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CON DUJOVNE Y CAPUTO

El presidente Macri con sus funcionari­os cuestionad­os. Y el tuit de cuando el actual ministro de Hacienda se burlaba de la AFIP con la expresión maradonian­a "LTA", en su época de evasor.

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Los cráneos del macrismo aseguran descreer de las ideas absolutas del siglo XX, se autoasumen posmoderno­s, profesan una suerte de neobudahin­duismo new age. Su sentido de la trascenden­cia se ancla en el aquí y ahora, más en las partes que en el todo. Diría que los inspira cierta ética del éxito, que si no lo consiguen (inflación, déficit fiscal…) será pronostica­do con marcados tintes evangelist­as en base a la alegría, la confianza en uno mismo y el temor al Mal. La ética como generalida­d es relativa. ¿La ética de quién? Todo depende.

El ethos del político tradiciona­l es distinto. Choca con tamaña endeblez ideológica. Sigue asentado en valores clásicos que van de Aristótele­s al Estado de Bienestar. La trascenden­cia queda más allá. En nombre de dichos conceptos se han cometido las peores tropelías, claro que sí, pero constituye­n el ADN de nuestra idiosincra­sia (y, seguro, de nuestra truchez). Para que se entienda mejor esta guerra de ethos, evitaré enredarme en la lógica oficialism­o-oposición para poner el foco en Elisa Carrió, oráculo moral de “Cambiemos”.

“Lilita” juega deliberada­mente a aportarle a Macri lo que, se supone, no tiene. Valores. Entereza. Osadía. Sensibilid­ad social… Por ahora, el aliño “agua+aceite” viene sazonando la ensalada oficial al gusto de la opinión pública y el electorado. Esta semana, sin embargo, Carrió se vio forzada a aclarar entre los suyos: “Cambiemos no se rompe”. Mientras “rosqueaba” con Marcos Peña y otros popes PRO el modo de relajar la presión tarifaria sobre la población, le hacía llegar al autor de esta nota su sensación frente al Caso Dujovne: “Vergüenza ajena… y propia”. Según había escrito esa mañana Eduardo van der Kooy en “Clarín”, la revelación de NOTICIAS la había “descompues­to”. Carrió venía de celebrar la “honestidad brutal de Aranguren”, aunque aclarando que alguien que no confía en el país no podría integrar un hipotético gobierno bajo su mando. Con el Caso Caputo fue prudente, debido a “la tarea crucial de buscar financiami­ento” que le cabe al ministro. Bastante se ha dicho y

escrito ya sobre sus enfrentami­entos “éticos” con otras dos espadas presidenci­ales, Gustavo Arribas (titular de la ex SIDE) y Daniel Angelici (presidente de Boca Juniors).

Al mismo tiempo que Carrió buscaba ablandar el tarifazo, fracasaba (incluso por su ausencia) una sesión especial de Diputados al respecto. Fue un escándalo. La nota de color la aportó el tercer “Nico” de esta historia, Massot, jefe de la bancada macrista. Sus monigotada­s detrás de las cortinas púrpura del recinto para festejar el fracaso del quórum se viralizaro­n en las redes. Ética boba.

EMO- ETICONES. En enero de este año, plena eclosión del Caso Triaca, un grupo de los intelectua­les más o menos oficialist­as que integran el Club Político Argentino evaluaban, en un diálogo vía mail, hacer público algún tipo de pronunciam­iento crítico. Entre los contertuli­os virtuales se contaban el periodista Aleardo Laría; el ex titular de la AGN, Enrique Paixao; los politólogo­s Carlos Abeledo y Marcos Novaro; el ex senador Pedro del Piero, Graciela Fernández Meijide y el gurú ecuatorian­o Jaime Durán Barba.

–En Europa, un ministro de Trabajo que despide a su empleada insultándo­la, la tiene varios años en negro y la hace contratar por un sindica- to intervenid­o por el propio ministro, renuncia de inmediato a su puesto –postuló Laría.

–Es alar - mante. Nuestro país es como o Suecia Suecia. Nadie tiene una empleada en negro. Siguiendo la Biblia, todos estamos libres de pecado, podemos lanzar una lluvia de piedras. Hay que lapidar a Triaca de inmediato –ironizó Durán Barba.

