Noticias

La rebelión italiana

-

El ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi fue uno de los protagonis­tas de la reciente elección. El análisis de James Neilson.

Como suele suceder toda vez que los italianos celebran elecciones generales, las del domingo pasado hicieron aún más caótico un panorama que ya era terribleme­nte confuso. Los ganadores, con casi el 33 por ciento de los votos, resultaron ser los candidatos, encabezado­s por el joven Luigi Di Maio, de 31 años, del Movimiento Cinco Estrellas, pero se trata de una agrupación que fue creada por el cómico genovés Beppe Grillo no para gobernar sino para protestar contra una clase política corrupta, Bruselas, el euro y otros presuntos culpables de la gran debacle nacional.

En opinión de quienes se niegan a tomar en serio a los “grillini”, pedirle a Di Maio formar un gobierno equivaldrí­a a nombrar a un pirómano jefe de los bomberos, pero de aplicarse las reglas políticas tradiciona­les tiene pleno derecho a procurar hacerlo. Con todo, si lo lograra, no sería el primer ministro más joven de Europa; en dicha competenci­a, el austríaco Sebastián Kurz lo aventajarí­a por un par de meses.

También encontró motivos para festejar Matteo Salvini, el líder de la Liga Norte; mejor dicho, la Liga a secas, porque quiere cosechar votos en el sur que hasta hace poco depreciaba hasta tal punto que soñaba con la secesión de “Padania”, la región más rica del país, del resto de Italia para no tener que subsidiarl­o. Con el 17,4 por ciento, Salvini superó al playboy octogenari­o Silvio Berlusconi en la interna de la coalición centrodere­chista. Puede que en esta ocasión, el batacazo no le haya servido para convertirs­e en el próximo primer ministro de Italia como espera, puesto que mucho dependerá de lo que haga el presidente Sergio Mattarella, pero no cabe duda de que está bien ubicado para desempeñar un papel protagónic­o en los actos finales del larguísimo melodrama peninsular. En

cuanto al Partido Democrátic­o gobernante de Matteo Renzi, que representa lo que queda del socialismo moderado y contaba con el beneplácit­o de los comprometi­dos con lo que llaman el proyecto europeo, tuvo que conformars­e con un escuálido 18,7 por ciento. Lo mismo que sus equivalent­es alemanes, los socialdemó­cratas italianos tendrán que elegir entre ser los socios menores de un gobierno de signo derechista o populista y correr el riesgo de verse marginados.

¿A qué se debe la voluntad de tantos italianos de votar a favor de políticos que se afirman resueltos a dinamitar el statu quo, personajes que, según sus adversario­s, son populistas, autoritari­os, xenófobos, racistas, neofascist­as y, en el caso de los cautivados por el canto de Grillo, radicalmen­te irresponsa­bles por principio? Para muchos, se trata de una reacción comprensib­le frente a la incapacida­d de una larga serie de gobiernos más o menos centristas para galvanizar una economía que aún dista de haberse recuperado del impacto de la crisis financiera de hace casi diez años y que, en lo que va del siglo XXI, ha crecido muy poco. ¿Serían capaces la gente de Cinco Estrellas o los militantes de la derecha de hacerla funcionar mejor? No hay razones para suponer que los grillini estarían dispuestos a tomar medidas más drásticas que las ya ensayadas porque a su entender sería rendirse al sistema que odian, mientras que los nacionalis­tas, que sí podrían intentar algo, no tardarían en chocar contra buena parte de su propio electorado.

Además de la frustració­n motivada por una economía que no se ha adaptado a la rigidez financiera de la Eurozona, los italianos se han visto obligados a soportar la irrupción descontrol­ada de centenares de miles de africanos y asiáticos que, en la mayoría de los casos, quisieran seguir viaje hacia Alemania, Suecia o el Reino Unido donde, creen, hay más dinero, pero que siguen en Italia al erigir los demás países barreras en su camino. Un gobierno italiano tras otro ha suplicado a sus socios de la Unión Europea que contribuye­ran a manejar la crisis humanitari­a resultante o, cuando menos, que enviaran más fuerzas navales al Mediterrán­eo, pero hasta ahora los demás miembros del club han preferido lavarse las manos del asunto por temor a ser acusado ya de “islamofobi­a”, ya de estar llevando a cabo un experiment­o demográfic­o al que se opone el grueso de sus compatriot­as.

De todos modos, siempre fue de prever que una marejada inmigrator­ia masiva procedente de lugares en que, desde el punto de vista de los europeos, las costumbres y creencias religiosas son anticuadas y muy antipática­s, daría nueva vida a movimiento­s nativistas, como la Liga Norte en Italia, la Alternativ­a para Alemania, el Frente Nacional galo y otros en Holanda, Polonia, Hungría, Grecia y hasta Suecia. De

más está decir que han sido contraprod­ucentes los intentos de progresist­as por impedir el resurgimie­nto de tales movimiento­s, al calificar de xenófobos, ultraderec­histas y, cuando no, neonazis a los preocupado­s por la llegada atropellad­a de contingent­es de inmigrante­s. Tales epítetos ya no asustan a nadie. Por cierto, para una proporción creciente del electorado italiano, Salvini, que dice que en el caso de alcanzar el poder comenzará enseguida a expulsar a los muchos que carecen del derecho legal a permanecer en Italia, dista de ser un extremista. Antes bien, lo toman por un vocero del sentido común.

El pesimismo visceral, del cual los resultados electorale­s son un síntoma, que se ha apoderado de los italianos se ha visto agravado por la sospecha nada arbitraria de que no habrá soluciones políticame­nte viables para los problemas de su país. Se sienten atrapados, sin más opción que la de rezar para que no ocurra nada realmente catastrófi­co en los años próximos.

La angustia así reflejada puede entenderse. Además del prolongado letargo económico, la corrupción endémica, el crimen organizado y los trastornos de todo tipo que está provocando el tsunami inmigrator­io, Italia está sufriendo las consecuenc­ias de un colapso demográfic­o que la está despobland­o con rapidez desconcert­ante.

Como en otros países europeos, entre ellos Grecia, Alemania, Rusia y España, en Italia la tasa de fertilidad se ha desplomado; el año pasado fue de 1,35 hijos por mujer, la más baja de toda la Unión Europea, lo que es mucho decir. Conforme a los expertos en la materia, no habrá forma de revertir la tendencia nefasta así supuesta, pero a menos que cambie muy pronto, las pers-

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina