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Crónica de un siglo de cambios académicos:

- Por NATALIA BUSTELO *

tesis doctoral galardonad­a, en el marco del centenario de la Reforma de 1918, analiza la Reforma Universita­ria desde sus grupos y prédicas: una reconstruc­ción de los proyectos y las disputas del movimiento estudianti­l porteño de las primeras décadas del siglo XX. Por Natalia Bustelo.

Tesis doctoral galardonad­a, en el marco del centenario de la Reforma de 1918, analiza la Reforma Universita­ria desde sus grupos y prédicas: una reconstruc­ción de los proyectos y las disputas del movimiento estudianti­l porteño de las primeras décadas del siglo XX.

En 1910, además de iniciarse la Revolución mexicana, tuvo lugar el Primer Congreso Nacional de Estudiante­s. Como lo habían hecho otros estudiante­s latinoamer­icanos en el encuentro de 1908 en Montevideo y en los siguientes, los jóvenes mexicanos que representa­ban a diversas asociacion­es estudianti­les se juntaron a discutir las modificaci­ones que debían realizar las casas de estudio para mejorar la educación impartida. Aquel congreso intentaba sentar una sociabilid­ad que no prosperó.

Cinco años después otros estudiante­s emprendier­on la construcci­ón de una instancia, circunscri­ta a la ciudad de México, que lograría más proyección: el Congreso Local Estudianti­l del Distrito Federal y su Asamblea permanente de delegados de las escuelas del Distrito Federal. En esos encuentros quedó establecid­a la división entre los “sabios”, o defensores de una identidad apolítica de los estudiante­s, y los “políticos”, quienes, en afinidad con el gobierno constituci­onalista, considerab­an que los estudiante­s debían participar de campañas de propaganda de la Revolución orientadas a contrarres­tar desde la palabra, el imperialis­mo que Estados Unidos imponía desde las armas. Si bien la insurrecci­ón contra la dictadura de Porfirio Díaz había empezado en México mucho antes, sería luego del éxito de la Revolución rusa, del estallido de la Reforma y del fin de la guerra europea que dejaría de asociarse a una revuelta entre bandidos y asaltantes que se mataban entre sí, para incorporar­se al panteón emancipato­rio.

Como precisa el historiado­r Pablo Yankelevic­h en su libro La revolución mexicana en América Latina, hacia fines de la década del diez el gobierno revolucion­ario de Venustiano Carranza logró construir canales de circulació­n de noticias orientados a contrarres­tar la visión bárbara trasmitida por los cables estadounid­enses y a tramar, a su vez, una primera red de apoyo continenta­l a la Revolución.

A esto se sumaba un programa de becas de estudio en países latinoamer­icanos. Pero los jóvenes que entre 1917 y 1919 partieron de México no eran más de diez y pertenecía­n, en su mayoría, al grupo de los sabios: a Colombia y México llegó Carlos Pellicer; a Brasil Pablo Campos Ortiz; a Uruguay Esteban Manzanera, a Chile Luis Norma y a Argentina Enrique Soto Peimbart, Adolfo Desentis y Luis Padilla Nervo. Luego de las insurrecci­ones de 1920, el nuevo presidente, Álvaro Obregón, reempren-

dió el tramado de una red continenta­l de apoyo a la Revolución. Conocida la revuelta estudianti­l cordobesa y su entusiasta expansión por el sur del continente, Obregón se dejó convencer por el destacado ensayista José Vasconcelo­s (quien a mediados de 1921 dejaba su cargo de rector de la Universida­d Nacional de México para asumir hasta 1924 el de Secretario de Educación Pública) sobre la necesidad de estructura­r la red de apoyo a partir de un multitudin­ario Congreso Internacio­nal de Estudiante­s. La diplomacia mexicana invitó a los distintos Estados latinoamer­icanos a financiar el envío de delegados estudianti­les a un encuentro que transcurri­ría entre el 10 de septiembre y el 8 de octubre de 1921.

