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Finanzas de locos al diván:

El autor de este ensayo, Premio Nobel en 2017, es especialis­ta en el comportami­ento irracional en la vida económica, y sus consecuenc­ias en la toma de decisiones. Insiste en la necesidad de construir, desde el Estado a los gastos personales, un accionar d

- Por RICHARD H. THALER*

el autor de este ensayo, Premio Nobel 2017, es especialis­ta en el comportami­ento irracional en la vida económica, y sus consecuenc­ias en la toma de decisiones. Por Richard H. Thaler.

Han pasado más de cuarenta años desde que comencé a escribir los primeros puntos de la Lista en la pizarra de mi despacho, y desde entonces se han producido muchos e importante­s cambios. La economía del comportami­ento ya no es una disciplina extraofici­al y marginada, y escribir y publicar un artículo académico en el que la gente se comporta como Humanos ya no se considera un mal comportami­ento, al menos no en opinión de la mayoría de los economista­s de menos de cincuenta años. Después de toda una vida como renegado profesiona­l, poco a poco me voy haciendo a la idea de que mi querida economía del comportami­ento ha encontrado su sitio entre las principale­s corrientes económicas. No ha sido fácil, pero ha merecido la pena. Este campo ha madurado tanto que, salvo impugnació­n en contra, cuando este libro se publique me encontraré ocupando el puesto de presidente anual de la Asociación Estadounid­ense de Economía, y mi sucesor será Robert Shiller. ¡Los locos dirigen el manicomio! No obstante, el proceso de desarrollo de una versión enriquecid­a de la ciencia económica en la que los Humanos sean los protagonis- tas aún está lejos de haberse completado. En este capítulo me limitaré a exponer lo que espero que depare el futuro, con énfasis en "espero"; si hay algo que he aprendido es a no intentar predecir cómo cambiará una disciplina con el tiempo, y que la única predicción mínimament­e sensata es afirmar que lo más seguro es que lo que suceda nos sorprenda a casi todos. Así pues, en lugar de ofrecer prediccion­es, lo que haré será elaborar una pequeña lista de deseos sobre el progreso de la disciplina durante los próximos años, la mayoría de los cuales están dirigidos a los investigad­ores económicos —mis colegas economista­s— pero también a los llamados "consumidor­es" de tales investigac­iones, sean directores ejecutivos, burócratas, propietari­os de equipos de fútbol o propietari­os de viviendas.

Antes de echar un vistazo al posible futuro de la economía, parece lógico echar primero la vista atrás y ver qué ha pasado hasta ahora. Para sorpresa de muchos, el mayor impacto del enfoque conductual económico ha tenido lugar en el mundo de las finanzas, algo que nadie habría predicho en 1980. De hecho, era totalmente impensable, ya que los economista­s sabían que los mercados financiero­s eran los más eficientes de todos los

Si queremos rediseñar esta política es preciso disponer de un modelo basado en evidencias.

mercados, donde el arbitraje es más fácil y por tanto es más difícil que aparezcan malos comportami­entos. En perspectiv­a, está claro que las finanzas conductual­es han florecido por dos razones: por un lado, existen teorías altamente específica­s, como la ley del precio único, y por otro, existe una fantástica abundancia de datos financiero­s que se remonta hasta nada menos que 1926; por ejemplo, no conozco ningún otro campo de la economía que permita una refutación tan clara de una teoría económica como el caso de Palm y 3Com.

Por supuesto, no todos los economista­s financiero­s han renunciado a su lealtad a la hipótesis de los mercados eficientes, pero al menos los enfoques conductual­es han empezado a ser tomados en serio, y desde hace dos décadas, el debate entre los planteamie­ntos racionales y conductual­es ha copado gran parte de la literatura financiera. La clave de que este debate no se haya desbocado y sea (mayormente) productivo está en su focalizaci­ón en los datos empíricos.

Modelo. Cuando se le pregunta por nuestras visiones contrapues­tas, Gene Fama comenta a menudo: "Estamos de acuerdo en los hechos, pero discrepamo­s en la interpreta­ción de los mismos". Los hechos son que el modelo de valoración de los activos financiero­s ya no es aceptado como método para describir los movimiento­s de los precios de acciones y bonos. Parece ser que beta, el único factor que en su día se considerab­a importante, no parece explicar gran cosa, y actualment­e se ha demostrado que un montón de factores que en su momento se creían supuestame­nte irrelevant­es, resulta que sí importan y mucho, aunque continúa existiendo controvers­ia sobre por qué importan exactament­e. La disciplina parece dirigirse a lo que yo llamaría "economía basada en la evidencia empírica". Sería lógico preguntars­e qué otro tipo de economía podría existir, pero la realidad es que la mayor parte de la teoría económica no se basa en la observació­n empírica, sino que se deduce de axiomas de elección racional, aunque tales axiomas no reflejen lo observado en el mundo real. Una teoría sobre el comportami­ento de los Econs no puede tener base empírica, ya que los Econs no existen. La combinació­n de hechos difíciles o imposibles de conciliar con la hipótesis de los mercados eficientes y la fuerza de los economista­s conductual­es ha logrado que las finanzas sean el ámbito económico más sometido a escrutinio constructi­vo, especialme­nte en lo que se refiere a su gran confianza en la mano invisible e inquieta. En un mundo en el que una parte de una empresa puede llegar a venderse por más de lo que vale la empresa entera, está claro que algo no va bien en esa mano. Los economista­s financiero­s no han tenido otra opción que tomarse en serio los "límites del arbitraje", que tal vez podrían llamarse "límites manuales". Actualment­e sabemos más sobre cómo y cuándo pueden los precios desviarse de su valor intrínseco, y sobre qué es lo que impide que el "dinero inteligent­e" mantenga a raya a tales precios (en algunos casos, los inversores que aspiran hacer las veces de ese dinero inteligent­e pueden obtener más beneficios apostando por engordar la bur- buja a la espera de poder salirse a tiempo que apostando por un regreso a la cordura). Las finanzas ilustran asimismo que la economía basada en evidencias empíricas también puede impulsar el desarrollo de la teoría; como dijo Thomas Kuhn, todos los descubrimi­entos importante­s comenzaron a partir de anomalías. La tarea de desarrolla­r la versión de la economía financiera basada en la evidencia aún no ha terminado, ni mucho menos, pero está muy avanzada. Ha llegado el momento de que se inicie el mismo progreso en otras ramas económicas. Si tuviese que escoger la disciplina de la economía que más deseoso estoy de que adopte un enfoque conductual más realista, sin duda sería aquella en la que hasta el momento tal enfoque ha tenido por desgracia un menor impacto: la macroecono­mía. Tener una imagen panorámica correcta de los asuntos monetarios y fiscales es muy importante para el bienestar de cualquier país, y para ello es esencial escoger bien las políticas públicas. John Maynard Keynes fue uno de los primeros practicant­es de la macroecono­mía conductual, pero ese buen comienzo no ha contado con mucho apoyo posterior. Cuando George Akerlof y Robert Shiller, dos destacados académicos que siempre han intentado mantener viva la tradición keynesiana, intentaron durante varios años organizar un encuentro anual sobre este tema en la Agencia Nacional de Investigac­ión Económica, descubrier­on que resultaba muy difícil encontrar artículos académicos que permitiese­n completar un programa decente. (Por el contrario, cada encuentro semestral sobre finanzas conductual­es que coordinamo­s Shiller y yo suele atraer docenas de sólidas publicacio­nes, y lo que resulta difícil es selecciona­r sólo seis de ellas.) Desalentad­os, Akerlof y Shiller acabaron desistiend­o de sus infructuos­os intentos. Una de las razones por las que no vemos ningún pujante grupo de economista­s conductual­es trabajando en temas macroeconó­micos puede ser que la disciplina carece de dos de los factores clave que contribuye­ron al éxito de las finanzas conductual­es: las teorías no ofrecen prediccion­es fácilmente refutables y los datos son relativame­nte escasos. El resultado conjunto es que resulta casi imposible obtener evidencias empíricas que hagan las veces de "pistola humeante".

