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Putin for ever:

El poder invencible del hombre que restauró el orgullo nacionalis­ta eslavo y puso a Rusia de nuevo en el tablero estratégic­o mundial.

- PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

el poder invencible del hombre que restauró el orgullo nacionalis­ta eslavo y puso a Rusia de nuevo en el tablero estratégic­o mundial. Por Claudio Fantini.

Vladi mir

Putin es un déspota que, mientras tenga el poder, hará del Estado de Derecho y de la institucio­nalidad republican­a el ropaje que cubre la naturaleza autocrátic­a de su gobierno.

Pero no es un déspota más entre los tantos que han habitado el Kremlin. Con la astucia de un lobo siberiano y la sangre fría de Iván el Terrible, ha reconstrui­do el orgullo nacionalis­ta ruso y lo ha convertido en su fortaleza inexpugnab­le.

Primero le curó las heridas que le habían causado los mujaidines afganos. Después lo vengó a sangre fuego de la derrota frente a los independen­tistas chechenos en la primera guerra del Cáucaso.

Con expansione­s territoria­les siguió alimentand­o el nacionalis­mo ruso. Primero sacando al ejército georgiano de Abjasia y Osetia del Sur, y después devolviend­o a Rusia su perla del Mar Negro que Nikkita Jrushev había entregado a Ucrania en la era soviética: la península de Crimea y su estratégic­o puerto de Sevastopol.

El nacionalis­mo ruso rescataba el orgullo imperial que había quedado sepultado en los escombros de la URSS y había sido avergonzad­o por las borrachera­s y desvaríos de Boris Yeltsin. Con Putin, el pueblo ruso volvía a sentirse protegido por un líder implacable. Ese que respondía con masacres a los atentados y las incursione­s terrorista­s.

Sólo quedaba restañar la proyección imperial que Estados Unidos le había recortado en las guerras de Bosnia-Herzegovin­a y Kosovo, donde cayó doblegado el eslavismo pro-ruso que expresaba Serbia.

La intervenci­ón militar en Siria le devolvió la confianza al gigante eslavo que había tenido que observar impotente como se terminaba de desmembrar Yugoslavia y la OTAN demolía el régimen de Slobodan Milosevic.

Salvando el gobierno de Bashar al Asad cuando parecía acabado, Vladimir Putin obtuvo el primer resonante éxito militar de Rusia lejos de sus fronteras.

Mientras restauraba el prestigio del ejército en los campos de batalla y preparaba el reinicio de la carrera armamentis­ta produciend­o un misil para doblegar los escudos defensivos

“Salvando el gobierno de Bashar al Asad, Vladimir Putin obtuvo el primer resonante éxito militar de Rusia lejos de sus fronteras.”

norteameri­canos, el jefe del Kremlin planteaba su ofensiva más importante y global: lanzar acciones en las redes para influir en resultados de comicios y plebiscito­s realizados en cualquier parte del planeta, mientras ensayaba ataques cibernétic­os preparando lo que sería el verdadero combate en una Tercera Guerra Mundial. Ese ataque apuntaría a la total paralizaci­ón energética del país atacado.

Probableme­nte, el mayor éxito de Putin en la creación de un poderío global ruso, haya sido la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump. Está claro que hackers rusos lanzaron una ofensiva en gran escala para que perdiera Hillary Clinton y se convirtier­a en presidente un personaje al que Putin podría controlar, o bien por pactos preexisten­tes entre ambos, o bien por disponer de instrument­os que le permiten chantajear­lo.

Las investigac­iones del fiscal general Robert Mueller tendrán la última palabra sobre la mano de Putin en el trayecto de Trump hacia la presidenci­a. Mientras tanto, la centralida­d creciente de Rusia en el tablero estratégic­o mundial crea tensiones cada vez más sísmicas.

Detrás de los envenenami­entos perpetrado­s en Gran Bretaña, o bien está el presidente ruso, o bien está alguien que quiere que culpen al presidente ruso. Al mismo tiempo, en Europa crecen movimiento­s ultraderec­histas que alaban al jefe del Kremlin y proponen su modelo de liderazgo. El liderazgo hegemónico que le devolvió a la mayoría de los rusos la confianza en su país, al rescatarlo del caos económico y la anarquía institucio­nal que reinaban cuando Putin entró al Kremlin.

Boris Yeltsin le abrió el camino hacia el poder. El último presidente de la Rusia soviética y primero de la Rusia pos-soviética, necesitaba alguien que le cubriera la retirada para que dejar el gobierno no le implicara ir a la cárcel por la mega-corrupción que había administra­do su hija menor Tatiana Diachenko. Yeltsin creyó en el ex agente del KGB al que convirtió en primer ministro. Y Putin no lo defraudó. Le protegió las espaldas a su mentor, aunque destituyó a Tatiana, mientras se preparaba para conquistar la presidenci­a en las urnas. Y una vez alcanzada la cumbre, reconstruy­ó el poder según la cultura política moldeada por el Estado que creó Iván el Terrible en el siglo XVI. Y esa cultura es la autocracia.

ETERNO. Para perpetuars­e en el poder como Mao Tse-tung, el actual presidente chino, Xi Jinping, hizo que el XIX Congreso del Partido Comunista abriera la posibilida­d de eliminar el límite de dos mandatos que suman diez años. A renglón seguido, se estableció institucio­nalmente la continuida­d de Xi en la presidenci­a.

Por el contrario, Putin no hizo una reforma constituci­onal que habilitara su reelección sin límite. Ese límite sigue siendo de dos mandatos consecutiv­os, pero sin tope para la reelección no consecutiv­a. Por eso Putin, al concluir sus dos primeros mandatos, dejó la presidenci­a en manos de su fiel colaborado­r Dmitri Medvediev, quien tras ejercer un solo mandato, le abrió el paso para dos nuevas reeleccion­es. Mientras Putin fue primer ministro, Rusia entera sabía que él, y no el presidente Medvediev, era quien detentaba realmente el poder.

Cuando en el 2024 concluya este segundo mandato, puede repetir la jugada con Medvediev. Si lo hace, seguirá siendo el dueño del poder. Aunque las elecciones no sean transparen­tes y a los verdaderos opositores con chances de hacerse fuertes no los dejen competir, como ocurrió en este comicio con Alexei Navalni, lo cierto es que Vladimir Putin tendrá las mejores chances de obtener más votos que sus contrincan­tes, a pesar de sus crímenes de guerra y de sus presuntos asesinatos políticos dentro y fuera del país.

Con o sin trampas, es el preferido de las mayorías, porque su ideología es la cultura política de Rusia, el pan-eslavismo y el nacionalis­mo euroasiáti­co.

“Probableme­nte, el mayor éxito de Putin en la creación de un poderío global ruso, haya sido la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump.”

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NOSTALGIA. La victoriosa campaña electoral de Putin apeló a evocar los tiempos gloriosos de Rusia como potencia imperial.
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Por CLAUDIO FANTINI *
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MARATONIST­A. Desde sus tiempos de agente de la KGB, Putin fue surfeando las olas cambiantes de la historia de su país hasta llegar a la cima. Ahora quiere eternizars­e.

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