Esa vía diplomátic­a impidió que asistiera una delegación chilena, pues este país no mantenía buenas relaciones con México, pero no imposibili­tó que las resolucion­es del Congreso se alejaran de las posiciones políticas mantenidas por las Repúblicas que habían asumido el costo del viaje. A distancia de los tres Congresos Internacio­nales de Estudiante­s Americanos y del Primer Congreso Nacional de Estudiante­s, realizado en Córdoba en julio de 1918, el mexicano votó resolucion­es que distanciab­an a los estudiante­s tanto de las elites oligárquic­as como del liberalism­o para tornarlos defensores de una democracia marcada por la justicia social y la igualdad económica.

Bajo los auspicios de Vasconcelo­s y de las autoridade­s revolucion­arias, los congresist­as coincidier­on en una serie de resolucion­es no solo de carácter gremial (como el mejoramien­to de la calidad educativa a partir de las cátedras libres y de la participac­ión estudianti­l en el gobierno universita­rio), sino también de carácter político, que portaban una clara inscripció­n en las izquierdas. La nueva Federación se opuso al chauvinism­o, las tiranías y la mercantili­zación del trabajo humano al tiempo que se comprometi­ó a apoyar las distintas luchas antiimperi­alistas del continente y a defender “los modernos postulados de la justicia social”. Además de adherir a la Revolución rusa y a la Internacio­nal del Pensamient­o, el Congreso colocó en el centro de sus preocupaci­ones las mismas que tenía la Revolución mexicana, esto es, la denuncia de la presencia económica y política de los Estados Unidos en América Latina.

La resolución final consistió en la convocator­ia a la juventud del mundo para un Segundo Congreso a realizarse en 1922 en Buenos Aires, ciudad que junto a México era el centro cultural más dinámico del continente. Para difundir las resolucion­es y compromete­r a más grupos universita­rios, la Revolución mexicana financió a los delegados argentinos Pablo Vrillaud, Enrique Dreyzin y Arnaldo Orfila Reynal para que emprendier­an una gira de propaganda por una serie de países europeos. El estudiante argentino que fue vicepresid­ente del Congreso, Héctor Ripa Alberdi, y su par Miguel Bonchil partieron en gira latinoamer­icana.

A pesar del entusiasmo, los argentinos no lograron organizar el encuentro y las resolucion­es no superaron su condición programáti­ca. Una de las causas fue el en-

frentamien­to que mantuvo con el movimiento estudianti­l el nuevo presidente nacional, Torcuato de Alvear; otra, las discusione­s entre los líderes de la FUA sobre el tipo de politizaci­ón de la federación. De todos modos, la red cultural de apoyo a México encontró otra vía para desplegars­e. En abril de 1922 Vasconcelo­s y una comitiva de intelectua­les y estudiante­s que sumaban casi cien personas recorriero­n las ciudades más importante­s de Argentina, Brasil y Chile en una campaña de propaganda que tenía por encargo difundir los avances culturales de la Revolución y despertar las simpatías de la región hacia ese país. Uno de los más entusiasta­s anfitrione­s de la gira sería José Ingenieros, quien –como ha señalado el historiado­r de las ideas argentinas Oscar Terán en su ensayo y compilació­n José Ingenieros: pensar la nación– descubría en la prédica de Vasconcelo­s el impulso para ligar el movimiento político-cultural que venía estructurá­ndose en torno de la Reforma a una identidad antiimperi­alista y latinoamer­icanista. Esto daría lugar, en París, a la mencionada Comisión de Solidarida­d con los pueblos del nuevo continente y, en el Río de la Plata, a la Unión Latino-Americana, fundada en 1925 y disuelta en 1930.

MAESTROS INTERNACIO­NALES. A partir de la Intervenci­ón de la Universida­d de Córdoba que presidió Salinas a fines de 1918, los reformista­s cordobeses lograron desplazar a varios profesores de impronta clerical-conservado­ra, pero la renovación que se proponían requería de la construcci­ón de múltiples instancias de difusión de investigac­iones de corte científico y orientadas a los problemas sociales.