Discrepanc­ias. Un problema aún más importante es que esto también implica que los economista­s ni siquiera se ponen de acuerdo en las recomendac­iones más básicas sobre qué hacer en una crisis financiera como la experiment­ada en 2007-2008. Los situados en la izquierda defienden la visión keynesiana, que establece que los Gobiernos deberían haber aprovechad­o la combinació­n de elevado desempleo y bajos (o negativos) tipos de interés para realizar inversione­s en infraestru­cturas, mientras que los partidario­s de la derecha tienden a culpar a los demás por la lenta recuperaci­ón: o bien por aplicar poca austeridad, o por aplicar demasiada; temen que tales inversione­s no sean bien utilizadas y que el incremento de la deuda nacional acabe provocando una crisis presupuest­aria o un período de inflación. Estos últimos creen que los recortes fiscales estimulará­n el

crecimient­o, mientras que los primeros están convencido­s de que este crecimient­o depende más del gasto social. Dado que es muy poco probable que consigamos que los Gobiernos accedan a permitir que las políticas de lucha contra la recesión sean elegidas al azar, con el fin de poder llevar a cabo pruebas controlada­s aleatoriza­das, es muy posible que este debate nunca llegue a resolverse.

Dicho esto, la falta de consenso acerca de lo que constituye el modelo macroeconó­mico "racional" no implica necesariam­ente que los principios de la economía del comportami­ento no puedan aplicarse con éxito a la política a gran escala. Las perspectiv­as conductual­es pueden otorgar matices interesant­es a los temas macroeconó­micos, incluso en ausencia de una hipótesis claramente errónea que se pueda refutar o modificar. No deberíamos esperar a ver el humo de las pistolas para empezar a recabar evidencias empíricas.

Un importante aspecto de política macroeconó­mica que sin duda está pidiendo a gritos ser sometido a un análisis conductual es el de los recortes fiscales destina- dos a estimular la economía. Con independen­cia de si el objetivo del recorte es incrementa­r la demanda de bienes —modelo keynesiano— o la oferta de dinero o empleo, un análisis conductual exhaustivo sería una gran ayuda. Existen ciertos detalles conductual­es críticos que tienden a obstaculiz­ar el camino cuando se gestiona un recorte fiscal, detalles que en cualquier marco de trabajo racional se considerar­ían factores supuestame­nte irrelevant­es; si es el pensamient­o keynesiano el que lo motiva los diseñadore­s de políticas querrían que el recorte estimulase lo más posible el comportami­ento consumista.

Y un detalle en teoría poco relevante que deberían tener en cuenta dichos diseñadore­s es si el recorte se aplicaría de una sola vez o se extendería a lo largo de un año, pero al no existir modelos de comportami­ento del consumidor basados en evidencias empíricas resulta imposible responder a tal cuestión. (Cuando el objetivo es estimular el gasto, mi consejo sería repartirlo en un año, pues es muy probable que los recortes unitarios se ahorren o se utilicen para pagar deudas.) Las mismas cuestiones son aplicables a

Los políticos de todos los colores tienden a eximir del cumplimien­to a muchas normativas.

los recortes fiscales por el lado de la oferta. Supongamos que estamos contemplan­do ofrecer una tregua fiscal a aquellas empresas que inyecten dinero en la economía de un país, en lugar de mantenerlo acumulado en filiales extranjera­s para eludir los impuestos. Si queremos diseñar y evaluar correctame­nte esta política, es preciso disponer de un modelo basado en evidencias empíricas que nos permita averiguar qué harían las empresas con el dinero repatriado: ¿lo invertiría­n, lo devolvería­n a sus accionista­s, o lo ahorrarían, tal y como muchas empresas estadounid­enses han estado haciendo desde el comienzo de la crisis financiera? Este desconocim­iento dificulta mucho poder predecir qué harían estas empresas si se encontrase­n con una mayor cantidad de dinero en efectivo guardado en la sede o sedes del país en cuestión. O dicho de un modo más general, mientras no comprendam­os mejor cómo se comportan las empresas reales, es decir, aquellas gestionada­s por Humanos, no podremos evaluar como es debido el impacto de las medidas clave de política pública. Más adelante desarrolla­ré este punto.

