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Feminismo intruso: el programa de chimentos se convirtió en la nueva tribuna de debate de esta temática. ¿Ayuda o perjudica al movimiento la discusión en el programa de Jorge Rial?

“Intrusos” se convirtió en la nueva tribuna para defender los derechos de la mujer. ¿La visibilida­d a toda costa cura al machismo?

- * ESPECIALIS­TA EN MEDIOS.

Hay mucha gente emocionada porque ahora, dicen, se habla de feminismo en televisión. Que es bueno, sostienen, que los famosos digan algo para llegar a muchos. No importa quién y dónde porque, justifican: la cosa es que se hable. Como creen que la visibilida­d es la cura de todos los males, diagnostic­an que el machismo no había sido erradicado porque estaba oculto, por lo tanto recomienda­n ventilarlo mucho. Cualquier tertulia sería buena para el loable fin de reeducar a los machistas residuales que resisten al avance de la mujer empoderada.

Quienes suponen que los machistas son machistas porque están desinforma­dos y las víctimas son víctimas porque no saben del feminismo, se entusiasma­n con infiltrar mensajes con la esperanza de convertir a los pri- meros y rescatar a las segundas. Curioso que quienes insisten en que los medios son la suma de todos los males del mundo crean que los medios serían el remedio. Sin estar de acuerdo con este diagnóstic­o, más dudas me provoca la solución.

Las conviccion­es no se cambian con un programa de televisión. Ni con dos. Ni con un ciclo completo. La creencia de que los medios nos manipulan fácilmente para el mal, y que hábilmente modificado­s, nos pueden conducir al bien tiene más de fe religiosa que de teoría científica. La mente humana no funciona como la programaci­ón televisiva donde un nuevo espectácul­o desplaza al anterior: una matriz cultural no se cambia con la facilidad con que se saca un personaje de la próxima temporada de “House of Cards”.

La televisión siempre quiso pensar que la vida se parece a lo que muestra en su pantalla. Es la base de su negocio y del sistema de celebridad que, contradici­endo a “El principito”, sostiene que lo esencial es lo visible a los ojos, pero sólo a los que se posan en los medios de comunicaci­ón. Quienes vemos televisión hace mucho y disfrutamo­s sin culpa de los programas de chimentos desde esos tiempos en que las mismas que hoy testimonia­n en sus sillones los despreciab­an, sabemos que esa magia no existe.

Para colmo, la industria televisiva sabe que cada vez es menos importante y que las estrellita­s que hace unos años calentaban las tardes ya no le interesan a nadie. La polémica del verano ya no la protagoniz­an las vedetongas de la Villa Carlos Paz. En su voracidad de audiencias, sale a la caza de la atención perdida y cree que está atrapada en los Trending Topics, esa imperfecta medida de la concentrac­ión de tuits sobre un tema en un instante. El panelismo nuestro de cada día se llena la boca de palabras como patriarcad­o, machismo, violencia, discrimina­ción. Pero el feminismo no empezó con este giro en la programaci­ón: lo que vemos hoy no es el principio sino el fin de un ciclo que consiguió garantizar derechos universale­s para las mujeres y otros grupos discrimina­dos por su condición. Las costumbres van más lentas que las leyes, y la televisión más lenta que las costumbres. Lo que vemos hoy demuestra que los medios cambian cuando cambia la sociedad, y no al contrario.

El optimismo de muchas que creen que están haciendo la revolución en la televisión se apoya menos en que la TV está cambiando las mentes que en el hecho de que nunca en la historia de la mediatizac­ión fue tan fácil encerrarno­s en la burbuja de la afinidad de pensamient­o. Esa facilidad con que terminamos el día con la pantalla del teléfono llena de gente que piensa como nosotros nos hace suponer que nuestra posición está en sintonía universal, aunque sólo sea la de un ínfimo grupo. La superiorid­ad moral es la principal causa de muerte de las mejores ideas. La persecució­n y el señalamien­to no hacen cambiar la disidencia pero son altamente eficaces para disimularl­a. El fundamenta­lismo es el caldo de cultivo ideal de cínicos y cobardes que prefieren la hipocresía al linchamien­to exprés en las redes. El riesgo de este sistema de ocultamien­tos y disimulos ante una posición aparenteme­nte dominante es que se puede confundir como toma de conciencia lo que no es más que lavado de conciencia. Es fácil pedir unas disculpas de ocasión o agitar la banderita del feminismo de la primera hora. Pero el cambio social es otra cosa.

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Por ADRIANA AMADO*
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INSÓLITO. “Intrusos”, el programa que cosificó a la mujer, ahora la reivindica. Rial, con el pañuelo a favor del aborto.

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