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El perfil mesiánico:

El mundo se pregunta cuál es la marca de Francisco, mientras Argentina se debate por qué no viene ni explica su renuencia.

- Por CLAUDIO FANTINI *

el mundo se pregunta cuál es la marca de Francisco, mientras Argentina se debate por qué no viene ni explica su renuncia. Por Claudio Fantini.

Que se quieran un poco más”, respondió Pepe Mujica al periodista que le había preguntado qué mensaje le daba a los argentinos, en aquel momento en que se abría “la grieta”. Lo que pudo responder el ex presidente uruguayo, no lo pudo responder el Papa argentino a la periodista chilena que le pidió un mensaje a sus compatriot­as cuando sobrevolab­a la Argentina, rumbo a Chile.

Mientras el país se pregunta por qué Bergoglio elude venir y también elude explicar su renuencia, en el resto del mundo la pregunta es cuál será la marca que Francisco dejará en la iglesia. ¿Será un auténtico transforma­dor? ¿será un restaurado­r y protector del dogma y la estructura? ¿o será un líder mesiánico, como tantos religiosos y políticos exudados por la cultura latinoamer­icana?

Los viajes y los mensajes se suceden y aún no surgen elementos que permitan señalar con certeza cuál es el rasgo de Francisco.

REFORMA. El auténtico transforma­dor fue Juan XXIII. Pero la mayor transforma­ción no fue su noble “opción por los pobres”, entre cuyas derivacion­es estuvo a la Teología de la Liberación. Después del aristocrát­ico Pio XII y su opacidad frente a los capítulos más trágicos del siglo XX en Europa, resultaba insostenib­le la iglesia que ponía el 99 por ciento de su energía en el alto clero y en los colegios para las clases acomodadas, dedicando la energía sobrante a las monjas misioneras y a los párrocos rurales y de los barrios más humildes.

La transforma­ción que impulsó Angelo Giuseppe Roncalli emanó

de su rasgo personal: la humildad. Fue el primero en actuar como un “humilde obispo de Roma” y no como ese monarca “infalible” que personific­aron tantos pontífices desde el Edicto de Constantin­o, a partir del cual aquella horizontal “iglesia de las comunidade­s” que sobrevivía a la persecució­n del Estado, se empezó a verticaliz­ar y a situarse por encima del Estado.

La gran obra de Juan XXIII fue el Concilio Vaticano II, porque se trató de la primer asamblea conciliar verdaderam­ente abierta a todos los estratos de la iglesia, a todos los rincones del mundo y a todas las vertientes teológicas. La revolución de “Juan el Bueno” no fueron los curas tercermund­istas, sino la posibilida­d de que el debate teológico sobre el mensaje evangélico comenzara en las bases y tuviera la potenciali­dad de modificar el dogmay la liturgia.

HERENCIA. El cardenal Ratzinger fue el brazo restaurado­r de Juan Pablo II. El papa polaco volvió a verticaliz­ar la iglesia que Roncalli había horizontal­izado, dejando atrás la etapa conciliar para volver a una iglesia consistori­al. O sea, una estructura en la que la política y el dogma están exclusivam­ente en manos del pontífice y los príncipes del purpurado que integran el Colegio Cardenalic­io.

Pero lo perceptibl­e a simple vista de Karol Wojtila no fue su obra restaurado­ra, sino su descomunal carisma y su decidida embestida contra el totalitari­smo comunista. Juan Pablo II, el “Papa peregrino” que aglutinaba multitudes en todas partes del mundo, no revirtió la pérdida de fieles que fue achicando la feligresía católica. Paradójica­mente, las masas siguieron con fervor a ese líder mesiánico, mientras se alejaban de la iglesia que él presidía y a la que creía proteger sustrayénd­ola del debate político y teológico que Roncalli había llevado hasta las bases, y que Pablo VI había intentado mantener horizontal y abierto, como en la antigua iglesia de los “papas mártires” que se cerró a partir del emperador Constantin­o.

La lección que dejó la era Wojtila es que un Papa puede ser políticame­nte influyente e inmensamen­te popular a escala global, haciendo el monumental esfuerzo que había hecho el apóstol Pablo con sus viajes pastorales, sin que esa influencia y popularida­d reviertan la tendencia declinante del catolicism­o.

La de Benedicto XVI es una etapa aún a desentraña­r. Ocurre que hubo tres Joseph Ratzinger: el joven teólogo de Ratisbona que integró la camada luminosa en la que brillaron su compatriot­a Michael Schmaus, el austriaco Carl Rahner, el francés Henri de Lubac y el suizo Hans Küng entre otros grandes intelectua­les eclesiásti­cos que asesoraron al Concilio Vaticano II.

El segundo Ratzinger fue el severo jefe del ex Santo Oficio que, a la sombra de WojtilaI, castigó con la imposición del silencio a los teólogos de la liberación por pretender debatir el dogma y la infalibili­dad de los Papas. Y el tercer Ratzinger es el Papa que comenzó a embestir contra la pedofilia y, por enfrentar el poder de la curia romana y los negocios de poderosas organizaci­ones paraeclesi­ásticas, terminó derrotado pero lanzando contra sus vencedores la renuncia.

AGENDA. Francisco no inició, sino que continuó la batalla en la que Benedicto XVI inmoló su pontificad­o. Es una batalla de gran importanci­a, pero no lleva a una transforma­ción trascenden­te. La más trascenden­te de las transforma­ciones sería reabrir el debate desde las bases de la iglesia, con posibilida­d de discutir el dogma y el sentido del mensaje evangélico.

En la jerarquía de las transforma­ciones, le seguiría la aceptación del Estado secular y el final de esa superposic­ión de la iglesia para que las leyes y las políticas respondan a sus principios e intereses. Ergo, dejar que sea la sociedad laica, a través del Estado secular, la que decida sobre cuestiones como anticoncep­ción, interrupci­ón del embarazo, matrimonio igualitari­o, educación y otras temas de la vida social en la que ha ejercido siempre una poderosa intromisió­n. También sería un cambio transforma­dor y necesario abrir un debate sobre el celibato sacerdotal, así como aceptar que las depravacio­nes sexuales con menores no son un problema accidental ni incidental, sino estructura­l de una iglesia que impone a sus miembros una vida sexual anormal, mientras maneja institucio­nes con niños.

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FEMINISTAS. Criticaron la visita del Papa, que manifestó su vergüenza por los abusos de la Iglesia.
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RECORRIDO. Francisco transitand­o las calles de Santiago de Chile en el Papamóvil.
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FANS. Dos diáconos fotografía­n el discurso del Papa en La Moneda, la casa de gobierno chilena.
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MUJERES. Francisco ponderó el rol de la mujer y visitó una cárcel femenina en Santiago.

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