Dos caras de Trump:
Tras patear el tablero del G7, el norteamericano respetó lo pautado en la reunión con Kim Jong-Un. Inició una relación amigable.
tras patear el tablero del G7, el norteamericano respetó lo pautado en la reunión con Kim Jong-Un. Inició una relación amigable. Por Claudio Fantini.
ATrump le gustan los autócratas y desprecia a los demócratas. Lo seduce el poder de quienes se erigen por encima de las instituciones, mientras que siente una indisimulable incomodidad al tratar con gobernantes de poder limitado. Está incómodo en las instituciones de su propio país, por los límites que le impone la Constitución. Quisiera patear el tablero institucional estadounidense del mismo modo que patea los tableros internacionales que lo limitan. Por eso, además de por las razones que investiga el fiscal Mueller, admira a Vladimir Putin y expresa esa admiración desde las primarias republicanas.
Por la misma razón se sintió có- modo en Singapur. Le cayó bien Kim Jong-un. A Trump le gusta hablar con el dueño de la pelota.
Se entendió mejor con el líder norcoreano que con los débiles mandatarios que, días antes, habían cuestionado sus políticas arancelarias en Quebec. Trump trató a un déspota acusado de horrendos crímenes con el respeto que no tuvo hacia sus pares en Canadá. En ambos casos actuó como el dueño de la política de Estados Unidos. Sin embargo, en Quebec fue funcional al líder ruso y en Singapur empezó a transitar un sendero diseñado por el líder chino.
PUTIN. El presidente ruso gravitó sobre la cumbre del G-7. Todo lo que ocurrió tuvo como exclusivo beneficiario al gobernante más astuto de este tiempo. Desde que inició sus reuniones a principios de la década del 70, impulsado por el alemán Helmut Schimdt y el francés Giscard D’Estaing, jamás esa mesa de potencias capitalistas había sido saboteada
nada menos que por Estados Unidos. El encuentro estuvo colmado de tensiones y expresiones insultantes. Quedará en la historia el retrato de Merkel, con los puños sobre la mesa, frente a un Trump sentado y empacado, mientras los demás los rodean esperando un rapto de “sensatez” del neoyorkino. También la foto de la mano de Trump con el pulgar de Macron marcado por el fuertísimo apretón que, desafiante, acababa de darle el presidente francés.
El grupo que nació con cinco miembros y luego sumó a Italia y Canadá, jamás había visto a un anfitrión acusando a un líder norteamericano de imponer una política “insultante”. Tampoco había visto jamás un portazo estadounidense. Trump se fue antes del final, calificando a Justin Trudeau de “débil y deshonesto”, y negándose a firmar el documento de la cumbre: un pronunciamiento a favor del libre comercio y contra el proteccionismo. Pero lo más insólito que se vio en Quebec, fue que los representantes de EE.UU. y de Italia se mostraron como fichas de Putin en el tablero internacional. Nadie habría imaginado a un jefe de la Casa Blanca haciendo lobby a favor de un jefe del Kremlin. Trump lo hizo, al reclamar que Rusia vuelva urgente a G-7.
El selecto grupo que le abrió sus puertas en los 90, tras la disolución de la URSS, la suspendió en el 2014 por la anexión de Crimea. Y mientras Trump reclamaba su reincorporación, el primer ministro italiano exigía que le levanten las sanciones impuestas por ocupar la estratégica península del Mar Negro y armar a los separatistas de Ucrania.
Giuseppe Conte no sorprendió con esa demanda, porque sus ventrílocuos, el populista de extrema derecha Matteo Salvini y el anti-sistema Luigi Di Maio, habían sellado su acuerdo gubernamental priorizando establecer una alianza estratégica entre Moscú y Roma. Los últimos pro-rusos en la política italiana habían sido los comunistas de la época de Togliatti y Berlinguer. Que a esta altura de la historia, un gobierno italiano se referencie en Rusia y actúe a su favor, es uno de los grandes logros de Putin. Aunque su mayor conquista es tener un servidor nada menos que en el Despacho Oval. Tras poner en marcha la desarticulación del NAFTA, Trump produjo el fracaso más resonante de una cumbre del G-7. Los socios noroccidentales y su aliado oriental, Japón, quedaron divorciados del socio más importante.
BALANCE. La cuestión no es la reformulación de las alianzas comerciales. Trump podría estar viendo antes que los demás un tiempo de cambios inexorables, porque el mundo ya no es aquel en el que se forjaron las vigorosas sociedades entre potencias capitalistas.
Lo sospechoso es la forma de patear el tablero. La humillación a Canadá, las afrentas a Francia y Alemania; la indiferencia hacia lo que implica la Unión Europea. Esa forma violenta de ruptura es lo que no tiene justificación en los intereses de Estados Unidos. De momento, el proteccionismo potenció el crecimiento económico. Pero la defensa de esa política no justifica la fractura del bloque noroccidental. Eso beneficia a Putin y a Xi Jinping, quienes mientras Trump pateaba el tablero en Quebec, ostentaban acercamiento reuniéndose en Beijing.
Posiblemente, fueron ellos quienes, en compensación por semejante favor geopolítico, le dieron la histórica cumbre en Singapur. Fue el primer encuentro de ese tipo, aunque hubo cuatro acuerdos previos que quedaron en la nada. En 1991 el presidente surcoreano Ro Thae Woo anunció que EE.UU. había retirado sus armas nucleares, a cambio de que Kil Il-sung desistiera del plan nuclear que anunciaba. Luego Clinton dio una suculenta ayuda económica a Kim Jong-il, a cambio del desmantelamiento del centro nuclear de Yonbiong y de dejar de desarrollar los misiles de mediano alcance Taeopodong. Poco después, Bush hijo puso a Norcorea en el “eje del mal”, Yongbiong volvió a funcionar y todo quedó en la nada.
Si con tan poco Pyongyang lograba tanto, por qué entregaría ahora un arsenal con misiles intercontinentales y decenas de bombas atómicas, incluidas algunas termonucleares.
Un capítulo nuevo es posible, porque China ya no es el gigante débil que necesitaba un Estado tapón en su frontera manchuriana. Pero nadie arma semejante arsenal para entregarlo. Beijing y Pyongyang exigirían no sólo inversiones masivas y una reducción sustancial de fuerzas norteamericanas en la Península; también que Japón renuncie al proyecto de re-militarización que impulsa el nacionalista Shinzo Abe. El camino es difícil, pero mientras se recorra, Trump se fortalecerá en el camino a su reelección.