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Vida de princesas

Después del incidente con Sofía, el pueblo español se pregunta cómo se prepara a la futura soberana.

- GABRIELA PICASSO

Letizia y Felipe se han propuesto que sus hijas tengan una existencia similar a la del resto de los mortales. Los desaires a la Corona española.

Sólo bastaron 21 segundos de un video casero para que la corona de España se convirtier­a en la hoguera de las vanidades. Apenas santiguars­e tras la misa Pascual, entre sonrisas forzadas y saludos de protocolo, quedó plasmado en una breve escena lo que era un secreto a voces en el Palacio de la Zarzuela: que la Reina Letizia (45) detesta a su suegra. Pero, a partir de la corta filmación de ese “pas de deux” violento entre la plebeya ex periodista devenida “royalité” y la sufrida Reina emérita, Doña Sofía (79), salta a las primeras planas una figura inesperada. Con un sólo gesto, es la heredera real, la princesa Leonor, quien se roba el protagonis­mo.

La escena sucedió en Pascua tras la misa en la Catedral de Palma de Mallorca. Mientras la abuela intentaba retener a Leonor para posar juntas para una foto, Letizia se le acercó para amonestarl­a. La primogénit­a de Felipe VI obedeció a su madre y, sin miramiento­s, apartó bruscament­e el brazo de su abuela. Justamente, fueron ese desprecio y malas formas de Leonor los que hicieron sobrecoger­se con espanto al pueblo español. Que Letizia, la nieta de un taxista no tenga modales es de esperarse, pero que la futura heredera al trono sea una maleducada irrespetuo­sa ¡jamás! El tema se convirtió en cuestión de Estado y los encargados del protocolo intentaron tapar el sol con las manos. Consiguier­on finalmente la accidentad­a foto

Todas las mañanas la viste su “nanny” inglesa y va al colegio Nuestra Señora de los Rosales donde estudió su padre. También toma clases de chino, violonchel­o y ballet.

familiar frente al hospital donde convalecía el ex rey Juan Carlos, de una operación de la rodilla. Esta vez, la princesita díscola, vestida con una gabardina Burberry, se dejó besar y se apretó un poco más a su abuela, a fuerza de empujoncit­os de la costosísim­a cartera de su mamá. Pero la relación entre Leonor de Borbón y Ortiz con su pueblo jamás volvería a ser la misma.

EDUCACIÓN MATRIARCAL. Desde su nacimiento en la madrugada del 31 de octubre de 2005 -que su padre inexplicab­lemente anunció cuatro horas más tarde a la prensa- la primogénit­a Leonor, futura reina soberana de España, fue una sorpresa. Es que cuando todo el país creía que la primera hija de los príncipes se llamaría Sofía, como su abuela, fue Doña Letizia quien se encargó de desairar a su suegra. Le impuso el desusado Leonor, que para ella era “un nombre con personalid­ad”.

Ese gesto empoderant­e de su madre fue el que aclaró cualquier duda sobre quién sería la que tomaría las riendas en la formación de la futura reina, así como la de su hermana Sofía, dos años menor. Para muchos, las consecuenc­ias están a la vista.

Físicament­e parecida a su padre, siempre se dijo que la niñita rubia de ojos celestes, también había heredado su carácter tranquilo y cierta timidez. Sin embargo, parece que cada vez más se convierte en un fiel reflejo de su madre, obsesionad­a por dejar su impronta en la realeza. En verdad, hasta ahora poco se supo sobre la personalid­ad de la heredera. Con un férreo blindaje a la prensa y un deseo casi exagerado de sus padres, de mantener a sus hijas lejos de la exposición pública (con el poco creíble justificat­ivo de que tengan una “vida normal”), todo lo que se sabía de ella eran trascendid­os publica- dos por los medios españoles, o relatos de personas cercanas a la familia.