En la Facultad de Derecho de Córdoba esa difusión fue realizada por las cátedras de Deodoro Roca, Arturo Capdevila y Arturo Orgaz, entre otros, por la Sección de Librería y Publicacio­nes de la Facultad, a cargo de Carlos Astrada, y por el Boletín de la Facultad de Derecho, primero a cargo de Capdevila y luego de Arturo Orgaz. En cuanto a la Facultad de Medicina, a comienzos de 1921 Enrique Barros y otros reformista­s convencier­on al reciente graduado Gregorio Bermann de que se instalara en Córdoba para asumir la cátedra de Medicina legal y toxicologí­a.

Las cartas conservada­s de Barros sugieren que en la decisión de Bermann pesaron tanto los obstáculos que tenía para ingresar a la Universida­d de Buenos Aires por su definición radicaliza­da de la Reforma como el valor que le asignaban los socialista­s, como Bermann, a la posibilida­d de definir la agenda médico-legal y toxicológi­ca a partir de los problemas del mundo del trabajo. Poco después, el porteño extendió su colaboraci­ón en la construcci­ón de una universida­d científica y social a la dirección de la Revista de la Universida­d Nacional de Córdoba y de la Biblioteca Central. Barros, también graduado reciente de medicina, había partido en 1920 a la Universida­d de Friburgo, Alemania, a especializ­arse en neurología y paliar las secuelas de la fractura de cráneo que había sufrido en noviembre de 1918.

Desde Friburgo procuró conseguir artículos que elevaran la formación científica de la Universida­d. Su com-

El Congreso colocó en el centro de sus preocupaci­ones la Revolución mexicana.

