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Pepe Eliaschev: a tres años de su muerte fue distinguid­o con el Konex de Honor. El testimonio de su hijo.

A 3 años de su muerte fue distinguid­o con el Konex de Honor. El testimonio de su hijo.

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1986 y estamos en Los Ángeles. Peter Gabriel termina su concierto en el Forum de Inglewood luego de dos horas de música. Esa noche nace una complicida­d con mi padre que perdura hasta la misma víspera de su muerte y que, de alguna manera, continúa hoy.

Salimos a las calles dormidas pero iluminadas del Valle. En esos días suena en la radio un tema muy popular: “The way it is” por Bruce Horns- El Archivo "Pepe" Eliaschev fue donado a la Biblioteca Nacional, una colección de libros y documentos.

“Suena su canción y mi papá me

by and the Range que comienza con un conmovedor solo de piano y su estribillo repite: “That’s just the way it is, somethings will never change”. “Así son las cosas y algunas nunca cambiarán” –dice la canción–, como la conversaci­ón con mi papá.

¿Cómo fue que en ese mundo previo a Internet logré enterarme del recital en el Forum, cómo fue que compramos las entradas? Tenía 12 años y llevé a mi padre a escuchar a Peter Gabriel. Propuse y él aceptó, se dejó sorprender. Nunca abandonó la capacidad de sorprender­se; era una de sus mejores caracterís­ticas.

Al día siguiente, mi viejo guardó la elogiosa reseña de “Los Angeles Times”. Todavía tengo ese recorte. Cuando viajaba, mi padre consumía cantidades exorbitant­es de periodismo televisivo y escrito. Recuerdo verlo rodeado de pilas de diarios y revistas. Esa imagen y un aire en donde se siente el papel y la tinta, mezclado con el tabaco, es la percepción de mi padre y también, de alguna forma, de mi infancia.

Él admiraba a esos sobrios conductore­s de los noticieros que las cadenas televisiva­s norteameri­canas (las “Networks”) pasaban en el horario central (el “prime time”); esos periodista­s conocidos como “Anchorman”, voces de serenidad y credibilid­ad a lo largo de la historia tumultuosa del país en la segunda parte del siglo XX. Peter Jennings fue uno de ellos. Un hombre cuyo final fue como el de mi papá. Se fue por el cáncer y murió trabajando y haciendo lo que ama- ba: periodismo. En gran medida mi viejo quiso (y a veces logró) ser un “Anchorman” para el periodismo argentino.

Cuando treinta años después escucho a Bruce Hornsby me transporto a aquella noche angeleña. También puedo verlo a mi papá en 1980, mientras maneja fascinado en los “freeways”. No encuentra el Hilton en donde había reservado una habitación y se aloja en el Bonaventur­e. Como una declaració­n de principios, encontránd­ose extraviado en la madrugada, mi viejo optará por lo icónico.

Frank Sinatra es otro de esos íconos. ¿Cómo fue que mi viejo, un hombre formado en una estética de izquierda, y en todo caso europea, llegaría a fines de los '70 a admirar a Frank? Mi abuelo escuchaba a Al Jolson y a Bing Cosby, tal vez mi padre viera en Sinatra una continuida­d con esos cantantes y, sobre todo, con su propio padre. Como sea, Sinatra quedaría asociado siempre a mi viejo. Y con los años yo lo escucharía también; terminaría, de alguna manera, apropiándo­me de Frank.

En el año 2014, ya cerca del fin, una mañana gris de septiembre pasé a buscarlo por su casa y lo llevé a tomar un café al recién inaugurado “Le Pain Quotidien” para sumar un

dice que, 'si' esto fuera todo, el camino recorrido es suficiente y está bien, muy bien, lo hecho hasta aquí”.

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LEGADO.
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Por NICOLÁS ELIASCHEV *

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