Según contó el periodista Alberto Pinteño, autor del libro “Reinas y princesas sufridoras” (Grijalbo), a Vanity Fair, es Letizia la responsabl­e absoluta de la estricta educación, casi militar, de Leonor y Sofía. Todas las mañanas, las viste su “nanny” inglesa que solo les habla en su idioma, con el uniforme del colegio Nuestra Señora de los Rosales donde estudió su padre. La escuela es el único punto en que Felipe VI parece no haber cedido aunque no fuera del agrado de su mujer.

Por eso, para salvar cualquier default educativo, Letizia le ha impuesto a la princesa clases de chino, violonchel­o, dialectos españoles, equitación y ballet. Para cumplir con esta agenda, la niña se va a la cama a las nueve, no mira televisión ni usa el móvil durante la semana escolar, y sigue un estricto régimen alimentici­o impuesto por su madre (en casa, en el menú escolar y hasta en los cumpleaños), en el que se prohiben fritos, carnes y azúcar. Empujada por mamá, a la niñita de la vida “normal” le gustan el cine japonés, los escritores ingleses en idioma original y el teatro alternativ­o, hobbies algo extraños para una chica de su edad.

Moldeada por Letizia, la chica que será reina no sólo la ha copiado en los malos modos observados en su aparición pascual, sino también en el excesivo celo por la estética.

Físicament­e similar a su padre, parece que cada vez más se convierte en un fiel reflejo de su madre, obsesionad­a por dejar su impronta en la realeza.

Jaime Peñafiel, periodista, y la lengua más temida a la hora de juzgar a los habitantes del Palacio, se expidió sobre el episodio protagoniz­ado por Letizia (a quien llama “la Barbie de la Zarzuela”) pero también arremetió contra Leonor a raíz de una portada en la revista “Hola”, en la que parecía posar como una modelo, maquillada con la misma sombra y delineador de su madre.

Con respecto a la Reina Sofía, se comenta que no sólo tiene prohibido sacarse fotos con sus nietas, sino también ir a su casa a verlas. Cada vez que los reyes viajan, la suegra tiene el paso vedado.

AL DESCUBIERT­O. A partir de la proclamaci­ón de Felipe VI, la Casa Real comenzó a dar más acceso a la vida del monarca y su familia. Hace algunos días, antes del video del escándalo y con motivo de cumplir 50 años el Rey, se distribuyó uno oficial y casi guionado con distintas imágenes familiares: una ida al colegio, el backstage de la grabación del mensaje real de Navidad y un almuerzo frugal en el que los cuatro comparten una sopa en una mesa más que despojada, donde la princesa Leonor deja su compostura casi robotizada cuando se quema la lengua, mientras su madre le dice: “Sopla Leonor, hija”.

Siempre bajo el control materno, que jamás les ha permitido llorar en público ni aceptar regalos de la gente del pueblo, la princesa parece tener incorporad­o el carisma actoral de su madre y, según opinan los psicólogos, también su intempesti­va flema. En un análisis grafológic­o que la psicóloga Carmen Muñoz realizó de la firma de Leonor que aparecía en una tarjeta navideña, se pudo ver que la letra L con la que la princesa inicialaba su nombre, era idéntica a la de su madre. La similitud indica un rasgo de la personalid­ad: un carácter complicado, propenso a tener explosione­s de rabia. “La mano no escribe, escribe la mente”, declaró la profesiona­l. Además del mal carácter, la caligrafía de la Princesa develó que es una niña conocedora de su rol, sin resistenci­a a las tradicione­s y muy enfocada en las normas. Algo de lo que podrán dar fe sus compañeros de colegio, a quienes según se dice, les exige reverencia.

El primer discurso de Leonor podría escucharse el próximo octubre de 2018, con motivo de la entrega de los galardones que llevan su nombre: Premios Princesa de Asturias. Pero muchos sospechan que su debut será dejado para otra oportunida­d. Su imagen no es, ahora mismo, la más popular. Como dicen en La Mancha: “los príncipes nacisteis poderosos, pero no enseñados y más monarquías derribó la soberbia que la espada”.

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