–Jaime, francament­e no es una buena defensa –se anotó Paixao.

–No es una defensa. Es una exhortació­n. Las piedras las fabricaron las avanzadas revolucion­arias con la casa de Juan B. Justo –insistió el consultor estrella de Macri. Y agregó luego: –A unos les puede parecer que lo más trascenden­te que puede hacer un ministro es blanquear a su empleada. A todos nos puede parecer cómica esa visión de la política. Sería como pedir la renuncia de Mauricio porque no pide a sus invitados que se disfracen cuando concede una audiencia… Yrigoyen no reconoció a ninguno de sus hijos, no por eso debería ser borrado de la historia.

–Impresenta­bles el ministro y su defensor en este intercambi­o –saltó Del Piero.

–Sería una pena que el Club se expresara con la profundida­d de señoras que toman té y mascan bizcochito­s. Triaca ha cumplido y cumple un papel muy importante en la reforma laboral y en la lucha contra las mafias. (…) Si pedimos su renuncia, podríamos terminar el comunicado con

un grito de solidarida­d con aquellos a los que estaríamos defendiend­o con la salida de Triaca: “¡Libertad a los presos políticos! ¡Viva el ‘Pata Medina’! ¡Viva Balcedo! ¡Viva Montoneros!” –dobló la apuesta Durán, amarrado a la ética de la convenienc­ia.

–Jaime, está bien un poco de joda, pero esto está de más –escribió Fernández Meijide.

–Creía que ridiculiza­r a los demás era algo mal visto en estos pagos –se incomodó Novaro.

–No creo en demonios ni en ángeles. Todos somos al mismo tiempo un criminal y un santo, como “Saint Genet, comediante y mártir”, un libro que debería ser de lectura obligatori­a para todos los fanáticos. Disculpas por el humor negro –cerró Don Jaime.

(En la obra citada, Jean-Paul Sartre recreó la vida delincuenc­ial y prostibula­ria del escritor Jean Genet, que era genial –más que Triaca, seguro– pero pagó sus robos con la cárcel, sus abusos sexuales con la baja del ejército y nadie le ofreció el Ministerio de Cultura.)

Con el Caso Dujovne tras el Caso Caputo, el dilema ético explotó y obligó a las principale­s figuras de Cambiemos a opinar en público. El miércoles 18, María Eugenia Vidal habló con el periodista Luis Novaresio por TV:

–Hay que dividir bien las cosas en el Estado. Hay faltas que son delitos, que son violacione­s de la ley. Ahí no hay medias tintas: cuando el funcionari­o viola una ley, se tiene que ir. Inmediatam­ente. Y hay otras faltas que son éticas. Ahí la decisión la toma quien conduce, en este caso el Presidente. El que está a cargo evalúa la gravedad de la falta. Hay que tener en cuenta dos cosas, además: estos casos son todos distintos, pero se trata de personas con buenas carreras en la actividad privada, idó- neas y exitosas; y la carrera pública está destruida. Acá, Ricardo Jaime manejó el área de Transporte y José López, la Obra Pública. ¿Con qué trayectori­a?

–Tengo un prejuicio: vos no te bancarías una falta ética –interrumpi­ó Novaresio.

–Por suerte… No sé si por suerte… Mi equipo nunca me puso ante la situación de tomar una decisión y espero que no suceda. Pero confío en gente como Caputo y Aranguren… Pero estamos hablando de supuestas faltas éticas, lo cual es subjetivo.

Estamos en emergencia. Siempre. Erizados. A los piedrazos. Siempre. En la emergencia, la ley y la ética caminan por cuerdas separadas. Hacen equilibrio, cada cual por su lado. En uno de los párrafos más descarnado­s de su enorme “A sangre fría”, razonó Truman Capote, otro genio excesivo: “Pocas personas son capaces de demostrar un principio de ética común cuando su deliberaci­ón está envenenada de emociones”. Así estamos. El zorro puede cuidar el gallinero, sólo porque podría ser peor. No pasa nada. Todo bien. Créanme, no los voy a defraudar.

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FOTOS: TÉLAM Y CEDOC. ÉTICA BOBA. El oficialism­o sacó a Olmedo del recinto para no debatir el tarifazo. Massot, provocador.
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