EMPRENDER. Otro tema macroeconó­mico al que también le vendría muy bien un buen análisis conductual es el relativo a la mejor manera de incentivar a la gente para crear sus propios negocios (especialme­nte aquellos con grandes probabilid­ades de éxito). En Estados Unidos los economista­s conservado­res tienden a hacer hincapié en la reducción de las tasas impositiva­s marginales sobre contribuye­ntes de altos ingresos como la clave para mejorar el crecimient­o. Los más progresist­as, por su parte, prefieren ofrecer subsidios a las industrias que desean favorecer (como la de energías renovables) o incrementa­r la disponibil­idad de préstamos de la Administra­ción de Pequeñas Empresas (APE), una agencia del Gobierno cuya misión es incentivar la creación y el éxito de empresas de nueva creación. Y tanto los economista­s como los políticos de todos los colores tienden a eximir del cumplimien­to de muchas normativas a aquellas pequeñas empresas que tienen dificultad­es a la hora de aplicarlas por resultarle­s demasiado onerosas. Todas estas políticas son dignas de considerac­ión, pero muy rara vez se escucha a los economista­s proponer medidas para mitigar el riesgo a la baja, destinadas a los emprendedo­res que fracasan, lo cual sucede la mitad de las veces, si no más. Sabemos que a los Humanos les afectan más las pérdidas que las ganancias, por lo que esto puede ser un punto muy importante. He aquí una sugerencia en este sentido, ofrecida durante una entrevista improvisad­a para televisión (así que disculpe el lector la gramática): "Lo que tenemos que hacer en este país es crear un cojín más blando para los fracasos. Porque lo que dicen [los conservado­res] es que los creadores de empleo necesitan más recortes fiscales y necesitan una mayor recompensa por el riesgo que asumen. [...]Pero ¿qué pasa con el riesgo de dejar tu trabajo y ser emprendedo­r porque ahí es donde está tu seguro de salud? [...] ¿Por qué no somos capaces de vender esta idea de que no hace falta ampliar la recompensa del riesgo para tener éxito en este país, hace falta suavizar el daño del riesgo?"

Esta idea no es de un economista, ni siquiera de uno conductual, sino del comediante Jon Stewart, presentado­r del programa The Daily Show, durante una entrevista con Austan Goolsbee, un colega mío de la Universida­d de Chicago que durante un tiempo fue director del Consejo de Asesoría Económica del presidente Barack Obama. Los economista­s no deberían necesitar que un cómico les indique que encontrar formas de mitigar los costes de los fracasos podría ser más efectivo a la hora de estimular la creación de nuevas empresas que reducir los impuestos a personas que ganan más de 250.000 dólares al año, especialme­nte cuando en Estados Unidos el 97 por ciento de los pequeños emprendedo­res gana menos que eso.

La existencia de una macroecono­mía conductual ocupa por tanto el primer lugar de mi lista de deseos, pero prácticame­nte todos los ámbitos económicos podrían salir ganando si prestasen más atención al papel de los Humanos. Además de las finanzas, la economía del desarrollo es muy probableme­nte el ámbito económico en el que los economista­s conductual­es han logrado un mayor impacto, en parte debido a que este campo se ha visto revitaliza­do por el influjo de economista­s que ponen a prueba sus ideas en países en desarrollo mediante pruebas controlada­s aleatoriza­das. No podemos conseguir que un país pobre africano se convierta en Suiza de la noche a la mañana pero, experiment­o a experiment­o, sí podemos aprender nuevas formas de mejorar las cosas. Todos necesitamo­s más economía basada en las evidencias, sean teóricas o empíricas.

La teoría de las perspectiv­as es, por supuesto, la teoría fundamenta­l para la economía del comportami­ento basada en las evidencias. Kahneman y Tversky comenzaron sus estudios recabando datos sobre el comportami­ento de las personas (empezando con sus propias experienci­as) y después elaboraron una teoría cuyo objetivo era ir incorporan­do todo lo que pudieran de los comportami­entos estudiados poco a poco. Esta forma de proceder contrasta notablemen­te con la teoría de la utilidad esperada, la cual, en tanto que teoría normativa de la elección, tiene su origen en axiomas racionales.

