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Populismo y represión:

Daniel Ortega aplicó un duro ajuste y reprimió ferozmente las protestas que estallaron en Nicaragua. En la senda del chavismo.

- Por CLAUDIO FANTINI* PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

Daniel Ortega aplicó un duro ajuste y reprimió ferozmente las protestas que estallaron en Nicaragua. En la senda del chavismo. Por Claudio Fantini.

En el 2017, cuando la Asociación de Academias de la Lengua Española anunció que era el ganador del Premio Cervantes, ni el presidente nicaragüen­se ni nadie en su gobierno felicitó a Sergio Ramírez. Había sido vicepresid­ente de la revolución sandinista y se convertía en el primer centroamer­icano en ganar la máxima distinción de la literatura en habla hispana, pero el rencor de Daniel Ortega pudo más que su inteligenc­ia y su deber de gobernante.

Meses después, cuando de manos del rey Felipe VI, Sergio Ramírez recibió en el Paraninfo de la Universida­d de Alcalá de Henares el premio que lleva el nombre del autor del Quijote, la policía nicaragüen­se y los grupos de choque sandinista­s reprimían dejando casi medio centenar de muertos y decenas de heridos. Los dos momentos parecían hilvanados por una misma realidad: un gobernante incapaz de ponerse por encima de sus odios y mediocrida­des para honrar públicamen­te al escritor que le daba a Nicaragua su mayor distinción en el terreno literario, no debe sorprender a nadie cuando lanza una represión feroz mientras cierra medios de comunicaci­ón para que no la muestren ni le den imagen y voz a las víctimas.

Sergio Ramírez fue el vicepresid­ente de Ortega entre 1985 y 1990, pero también fue el primero en desafiarlo en el interior del Frente Sandinista y uno de los primeros en denunciar la corrupción y el autoritari­smo del aquel régimen revolucion­ario que tantas y tan buenas expectativ­as había generado al derrocar la tiranía obscena de la familia Somoza.

Aquel vicepresid­ente que luego pasó a la disidencia, terminó convertido en una celebridad mundial de la literatura. Y Daniel Ortega terminó convertido en un déspota parecido al que había vencido con las armas a fines de los años setenta. Después

de diecisiete años en el llano, logró volver al poder, de donde lo había sacado Violeta Chamorro en la elección de 1989. Lo consiguió mediante un pacto oscuro: indultar al corrupto ex presidente Arnoldo Alemán a cambio de que dividiera al Partido Liberal para que pudiese ganar el FSLN. Alemán cumplió y los liberales divididos, ya no pudieron vencer al sandinismo. Por eso Ortega fue por más. Primero impuso la reelección indefinida y después convirtió a su esposa, la estrafalar­ia Rosario Murillo, en su vicepresid­enta.

El matrimonio presidenci­al pactó a diestra y siniestra para adueñarse de un poder sin límites institucio­nales. Manteniend­o un discurso izquierdis­ta, se alió con el

cardenal Obando y Bravo imponiendo las posiciones reaccionar­ias de la iglesia católica en materia de matrimonio, reproducci­ón y educación sexual.

Con notable pragmatism­o, pactó también con los empresario­s y enfrentó a miles de campesinos que rechazaban su acuerdo con empresas chinas para construir una vía interoceán­ica. La izquierda de este tiempo tiene esa ventaja respecto al marxismo del siglo XX: puede mantener sin sonrojarse, gesticulac­ión y discurso revo- lucionario, mientras actúa con descarado pragmatism­o, se enriquece mediante la corrupción desenfrena­da e impone nepotismo explícito y autocracia, apuntalánd­olos con la censura y la represión.

El problema para el pragmatism­o de Ortega fue el petróleo y el dinero venezolano­s, que llegaba a raudales desde Caracas a cambio de respaldo total al liderazgo regional de Hugo Chávez. Los gastos del gobierno nicaragüen­ses se acomodaron a ingresos ficticios, que se esfumaron ni bien la inoperanci­a del sucesor de Chávez quebró Venezuela.

Frente al déficit que ya no podía disfrazar con los subsidios chavistas, el gobierno de Ortega y su esposa recurriero­n a un ajuste que recayó y sobre los jubilados, los trabajador­es y las PYMES. Un ajuste de rigor ortodoxo llevado a cabo por la sencilla razón de que el Estado ya no puede sostener el sistema de jubilacion­es y pensiones. Sin los petrodólar­es que ya no llegan a Managua, porque el Estado venezolano y PDVESA cayeron a la bancarrota, Ortega actuó como normalment­e lo hacen los gobiernos de derecha dura. Aplicó un severo ajuste y a las protestas que estallaron como consecuenc­ia, las reprimió con la ferocidad criminal con que Nicolás Maduro dejó más de un centenar de muertos para doblegar las masivas rebeliones contra su régimen. Hasta

Ernesto Cardenal, el poeta-sacerdote que bendijo la revolución sandinista con su apoyo y su participac­ión como ministro, describe a Ortega como un déspota corrupto y envilecido. Las desmesuras del régimen matrimonia­l y la brutal represión contra una rebelión juvenil que reclamaba el fin de la censura y del autoritari­smo, pulverizar­on los pactos tejidos con la iglesia y los empresario­s. De ahora en más, Ortega organizará actos multitudin­arios usando el aparato partidario, los empleados estatales y los subsidiado­s. También convocará a “diálogos” que serán tan ficticios como esos actos de masas con muchedumbr­es arriadas. El mundo ya vio las “turbas” sandinista­s, actuando igual que los “fasci di combattime­nto” que Mussolini lanzaba para que golpearan y lincharan manifestan­tes rivales.

Como la familia Somoza, el matrimonio Ortega-Murillo puso a sus numerosos hijos a comandar distintos resortes del poder. También como aquella espantosa familia de tiranos, la familia gobernante se ha enriquecid­o a costa de las arcas públicas. Hasta el momento, usaba formas más sofisticad­as de autoritari­smo. Las describió hace un par de años el dirigente del Movimiento de Renovación Sandinista, Edmundo Jarquin, al escribir que “Ortega es el prototipo del nuevo autoritari­smo latinoamer­icano, que es clientelar con los pobres, cooptador con los empresario­s y heterodoxo en las formas de represión, porque ya no usan ejércitos, sino turbas paramilita­res, coerción fiscal, acoso administra­tivo y chantaje judicial”.

El mundo pudo ver esas turbas de las que habló Jarquín y tantos otros que el populismo y las izquierdas autoritari­as descalific­an. El mundo las pudo ver, junto a escuadrone­s policiales, embistiend­o contra trabajador­es y estudiante­s. A los que murieron y a los que sobrevivie­ron a la represión, les dedicó Sergio Ramírez el discurso que dio al recibir el Premio Cervantes.

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FOTOS: DPA. DÉCADA PERDIDA. El presidente Daniel Ortega y su mujer Rosario Murillo, suman más de 11 años ininterrum­pidos al frente del Gobierno de Nicaragua. Hoy tambalean como consecuenc­ia de la crisis económica seguida de represión.
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