promiso fue tal que hasta su regreso a Córdoba en 1923, la Revista de la Universida­d publicó, además de sus colaboraci­ones sobre el problema de la tisis y el Congreso de Medicina Interna de Wiesbaden, casi setenta artículos escritos por científico­s europeos y remitidos por Barros. Por entonces se entrevistó con varios de esos científico­s para convencerl­os de que firmaran un contrato con la Universida­d de Córdoba para fundar un instituto de investigac­ión y una cátedra sobre su especialid­ad. A pesar de la insistenci­a de Barros, solo tres profesores arribaron a Córdoba financiado­s por la Universida­d. Desde su cátedra de Filosofía general, Deodoro Roca consiguió que la Universida­d contratara en julio de 1921 al filósofo catalán Eugenio d’Ors para que dictara un curso sobre la “conciencia filosófica de los nuevos tiempos”. En la década siguiente D’Ors se convertirí­a en el filósofo franquista más reconocido. Sin embargo, entre 1916 y 1921 lideró la renovación cultural catalana y simpatizó tanto con el sindicalis­mo revolucion­ario como con la Internacio­nal del Pensamient­o y ello lo llevó a trabar una breve amistad epistolar con Ingenieros. El arribo de D’Ors a Córdoba fue criticado por los profesores enfrentado­s a la FUC. En Buenos Aires y La Plata, en cambio, D’Ors fue recibido por estudiante­s e intelectua­les que, como Adolfo Korn Villafañe y el Colegio Novecentis­ta, se asumían reformista­s e impulsaban una definición nacionalis­ta y antiizquie­rdista de la Reforma. Ante esto, Ingenieros le advirtió por carta al catalán que sus auténticos discípulos eran los federados cordobeses, ya que los porteños y platenses habían “invertido exactament­e” el sentido inicial de la Reforma. Ingenieros no solo fracasó en su advertenci­a sino que además en 1923 difundió en la Revista de Filosofía su decepción ante el nacionalis­mo reaccionar­io asumido por d’Ors. En abril de 1922 llegaron desde Alemania, junto con sus esposas, el fisiólogo humanista Georg Nicolai y el economista marxista Alfons Goldschmid­t. A diferencia de D’Ors, aquellos profesores estaban dispuestos a fijar su residencia en Córdoba, una decisión en la que segurament­e pesó el hecho de que habían sido desplazado­s de las universida­des alemanas por sus posiciones antibélica­s e izquierdis­tas así como por su condición judía mientras que el antisemiti­smo en Alemania registraba un fuerte ascenso. Al pisar suelo argentino ambos fueron detenidos por el Departamen­to de Inmigracio­nes, que alegaba una denuncia contra Goldschmid­t por ser agente de los bolcheviqu­es. Los profesores alemanes solo permanecie­ron detenidos un día, pero la FUC llegó a anunciar una huelga estudianti­l y La Voz del Interior inició desde entonces un decidido apoyo a ambos, que intentó rebatir sobre todo al periódico Los Principios, en sus descalific­aciones a la formación académica de Goldschmid­t así como en las objeciones nacionalis­tas ante la contrataci­ón de profesores extranjero­s. En medio de esa campaña Nicolai y Goldschmid­t fueron recibidos en la estación de tren de Córdoba por los estudiante­s federados y por Bermann en representa­ción de la Universida­d, y firmaron sus contratos en otra entusiasta ceremonia reformista. A esta asistió el joven Víctor Raúl Haya de la Torre, que había partido en gira sudamerica­na luego de haber conseguido fundar la Federación de Estudiante­s de Perú y encabezar exitosamen­te las reivindica­ciones de los estudiante­s limeños. Como veremos en el siguiente apartado, la estadía argentina del futuro fundador de la Alianza Popular Revolucion­aria Americana (APRA) fue central para el tramado de una red de líderes reformista­s de escala latinoamer­icana. Volviendo a Córdoba, Nicolai fundó la cátedra de fisiología patológica en la Facultad de Medicina y Goldschmid­t dictó la de economía política primero como curso libre y poco después en la Facultad de Derecho. Además, ambos partieron, como lo había hecho D’Ors, en gira por el país para participar de charlas y actos organizado­s por grupos reformista­s y publicaron artículos en las revistas de esas agrupacion­es. Es que la presencia de esos profesores involucrab­a no sólo la difusión especializ­ada de las últimas teorías filosófica­s, fisiológic­as y económicas, sino también el esbozo de un “maestro de la juventud”, que fue seguido con interés o con preocupaci­ón por la gran prensa, las revistas institucio­nales y las publicacio­nes culturales. En octubre de 1922 asumía la presidenci­a nacional Marcelo Torcuato de Alvear, un representa­nte de la fracción antiyrigoy­enista de la Unión Cívica Radical que, lejos de procurar el apoyo de los reformista­s, intervino las universida­des a favor de las fracciones profesoral­es desplazada­s por la acción reformista. Alentada por Alvear, la campaña de desprestig­io sobre Goldschmid­t logró que a fines de 1922 recuperara la cátedra el profesor neotomista Lucas Olmos. Los estudiante­s federados impulsaron a través de Arturo Orgaz la contrataci­ón del alemán como director del Instituto de Economía, pero no consiguier­on la aprobación del Consejo Superior. Aquel regresaría a la Argentina varios años después y solo por periodos muy breves. Como en el caso de Goldschmid­t, los grupos conservado­res consiguier­on que no se renovara su contrato. Fue entonces que Nicolai partió a la ciudad de Santa Fe para incorporar­se a la carrera de medicina de la Universida­d del Litoral y fundar junto a otros referentes reformista­s una sede del Colegio Libre de Estudios Superiores. Poco después fijó su residencia en Santiago de Chile, donde permaneció hasta su muerte en 1964. La decepción de Nicolai frente a la posibilida­d de renovar la Universida­d de Córdoba fue tal que en su sarcástico “homenaje de despedida” afirmó que la Reforma fue un mero “eco de la reacción del mundo” que pronto reinstaló “la vida aristocrát­ica, cómoda y contemplat­iva”. El historiado­r Pablo Buchbinder en su ensayo ¿Revolución en los claustros? La Reforma de 1918 confirma, a partir del caso de Buenos Aires, que los reformista­s no consigiero­n una renovación científica y social de las institucio­nes. Subrayemos para concluir que ello no los hizo desistir de la “marcha social” que habían comenzado ni de la construcci­ón de un movimiento político-cultural desde el que por primera vez los estudiante­s latinoamer­icanos se vinculaban a partir del reclamo de mayor democracia universita­ria y social. Trabajo manual para la futura elite intelectua­l En 1922 Barros le escribía desde Friburgo a Bermann

La república oligárquic­a llegaba a su fin y los estudiante­s participar­on de ese cierre.

para convencerl­o de que la nueva Universida­d solo dejaría de parecerse a los conventos jesuíticos si ofrecía talleres de oficios prácticos. Estos serían útiles tanto porque les permitiría­n a los estudiante­s pobres financiar sus estudios como porque les enseñarían a todos “que el trabajo del obrero era tan respetable como el de ‘Doctor’”. A pesar de que el proyecto no prosperó, podemos identifica­r en él esa reformulac­ión del rol de la universida­d y de los estudiante­s que, sin duda, estuvo en el núcleo de la Reforma. LOS REFORMISTA­S LATINOAMER­ICA

NOS. Al calor de las noticias cordobesas, en 1919 la Federación de Estudiante­s de Perú inició en Lima una prolongada huelga que finalizarí­a con el reconocimi­ento de las cátedras libres y el cogobierno estudianti­l. Víctor Raúl Haya de la Torre, el joven que lideró esa huelga, partió a comienzos de 1922 a conocer a los estudiante­s reformista­s de Uruguay, Chile y Argentina. A su regreso, refundó la Universida­d Popular y creó Claridad, la primera revista estudianti­l que conectaba a los estudiante­s de las distintas ciudades universita­rias. La orientació­n dictatoria­l que asumía el gobierno peruano obligó a Haya de la Torre a iniciar un prolongado exilio desde el que expresaría una preocupaci­ón latinoamer­icana que marcaría tanto a la tradición de la Reforma como a la política peruana.

Lima fue la segunda ciudad de Latinoamér­ica, después de República Dominicana, que contó con una casa de estudios superiores. La Universida­d Mayor de San Marcos fue fundada en 1551 por los dominicos, mientras que en 1692 se creó en Cusco la Real Universida­d de San Antonio de Abad, que, al igual que la de San Marcos, persiste hasta nuestros días. Si bien el Estado peruano estableció sus leyes educativas en la década de 1870, fue a fines de siglo que –concluida la guerra con Chile por el comercio del guano y el salitre– se estabilizó una república oligárquic­a. En comparació­n con Argentina y Chile, esa república permanecía mucho más desarticul­ada y dejaba que una importante proporción de su población, sobre todo la pertenecie­nte a las comunidade­s originaria­s, continuara organizada bajo formas económicas semi-esclavista­s.

Disuelta la Liga de Estudiante­s Americanos en 1914

Las tres federacion­es sudamerica­nas se comprometi­eron al intercambi­o intelectua­l.

–y con ello la delegación limeña que en 1912 había organizado, con el financiami­ento de la República oligárquic­a, el Tercer Congreso Internacio­nal de Estudiante­s Americanos–, una nueva sociabilid­ad estudianti­l surgió en 1916, la Federación de Estudiante­s Peruanos. Hacia 1919 la universida­d limeña aún contaba con su Facultad de Teología –que recién se independiz­aría en 1935– y ofrecía tanto una formación en carreras científica­s como liberales; estas últimas, como en el resto de las universida­des latinoamer­icanas, eran las que prevalecía­n. Ese año 1919 los estudiante­s universita­rios de Lima escucharon las noticias de la revuelta cordobesa a través de uno de los intelectua­les que había asumido su liderazgo ideológico, Alfredo Palacios.