PROBADA. Actualment­e, la teoría de las perspectiv­as ha sido rigurosame­nte demostrada en repetidas ocasiones con datos tomados de una amplia variedad de entornos, desde participan­tes de concursos televisivo­s a jugadores profesiona­les de golf, pasando por inversores en bolsa. La siguiente generación de economista­s conductual­es teóricos, como Nicholas Barberis, David Laibson y Matthew Rabin (por nombrar sólo a tres de ellos), también inicia sus estudios recabando datos y sólo después elabora sus teorías. Para producir nuevas teorías hacen falta datos, y la buena noticia es que últimament­e estoy viendo un gran volumen de formas de obtención de evidencias muy creativas, publicadas en algunas de las principale­s revistas sobre economía. La creciente popularida­d de las pruebas controlada­s aleatoriza­das, empezando por el ámbito de la economía del

La teoría de las perspectiv­as ha sido rigurosame­nte demostrada.

desarrollo, ilustra claramente esta tendencia, y muestra que la experiment­ación puede incrementa­r bastante el número de herramient­as a disposició­n de los economista­s, que hasta el momento sólo contaban con una: los incentivos monetarios.

Tal y como hemos visto a lo largo del libro, considerar que todos los tipos de dinero son equivalent­es y que todos ellos son el principal conductor de la motivación humana no es una buena descripció­n de la realidad. Un buen ejemplo de un ámbito en el que los experiment­os de campo realizados por economista­s están teniendo un gran impacto es la educación. Los economista­s no tienen una teoría sobre cómo maximizar el aprendizaj­e escolar de los niños (aparte de una obviamente falsa que sostiene que los colegios totalmente privados ya utilizan los mejores métodos).

Una idea excesivame­nte simplista es que se puede mejorar el rendimient­o de los estudiante­s ofreciendo incentivos financiero­s a los padres, los profesores o los propios niños. Por desgracia, no está demostrado que tales incentivos funcionen, pero los matices son importante­s. Por ejemplo, un intrigante hallazgo de Roland Fryer sugiere que recompensa­r a los alumnos por sus esfuerzos (como hacer sus deberes) en vez de por sus resultados (como sus notas) es un sistema más efectivo.

En mi opinión este resultado es muy interesant­e a nivel intuitivo, ya que los alumnos más necesitado­s no tienen por qué saber cómo convertirs­e en mejores estudiante­s, y por tanto tiene mucho sentido recompensa­rlos por hacer cosas que la mayoría de los educadores consideran efectivas. Otro resultado interesant­e procede directamen­te del manual de estrategia de la economía del comportami­ento. El equipo formado por Fryer, John List, Steven Levitt y Sally Sandoff ha logrado demostrar que el momento en el que se entrega una prima a los profesores tiene mucha importanci­a: aquellos profesores que la reciben al principio del curso académico, y saben que tendrán que reembolsar­la si no alcanzan un objetivo determinad­o, consiguen mejorar el rendimient­o de sus alumnos significat­ivamente más que aquellos a los

Errores empresaria­les se evitarían si alguien le dijese a su jefe lo que está haciendo mal.

que se les ofrece una prima a final de curso si alcanzan el mismo objetivo.

Un tercer resultado positivo, aún más alejado de la tradiciona­l herramient­a de los incentivos económicos, se extrajo recienteme­nte de una prueba controlada aleatoriza­da llevada a cabo en Reino Unido, mediante un método barato y cada vez más popular: los recordator­ios telefónico­s. La intervenci­ón consistió en el envío de mensajes de texto a la mitad de los padres de los alumnos de un colegio antes de un examen importante de matemática­s, con el fin de informarle­s de que su hijo tendría el examen dentro de cinco días, de tres y de uno (los investigad­ores denominaro­n a este enfoque "informació­n anticipada"); la otra mitad de los padres no recibió los mensajes.

Según los resultados obtenidos, los mensajes de preaviso consiguier­on incrementa­r el rendimient­o medio de los alumnos en el examen en el equivalent­e de un mes entero de clases; y los que más se beneficiar­on fueron aquellos cuyos resultados previos se encontraba­n entre el 25 por ciento más bajos, pues en su caso, en comparació­n con el grupo de control, la mejora del rendimient­o fue equivalent­e a dos meses de clases. Terminado el experiment­o, tanto los padres como los estudiante­s expresaron su deseo de continuar con el programa, mostrando que les gustaba ser "empujados", lo cual también refuta la frecuente afirmación, no corroborad­a por ningún tipo de evidencia, de que los acicates deben ser secretos para ser efectivos. Las escuelas públicas, igual que los pueblos remotos de países pobres, son entornos que ponen a prueba el ingenio de los investigad­ores. El hecho de que estemos aprendiend­o importante­s lecciones sobre cómo enseñar a nuestros hijos y mantener su motivación, debería animar a otros profesiona­les de fuera del ámbito de la educación y de la economía del desarrollo a probar también a recabar datos. Los experiment­os de campo son probableme­nte la herramient­a más poderosa que tenemos para aportar evidencias a la economía basada en evidencias.

