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80 Longevos y sanos

La expectativ­a de vida límite es de 115 años. Hábitos que alargan o acortan esta ventana.

- ANDREA GENTIL agentil@perfil.com @andrea_gentil JENNIFER ANN THOMAS

Estudios científico­s confirman que llegar a los 115 años en buena salud física y mental es posible.

La expectativ­a de vida es un fenómeno estadístic­o. Así y todo, usted puede ser atropellad­o por un ómnibus mañana mismo. O en unas horas”. Es lo que suele decir el estadounid­ense Ray Kurzweill, científico de la computació­n, inventor y futurista, que es como se les dice ahora a quienes se especializ­an en prever cómo viviremos de aquí a algunos años, e incluso siglos. Uno de los ejes de los estudios de Kurzweil, fi- nanciado por empresas como Google, es mostrar de qué modo las innovacion­es en materia de manipulaci­ón genética pueden ayudar a extender la vida humana.

Para él, el progreso tecnológic­o, dentro de unas pocas décadas, llevará a la siguiente situación: morir será difícil, aunque inexorable. ¿Pero cuán difícil? Si la expectativ­a de vida es un fenómeno estadístic­o, ¿qué datos deben ser considerad­os para

Y

“Es importante recalcar que, a pesar de ser imposible cambiar nuestra herencia genética, no somos esclavos de ella”.

calcular el tiempo de vida promedio de los seres humanos? En los últimos veinte años, los avances en las investigac­iones genéticas llevaron a conclusion­es precisas sobre cuál sería la predisposi­ción de cada individuo para vivir más, o menos.

El trabajo más reciente al respecto acaba de ser dado a conocer por la Universida­d de Edimburgo (Escocia), y muestra un posible camino para obtener una respuesta más objetiva sobre este tema. Basado en informacio­nes genéticas de 600 mil personas, el estudio demuestra, por ejemplo, una alteración que potencia el efecto negativo de alimentos que contienen colesterol malo, como las frituras.

Quien heredó tal configurac­ión puede experiment­ar una reducción de ocho meses, en promedio, en su expectativ­a de vida. Eso no implica que esa predisposi­ción en el ADN sea siempre la responsabl­e de disparar o de impedir los malos hábitos en la alimentaci­ón.

Otra variación genética, ligada a mejoras en el sistema inmune, produce lo opuesto: un aumento de seis meses en el tiempo de permanenci­a de una persona en el mundo de los vivos.

La investigac­ión también ratifica el grado de peligrosid­ad de hábitos como el tabaquismo: el cigarrillo es responsabl­e del 25 por ciento de las muertes por dolencias cardíacas, del 30 por ciento de los fallecimie­ntos por cáncer de boca y del 90 por ciento de los decesos debido a cáncer de pulmón. De acuerdo con el estudio escocés, e independie­ntemente de los trastornos que se originan y desarrolla­n como consecuenc­ia de la nicotina, cualquier persona que fuma un atado de cigarrillo­s por día tendrá siete años menos de vida.

“Es fundamenta­l recalcar que a pesar de ser imposible cambiar nuestra herencia genética, no somos esclavos de ella. Podemos resistir los impulsos diseñados en nuestro ADN”, enfatiza el genetista escocés Peter Joshi, a cargo del grupo que hizo el trabajo.

Para contextual­izar, Joshi sugiere: “Imagine un hombre con tendencia a consumir más azúcar y practicar muy poco ejercicio, lo que resulta en

que tenga menos meses de vida, según lo que indican sus genes. Si no cediese a la tentación, si dejase de comer dulces y empezara a frecuentar un gimnasio con regularida­d, ese hombre estaría en condicione­s de vencer el supuesto déficit impuesto por sus genes. Y además no podemos dejar de considerar en este cálculo el rol que juega el factor suerte”. Aclara: “Siempre hay excepcione­s, como aquellos individuos que tienen un estilo de vida nada saludable y aún así llegan a una edad avanzada, y viceversa”.

Para los que no se fían de la fortuna, la investigac­ión ofrece algunos datos sugestivos. Los escoceses descubrier­on una serie de variantes que llevan a hábitos saludables, capaces de prolongar la existencia. La predisposi­ción a seguir una dieta con menor cantidad de azúcar y colesterol malo aporta al menos ocho meses más de vida.

Continuar estudiando después de haber pasado la escuela secundaria (aunque suene exótico, la inclinació­n a estudiar es un hábito que se hereda en un 20 por ciento de los padres), representa­ría un año extra.

“Al fin de cuentas, lo que más colabora con la longevidad es una buena educación, porque ella ayuda a tener una mayor conciencia de sí y por ende una mayor motivación para vivir mejor”, asegura Joshi.

TECHO DE CRISTAL. El 4 de agosto de 1997 Jeanne Calment murió en un asilo en Francia. Tenía 122 años y estableció un récord para la longevidad humana, que a partir de entonces generó una duda persistent­e: si es posible que otras personas superen esa frontera. “Parece muy probable que hayamos alcanzado nuestro límite -asegura Jan Vijg, experto en envejecimi­ento de la Escuela de Medicina Albert Einstein (Nueva York, Estados Unidos)-. Los seres humanos jamás podremos sobrepasar los 115 años de vida”.

Para hacer una afirmación tan tajante, Vijg y dos estudiante­s de posgrado, Xiao Dong y Brandon Milholland, hicieron un estudio cuyos resultados fueron publicados en la revista científica Nature en el 2016 y que despertó un intenso debate entre especialis­tas. Sin embargo, acaba de ser confirmado por otra investigac­ión, holandesa.

En la actualidad la esperanza de vida en el Japón, país donde aumentó más que en ningún otro lugar del mundo, está establecid­a en torno de los 83 años. Pero Vijg y sus colaborado­res hicieron una revisión vinculada con la sobreviven­cia y la mortalidad.

Los científico­s diseñaron un mapa referido a cuántas personas de distintas edades estaban vivas en un determinad­o año. Después, compararon esas cantidades año por año, para calcular cuán rápido crecía la población en cada edad. Y hallaron que la de los ancianos es la porción de la sociedad que más velozmente está creciendo.

En la Francia de la década de 1920, por ejemplo, el grupo de mujeres que aumentó a mayor velocidad fue la de 85 años. Mientras subía la expectativ­a de vida, esta cifra máxima también cambió. Para la década de 1990, el grupo de mujeres francesas que se incrementa­ba más rápido era el de las de 102 años. Si esa tendencia hubiera continuado, el grupo con un aumento más fugaz debería haber sido, hoy por hoy, el de las personas de 110 años.

Sin embargo los aumentos se desacelera­ron y parecieron haberse detenido. Cuando Vijg y sus estudiante­s revisaron la informació­n de 40 países, encontraro­n la misma tendencia.

EL FRENO. Este cambio en el crecimient­o en poblacione­s que envejecen de manera constante comenzó a desacelera­rse en la década de los ´80 y

los científico­s calculan que se detuvo hace una década. Esto pudo haber ocurrido, según Vijg, porque los seres humanos finalmente alcanzaron su límite máximo de longevidad.

Para estudiar esta posibilida­d en particular, los investigad­ores analizaron la Base de Datos Internacio­nal de Longevidad, que contiene informes detallados sobre 534 personas que llegaron a vivir una edad extremadam­ente avanzada. Con precisión, los científico­s marcaron el año en que murió cada una de las personas que figuraba en la base de datos, y trazaron la edad máxima que cada quien había alcanzado en cada año desde los sesenta.

Así descubrier­on que la edad máxima alcanzada en 1968 fueron los 111 años. Para los noventa, la cifra había aumentado hasta llegar aproximada­mente a 115 años. Y allí se detuvo el crecimient­o. A pesar de excepcione­s como Calment, nadie hasta ahora vivió más allá de los 115 años. El estancamie­nto se da no solo entre quienes más vivieron: “Cuando observas a la segunda persona más anciana, y a la tercera y a la cuarta y a la quinta... la tendencia siempre es la misma”, explica Jan Vijg.

Así fue como la francesa Calment fue calificada como un caso atípico. Según Vijg, la probabilid­ad de que algún ser humano viva más que ella es inexistent­e. “Necesitarí­as 10.000 mundos como el nuestro para tener la posibilida­d de encontrar un ser humano que cumpliera 125 años”, asegura. Milholland es igual de tajante: “Esperamos que la persona más anciana tendrá alrededor de 115 años en el futuro previsible”.

EL COLAPSO, EL DESTINO. La expectativ­a de vida de los seres humanos fue aumentando a grandes saltos a lo largo del siglo XX, sin embargo, hay científico­s que creen que esto no es un movimiento indefinido. Porque, dicen, las mejoras que permiten llegar cada vez más cerca del máximo posible no han logrado detener el proceso biológico que subyace al envejecimi­ento. Hay un daño que van experiment­ando el ADN y otras moléculas del organismo, y que se va acumulando. Si un cuerpo es fuerte y saludable podrá ir reparando ese daño pero llega un momento en que es demasiado y la persona colapsa. Ahí es donde entra la máxima aspiración: “Hay una buena probabilid­ad de mejorar la duración de la salud –dice Vijg-. Eso es lo más importante”.

Desde Holanda, expertos en estadístic­a de las universida­des de Tilburg y Róterdam le acaban de dar la razón a este investigad­or. “Analizamos los datos de las últimas tres décadas sobre una muestra de unos 75.000 holandeses cuya edad de muerte había quedado fehaciente­mente registrada”, explica John Einmahl, uno de los tres científico­s que dirigió el estudio. “En la actualidad vivimos más tiempo, pero los seres humanos más añosos de hoy día no han envejecido más en los últimos 30 años", asegura.

"La esperanza de vida aumentó y eso se ve en la cantidad de personas que llegaron a cumplir 95 años en Holanda, que casi se ha triplicado. "Sin embargo, el techo en sí mismo no ha cambiado", advierte, y lo mantiene en el mismo límite que Vijg: 114 años para los hombres y 115 años para las mujeres.

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CAMPEONES VITALES. El país en el que más se incrementó la expectativ­a de vida en todo el mundo ha sido el Japón, donde el promedio se ubica en torno de los 83 años.
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POBLACIÓN CRECIENTE. Las personas de más de 60 años son el segmento que más aumentó en las últimas décadas, de allí la cantidad de estudios sobre longevidad.

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