OPTIMISMO
La tecnología no hace más que mejorarnos la vida”, leemos como mantra de la publicidad tecno-optimista. Es cierto: gracias a ella hacemos cosas como ir al supermercado desde la computadora, llevamos en la mochila una colección infinita de libros en un lector digital o tenemos del otro lado de la cámara a nuestro abuelo que vive lejos. También la tecnología aplicada a la salud mejoró la es- peranza de vida de gran parte del planeta: en 2015 una persona vivía un promedio de setenta y un años, cinco años más que en 2000, el mayor salto desde 1960. Se mejoraron los niveles de supervivencia infantil, el control de enfermedades como la malaria, se amplió el acceso a las vacunas y descendió la tasa de muerte por enfermedades como el cáncer.
Sin embargo, hay un problema que no mejoró, sino que, por el contrario, se profundizó: la des- igualdad. Allí reside el gran dilema de nuestro tiempo: si la tecnología no sirve para que más personas vivan de un modo digno, entonces algo está fallando. Pero esto está empezando a cambiar.