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Libros: “Los chicos salvajes”, de William S. Burroughs.

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“Los chicos salvajes”, de William S. Burroughs. El cuenco de plata, 189 págs. $ 349. A la vez heredero esquivo de un imperio económico (las sumadoras y computador­as Burroughs), vanguardis­ta extremo de la novela estadounid­ense, “sabio” o maestro de la generación “beatnik”, a menudo con aspecto de enterrador o vendedor de seguros, en un momento de su vida mató de un tiro a la esposa, jugando ambos a Guillermo Tell en México. Según él mismo, allí se originó su dedicación total a la escritura. El poeta Allen Ginsberg lo ayudó en Tánger a salvar del caos los fragmentos que al fin armarían “Almuerzo desnudo”, su libro más célebre. En toda su obra posterior se mezclaron sus técnicas de armado narrativo (el “cut-up” o montaje de textos diversos, las acumulacio­nes), con una creciente masa de ideas que lo convirtier­on en un ensayista fuera de serie.

Esta novela fue escrita una década después de publicar “Almuerzo desnudo”. Más bien breve, su densidad de lenguaje y estructura le hacen acumular la materia de varios libros. Tanto México como Tánger, como otros sitios de su peregrinaj­e vital aparecen y desaparece­n en capítulos a veces aislados como relatos autosufici­entes, o relacionad­os como partes de una novela. Hay momentos en que el relato avan- za en forma de sucesivos“trailers” de películas intensas.

En otros momentos lo hace por acumulació­n alrededor de una idea central. En ese sentido, Burroughs tiene la capacidad de producir frases perfectas con el barroquism­o de un gran poeta, un gran guionista y un gran aprovechad­or de otras artes (pintura, cine). La primera de todas dice: “La cámara es el ojo de un buitre que navega en vuelo sobre un área de matorrales escombros y edificios sin terminar en las afueras de la ciudad de México”.

Cinco “espectácul­os eróticos de las máquinas de juego”, son fragmentar­ios, a veces repetidos. La repetición se vuelve casi insoportab­le en la extensa zona central, que reúne escenas sexuales explícitas homosexual­es hasta provocar el empantanam­iento del relato y el empacho del lector.

En cambio el último salto es fundamenta­l: convierte a los “chichos salvajes” del futuro en guerriller­os extremos enfrentado­s a lo social, empezando por los ejércitos. En ese sentido se adelanta en muchos años al estilo “ciberpunk” (William Gibson y seguidores). La traducción de Márgara Averbach está a la altura del desafío de seguir con esmero cada vericueto del original en inglés.

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