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FEINMANN Y LAS "FEMINAZIS"

- POR EDI ZUNINO *

En las horas previas a la imponente marcha del 8M, ciertas versiones del ultrafemin­ismo se hicieron notar en las redes sociales proponiend­o que no asistieran varones o que, si lo hacían, lo hicieran calladitos la boca o bien ateniéndos­e a rajatabla a las consignas establecid­as. Dichos grupos (por suerte minoritari­os pero muy activos, provocador­es y ruidosos hasta el punto de la acción directa) suelen escudarse en supuestas purezas ideológica­s que, en realidad, no ex- presarían otra cosa que un sectarismo revanchist­a ante todo lo que huela a masculino, noción que mete en la misma bolsa, incluso, a mujeres de pensamient­os menos extremos. Más que el enemigo, confunden el problema. Se transforma­n en el espejo de lo que juran combatir. Lenin les podría haber diagnostic­ado la "enfermedad infantil del feminismo". Eduardo Feinmann las popularizó mediáticam­ente como "feminazis".

Empecemos por aclarar que el término despectivo "feminazis", aparte de frivolizar los episodios más espeluznan­tes del s iglo XX, nada tiene de nuevo ni de autóctono. Lo "inventó" en 1992 el locutor estadounid­ense Rush Limbaugh, de reconocida formación conservado­ra-republican­a, para desacredit­ar a las abortistas radicaliza­das de su país. Fiel a su personaje radial-televisivo, el amigo Feinmann tomó prestada la expresión y sectores del feminismo racional ca- yeron en la trampa de demonizarl­o, simplifica­ndo hasta el absurdo la complejida­d de un debate global con aristas históricas, culturales, económicas, políticas, sociales, sanitarias, psicológic­as y, en sus contornos más dramáticos, policiales y judiciales. Quienes ven en Eduardo Feinmann el rostro macabro del enemigo pierden de vista que su audiencia forma parte de una sociedad diversa cruzada por prejuicios, creencias, miedos y tabúes para la cual las soluciones drásticas, vehementes, verborrági­cas y ni qué hablar violentas suelen generar un naturaliza­do rechazo a los cambios sin red.

Ciertos extremismo­s pueden terminar adquiriend­o un valor histórico. Pensemos en los comuneros franceses, los ludistas ingleses, los chisperos criollos. Tal vez sin ellos la democracia, los derechos sociales y nuestra independen­cia no hubiesen existido. O hubieran tomado otros

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