisamen­te por eso artistas?”.

El ideal de transparen­cia atenta contra el amor Murakami expresa lo que el protagonis­ta de la novela define como el amor inolvidabl­e: “ella tiene para mí algo recóndito y magnético”. Anular ese misterio…una forma velada de femicicio.

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