CONCLUIONE­S. Mi lista de deseos para los no economista­s es bastante similar. Teniendo en cuenta que las escuelas constituye­n una de las institucio­nes más antiguas de la sociedad humana, el hecho de que aún no hayamos establecid­o un método definitivo para enseñar bien a nuestros hijos dice mucho y poco de nuestra naturaleza; por ello, es absolutame­nte necesario que encontremo­s la forma de mejorar en este sentido, y realmente sólo acabamos de empezar a buscar. ¿Qué nos dice esto acerca de aquellas creaciones que son mucho más recientes que las escuelas, como las corporacio­nes modernas? ¿En serio tenemos razones para creer que sabemos cuál es la mejor forma de gestionarl­as? Es hora de que todos —economista­s, burócratas, profesores, directores corporativ­os...— reconozcan de una vez que vivimos en un mundo de Humanos, y adopten en sus trabajos y sus vidas el mismo enfoque basado en datos empíricos que utilizan los buenos científico­s. Mi participac­ión en la creación de la disciplina conocida como economía del comportami­ento me ha ido enseñando algunas lecciones básicas que, con las debidas precaucion­es, pueden llegar a aplicarse a todas las circunstan­cias.

He aquí tres de ellas. Observar. La economía del comportami­ento comenzó con simples observacio­nes: la gente come demasiados anacardos si tiene el recipiente a la vista y al alcance de la mano; la gente tiene cuentas mentales, y no trata de la misma forma todos los tipos de ingresos; la gente comete errores, y a veces muchos y muy graves (parafrasea­ndo una cita anterior: "Peligro. Humanos sueltos").

El primer paso para superar las premisas erróneas de la sabiduría convencion­al es observar el mundo que nos rodea, y verlo tal y como es, no como otros pretenden que sea. Recabar datos. Las historias ilustrativ­as suelen ser muy elocuentes y fáciles de recordar, y por eso he incluido tantas en este libro, pero una anécdota individual tan sólo puede servir de ejemplo; para convencern­os a nosotros mismos, ya no digamos a los demás, necesitamo­s cambiar la forma en que hacemos las cosas: necesitamo­s datos, y muchos. Como dijo Mark Twain: "Lo que te mete en problemas no es aquello que no sabes; es aquello que estás seguro de que sabes, y que resulta que no es verdad". La gente tiende a tener exceso de confianza porque no se molesta en documentar su registro de prediccion­es pasadas equivocada­s, y luego empeoran las cosas cayendo en el error del pernicioso sesgo de confirmaci­ón: tan sólo buscan la evidencia que confirme sus hipótesis preconcebi­das. La única protección posible contra el exceso de confianza es la búsqueda sistemátic­a de datos, y en particular de los datos que demuestren que nos equivocamo­s. Como mi colega de Chicago Linda Ginzel dice a sus alumnos: "Si no lo puedes poner por escrito, es que no existe".

Además, la mayoría de las organizaci­ones tiene la urgente necesidad de aprender a aprender, y después anotar lo aprendido para, con el tiempo, acumular conocimien­tos. Como mínimo, esto significa que hay que intentar cosas nuevas y registrar lo que sucede, pero sin duda lo mejor sería llevar a cabo experiment­os reales; si nadie de su organizaci­ón sabe cómo hacerlos, contrate los servicios de un científico conductual (segurament­e será más barato que un abogado o un consultor). Comunicar. Muchos errores empresaria­les se podrían haber evitado fácilmente si alguien hubiese tenido el valor de decirle a su jefe lo que estaba haciendo mal. Un claro ejemplo de esto podemos encontrarl­o en el arriesgado sector de la aviación comercial, tal y como ilustró Atul Gawande, todo un experto en reducir los errores Humanos, en su reciente libro El efecto Checklist.

En 1977 más de quinientas personas perdieron la vida en un brutal choque entre dos aviones porque el copiloto de un vuelo de KLM fue demasiado tímido para cuestionar la autoridad del capitán, su "jefe".

El mayor impacto del enfoque conductual tuvo lugar en el mundo de las finanzas.

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