Libros: “La biblioteca de noche”, de Alberto Manguel.
“La biblioteca de noche”, de Alberto Manguel. Siglo XXI, 388 págs. $ 450.
En
1996, cuando era conocido sobre todo como antólogo, el autor publicó un macizo volumen sobre “La historia de la lectura”. Diez años después difundió “La biblioteca de noche”, igualmente extenso, del que ahora existe una edición local. En el medio, circuló el mucho más breve “Diario de lecturas”. El trío constituye lo mejor que ha escrito Manguel como ensayista.
En cada caso se ocupó de armar una estructura para contener la información sobre cada tema. En el caso del “Diario…” eligió para cada mes del año un título que por algún motivo tuviera que ver con él como lector. En este libro parte de su propia y muy abundante biblioteca personal, y la lucha que mantuvo para poder distribuirla en “un granero encaramado sobre una colina al sur del Loira” que formaba parte de un conjunto de edificios muy antiguos.
Los 15 capítulos hacen mención a esa biblioteca personal una y otra vez, en cada caso sobre un eje temático o investigativo. Así desfilan la biblioteca como mito, orden, espacio, poder, sombra, forma, azar, taller, mente, isla, supervivencia, olvido, imaginación, identidad y hogar.
La intriga que abre cada una de esas palabras se ve resuelta casi siempre con elegancia, conocimiento personal o general, y a veces la construcción de algún relato biográfico. Es el caso de “la biblioteca como mente”, que cuenta la historia de Amy Warburg y su biblioteca, ordenada no con un sistema alfabético o decimal, sino con el poder asociativo de su propia mente, mucho más idiosincrático.
También aparece la tensión creciente entre lo impreso y lo digital. “El texto electrónico, que no requiere páginas”, dice Manguel en la conclusión, “puede acompañar amigablemente a la página, que no requiere electricidad; uno y otra no necesitan excluirse en su esfuerzo por servirnos mejor”. O la biblioteca del Líbano, permanentemente amenazada por las bombas durante la guerra civil que asoló al país en su momento, hoy aún dividida por la dispersión, el deterioro y la falta de fondos. O, en el caso de la biblioteca “como hogar”, dos bibliotecas imaginarias: la del conde Drácula, tan importante para él como la tierra natal donde descansaba en su ataúd. O la de Frankestein, que nunca llega a convertirlo del todo en un ser humano.
En su propio ejemplo, reconoce al fin que la búsqueda que lo guió a lo largo de los años en su biblioteca fue, básica y dubitativamente, la búsqueda de consuelo.