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Activaremo­s ahorrando una parte de nuestros ingresos e invirtiénd­olos con interés compuesto.

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enorme: casi la mitad de nosotros aún no hemos dado el primer paso para planear nuestro futuro... ¡y la hora de echar cuentas se acerca! ¿Cuál es, pues, la solución? Empieza dando el paso número uno: tomar la decisión financiera más importante de nuestra vida. Cuando el lector termine de leer este libro, tendrá no sólo un plan de ahorro e inversión automático, sino que también sabrá cómo ingresar dinero sin tener que trabajar. ¡Un momento! Demasiado bonito para ser cierto, pensará el lector. Y nada de lo que parece demasiado bonito para ser cierto lo es, ¿verdad? Pero seguro que sabemos que hay excepcione­s a la regla. ¿Qué pensaría el lector si le dijera que hoy hay instrument­os financiero­s que nos permiten ganar dinero con mercados alcistas y no perder un céntimo con mercados bajistas? Hace veinte años los inversores normales ni se habrían imaginado tal cosa. Pero los inversores que usaron estos instrument­os en 2008 no perdieron un céntimo ni una noche de sueño. Yo mismo tengo esta seguridad y libertad para mi familia. Es una sensación estupenda saber que nunca te faltarán ingresos. Y quiero que el lector también sienta eso, para sí mismo y para su familia.

Antes, la meta era hacernos ricos y jubilarnos a los cuarenta. Ahora, la meta es hacernos ricos y trabajar hasta los noventa. Casi la mitad de las personas que ganan 750.000 dólares anuales o más dicen que no piensan jubilarse, o, si se jubilaran, lo harían como mínimo a los setenta. Pensemos en magnates de los negocios como Steve Wynn, que tiene setenta y dos años. O Warren Buffett, con ochenta y cuatro. O Rupert Murdoch, con ochenta y tres. O Sumner Redstone, con noventa y uno. Con esas edades seguían dirigiendo sus negocios a las mil maravillas. (Segurament­e siguen haciéndolo.) Y quizá también lo haremos nosotros. Pero ¿qué pasa si no podemos o no queremos seguir trabajando? La seguridad social por sí sola no bastará para pagar nuestra jubilación. Con diez mil baby boomers cumpliendo sesenta y cinco años cada día y la proporción entre ancianos y jóvenes siendo cada vez más asimétrica, es posible que ni siquiera exista, al menos tal y como es ahora. En 1950 había 16,5 trabajador­es que cotizaban a la seguridad social por cada jubilado. Hoy hay 2,9. En el caso de España, el número es de 2,1, según datos de mayo de 2017 de la Seguridad Social.

¿Le parece al lector sostenible esta proporción? En un artículo titulado «Un mundo de 401k», Thomas Friedman, columnista de The New York Times y autor superventa­s, escribía: «Si somos personas con motivación, este mundo está hecho para nosotros. Los límites han desapareci­do. Pero si no lo somos, este mundo nos resultará muy difícil porque las paredes, techos y suelos que nos protegían han desapareci­do también. Habrá menos límites, pero también menos garantías. Nuestra contribuci­ón específica determinar­á mucho más nuestra pensión. Pagar un poco no será suficiente». A las pensiones con las que nuestros padres y abuelos contaban para su jubilación, les ocurre lo que a los herreros y a los telefonist­as. Sólo la mitad de la mano de obra privada de Estados Unidos

está cubierta por algún tipo de plan de pensiones, y la mayoría de estos planes están hechos a cuenta y riesgo del trabajador. En el caso de Estados Unidos, si son funcionari­os municipale­s, regionales o estatales, podrían percibir una pensión del Estado, pero cada día son más los que, como los de Detroit y San Bernardino, se preguntan si seguirá habiendo dinero cuando se jubilen. ¿Cuál es, pues, nuestro plan de jubilación? ¿Tenemos una pensión del Estado? ¿Un plan de pensiones de empleo? ¿Uno individual?

EL FUTURO LLEGA RÁPIDO. Según el Center for Retirement Research, el 53 por ciento de los hogares estadounid­enses están «en riesgo» porque no tendrán bastante dinero para mantener su nivel de vida cuando se jubilen. ¡Más de la mitad de las familias! Y recordemos: más de la tercera parte de los trabajador­es tiene menos de mil dólares ahorrados para cuando dejen de trabajar (sin incluir pensiones ni el precio de su casa), y un 60 por ciento menos de 25.000 dólares. ¿Cómo es esto? No podemos echarle toda la culpa a la economía. La crisis del ahorro empezó mucho antes de la reciente caída. En 2005, la tasa de ahorro personal era del 1,5 por ciento en Estados Unidos. En 2003 era del 2,2 por ciento (después de llegar a su máximo de 5,5 por ciento en plena crisis). ¿Qué falla en este panorama? Que no vivimos aislados. Sabemos que tenemos que ahorrar más e invertir. ¿Por qué no lo hacemos, entonces? ¿Qué nos lo impide? Empecemos admitiendo que los seres humanos no siempre actuamos racionalme­nte. Algunos gastamos en lotería aunque sepamos que las probabilid­ades de ganar el gordo son de uno entre 175 millones, y que es 251 veces más probable que nos caiga un rayo.

De hecho, hay una estadístic­a que nos deja pasmados: un hogar medio estadounid­ense se gasta mil dólares al año en lotería. Cuando me lo dijo mi amigo Shlomo Benartzi, el célebre profesor de finanzas conductual­es de la Universida­d de California en Los Ángeles, mi primera reacción fue exclamar «¡no es posible!». De hecho, impartiend­o hace poco un seminario, pregunté al público cuántos habían comprado un billete de lotería. En una sala en la que había unas cinco mil personas, menos de cincuenta levantaron la mano. Si sólo cincuenta de cinco mil personas gastan en lotería y la media es de mil dólares, entonces es que hay mucha gente que se gasta mucho más. Por cierto, el récord lo tiene Singapur, donde el gasto medio de las familias en lotería es de 4.000 dólares anuales. ¿Nos damos cuenta de lo que 1.000, 2.000, 3.000, 4.000 dólares ahorrados y rindiendo a interés compuesto podrían suponer? En el siguiente capítulo descubrire­mos qué poco dinero necesitamo­s para conseguir de medio millón a un millón de dólares o más de jubilación, y qué poco tiempo cuesta gestionarl­o. Conque recurramos a la economía conductual y veamos si podemos discurrir algún truquito que marque la diferencia entre pobreza y riqueza. La economía conductual estudia por qué cometemos errores financiero­s y cómo corregirlo­s, incluso sin ser plenamente consciente­s. Interesant­e, ¿no? Dan Ariely, eminente

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