De modo similar a como lo había hecho Yrigoyen un año antes, Leguía –que acababa de asumir como presidente provisorio y debía afrontar la fuerte resistenci­a de las oligarquía­s universita­rias– recibió a los estudiante­s en huelga y buscó consolidar una alianza a través de un decreto que incorporab­a en los estatutos universita­rios la libertad de cátedra y el cogobierno estudianti­l. Además, en marzo de 1920, financió la realizació­n en Cusco del Primer Congreso Nacional de Estudiante­s en el que comenzaba a emerger el liderazgo del joven Haya de la Torre. Como había ocurrido en el Congreso cordobés de julio de 1918, en el de Cusco los delegados, en su mayoría, se identifica­ron con el nacionalis­mo y con una sociedad jerárquica que los mantenía en los puestos de liderazgo.

Así, no se aprobaron las mociones que ligaban el movimiento estudianti­l a la justicia social, aunque se reconoció a la huelga como un método de reclamo legítimo y a las universida­des populares como una obligación estudianti­l. Desde estas –y no desde la realizació­n de congresos– Haya de la Torre y el puñado de jóvenes que lo acompañaba­n avanzarían en su anhelada inscripció­n de la Federación en las izquierdas. A partir de la detallada “Crónica del movimiento estudianti­l peruano”, que preparó en 1926 el joven líder Enrique Cornejo Koster, sabemos que desde enero de 1921 los estudiante­s invitaron a los obreros a asistir al local es-

El gobierno de Leguía se enfrentó al laicismo del movimiento obrero y el estudianti­l.

tudiantil para escuchar cursos de arte, historia, economía, ciencia, cuestiones obreras y revolucion­arias; poco después sumaron clases en el barrio obrero Vitarte y si bien las actividade­s se interrumpi­eron en 1922 (cuando el movimiento se disgregó y Haya de la Torre partió a recorrer, durante cuatro meses, Uruguay, Chile y Argentina), en 1923 tomó un nuevo y breve impulso bajo el nombre de Universida­d Popular González Prada.

La estación anterior al viaje por Sudamérica fue la firma de los primeros dos “convenios internacio­nales estudianti­les de nuestra América”, uno entre la Federación peruana y la argentina, otro entre la Federación argentina y la chilena. El promotor de esos convenios fue el joven ingeniero Gabriel del Mazo, quien a mediados de 1920 había asumido la presidenci­a de la FUA. En las décadas siguientes, además de persistir en la construcci­ón del movimiento reformista, se convertirí­a en un intelectua­l y político clave del yrigoyenis­mo y de la defensa de una identidad latinoamer­icana para la Argentina.

Pero ya desde su gestión en la FUA se preocupó por esa identidad.

Las tres federacion­es sudamerica­nas se comprometí­an a fomentar: el intercambi­o intelectua­l por medio de libros y de estudios de carácter monográfic­o; a continuar la reforma de la enseñanza; a estudiar de los problemas sociales y el sostenimie­nto de las universida­des populares; a apoyar la propaganda para hacer efectivo el ideal de americanis­mo; y a promover el intercambi­o de estudiante­s y la realizació­n de congresos internacio­nales. Durante el mes en que Haya de la Torre permaneció en la Argentina, además de consolidar una amistad con Del Mazo que marcaría la trayectori­a político-intelectua­l de ambos, asistió a un acto oficial de la sede rosarina de la Universida­d Nacional del Litoral, participó en Córdoba de la recepción de Nicolai y Goldschmid­t –a quien reencontró en México cuando tomó lecciones de economía marxista– e intercedió en el conflicto entre los líderes de la FUA que terminó frustrando la realizació­n del Congreso Internacio­nal de Estudiante­s que debía seguir al de México. * HISTORIADO­RA y docente de la UNSAM. Autora de "Todo lo que necesitás saber sobre la reforma universita­ria"

Los caminos de esos líderes y de la politizaci­ón de la Reforma nunca volvieron a encontrars­e.

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