Coordinemos
Gobernar es un verbo complejo. Implica la puesta en marcha de un intrincado sistema de decisiones y acciones simultáneas y coordinadas. Si un gobierno asume "fallas de coordinación", lo que estará reconociendo será, en gran medida, cierta desnaturalización de su propia esencia. Algo de endeblez. Un poco de confusión. Y si ello sucede, resultará muy difícil que no afecte la claridad del liderazgo. Está bien que Mauricio Macri le ponga el pecho a la autocrítica, pagando con prestigio los costos de dicha descoordinación. Está bien que se esfuerce en pintar los errores de cálculo y de iniciativa oficiales con un "exceso de optimismo" que, al fin y al cabo, sería el mejor de los pecados. Sin embargo, en política, esos desfasajes no desgastan sólo la buena imagen: también consumen tiempo. Y las pérdidas de tiempo suelen pagarse muy caras.
Desde diciembre del 2015, el macrismo resolvió centralizar al extremo la gestión y la construcción de poder en las mismas pocas manos. Ahora abrió el juego hacia distintos planos de "coordinación" con Nicolás Dujovne al tope del ala económica y Rogelio Frigerio de la política. El cimbronazo lo sufre antes que nadie el tridente Peña-Quintana-Lopetegui, que pelea por reafirmarse a sí mismo y, de paso, reafirmar en público el liderazgo de Macri. En política, las sobreactuaciones de autoridad pueden llegar a leerse como todo lo contrario.
Tales vaivenes de la conducción, como cuando se comienza a desenroscar una botella de gaseosa, dejan escapar fuerzas ocultas. Rivalidades contenidas. Especulaciones. Planes opcionales. El macrismo salió de estas semanas de tormentas económicas recalculando todo. Hay dos ámbitos de coordinación que, a su vez, deberán coordinarse entre sí. El nuevo mecanismo está desaceitado. El tiempo es escaso. Y hay tiburones al acecho.