Maldita corrupción: la abogada cordobesa, presidenta de Transparencia Internacional, advierte sobre los cambios que necesita el sistema político.
La batalla contra el Estado Islámico llegó a su fin en Siria y en Irak. Aunque el EI todavía actúa en Afganistán, África y Asia.
El IV Reich se autodenominó Califato, abrazó el wahabismo y otras doctrinas salafistas como ideología, proclamó el supremacismo suní y consideró herejes y apóstatas a todas las demás ramas del Islam, condenándolas a deportaciones en masa o, directamente, a ser exterminadas.
Así como el 2014 quedará en la historia como el año en que esa nueva forma de nazismo llamada ISIS conquistó un vasto territorio entre Irak y Siria, el 2017 será el año en que ese inmenso reino de la aniquilación se derrumbó bajo los bombardeos rusos y las ofensivas del ejército de Bashar al Asad, el Hizbolá y los combatientes kurdos en Siria, al mismo tiempo que en Irak caía derrotado por el ejército iraquí, las milicias chiitas y los peshmergas kurdos apoyados por los bombardeos norteamericanos.
Ese territorio de la extensión de Bélgica, fue durante tres años el in- menso campo de concentración en el que los jihadistas del Abu Bakr al-Bagdadí perpetraron un genocidio que ellos mismos mostraron al mundo. Decapitaron, crucificaron, quemaron vivos, ahogaron, fusilaron, arrojaron desde edificios y degollaron a cientos de miles de personas en ese Auschwitz del desierto.
La derrota de ISIS en Irak y Siria no pone fin al imperio exterminador de ISIS, que sigue actuando en Afganistán y mediante milicias aliadas desde Africa hasta Asia, y a través de sus dos dimensiones fantasmales: las células organizadas y el terrorismo espontáneo de los lobos solitarios. No obstante, la derrota del “califato” fue el acontecimiento bélico alentador, en un año marcado por el avance de la región hacia un enfrentamiento directo entre los protagonistas de lo que, hasta ahora, fue una “Guerra Fría”: Irán y Arabia Saudita.
El régimen de Bashar al Asad sobrevivió a la guerra civil gracias a la ayuda de Rusia, manteniendo la influencia de Hizbolá en el Líbano y, por ende, la proyección de la teocracia persa en la región del Levante.
La influencia de Irán también hizo pie en Yemen, a través de los huties, la poderosa tribu chiita que se levantó contra el régimen pro-saudita del presidente Abd Mansur al-Hadi; mató al eterno hombre fuerte, Alí Abdullah Saleh, y lleva meses resistiendo en Saná, la capital, los bombardeos de la aviación saudí.
Los chiitas yemeníes aliados de Irán se han atrevido, incluso, a lanzar misiles contra Riad. La respuesta al creciente desafío iraní fue el bloqueo saudita a Qatar, para dejar en claro que no puede haber neutrales, y un acercamiento a Israel a través de los aparatos de inteligencia.
El impulsor de estos giros estratégicos es el personaje del año en la región: Mohamed bin Salman; hijo y heredero del rey Salmán bin Abdulaziz. Ese príncipe asumió el mando cuando anunció un plan de modernización del reino, encarceló a decenas de ministros y parientes para acumular poder, y mostró disposición a que la guerra fría con Irán se convierta en guerra abierta entre las potencias que lideran al sunismo y al chiismo.
En el año que termina, sauditas e iraníes se pusieron en posición de duelo. Y Oriente Medio quedó en la antesala de la verdadera madre de todas las batallas.