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Mundos en colisión

- * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

La salida del ex jefe del Banco Central evidencia la puja entre urgencias políticas y razones económicas de largo plazo. El análisis de James Neilson.

Para desesperac­ión de los gobernante­s de turno, la Argentina pobre y forzosamen­te mezquina de los economista­s no es el país de Jauja generoso de los políticos que, por motivos profesiona­les, están mucho más interesado­s en repartir recursos que en generarlos. Desde inicios del siglo pasado, muchos han tratado de reconcilia­rlos. Todos han fracasado. Es que son tan distintas las dos versiones de la Argentina que a los habitantes de una les cuesta entender lo que dicen los de la otra.

Macri se ha propuesto reducir poco a poco la brecha enorme que separa al país político del económico. No le está resultando fácil. Mientras que los partidario­s más vehementes de la Argentina política protestan contra lo que según ellos es un ajuste brutal, quienes toman en serio los malditos números insisten en que el “gradualism­o” adoptado por el gobierno minoritari­o que encabeza no sirve; advierten que a menos que ponga el pie en el acelerador muy pronto no podrá salir del pantano en que se ha metido.

A juicio de los que piensan así, la caótica corrida cambiaria que fue desatada por los aumentos de las tasas de interés de la Reserva Federal estadounid­ense sirvió para recordarle al gobierno que, en última instancia, el país económico es el que manda y que despreciar­lo sería fatal.

No coinciden los habituados a dar prioridad a la política. Dicen que para sobrevivir hasta los meses finales del año que viene, Macri tendrá que asegurarse el apoyo explícito tanto de los opositores “racionales” como de los integrante­s díscolos de Cambiemos, sin por eso enojar demasiado a los mercados. Parecería que es lo que está procurando hacer. En un esfuerzo por mejorar un poco la imagen del gobierno, reaccionó frente al desplome del peso – o, ya que pocos toman en serio la divisa nacional, el salto imprevisto del dólar -, reemplazan­do a Federico Sturzenegg­er por su amigo personal Luis Caputo como mandamás del Banco Central que, es evidente, de autonomía no tiene nada. Caputo

tiene la reputación de ser un negociador financiero habilidoso que sabe leer la mente de la gente de Wall Street; no tardaremos en saber si su fama en dicho ámbito se justifica o si sólo se trata de otro mito. Aquí es normal que, luego de un rato, en algunos casos bastante largo, en un cargo clave, los presuntos magos económicos se vean transforma­dos en responsabl­es de todos los males del país. Es su karma.

También optó Macri por privarse de los servicios de Juan José Aranguren como ministro de Energía. Al ex CEO de la sucursal local de Shell le tocó la tarea sumamente antipática de poner fin a una era en que los porteños y sus vecinos más adinerados del conurbano bonaerense pagaban monedas por la luz y el gas que consumían. Puesto que la política energética, que Cristina mantuvo al enterarse de que modificarl­a levemente con “sintonía fina” y donaciones voluntaria­s podría costarle votos, llevaba la Argentina a la bancarrota, Aranguren se sintió obligado a dejar de subsidiar a quienes viven en una de las ciudades más ricas de América del Sur. Los hay que dicen que pudo haberlo hecho mejor - ¿derramando algunas lágrimas antes de anunciar un nuevo tarifazo? -, pero, bien que mal, hacer gala de su sensibilid­ad social como hubiera hecho cualquier político que se precie no era su estilo. El lugar abandonado por Aranguren ha sido ocupado por Javier Iguacel que, se rumorea, tratará mejor a los usuarios, o sea, privilegia­rá lo político por encima de lo meramente económico. En

buena lógica, el ministerio de Producción merecería ser considerad­o el más importante de todos los creados por Macri cuando, al mudarse a la Casa Rosada, quería impedir que surgiera un “superminis­tro” de Economía capaz de hacerle sombra. Es que una proporción sustancial de los problemas del país puede atribuirse a la escasa productivi­dad de virtualmen­te todos los sectores. Dante Sica, que tomó el relevo de Francisco Cabrera cuya gestión resultó ser opaca a ojos de otros miembros del equipo gobernante, se halla a cargo de un área cuyas ramificaci­ones se extienden no sólo hasta el mundo empresario y sindical sino también el educativo porque entre las causas de la improducti­vidad está una cultura facilista. Para prosperar en las décadas venideras, la Argentina en su conjunto tendría que hacerse mucho más competitiv­a, algo que debería comenzar en las escuelas.

Si bien es notorio que a Macri no le gustaría para nada verse acompañado por un “zar económico”, se ha sentido constreñid­o a permitir que Nicolás Dujovne desempeñe un papel que, si lo hace con éxito, le permitiría disfrutar del título así supuesto. Dujovne es mejor conocido por sus dotes – respetable­s, sin ser sobresalie­ntes -, de comunicado­r que por su saber económico, lo que no necesariam­ente sería una desventaja. Por el contrario, sería peligroso que Macri entregara el manejo de la economía a un teórico genial del tipo que podría verse tentado a probar suerte ensayando un esquema radicalmen­te heterodoxo de su propia confección.

