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Maldita corrupción: la abogada cordobesa, presidenta de Transparen­cia Internacio­nal, advierte sobre los cambios que necesita el sistema político.

La batalla contra el Estado Islámico llegó a su fin en Siria y en Irak. Aunque el EI todavía actúa en Afganistán, África y Asia.

- CLAUDIO FANTINI

El IV Reich se autodenomi­nó Califato, abrazó el wahabismo y otras doctrinas salafistas como ideología, proclamó el supremacis­mo suní y consideró herejes y apóstatas a todas las demás ramas del Islam, condenándo­las a deportacio­nes en masa o, directamen­te, a ser exterminad­as.

Así como el 2014 quedará en la historia como el año en que esa nueva forma de nazismo llamada ISIS conquistó un vasto territorio entre Irak y Siria, el 2017 será el año en que ese inmenso reino de la aniquilaci­ón se derrumbó bajo los bombardeos rusos y las ofensivas del ejército de Bashar al Asad, el Hizbolá y los combatient­es kurdos en Siria, al mismo tiempo que en Irak caía derrotado por el ejército iraquí, las milicias chiitas y los peshmergas kurdos apoyados por los bombardeos norteameri­canos.

Ese territorio de la extensión de Bélgica, fue durante tres años el in- menso campo de concentrac­ión en el que los jihadistas del Abu Bakr al-Bagdadí perpetraro­n un genocidio que ellos mismos mostraron al mundo. Decapitaro­n, crucificar­on, quemaron vivos, ahogaron, fusilaron, arrojaron desde edificios y degollaron a cientos de miles de personas en ese Auschwitz del desierto.

La derrota de ISIS en Irak y Siria no pone fin al imperio exterminad­or de ISIS, que sigue actuando en Afganistán y mediante milicias aliadas desde Africa hasta Asia, y a través de sus dos dimensione­s fantasmale­s: las células organizada­s y el terrorismo espontáneo de los lobos solitarios. No obstante, la derrota del “califato” fue el acontecimi­ento bélico alentador, en un año marcado por el avance de la región hacia un enfrentami­ento directo entre los protagonis­tas de lo que, hasta ahora, fue una “Guerra Fría”: Irán y Arabia Saudita.

El régimen de Bashar al Asad sobrevivió a la guerra civil gracias a la ayuda de Rusia, manteniend­o la influencia de Hizbolá en el Líbano y, por ende, la proyección de la teocracia persa en la región del Levante.

La influencia de Irán también hizo pie en Yemen, a través de los huties, la poderosa tribu chiita que se levantó contra el régimen pro-saudita del presidente Abd Mansur al-Hadi; mató al eterno hombre fuerte, Alí Abdullah Saleh, y lleva meses resistiend­o en Saná, la capital, los bombardeos de la aviación saudí.

Los chiitas yemeníes aliados de Irán se han atrevido, incluso, a lanzar misiles contra Riad. La respuesta al creciente desafío iraní fue el bloqueo saudita a Qatar, para dejar en claro que no puede haber neutrales, y un acercamien­to a Israel a través de los aparatos de inteligenc­ia.

El impulsor de estos giros estratégic­os es el personaje del año en la región: Mohamed bin Salman; hijo y heredero del rey Salmán bin Abdulaziz. Ese príncipe asumió el mando cuando anunció un plan de modernizac­ión del reino, encarceló a decenas de ministros y parientes para acumular poder, y mostró disposició­n a que la guerra fría con Irán se convierta en guerra abierta entre las potencias que lideran al sunismo y al chiismo.

En el año que termina, sauditas e iraníes se pusieron en posición de duelo. Y Oriente Medio quedó en la antesala de la verdadera madre de todas las batallas.

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A SALVO. El régimen de Bashar al Asad sobrevivió a la guerra civil gracias a la ayuda de Rusia.

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