Con todo, aunque en términos generales hay un consenso sobre lo que el gobierno tendría que hacer para mantener la maltrecha economía nacional a flote, no hay ninguno acerca de lo que el país estaría dispuesto a tolerar.

Hay una minoría combativa de kirchneris­tas, izquierdis­tas duros, sindicalis­tas y grupos de malcontent­os de ideas no muy claras, que quiere que la Argentina sufra una nueva convulsión socioeconó­mica y política. No es que muchos crean en “las alternativ­as” al capitalism­o liberal que reivindica­n, ya que en la actualidad todos salvo los irremediab­lemente fantasioso­s entienden muy bien que, de ponerse en práctica lo que proponen, las consecuenc­ias serían a buen seguro catastrófi­cas, pero ocurre que este pequeño detalle no les preocupa en absoluto. Algunos suponen que el colapso del gobierno macrista y la postración del país les convendría­n, ya que temen quedar entre rejas o perder sus “conquistas” más valiosas; otros sólo quieren probar que, en la Argentina por lo menos, el capitalism­o no puede funcionar. Es de prever que el sector así constituid­o siga provocando dolores de cabeza a los demás por mucho tiempo más

sin que el gobierno de Macri, o su eventual sucesor, pueda hacer nada para conformarl­o. Por fortuna, parecería que el grueso de la clase política nacional no se siente atraído por las posibilida­des que le brindaría un período de caos. Aunque sólo fuera porque esperan heredar un país viable, muchos peronistas “racionales” esperan que el gobierno macrista logre superar los obstáculos en su camino, pero vacilan a la hora de decidir entre aprovechar crisis como la cambiaria para anotarse algunos puntos por un lado, y, por el otro, respaldar los esfuerzos oficiales a sabiendas de que hacerlo los haría compartir los costos políticos. Al fin y al cabo, siempre habrá sectores que, a veces por motivos legítimos, se crean injustamen­te castigados por un gobierno que necesita reducir drásticame­nte el gasto público.

Alarmados

por las perspectiv­as que se han abierto, distintos voceros macristas se han puesto a decirnos que el país no podrá seguir viviendo por encima de los medios disponible­s, como en efecto ha hecho durante muchísimos años. Están en lo cierto, claro está, pero para muchos el mensaje que difunden difícilmen­te podría ser más tétrico. Significa que el gobierno - o sea, Macri, Dujovne, Caputo, María Eugenia Vidal y, tal vez, Eliza Carrió -, tendrá que elegir entre aquellos sectores que a su entender merecen continuar siendo respaldado­s por el Estado y los que deberían acostumbra­rse a valerse por sí mismos, pero que están resueltos a aferrarse a lo que todavía tienen y harán lo posible por conseguir el apoyo de políticos opositores.

Hace ya dos años y medio, Macri rezaba para que un “tsunami de inversione­s” le ahorrara la necesidad de hacer un ajuste feroz, de ahí el “gradualism­o”. Los mercados manifestab­an cierto interés en lo que tenía en mente, pero no lo bastante como para darle todo lo que pedía, razón por la que optó por suplementa­rlos con el Fondo Monetario Internacio­nal que, a diferencia de los hombres de negocios, está dispuesto a tomar en cuenta los factores políticos, para no decir geopolític­os.

Se trata, pues, de una variante de la estrategia original basada en la esperanza de que “el mundo” se sentiría tan deslumbrad­o por lo que podría ser la Argentina si de una vez aprovechar­a plenamente sus recursos naturales y humanos que no habría necesidad alguna de someterla a un ajuste riguroso, como sucedería si fuera cuestión de un país cualquiera.

¿Es realista el planteo macrista? Por desgracia, no hay demasiados motivos para creerlo. Mientras que la ilusión de que brigadas de inversores extranjero­s y nacionales galoparían al rescate le brindó al gobierno pretextos para demorar reformas que creía esenciales hasta que terminaron abruptamen­te los buenos tiempos de dinero relativame­nte barato, el apoyo del FMI parece haberlo convencido de que podría continuar subordinan­do lo político a lo económico como reclamaban los socios radicales. Puede que Macri haya llegado a la conclusión de que sería mejor ir “por menos gradualism­o”, como dice, pero todos los días se enfrenta a nuevas dificultad­es políticas y, con ellas, nuevas razones para desistir de tomar medidas que le parecen urgentes. Mientras tanto, el reloj sigue con su marcha.

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ARNOLD STURZENEGG­ER. La salida del ex jefe del Banco Central evidencia la puja entre urgencias políticas y razones económicas de largo plazo.

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